Capítulo 26

«A comienzos del siglo XIX ya llevaba tiempo vigente la prohibición de matar a alguien en un duelo. Pese a ello, los duelos siguieron siendo habituales hasta finales de siglo, aunque los fallecimientos eran escasos».

Caliburn Fencing Club

Nathaniel no había visto al señor Saxby durante todo el día, pero sí que apareció para cenar. Los tres, incluida Helen, se sentaron a la mesa en un ambiente sombrío. Nathaniel no le preguntó nada durante la cena, pero una vez que Helen se hubo excusado para volver con Lewis, se quedó en el comedor, mientras Saxby paladeaba una copa de oporto.

—¿Sabes algo acerca del duelo? —preguntó Nathaniel.

—¿Y qué es lo que debería saber? —respondió Saxby mirándolo con cara de pocos amigos.

—¿Viste a Lewis esa noche, después del baile?

—No.

—¿Y sabes adónde fue?

—Lo único que podría sacar a tu hermano de un salón lleno de mujeres es otra mujer, o más bella o más permisiva, que estuviera en otro sitio —dijo Saxby sarcásticamente, al tiempo que se encogía hombros.

Nathaniel sufrió un acceso de cólera que a su interlocutor no le pasó desapercibido en absoluto. Quizá por eso cambió el tono, aunque sin perder la ironía.

—Vamos, Nate, no te ofendas. Conoces a tu hermano tan bien como yo. No hay por qué santificarlo mientras aún respira.

—¿Conoces la identidad de esa «bella o permisiva» dama?

Saxby dio otro sorbo.

—Yo no he dicho que fuera una… dama.

—¿Entonces no estamos hablando de la señorita Lyons? —espetó Nathaniel, cerrando el puño.

Ahora fue Saxby el que tuvo un acceso de cólera.

—No, en absoluto. Y no es que Lewis no haya desplegado sus encantos en tal dirección. Pero esa mujer ha mostrado su preferencia por un caballero… más sofisticado.

—Es decir, tú.

Se encogió de hombros mientras eliminaba de la manga una inapreciable mota de polvo.

—Un caballero no debe alardear de su condición.

—¿Entonces de quién se trata? ¿Quién es ella?

—No sé cómo se llama. Alguna jovencita de los alrededores, según creo.

¿Existiría de verdad esa otra mujer o estaría aquel hombre cubriendo a la señorita Lyons? ¿Para salvar la cara y no admitir que su amada había abandonado el baile de noche sola con Lewis?

Sabiendo que lo más probable era que dijera o hasta hiciera alguna inconveniencia si se quedaba allí más tiempo, Nathaniel se excusó y fue a reunirse con Helen en la biblioteca.

A la mañana siguiente, antes de que amaneciera, bajó con la ropa de dormir y una bata encima para ver cómo estaba Lewis. La señora Welch, la enfermera, estaba tumbada en un sofá, roncando suavemente. Helen permanecía sentada en un sillón a los pies del lecho. Estaba inclinada hacia delante, doblada por la cintura, con los brazos apoyados sobre la cama y la cabeza entre ellos. Dormida. La pobre había permanecido allí toda la noche.

Lewis yacía inmóvil, aunque bajo las vendas el pecho subía y bajaba. Respiraba entrecortadamente, pero respiraba: aún estaba vivo. Dio gracias a Dios.

Le dio a su hermana un suave toque en el hombro.

—¿Helen? —susurró.

—¡Mmm! —murmuró, abriendo los ojos con dificultad, y después del todo cuando lo vio. Levantó la cabeza inmediatamente para mirar a Lewis.

—¿Ha…?

—Respira. Vete a la cama. Voy a vestirme y me quedaré con él mientras tú descansas y duermes en tu cama.

—He dormido —protestó.

Nathaniel se acordó de cuando eran niños. Helen, que no era demasiado alta para su edad, siempre procuraba demostrar que era tan fuerte y tan capaz como sus dos hermanos, uno mayor y otro más joven. Ahora, al ver la huella que había dejado la manga en su mejilla, sintió mucha ternura por ella, tanta que se le encogió el corazón.

