Capítulo 29
«Bonnet tenía una hacienda azucarera, no era un marinero. Empezó a practicar la piratería tras comprar un bergantín bien armado y reclutar una tripulación de experimentados piratas, posiblemente con el fin de escapar de su esposa».
The Pirate Encyclopedia
Margaret se retiró a la zona del servicio, con el pulso todavía acelerado después de su desconcertante entrevista con el tal señor Tompkins. ¿Se habría marchado satisfecho, creyendo que era Nora Garret, o volvería? Margaret se preguntaba si debía contarle a Helen, o incluso a Nathaniel, los pormenores de la extraña entrevista. Si había ido allí para descubrir al agresor de Lewis, ¿por qué llevaba el retrato?
Reflexionando sobre todo esto, colocó con dedos temblorosos las flores en un florero, y después subió con ellas a la enfermería. Entró despacio, pensando que Helen, e incluso Nathaniel, estarían allí, pero no había nadie excepto Lewis Upchurch, por supuesto. Se aproximó a la cama, estiró el brazo para colocar el florero en la mesita auxiliar y por poco se le cae.
Lewis había abierto los ojos.
—¿Margaret…? —dijo él de forma entrecortada, claramente confundido y con voz ronca. De inmediato volvió a cerrarlos.
—¡Gracias a Dios! —susurró.
Se le olvidó el interrogatorio y salió corriendo de la habitación para avisar a Helen y a Nathaniel.
Mientras caminaba a grandes zancadas por la arcada, Nathaniel iba recordando, casi palabra por palabra, la conversación mantenida con Tompkins, las inesperadas preguntas que le había hecho, y también las que esperaba que hiciera y que en realidad no hizo. Los tanteos y acusaciones veladas acerca de que había sido él quien había disparado a su propio hermano. Pero fueron tanteos insustanciales, sin ninguna lógica, como si en realidad no lo creyera. Parecía que simplemente había intentado provocarle.
Nathaniel quería hablar con Margaret. Asegurarse de que estaba bien, saber qué le había preguntado el odioso individuo y averiguar por qué parecía tan alterada cuando Helen y él los interrumpieron.
La encontró exactamente donde se temía que estaría, saliendo de la habitación de su hermano. Le había dicho que no sentía nada por él, pero ¿era Nora o Margaret la que había hablado? esperaba que lo dicho fuera válido para ambas.
—¡Precisamente iba a buscarle! —exclamó, con cara de alborozo—. Lewis acaba de abrir los ojos.
Sintió una descarga de energía por todo el cuerpo, que le libró de la presión que sentía en el cuello y en el pecho desde que dispararon a su hermano.
—¡Gracias a Dios!
Todas las demás preocupaciones desaparecieron, y entró a grandes zancadas en la improvisada enfermería. Margaret lo siguió, pero no se acercó a la cama. Nathaniel tomó del brazo a su hermano.
—¡Lewis, Lewis! Soy Nate. ¿Puedes oírme?
Abrió los ojos como si le costara, y después volvió a cerrarlos.
—¿Lewis?
Hizo una mueca.
—Deja de… gritar.
El corazón casi le estalló de alegría al oír su voz, pues pensaba que no volvería a oírla jamás.
—Lewis, te han herido. ¿Quién te hizo esto?
Pero Lewis se volvió de cara a la pared y no respondió a su pregunta.
La señorita Macy se puso a su lado.
—En todo caso es una buena señal, ¿no le parece, señor?
—Sí. —Su corazón se mantuvo a flote—. Voy a decírselo a Helen.
Margaret estuvo a punto de ofrecerse a ir ella misma en busca de Helen, pero Nathaniel ya había salido de la habitación a toda prisa, como un crío ansioso por compartir con su hermana una gran sorpresa. Escuchó cómo informaba a alguien a voces en el vestíbulo.
—¡Está volviendo en sí! ¿No es maravilloso?
Solo un momento más tarde entró Connor, con el neceser de aseo en la mano.
—¿Está despierto? —preguntó, incrédulo.
Ella negó con la cabeza.
—Ahora no. Pero lo ha estado unos segundos.
