Capítulo 23
«El baile de disfraces… se convirtió en la fiesta por excelencia del siglo, y no solo entre las clases altas, sino también entre los componentes más bajos de la escala social».
Giles Waterfield y Anne French
Below Stairs
Alrededor del mediodía, Nathaniel leyó The Times, un periódico serio y formal, antes de enfrascarse en la más imaginativa y distendida prensa londinense, como The Morning Post. Pasó con rapidez por las columnas de los cotilleos, «quién ha sido visto con quién» y ese tipo de cosas, los compromisos, los nacimientos y los escándalos. De repente se detuvo, y el corazón empezó a latirle a gran velocidad en el pecho, tanta que casi le dolió. Su mirada volvió hacia el titular de la columna y lo leyó de nuevo. Las sienes le temblaban con cada palabra.
Encontrada una joven ahogada en el Támesis. El cuerpo todavía no se ha identificado oficialmente, a la espera de las conclusiones del médico forense y de la comunicación a la familia, pero una fuente anónima informa que las autoridades especulan con la posibilidad de que se trate de Margaret Macy, de Berkeley Square, Mayfair, una joven de veinticuatro años que lleva desaparecida desde…
Pero ¿qué diablos? ¿Acaso no estaba Margaret en alguna parte de su casa en este momento? Hizo memoria. ¿Cuándo era la última vez que la había visto? Ahora que lo pensaba, esa mañana no se había encontrado con ella. Ni tampoco la vio la noche anterior en la terraza, como hubiera deseado. ¿La había visto ayer? Se exprimió el cerebro. El día anterior había estado muy ocupado: revisión de los libros de cuentas con Lewis, una hora absolutamente tediosa con el segundo mayordomo, aguantando su minucioso recuento de las existencias de la bodega, una reunión con el consejo en el ayuntamiento… Pero sí que creía haberla visto hacía dos días. No podía haberle dado tiempo a irse a Londres y ahogarse, ¿no? Seguro que era una mera conjetura sensacionalista. Periodismo irresponsable, eso sería todo.
Dejó el periódico y se levantó, sabiendo que no se quedaría tranquilo hasta estar seguro de que estaba en casa. ¿Dónde podría encontrarse a esta hora del día? Antes, nunca había tenido la menor idea de qué hacían las criadas, ni de dónde. Como si fueran invisibles para él. Pero desde que reconoció a «Nora», se sorprendió a sí mismo siguiendo sus movimientos de forma casi ávida, para poder mirarla en algún momento mientras realizaba sus tareas. Consultó el reloj de bolsillo e intentó acordarse de qué tarea le solía tocar hacer a esa hora del día. En la planta baja, pensó. No quería entrar en la zona del servicio, pero tampoco podía esperar.
Desde la biblioteca, atravesó el vestíbulo dejando atrás la escalera principal y el mostrador donde se colocaban los platos procedentes de la cocina para que los llevaran al comedor, y caminó por el estrecho pasillo que conducía a la cocina y la despensa, asomando el cuello para ver si la veía. Todo estaba muy tranquilo. ¿Dónde demonios se había metido todo el mundo? Empujó la puerta del salón del servicio, que sonó como un disparo en la noche, forzando el movimiento simultáneo de las cabezas de los ocupantes de la habitación en dirección a la puerta. ¡Ah, era la hora de la cena del servicio! Se le había olvidado. Sus ojos recorrieron la amplia mesa, y la mayoría de los sirvientes lo miraron sorprendidos. Por fin contempló aquellos ojos azules, también abiertos de par en par de puro asombro. Tuvo que hacer un esfuerzo para no lanzarse a abrazarla, a agarrarla de la mano. A medirle el pulso. Lo invadió una oleada de alivio. Se dio cuenta de que se había llevado la mano al pecho, justo en la zona del corazón.
Hudson se puso de pie, lo mismo que Arnold.
—¿Va todo bien, señor? —preguntó el administrador con tono preocupado.
Nathaniel levantó la mano derecha, mostrando la palma.
—Siéntense, por favor. Discúlpenme todos por haber interrumpido su cena.