—Vamos —dijo, metiéndole prisa con suavidad—. Además, tienes que descansar como Dios manda, como la Bella Durmiente —le dijo, guiñándole un ojo—. Bajaré de inmediato. Y, mientras tanto, la señora Welch se hará cargo de él. —Volvió la cabeza y elevó la voz—. ¿Verdad que sí, señora Welch?

La enfermera se despertó de repente, poniéndose firme en el sofá.

—Solo había cerrado los ojos un momento, para que descansaran.

Los dos hermanos se miraron sonriendo.

Nathaniel volvió a su habitación para lavarse y vestirse. Cuando casi había terminado, alguien llamó a la puerta.

—Adelante.

Era Connor, que entró de inmediato.

—Me estaba preguntando una cosa, señor.

—¿Sí?

—¿Desea que le afeite, señor? Ahora que el señor Lewis está en la cama, recuperándose, sería un honor para mí servirle como ayuda de cámara… Hasta que el señor Lewis se ponga bien, claro.

Nathaniel se pasó la mano por la barbilla. Raspaba, y mucho.

—De acuerdo. Gracias.

—No me las dé, señor. Me gustaría poder hacer mucho más.

Unos minutos más tarde, Nathaniel estaba sentado frente al espejo de su vestidor, con una toalla alrededor del cuello para proteger la ropa. Connor estaba junto a él, afeitándole con una enorme destreza. El criado le estiraba la piel y pasaba la afiladísima navaja con movimientos largos y suaves, haciendo pausas tras cada pasada para enjuagarla en una palangana con agua.

—Señor —empezó—, me dijo usted que, si me acordaba de algo más, pues que se lo contara…

—¿Sobre qué?

—Sobre el hombre que le disparó al señor Lewis.

Nathaniel movió los ojos hacia el espejo con la rapidez del rayo y los fijó en la imagen de los del criado.

—¿Y bien?

—Hay algo. Pero no quiero decir nada inapropiado…

—¡Diga lo que sea! Ni lo dude.

—Me preguntó si sabía de alguien que tuviera algo contra su hermano.

—Sí, ¿y?

—Me pregunto, señor, ¿hasta qué punto tiene usted relación con el señor Saxby?

Nathaniel notó que se le aceleraba el pulso.

—Pues bastante. Pero no deje que eso le ponga trabas.

—Es solo que… Bueno, sé que los dos caballeros discutieron sobre determinada señorita. Que les gustaba a ambos, vaya.

—¿La señorita Lyons?

—Pues… eso creo, señor. Aunque uno procura no prestar atención a las conversaciones privadas, señor, a veces es inevitable.

—Por supuesto. ¿Escuchó usted que Saxby amenazara a Lewis?

—Yo no diría que le amenazara exactamente, señor. Pero sí que le advirtió que permaneciera alejado de ella.

—Entiendo. ¿Sugiere usted que el hombre de Penenden Heath podría haber sido el señor Saxby?

—Yo no sugiero nada, señor. Jamás me atrevería a hacerlo, no me corresponde. Solo he pensado que debía hacérselo saber.

—Pero usted me dijo que no reconoció a su padrino. Y supongo que usted conoce al ayuda de cámara del señor Saxby, de las veces que ha estado aquí, que han sido bastantes.

—Pues sí, señor. Y no, él no era su padrino, ni su ayudante. No reconocí a esa persona.

—¿Qué aspecto tenía el padrino?

—Pues normal —respondió Connor, encogiéndose de hombros—. Delgado. Pelo oscuro. Unos veintitantos años.

No le vino a la mente nadie en especial.

—Y el enmascarado. ¿Qué me dice de él?

—Iba bien vestido, señor. Como un caballero, o al menos eso me pareció. De altura media, y el pelo castaño. Calculo que unos treinta y cinco años.

Nathaniel se puso a pensar. Esa descripción cuadraba con Saxby. Incluso también con Preston, aunque este estaba más cerca de los cuarenta. Pero la información era insuficiente como para tomar medidas.

—¿Y respecto a otras mujeres… maridos o pretendientes celosos, o padres ofendidos, de los que yo debiera saber algo?

—Pues no podría decirlo, señor. —El joven se ruborizó intensamente.