—¿Ha dicho algo?
—Solo ha susurrado una tontería.
—¿Qué ha dicho? —preguntó, mirándola de frente.
«Mi nombre», pensó, pero no lo dijo.
—Pues le ha pedido al señor Upchurch que dejara de gritar. —Margaret sonrió al recordarlo, pero Connor se limitó a suspirar.
—Me habría gustado estar aquí.
Dejó el neceser sobre la mesa auxiliar.
—Tenía que haberle atendido antes, pero estabas por aquí. Y ahora se me ha hecho tarde para afeitarlo y lavarlo.
—Lo siento. Solo quería traer unas flores, pero entonces vi…
—¿Es que no tienes otras cosas que hacer? Quizá debería decirle algo a la señora Budgeon.
Su aspereza la dejó asombrada.
—Fue ella la que me dijo que atendiera esta habitación. Podías haber venido cuando yo estaba.
—No puedo atender sus necesidades si hay una mujer presente. ¿Me permites que lo haga ahora?
—Pues me podías haber pedido que me marchara.
—Te lo pido ahora.
Se puso muy colorado, casi tanto como su pelo. Empezó a temblarle la mandíbula.
—Muy bien, Connor —dijo ella con suavidad—. No hace falta que seas ofensivo.
Se tranquilizó un poco, era como si se estuviera desmoronando. Y sufriendo.
—Lo siento, Nora. Pero márchate ahora.
Margaret bajó hacia la zona de servicio para hablar con su alegre amiga Hester. Pero esta vez la joven no sonrió al verla, como solía hacer siempre.
—¡Hola, Hester! ¿Te has enterado de que el señor Lewis se está recuperando? ¡Qué magnífica noticia!, ¿verdad?
La criada que atendía la despensa y la antecocina utilizó la esquina del delantal para agarrar el mango de una cacerola de cobre, sacarla del fuego y dejarla sobre la mesa de trabajo con un sonoro golpe.
—Hester, ¿qué pasa?
Agarró un utensilio y empezó a aporrear con gesto de indignación lo que fuera que hubiera en la cacerola.
A Margaret se le cayó el alma a los pies. ¿Qué había hecho ahora? ¿Iba a perder a la única amiga de verdad que había sido capaz de hacer en la casa?
—¡Hester! ¿He hecho algo malo?
La joven rebañó los laterales de la cazuela con una cuchara de madera para quitar lo que se había adherido.
—No, si a mí no me has hecho nada. Pero estás poniéndole las cosas difíciles a Connor.
—¿Lo dices en serio? —Margaret estaba completamente sorprendida. Era cierto que había estado algo distraída e incluso hosca en los últimos tiempos, pero no tenía la más remota idea de a qué se refería su amiga. Pensó en el encontronazo de hacía un rato, pero Hester aún no podía saber nada de eso—. ¿Qué he hecho?
—Pues meter las narices donde no debes. Me ha dicho que no paras de aparecer por la habitación de su amo, sea para unas cosas o para otras. Eso no está bien.
Margaret no salía de su asombro.
—Voy todos los días a la habitación para hacer la cama y retirar la basura.
—Pero no deberías atender la zona de enfermería. Connor lo considera su tarea, su puesto.
—No es mi intención usurpar…
—¿Usur… qué?
—Pues… inmiscuirme en lo que es su responsabilidad, quitarle sus tareas y hacerlas yo, si es que es eso lo que piensa.
—¿Y entonces qué demonios haces pasando por la enfermería a todas horas?
—La señora Budgeon fue quien me encargó que mantuviera arreglada la habitación y que atendiera a la enfermera. Pero sí, es verdad… Me paso de vez en cuando para ver cómo está el señor Lewis, o para llevar flores. No me di cuenta de que estaba entrometiéndome. —«Al menos hasta ahora», pensó.
Hester la miró con los ojos entrecerrados, sacudiendo la cabeza, aunque sin dejar de hacer su trabajo.
—Eres boba si te gusta Lewis Upchurch. Te lo advierto, no serías la primera chica a la que ese demonio tan atractivo le rompiera el corazón. El corazón… y algo peor.