—¿Necesita usted algo, señor? —preguntó la señora Budgeon desde un extremo de la mesa.
Respiró hondo, dándose cuenta de que casi había perdido el aliento. Volvió a mirar a Margaret para tranquilizarse del todo.
—No, eh…, no importa. Todo va bien.
Esbozó una torpe sonrisa, hizo un gesto para indicarles que continuaran comiendo y se fue de allí, cerrando la puerta al salir. Estaba avergonzado, pero aliviado. «Todo va bien», se repitió a sí mismo. «Margaret está bien».
Se preguntó quién podría ser la «fuente anónima», si es que la información no era una pura conjetura nacida de la mente calenturienta del reportero. ¿O es que a alguien le interesaba que Margaret Macy fuera declarada oficialmente muerta?
Nathaniel sabía que Lewis estaba en la casa, en algún sitio, pero decidió no buscarlo, sino ir a la habitación de su hermana Helen. Llamó a la puerta, y sintió casi hasta un cierto alivio al ver que no contestaba. La verdad es que no confiaba demasiado en su propia capacidad para mostrar desinterés cuando le mostrara la noticia. ¿Qué iba a decir? «The Morning Post publica que el cuerpo de la señorita Macy ha sido encontrado en el Támesis. Se ha ahogado. ¡Pobre chica! ¿Te lo puedes creer?».
Además, tenía la práctica seguridad de que su hermana sabía perfectamente quién era en realidad Nora, e incluso de que lo había sabido mucho antes que él.
Se sentó para marcar la columna, rodeándola con un círculo de tinta azul, y dejó el periódico en el escritorio del vestidor de su hermana. Tras cerrar la puerta al salir, se preguntó dónde estaría. Durante los primeros días, tras su regreso, Helen apenas iba más allá del cuarto de estar, salvo para las comidas y el servicio religioso de los domingos. Pero desde el baile del servicio había empezado a pasear por toda la casa y también por los alrededores y el pueblo, involucrándose en actividades caritativas, e incluso había aceptado una invitación a cenar de la mujer del vicario.
Por lo menos, alguien había mejorado su situación después de su llegada. No obstante, también tenía la sospecha de que el renovado interés por la vida que mostraba su hermana tenía mucho más que ver con el administrador, Robert Hudson, que con él, y lo cierto es que no terminaba de tener del todo claro cómo se sentía al respecto.
Media hora más tarde, Helen irrumpió en la biblioteca con las mejillas muy coloradas y casi sin aliento, blandiendo el periódico como si fuera un arma.
—¿Has dejado tú esto en mi habitación?
Nathaniel hizo lo que pudo por mantenerse impasible. Echó un vistazo al periódico como para acordarse de lo que se trataba.
—¡Ah, eso! Sí. Pensé que podría interesarte. Creo recordar que antes tenías cierta relación con ella, ¿no?
—¿Qué tenía cierta relación con ella, dices? —Helen lo traspasó con la mirada, y estuvo a punto de acobardarse, hasta que se atrevió a murmurar las frases que había estado ensayando antes.
—¡Pobre chica! ¿Te lo puedes creer?
Helen entrecerró los ojos, como si estuviera evaluando su sinceridad. ¿Lo sabía? ¿Sabía que él lo sabía? O quizá se estaba limitando a observarlo para averiguar si estaba mucho más afectado de lo que quería aparentar ante la posibilidad de que la señorita Macy hubiera muerto.
—No son más que especulaciones sin fundamento —afirmó Helen—. Ya sabes que The Morning Post publica más cotilleos que noticias reales. En tu caso, no me preocuparía.
—No estoy preocupado.
—¿Ah no? —preguntó, levantando una ceja.
—¿Y tú, lo estás? —preguntó, encogiéndose de hombros.
Volvió a mirarlo intensamente, y él luchó por mantenerle la mirada sin pestañear.
—¿Le has enseñado esto a Lewis? —preguntó por fin.
—No.
—¿Se lo enseño yo?
—Haz lo que quieras —respondió, encogiéndose de hombros otra vez—. A mí me da igual.