—¿No podría o no querría?

—No quiero hablar mal del señor Lewis. No mientras esté así.

—No le estoy pidiendo que me cuente cotilleos, Connor. Solo, si es que puede, que me dé algún dato para poder identificar al hombre que disparó a mi hermano. —En ese momento, se le ocurrió una idea—. ¿Puedo preguntarle una cosa? Respecto al hombre enmascarado, ¿sería usted capaz de reconocer su voz si volviera a escucharla?

—¿Su voz…? —repitió el criado, frunciendo el ceño y dudando—. Pues no lo sé.

—¿Es posible que hablara de una forma… digamos… peculiar, o sea, con algún tipo de acento, o que utilizara palabras de clase alta, o que sus frases rimaran? —No quería dirigir a Connor adonde él pretendía llegar, pero no veía la forma de sacarle la información. Quería saber, lo necesitaba. Si había sido Preston el autor del disparo a su hermano, Nathaniel no pararía hasta exigir por su propia parte una reparación.

—¿Cómo si hablara en verso, quiere usted decir? —Vio por el espejo que Connor hacía una mueca y arrugaba la frente—. ¿No estará sugiriendo que fue el Pirata Poeta el que disparó?

—Sí, se me ha pasado por la imaginación.

Connor volvió a poner cara de duda mientras pensaba.

—Dicen que viste como un verdadero caballero, ¿no es así?

—Sí. Conozco a ese individuo, y es cierto lo que dicen.

—¿De verdad le conoce, señor? —preguntó Connor, abriendo los ojos con asombro.

—Pues desgraciadamente sí. El muy maldito quemó mi barco.

La navaja quedó suspendida en el aire mientras Connor se concentraba todavía más.

—Puede que… hablase de una forma un tanto pomposa, desde luego. Pero ¿en verso? No estoy seguro. Intentaré revivirlo todo de nuevo, señor, y a ver qué puedo recordar.

—Hágalo, por favor.

Connor le limpió la espuma de afeitar de las mejillas y le aplicó un poco de bálsamo con perfume para suavizarlas.

—¿Le importaría que cuidara yo mismo del señor Lewis? Puedo ir a la habitación a recoger ropa de dormir limpia y ayudar a la enfermera a lavarle. Hasta podría afeitarle si ella considera que no es peligroso.

—Por supuesto que sí, Connor. —Nathaniel sintió una mínima punzada de envidia ante la lealtad del criado, pesando que quizá hacía tiempo que debía haber considerado la posibilidad de tener su propio ayuda de cámara—. Su consideración es muy de agradecer.

—Simplemente quiero ayudar en algo, en lo que sea —dijo Connor, bajando la cabeza algo avergonzado.

—Entiendo perfectamente cómo se siente —concluyó Nathaniel asintiendo.

Margaret realizó sus quehaceres matutinos con una sensación de gran confusión. No se lo podía creer, y el solo hecho de pensar lo que había pasado hacía que se sintiera enferma. ¿Quién habría disparado a Lewis Upchurch? El hombre siempre estaba flirteando, pero no se lo imaginaba enfrentándose a nadie en un duelo. ¿Qué habría hecho para que otro hombre reaccionara de una forma tan radical como para defender su honor, o el de alguien querido, de esa forma? ¿Acaso había insultado a alguien que no debía o que fuera peligroso… o a su esposa, su hermana o su amante? Podía creer que hubiera hecho eso, aunque, de cualquier forma, se estremeció al pensar que estaba casi a punto de morir.

Subió al primer piso para ver si podía ofrecer a Helen un poco de consuelo, pero cuando llegó a su habitación vio que Betty estaba saliendo con los labios apretados.

—No está aquí. Y esta noche no se ha acostado en la cama. Apuesto lo que sea que ha pasado la noche en la biblioteca, junto a su hermano. Pobre mujer.