Hester trabajaba con movimientos espasmódicos. Vació el contenido de la cazuela sobre una plancha de mármol y empezó a amasar con el rodillo.
—¿Hablas de ti? —preguntó con precaución.
—¿Yo? —gruñó Hester—. No soy tan tonta. Hace bastante tiempo que Connor me advirtió de que tuviera cuidado. Digamos que ese individuo, desplegando sus encantos, sería capaz de embaucar a una monja y sacarla del convento, y hasta a una recién casada en su viaje de novios.
Margaret esbozó una leve sonrisa ante tan colorista y acertada descripción.
—¿Te parece divertido que ese calavera se aproveche de una chica muy joven y la destruya para siempre? —espetó Hester, frunciendo el ceño.
—No, ni muchísimo menos —contestó Margaret, poniéndose seria de inmediato—. Esa es la razón por la que me marché de mi último trabajo. Para librarme de ese destino.
Hester se quedó quieta durante un momento, mirándola como si estuviera evaluando su sinceridad. Por fin asintió, aparentemente satisfecha.
—Entonces seguro que lo entiendes. Sé que Connor y sus hermanos están muy atentos a su hermana pequeña. ¿Tienes hermanos, Nora?
Margaret dudó, sorprendida por el brusco cambio de tema.
—Sí.
—¿No intentarían protegerte de un hombre que te estuviera amenazando?
—Mi hermano es mucho más joven que yo, casi un niño. —«¡Vaya!», pensó, mientras en su cerebro se encendía una llamita de comprensión.
—Una pena —dijo Hester, asintiendo—. ¿Y tu padre?
—Murió.
—Lo siento. —Hester volvió a mirarla un momento, esta vez con gesto apenado.
Margaret también lo sentía. En ese momento echó muchísimo de menos a Gilbert y a su pobre padre.
Al día siguiente, Nathaniel paseaba nervioso por la biblioteca. Lewis no había vuelto a estar consciente. Su breve despertar le había hecho concebir muchas esperanzas de que enseguida mejoraría. ¿Habría sido una pura casualidad? Se sentó en la silla del escritorio y procuró calmarse leyendo el Libro de los Salmos, pero su mente, ansiosa, no dejó de funcionar a toda máquina.
Alguien llamó a la puerta con dos golpes: era la forma de llamar de Hudson. ¡Así que había regresado! Nathaniel se levantó de inmediato para darle la mano.
—¡Cuánto me alegro de verte! Ha sido un viaje rápido, por lo que veo. ¿Qué has averiguado?
El administrador agachó la cabeza.
—Lo siento mucho, señor, pero no he sido capaz de enterarme de quién contrató al señor Tompkins para que investigara el duelo.
—¡Maldita sea! —Nathaniel se pasó una mano por el rostro, y después lo miró. No ponía buena cara—. No te preocupes tanto, hombre. No es culpa tuya.
—Pero sí que he averiguado algo que podría interesarle —dijo—. Parece que nuestro poético amigo Preston está perdiendo a toda prisa su aura mítica, y empezando a ser considerado como un canalla, ni más ni menos y en toda regla.
—¿Y eso?
—Cada vez comete más delitos, y más infames. Se dice en Londres y en el Almirantazgo que atacó, asaltó y robó un barco de la Royal Navy que estaba atracado en Portsmouth, lleno de monedas y otros productos de mucho valor. Así que la Armada ha incrementado la recompensa que usted ha ofrecido.
—¡Qué atrevimiento! ¿Y cuándo fue eso?
—El 5 de noviembre. Lo que, de ser verdad, significa que Preston no pudo ser quien disparara contra su hermano. Estaba a más de cien kilómetros, en Portsmouth, robando el barco.
—¿Y por qué no te alegras de saberlo? —preguntó Nathaniel, frunciendo el ceño al ver que el hombre no parecía nada contento.
—Porque significa que seguimos sin tener la menor idea de quién lo hizo.
—Si no fue él, si no fue Saxby y si no fui yo, ¿entonces quién? —se preguntó Nathaniel, negando con la cabeza.