Helen frunció el ceño y siguió mirándolo durante unos momentos más. Finalmente se dio la vuelta soltando un bufido y salió de la habitación.
Al parecer, su aparente desinterés no le había hecho ganar puntos ante su hermana. Ni mucho menos.
Margaret y Fiona estaban transportando cestas de ropa para lavar por las escaleras de atrás cuando Helen Upchurch la llamó desde arriba.
—Nora, necesito hablar contigo. A solas.
Fiona le echó una mirada como preguntándole qué era lo que había hecho ahora. Puso la cesta de Margaret sobre la suya y le hizo un gesto con la cabeza, indicándole que atendiera la llamada.
Margaret, muy nerviosa, siguió a la señorita Upchurch hasta sus habitaciones. El sol de la tarde entraba a raudales por la ventana e iluminaba cálidamente tanto la estancia como la figura de Helen Upchurch, que se había sentado en la silla del escritorio. Se puso de pie junto a ella y se agarró las manos con fuerza.
—Mi hermano Nathaniel me ha dejado esto —indicó, acercándole un periódico—. Creo que deberías leerlo.
Margaret lo agarró y empezó a leer la noticia que estaba marcada. Las palabras que leyó la dejaron desorientada y confundida, pues no tenía ningún sentido. Pestañeó dos veces y volvió a leer el texto.
—No entiendo nada —susurró, con los nervios a flor de piel.
—Ni yo tampoco.
—¿El señor Upchurch se lo ha enseñado?
—Sí —contestó Helen, tras dudar un momento—. No puedo decir que pareciera enormemente afectado por la noticia.
Margaret se sitió herida durante un instante. ¿Qué le estaba pasando? ¿The Morning Post estaba haciendo conjeturas sin fundamento acerca de su muerte y ella se sentía decepcionada por el hecho de que Nathaniel Upchurch no se mostrara más afectado por la noticia?
Volvió a leer el artículo. «… El cuerpo todavía no se ha identificado… una fuente anónima… las autoridades especulan… que se trate de Margaret Macy…».
«¡Por los clavos de Cristo!, ¿de quién se trataba?».
¿Sería una mera especulación periodística, fundamentada en el hecho de que había desaparecido sin dejar rastro y aún seguía así? Ya sabía que Sterling había denunciado su desaparición a las autoridades. ¿Habría hecho algo más? ¿Habría recurrido a la violencia? ¿O simplemente se habría aprovechado de la muerte de otra pobre chica para sugerir, de forma anónima, que el cuerpo encontrado era el de su hijastra desaparecida?
«¡Margaret!», se riñó a sí misma. «¡Deja de pensar ridiculeces! ¡Mira que eres melodramática!». Era imposible que Sterling Benton pudiera caer tan bajo como para llevar a cabo una acción tan desesperada.
Y, no obstante, ¿quién recibiría la herencia de Margaret en el caso de que muriera, o de que se declarara oficialmente su muerte? ¿Su madre o su hermana? En cualquier caso, los Benton serían los que se aprovecharían.
—Gracias por enseñármelo —murmuró.
Helen abrió mucho los ojos, mostrando su preocupación por ella.
—¿Qué vas a hacer?
Margaret movió la cabeza de lado a lado, aturdida.
—No tengo la menor idea.
A la mañana siguiente, Margaret se sentía invadida por el miedo y la inseguridad. No dejó de realizar sus tareas habituales, aunque sin poner demasiada atención, pues no se podía quitar de la cabeza la muerte de la chica. No sabía qué hacer al respecto, si es que podía hacer algo.
Tras arreglarle el pelo a Helen, esta apartó la cara del espejo y la miró.
—Lo he pensado mucho y he decidido que Nathaniel y tú tenéis razón. He dado la espalda a la sociedad durante demasiado tiempo.
—Me… me alegra escucharlo —dijo Margaret, aunque en realidad su mente seguía ocupada por sus propios asuntos, mucho más graves que ese—. ¿Entonces asistirá a los eventos a los que la inviten? —Margaret esperaba que no tuviera que acompañarla si la invitaban a alguna casa.