Margaret no tenía apetito, así que, en lugar de acudir a desayunar a la sala del servicio, se acercó a la despensa, a ver si veía a la siempre alegre y optimista Hester. La encontró mientras intentaba limpiar la mesa de trabajo. Sujetaba con las dos manos un cepillo de gruesas cerdas, empapado de agua y jabón espumoso, y al lado tenía dos cubos, uno para enjuagar y otro para empapar el cepillo. Se doblaba por la cintura y utilizaba toda la fuerza de su cuerpo para frotar la superficie con el cepillo. Tenía las mejillas completamente arreboladas por el esfuerzo, y respiraba con dificultad.

—¿Hester…?

La mujer levantó la cabeza, pero no dejó de pasar el cepillo.

—Llevo toda la mañana intentando limpiar la mesa, pero no lo consigo. ¡Si no he pasado el cepillo cien veces, no lo he pasado ninguna! Pero da igual, no consigo limpiar la condenada mesa.

Era la primera vez que la veía enfadada. Le puso la mano sobre el hombro.

—Deja que lo intente yo un rato. Estás agotada.

Hester asintió agradecida y se pasó la manga por la frente. Se apoyó contra el aparador mientras Margaret agarraba el cepillo y se ponía a restregar.

—Entre tú y yo —dijo Hester—, nunca volveré a amasar directamente sobre esta mesa. La cubriré con papel vegetal, o con cualquier otra cosa. Da igual lo que freguemos, todavía puedo ver la sangre. Incuso olería.

—Lo siento, Hester. Es horrible, ¿verdad?

—Sí, horrible. Nunca había visto nada igual, y rezo por no volver a verlo en mi vida.

—¿Puedo ayudar de alguna otra manera?

—Tener la oportunidad de charlar contigo ya me ayuda, Nora. No me importa lo que digan los demás, para mí eres como un rayo de sol.

Disgustada, Margaret siguió limpiando la mesa durante más de un cuarto de hora, y después escurrió la espuma y la secó con un paño limpio.

—Sin una mancha —anunció.

—Mejor —aprobó Hester.

Margaret le apretó la mano y se marchó, dándose cuenta de que casi era la hora de las oraciones de la mañana. Empezó a andar por el pasillo y estuvo a punto de tropezarse con Connor, que iba hacia la despensa.

—¡Huy, perdón!

El joven asintió y se apartó hacia un lado. Estaba muy pálido. Parecía tan afectado por la tragedia como la propia Hester, pero era normal, por supuesto, ya que la había presenciado directamente, y además había tenido que trasladar el cuerpo del señor Upchurch al carro.

Margaret se detuvo en el pasillo, escuchando con curiosidad el afectuoso encuentro entre Hester y el joven.

—¿Qué tal estás, Connor?

No pudo oír qué le contestaba, solo un gruñido, y en voz muy baja.

—Vamos, vamos… No fue culpa tuya. No debes sentirte así.

Otra respuesta en voz baja.

—No te preocupes de eso ahora. El señor Lewis podría recuperarse. Si no es así, ya veremos qué pasa.

Estaba claro que Margaret no era la única persona que buscaba a Hester para conseguir un poco de consuelo.

Después de las oraciones de la mañana, Nathaniel siguió a Clive a los establos para hablar con él en privado. Varios minutos más tarde regresó y buscó al señor Saxby. Lo encontró en la habitación de invitados, supervisando los esfuerzos de su ayuda de cámara para meter un montón de objetos en solo unas pocas maletas.

—Por favor, ¿nos puede dejar solos un momento? —dijo Nathaniel, dirigiéndose al criado.

El delgado sirviente miró a su amo, hizo una inclinación y se marchó.

—Acabo de hablar con nuestro mozo de cuadras —empezó Nathaniel inmediatamente después de que saliera el sirviente—. Me acaba de confirmar la hora aproximada a la que Lewis salió a caballo con su criado ayer por la mañana. También me ha dicho que tú pediste tu caballo poco después.

—¿Y? —dijo Saxby, encogiéndose de hombros—. Estaba inquieto, y salí a cabalgar.

—¿Tan temprano? No es propio de ti.

—No tienes ni la menor idea de lo que es propio o no de mí —respondió, sonriendo con suficiencia—. Pero si de verdad, quieres saberlo, intenté seguir a tu hermano. Me dijo que era un embustero cuando sugerí que estaba viéndose a escondidas con una muchacha de por aquí. Pensé en seguirle, sorprenderles in fraganti y demostrar que el embustero era él. Pero le perdí la pista.

