DÍA 4
MAÑANA DEL DOMINGO
—Alice. —Lauren se quedó mirando de hito en hito a su compañera—. ¿Con quién estabas hablando?
—Ay, Dios mío. —Alice se llevó una mano al pecho. La palidez de su rostro se adivinaba en la oscuridad—. Qué susto me has dado.
—¿Hay cobertura? ¿Has logrado hablar con alguien?
Lauren quiso arrebatarle el móvil, pero Alice apartó bruscamente la mano.
—La señal es demasiado débil. Creo que no me oyen.
—Llama a emergencias —dijo Lauren, extendiendo otra vez el brazo.
Alice dio un paso atrás.
—Ya lo he hecho, pero la comunicación se cortaba.
—Mierda. Entonces, ¿con quién hablabas?
—Era un buzón de voz. Aunque creo que no he podido dejar el mensaje.
—¿De quién?
—De nadie. Se trata de algo relacionado con Margot.
Lauren no apartó la mirada de Alice hasta que esta se la devolvió.
—¡¿Qué?! —le espetó Alice—. Ya te he dicho que antes he marcado el número de emergencias.
—Casi no tenemos señal ni batería, no podemos desperdiciarla.
—Ya lo sé, pero esto era importante.
—Lo creas o no, hay cosas más importantes que tu dichosa hija.
Alice no contestó. Se limitó a aferrar el teléfono con más fuerza.
—Muy bien. —Lauren se obligó a respirar hondo—. De todas formas, ¿se puede saber cómo has cogido el móvil sin despertar a Jill?
Alice estuvo a punto de echarse a reír.
—¡Esa mujer ni siquiera se despertó ayer cuando nos cayó la tormenta! ¿Cómo iba a enterarse de que su anorak cambiaba de sitio?
Era cierto, Jill siempre parecía dormir mejor que todas las demás. Se fijó en la otra mano de Alice.
—Y también te has llevado la linterna de Beth.
—Me hace falta.
—Es la única que nos queda, la única que aún funciona.
—Por eso la necesito.
Alice no la miraba a los ojos. El haz de luz se movía en la oscuridad. Más allá de este, el sendero estaba en penumbra.
Lauren vio la mochila de Alice apoyada en una roca. Preparada para emprender la marcha. Volvió a respirar hondo y dijo:
—Oye, tenemos que avisar a las otras, querrán saber que hay cobertura. No les contaré que ibas a marcharte.
Alice no contestó y se metió el móvil en un bolsillo de los vaqueros.
—Por Dios, Alice, ¿de verdad sigues pensando en marcharte?
Alice se agachó, cogió la mochila y se la colgó de un hombro. Lauren la agarró del brazo.
—¡Suéltame! —exclamó Alice mientras se zafaba.
—No puedes seguir tú sola. Es peligroso. Y ahora hay señal, eso facilitará que nos encuentren.
—No, es demasiado débil.
—¡Pero es algo! Alice, es la mejor oportunidad que hemos tenido desde hace días.
—No levantes la voz, por favor. Lo siento, no puedo quedarme aquí esperando a que nos encuentren.
—¿Por qué no?
No hubo respuesta.
—Por el amor de Dios. —Lauren intentó tranquilizarse. Notaba el corazón aporreándole el pecho—. ¿Se puede saber cómo piensas lograrlo?
—Iré hacia el norte, que es lo que deberíamos haber hecho hoy. Sabes que esa es la manera de salir de aquí, Lauren, pero no has querido reconocerlo porque entonces habrías tenido que intentarlo.
—No. No he querido porque es peligroso. Sobre todo si estás sola. Además, irás a ciegas, ni siquiera llevas brújula.
Lauren notó la presencia del disco de plástico en el bolsillo.
—Si tanto te preocupa eso, podrías dármela.
—No. —Lauren rodeó el instrumento con los dedos—. Ni pensarlo.
—Ya me parecía. De todas formas, sabemos que este sendero va al norte. Sabré cómo orientarme si es necesario. Lo hice en McAllaster.
El condenado McAllaster. Lauren sintió que se le aceleraba el pulso al oír ese nombre. Sintió una opresión en el pecho. Treinta años antes habían estado en medio de la nada y tan cerca la una de la otra como en aquel momento. La prueba de confianza. Lauren estaba triste, añoraba su casa y llevaba una venda en los ojos. Recordaba perfectamente la inmensa sensación de alivio al notar la mano firme de Alice en su brazo y escuchar su voz segura.
—Ya te tengo. Por aquí.
—Gracias.
Alice guiaba y Lauren la seguía. Un ruido de pisadas a su alrededor. Una risita. Luego, otra vez la voz de Alice en su oído y un susurro de advertencia:
—Cuidado.
La mano que la llevaba del brazo desapareció de pronto, liviana como el aire, y la abandonó a su suerte. Lauren extendió el brazo, desorientada, mientras tropezaba con algo que estaba justo delante de ella. Sintió que caía al vacío. A sus espaldas, sólo se oían unas risas ahogadas y lejanas.
Se fracturó la muñeca al aterrizar. Y se alegró. Eso significaba que, cuando se quitara la venda y se viera completamente sola, rodeada por el denso bosque en la oscuridad creciente, tendría una excusa para tener lágrimas en los ojos. Tampoco es que eso importase mucho. Las otras chicas tardaron cuatro horas en volver a buscarla. Cuando al fin lo hicieron, Alice se estaba riendo.
—Ya te he dicho que tuvieras cuidado.