—Algo mejor. He decidido que vamos a dar una fiesta aquí. Hace mucho tiempo que los Upchurch no lo hacen.
«¿Aquí?». Acudirían un montón de invitados, y Margaret estaba segura de que muchos de ellos serían también conocidos suyos, ya que ella y los Upchurch tenían amigos comunes. ¡E iban a venir aquí, a Fairbourne Hall, su escondite!
—¿Una pequeña fiesta con amigos de la zona…? —preguntó esperanzada.
—No, una gran fiesta, con amigos de la zona, claro, y también con los de Londres. Muchos han dejado la ciudad y están en sus haciendas del campo, pero también muchos de ellos viven lo suficientemente cerca como para poder desplazarse. Estoy pensando en un baile, porque lo pasé muy bien en el del servicio, y eso que solo pude quedarme durante dos piezas. Tal vez incluso un baile de disfraces, ya que la última ocasión en que fui a un evento de ese tipo…
—¿Un baile…? —A la mente de Margaret acudieron las peores posibilidades: amigos de Londres, quizá hasta Sterling Benton y su madre, e incluso Marcus Benton. Seguramente tendría que atenderlos y servirlos, o permanecer en la sala de señoras para ayudarles a quitarse y ponerse las prendas de abrigo, o para usar el armario de la sala. Con toda seguridad, su madre la reconocería.
—¿No te parece bien? —preguntó Helen al notar su desconcierto.
—No es eso. Es que yo… —Margaret dudó. ¿Y si alguien la reconocía pese a su disfraz? Le asaltó una idea y se interrumpió. Su disfraz… Finalmente, soltó un largo suspiro.
—Creo que tiene toda la razón, señorita Helen. Un baile de máscaras es una idea magnífica.
En el desayuno, Lewis se puso en el plato un montón de salchichas y sonrió en dirección a sus dos hermanos.
—¿Un baile de máscaras, has dicho? ¡Es una idea espléndida! Participaré en los preparativos. No te olvides de incluir a la señorita Bárbara Lyons en la lista de invitados. Sabes que es una de mis favoritas.
—También habrá que invitar a tu amigo Saxby, supongo —dijo Nathaniel secamente.
—Bueno, ya sabemos que la competencia sana y amistosa es positiva y no hace daño a nadie —dijo Lewis haciendo una mueca.
A Nathaniel el comentario no le gustó nada. Hacía dos años, la competencia de su hermano le había hecho mucho daño. Evitó la mirada de Helen antes de volver a intervenir.
—En todo caso, no creo que debamos esperar a muchos de nuestros amigos de Londres. Por otra parte, ¿dónde íbamos a meterlos?
—Tranquilo —dijo Lewis—. La señorita Lyons tiene familiares en las cercanías y puede pasar la noche con ellos —informó, encogiéndose de hombros—. O también podría dormir en mi cama.
—Lewisss… —La forma de reñir a Lewis por parte de Helen era arrastrar la última ese al pronunciar su nombre.
—Solo era una broma, hermanita. No seas tan mojigata como Nate. ¡Con un aguafiestas en la familia tenemos más que suficiente!
Lewis se quedó una noche más para ayudar a planificar el baile, y después volvió a Londres con su ayuda de cámara, pero prometió regresar antes del baile de máscaras para recibir a los invitados junto a sus hermanos como anfitrión.
Una vez que se hubo marchado, Helen pidió ayuda al señor Hudson. Dado que ambos habían trabajado muy bien juntos en la preparación de la fiesta del servicio, ella pensó que no había motivos que impidieran el que lo hicieran también en esta ocasión.
Incluso Nathaniel tuvo que ayudar una tarde, en la que, tras su habitual recorrido por la hacienda, se encargó de escribir muchas invitaciones.
Cuando Helen fue a su habitación para llevar más tinta, Hudson la miró conforme se marchaba y después se volvió hacia Nathaniel.
—Señor, eh…, me pregunto si…
La inseguridad no era habitual en Hudson, así que Nathaniel respiró hondo y se preparó para lo que viniera.