—¿Y entonces dónde estuviste ayer durante todo el día?

—Cabalgué hasta Hunton para visitar a mi primo Robert —respondió Saxby con cara de enfado—. No sabía que, como invitado, tuviera que dar cuenta ante ti de todos mis movimientos.

Nathaniel observó con detenimiento el acaloramiento de su interlocutor. Estaba a la defensiva, sin duda, pero ¿era debido al sentimiento culpa? No podía saberlo.

El señor Saxby se marchó un poco más tarde esa misma mañana. Permaneció el tiempo suficiente como para visitar a Lewis, y salió de la habitación pálido y desencajado. Pidió que se le mantuviera informado de la evolución del herido y después se inclinó ante Helen y saludó levemente a Nathaniel.

—Contáis con todo mi apoyo.

Desde las ventanas del vestíbulo, Nathaniel y Helen lo vieron alejarse por el sendero hasta llegar a su carruaje y subirse en él.

Ella miró por la ventana, probablemente sin ver.

—Dime que va a vivir.

Su hermano tragó saliva con fuerza mientras se acercaba a ella y le agarraba la mano.

—Va a vivir. —«Si Dios quiere», añadió para sí.

El doctor Drummond, amigo de la familia desde hacía mucho tiempo, había estado fuera atendiendo un parto, pero llegó esa misma tarde. Examinó a Lewis de arriba abajo, no solo la herida. Después se concentró en ella y la revisó a fondo. Cuando terminó, se llevó aparte a Nathaniel y Helen para darles su opinión.

—No veo signos de infección. Sus órganos internos, el corazón y los pulmones, parecen funcionar con normalidad, lo cual, teniendo en cuenta lo cerca que estuvo la bala de dañarlos, no deja de ser un milagro, si es que creéis en tales cosas.

—Yo sí que creo —contestó Nathaniel.

El médico asintió.

—Cuando la bala le alcanzó, se golpeó fuertemente la cabeza al caer. He encontrado un buen chichón, nada alarmante, pero es posible que el que aún permanezca inconsciente pueda deberse a una conmoción cerebral. Eso y, por supuesto, el láudano que le administró el señor White para extraerle la bala. Yo no le daría más, a no ser que mostrara signos de dolor o inquietud. Es muy importante que permanezca quieto mientras esté en la cama, para que la herida no se abra y cicatrice, así que el hecho de que siga inconsciente tiene una parte buena. A veces es una forma que tiene el cuerpo de superar los traumas.

Antes de irse, el doctor Drummond dio instrucciones a la enfermera Welch, dijo que volvería por la mañana y pidió que se le avisara si se producía algún cambio en la situación del paciente.

Esa misma tarde, Nathaniel estaba sentado junto a su hermana a los pies de la cama de Lewis, intentando leer una revista de agricultura pero más bien ensimismado, viendo como ardía y crujía la madera de la chimenea.

—¿Lewis te contó algo acerca de alguna mujer?

—¿Te refieres a Bárbara Lyons?

Se encogió de hombros, pues sabía que simplemente se estaba agarrando a un clavo ardiendo.

—Saxby me habló de una mujer de por aquí. Pero, según el ayuda de cámara, Lewis y Saxby discutieron sobre la señorita Lyons.

—Lewis no ocultó en ningún momento que ella le gustaba —dijo Helen, levantando los brazos—. ¿Por qué lo dices?

Le enseñó la cinta azul que la señora Budgeon había encontrado en los bolsillos de Lewis.

—Esto es un adorno de un vestido, o lo que sea, de una mujer, y me ha dado que pensar. Connor, el ayuda de cámara de nuestro hermano me ha dicho que el duelo fue por una cuestión de honor relacionada con una mujer.

Entró una sirvienta, que permaneció con la cabeza baja mientras se las apañaba para pasar por la puerta con una bandeja. Después levantó la vista, y se dio cuenta de que era Margaret.

Sin dejar la conversación, Helen le hizo un gesto para que entrara.

—Pero el señor Saxby ni siquiera está comprometido con la señorita Lyons.

