Los anticipos del coño
Pasa el año y las facciones de Nuria se van desgastando, hasta que ya sólo sobrevive el triángulo isósceles que forman su pubis y la materia frondosa de sus sobacos, que no se los afeita nunca. Cuando llega el mes de agosto, la llamo por teléfono y me cito con ella para tomar un refresco en cualquier cafetería de la plaza. A Nuria este calor bochornoso del verano le produce sofocos y la saca casi desnuda a la calle, con un vestidito floreado de tirantes que le deja al natural un mordisco enorme de espalda, una superficie amplia de piel que mis manos hubiesen querido acariciar, pero no se atreven. Nuria llega casi media hora tarde a la cita, y su tardanza me llena de ese desasosiego levemente sexual que producen las postergaciones, pero cuando la veo aparecer, bajo un sol inclemente y redondo, caminar con dificultades de anciana (y eso que Nuria es joven, muy joven, pero el calor la avejenta), me reconcilio con el mundo y aguardo el instante en que, alargando sus brazos de porcelana, me tomará de los hombros y me dará un par de besos castos, uno en cada mejilla. Yo, entonces, aprovecharé para desviar la mirada hacia sus axilas, hacia esos penachos, intonsos y tupidísimos, que Nuria siempre lleva, y los imaginaré como anticipos del coño (el coño de Nuria, que siempre me ha sido vedado), como coños excedentes que, a falta de sitio en la entrepierna, han venido a alojarse a la sombra del brazo, en una espera acechante que algún día dará fruto y los restituirá al lugar al que pertenecen. Los sobacos de Nuria, misteriosos de tanto pelo que les asoma, me guiñan su ojo ciego en cuanto ella se despista, con una morosidad de párpados que caen para mostrar una pestaña inverosímil de tan peluda. Después del refresco, Nuria pretexta labores domésticas y se pierde en la arquitectura incendiada de la plaza. Son las cinco de la tarde de un día cualquiera de agosto, hace un calor pacífico, y Nuria se aleja como derritiéndose bajo el sol, con el vestido de tirantes que le transparenta unas bragas que no tiene y la materia frondosa de sus sobacos que forman triángulo isósceles con el vértice del coño. Yo la sigo con la mirada hasta que desaparece y deseo que le dé un soponcio en mitad de la plaza (el calor marchita a Nuria), para correr a recogerla entre mis manos, levantarla del suelo tomándola por las axilas y sentir el contacto intrépido y sudoroso de esos dos coños suplentes que algún día tendrán su alternativa.