—¿Qué ocurre?
—Usted sabe que… le tengo mucho aprecio… a su hermana… —dijo, vacilando casi con cada palabra—. ¿Cómo se tomaría usted…? ¿Qué le parece que yo…? —Hizo una mueca y después empezó a susurrar—. ¡Qué tontería! Olvídelo. Es una idea estúpida. Toda una dama como ella y un don nadie como yo.
Nathaniel miró a su amigo al tiempo que experimentaba un sentimiento de protección hacia su hermana y una gran empatia y comprensión por su afligido amigo. No, Robert Hudson no pertenecía al mismo rango social que su hermana. Pero era un buen hombre, una persona que merecía la pena. Se preguntó cómo reaccionaría Helen si se le declarara. ¿Tenía claro lo obvio que resultaba que…, en fin, que como mínimo disfrutaba mucho en su compañía? ¿Había algo más, o se ofendería al considerar un posible matrimonio con él?
Nathaniel fue muy cuidadoso con su pregunta.
—¿Te ha dado mi hermana alguna indicación que te haga pensar que el sentimiento es recíproco?
—Eso creo —suspiró Hudson—. Pero con las mujeres uno no sabe nunca a qué atenerse, o por lo menos ese es mi caso. Ella es amable hasta con el trabajador que viene a poner trampas para ratones. Pero me da la impresión de que es algo más que amabilidad. Bueno, al menos creo que podría serlo… —Volvió a suspirar. Viniendo de un hombre como Hudson, la cosa hasta tenía su gracia—. Puede que solo se trate de que pienso lo que quiero pensar.
—Bueno, no puedo hablar por ella —dijo Nathaniel—, pero desde luego no seré yo el que se oponga a lo que pueda venir.
—¿Lo dice en serio, señor?
—Supongo que sí —contestó con ligera socarronería—. De momento, creo que ya va siendo hora de que dejes a un lado lo de «señor».
—Eso está hecho, Nate —dijo Hudson, sonriendo por fin—. Así lo haré, al menos en privado… algunas veces.
Unos días más tarde, mientras Margaret retiraba el cepillo del pelo y las horquillas para limpiar la mesa del vestidor, Helen estaba sentada en su escritorio. Tomó la primera carta del gran montón que había recibido en la entrega del correo de la mañana.
La abrió y la leyó.
—Bueno, esto sí que es toda una sorpresa.
—¿El qué?
—Acabamos de recibir la primera respuesta a nuestra invitación. Los Benton acudirán al baile.
A Margaret le dio un vuelco el corazón.
—¿De verdad? ¿Todos?
Helen leyó el texto.
—Señor Sterling Benton y señora, señor Marcus Benton y la señorita Caroline Macy.
Gilbert todavía era muy joven y estaba demasiado ocupado en Eton como para asistir, o al menos ella esperaba que lo estuviera. Cada noche rezaba para que Sterling no hubiera cumplido su amenaza de sacarlo de la magnífica escuela.
La escuela de señoritas a la que iba Caroline estaba entre Maidstone y Londres, así que quizá no fuera tan sorprendente que su hermana acudiera. Puede que su madre se hubiera organizado para visitar a su hija e ir al baile en la misma jornada, para aprovecharla mejor. O quizá Sterling tuviera sus propias razones para visitar una vez más Fairbourne Hall.
—Supongo que podemos llegar a la conclusión de que la familia Benton no da crédito a la especulación sobre la muerte de la señorita Macy —dijo Helen—. Porque no aceptarían la invitación si estuvieran de luto.
Cualquier tipo de luto que guardaran por ella los Benton «de verdad», o sea, los hombres, solo sería para la galería. Aunque, por supuesto, tanto su madre como sus hermanos pequeños estarían destrozados.
Helen tomó la siguiente carta con los dedos índice y pulgar y levantando el meñique.
—Bueno, vamos a ver quién más va a acudir a nuestra pequeña fiesta. Tengo la impresión de que va a ser una noche muy interesante. De lo más reveladora.