Nathaniel miró a Margaret mientras se aproximaba.

—Pero un caballero podría sentirse ofendido en su honor si un amigo seduce a la mujer que ama.

Nathaniel volvió a recordar cómo Lewis había empezado a flirtear sin ningún control con la señorita Macy inmediatamente después de que él mismo empezara a cortejarla. Al parecer, su hermano no podía evitar el flirteo con mujeres a las que otros amaban.

Margaret colocó la bandeja sin hacer ruido y se marchó de inmediato.

—Lewis jamás… —Helen se detuvo de repente, sonriendo, aunque sin alegría—. Estaba a punto de decir que Lewis jamás haría semejante cosa, pero sé que no es verdad. Aunque me da cierta vergüenza decirlo cuando está tan cerca de morir. —Contuvo un sollozo—. ¡Cuánto le quiero!

—¡Pues claro que sí! Lo mismo que yo. Pero eso no significa que no seamos capaces de ver sus defectos, ni que debamos renunciar a descubrir a su agresor.

—Pero si fue un duelo que se desarrolló siguiendo las reglas del honor, un jurado no condenaría a un caballero.

—Los duelos no son legales. Más de uno ha acabado colgado por matar a otro, haya sido en un duelo o en otra circunstancia. Y hay algo más —añadió Nathaniel—. He hablado con el mozo de cuadra, y me ha dicho que Saxby salió a cabalgar esa mañana inmediatamente después de que se marchara Lewis.

—¿Me estás diciendo que crees que fue el señor Saxby quién le disparó? —preguntó Helen, con los ojos muy abiertos por el asombro.

—No… no lo sé. Me dijo que intentó seguir a Lewis pero que le perdió la pista, por lo que se fue a ver a Hunton. —Nathaniel se pasó la mano por la frente—. El ayuda de cámara me comentó que el agresor llevaba una máscara, que vestía como un caballero y que hablaba con acento pomposo. Así que podría tratarse perfectamente de Saxby. No obstante, me he sorprendido a mí mismo pensando que podría ser que el hombre que robó y prendió fuego al Ecdesia fuera también el que disparó a nuestro hermano.

—¡No! —exclamó Helen asombrada.

—Amenazó con venir aquí a buscarme y robar más, pues lo que consiguió en el barco le pareció poco.

—Acuérdate, el duelo tuvo lugar solo unas horas después de que acabara nuestro baile de máscaras —dijo Helen—. Muchos caballeros podrían haber llevado máscara.

—Lo sé.

—¿Y por qué el tal Preston habría disparado a Lewis? Y, en caso de que lo hubiera hecho, ¿por qué se iba a molestar en ocultarse tras una máscara?

—Para eso no tengo respuesta —espetó Nathaniel, exasperado y suspirando con fuerza—. No sé qué pensar.

—Hasta que no sepamos más, por favor no hagas público que Lewis participó en un duelo —le rogó Helen en voz baja—. No quiero que tenga que enfrentarse a un juicio si… —Se le rompió la voz—. ¡Que sobreviva por Dios!

Nathaniel le apretó la mano.

—En algún momento tendré que informar acerca de todo esto a la autoridad, como muy probablemente hagan el doctor Drummond y el señor White. Es su obligación. Pero tranquila, seré muy cuidadoso.

¡Si al menos se despertara! Diría el nombre del otro duelista y así se evitarían muchos problemas. Y si Lewis sobreviviera, el nudo en la garganta que Nathaniel sentía se desvanecería, y podría respirar de nuevo con tranquilidad. «¡Dios misericordioso, por favor, permite que sobreviva!».

La señora Budgeon le había asignado a Nora la responsabilidad añadida de atender la sala de cuidados, una especie de enfermería improvisada, situada en la biblioteca. Debía mantenerla limpia, servirle las comidas a la enfermera y llevar las bandejas a la familia, cuyos miembros pasaban mucho tiempo allí.

Esa noche, Margaret llegó a su habitación del ático y allí se dio cuenta de que se había olvidado de recoger la bandeja y con el juego de té que había servido en la habitación unas horas antes. Suspiró cansinamente y volvió a bajar por las escaleras.

Al llegar a la planta baja, caminó de puntillas por el rellano de la escalera para no hacer ruido. Al llegar al vestíbulo, echó un vistazo hacia la biblioteca, ya transformada en enfermería. La puerta estaba cerrada. Se preguntó si Helen y Nathaniel seguirían con su vigilia o si ya habrían delegado la responsabilidad en la enfermera, la señora Welch. Se abrió la puerta y Margaret se echó hacia atrás, manteniéndose entre las sombras para no molestar a la familia en el caso de que fuera alguno de ellos quien abandonaba la habitación.

Salió un hombre solo y cerró la puerta con cuidado. A la pálida luz de la luna pudo comprobar que se trataba de Connor, el ayuda de cámara de Lewis, y que llevaba en la mano un neceser de aseo. Le conmovió la lealtad del joven a la hora de atender a su señor.

Cuando salió al vestíbulo. Connor se llevó un buen susto.

—¡Ah, Nora! Me has asustado.

—Lo siento —se disculpó y sonrió—. ¿Qué tal está? —susurró.

—Todavía no está consciente —informó, negando con la cabeza con cierta pesadumbre.

—Eres muy considerado al atenderle —le dijo, apretándole el antebrazo.

—La enfermera está con él. No tienes por qué preocuparte.

—Se me olvidó recoger la bandeja que he traído antes.

—¡Ah! —Asintió con la cabeza—. Podía habérmela llevado yo.

—No es tu trabajo. Ahora vete a dormir un poco.

—A ver si puedo. Buenas noches, Nora.

—Buenas noches.

Fue hasta la habitación y abrió la puerta con suavidad. Ya no se sentía incómoda por el hecho de entrar en la habitación en la que dormía Lewis, sino simplemente afectada porque se tratara de una enfermería.

La enfermera, que era bastante mayor, alzó la cabeza cuando oyó que la puerta se abría y sonrió. La señora Welch tenía una cara amplia y amable, enmarcada por una cofia de tela blanca.

—¿Qué tal está? —susurró Nora.

—Igual, querida. Ni mejor ni peor.

—¿Quiere que le traiga algo antes de que me vaya a la cama? —preguntó Margaret mientras recogía las cosas y las colocaba en la bandeja.

—Te lo agradezco mucho, querida, pero no necesito nada.

—Entonces buenas noches. —Se detuvo un momento para mirar a Lewis. No le gustaba nada verlo tan pálido e inmóvil.

Se acordó de la conversación que mantenían Helen y Nathaniel cuando llevó la bandeja. Al parecer, Nathaniel pensaba que el señor Saxby podría haber retado a duelo a Lewis a causa de la señorita Lyons. Pero esta le había contado a su amiga que Saxby había roto con ella antes del baile. ¿Debería contárselo a Nathaniel? No le gustaba la idea de que acusara sin fundamento al amigo de Lewis.

Tras llevar la bandeja a la cocina, Margaret subió a la terraza. Esperaba encontrarse con el señor Upchurch para poder ofrecerle sus condolencias por la situación y sus mejores deseos, y posiblemente mencionarle lo que sabía sobre el señor Saxby y la señorita Lyons.

Como no estaba, se puso a mirar hacia la estrella polar. Allí, en la balaustrada de la terraza, se sentía más cercana a Nathaniel, aunque no estuviera ahora con ella. Rezó por la vida de Lewis, y porque Helen y Nathaniel no discutieran ni se peleasen. Finalmente, lo hizo por la seguridad y el bienestar de su propia familia: su madre, su hermana y su hermano.

Se sorprendió a sí misma rememorando las últimas horas de su padre. El reverendo Macy había sido atropellado por un carruaje tirado por cuatro caballos cuando se detuvo a ayudar a una persona en la calle. Le atendió un cirujano, pero había poco que hacer debido a la gravedad de las heridas internas. Su padre estuvo inconsciente durante varias horas antes de entregar su alma. Conociéndolo, con toda seguridad estaría preparado para encontrarse con el Creador. Pero ella no lo estaba para perderlo.

—¡Te echo de menos, papá! —susurró, procurando contener las lágrimas.