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Lauren seguía mirando el agua fijamente. Falk tomó aliento con los dientes apretados y aprovechó la ocasión para dar un paso rápido hacia ella. Lauren estaba tan concentrada que ni siquiera se dio cuenta.

Falk era consciente de que ambos temblaban de frío y temía que los dedos helados de ella se soltaran de improviso.

—De verdad que no quería matarla. —La voz de Lauren apenas se oía en medio del estruendo del agua.

—Te creo —aseguró Falk.

El agente recordó la primera conversación que había mantenido con ella, allí, en el sendero de Mirror Falls, en plena noche. Parecía que había transcurrido muchísimo tiempo desde entonces. Todavía podía ver la expresión de Lauren, abrumada e insegura. «No es que saliera mal una cosa en concreto, sino mil pequeños detalles».

Ahora, el gesto de Lauren era de determinación.

—Pero sí quería hacerle daño.

—Lauren…

—No por lo que me hizo a mí. Eso es culpa mía. Pero sé lo que Margot le hizo a Rebecca. Sé que la acosó y la atormentó. Tal vez Margot supo ocultar lo que había hecho y Alice gritó lo suficiente para que en el colegio hicieran la vista gorda. Pero yo sé muy bien lo que hizo esa chica. Es exactamente igual que su maldita madre.

Las palabras de Lauren quedaron suspendidas en la bruma gélida. Seguía mirando hacia abajo.

—Hay muchas cosas que son culpa mía, de todos modos —añadió en voz baja—. Por ser tan débil. Eso no puedo reprochárselo ni a Alice ni a Margot. Y Rebecca lo descubrirá algún día, si es que no lo ha hecho ya, y me odiará por ello.

—Todavía la necesita. Y la quiere. —Falk evocó entonces el rostro de su padre, su letra garabateada en los mapas. «Con Aaron.»—. Aunque no siempre se dé cuenta de ello.

Lauren se lo quedó mirando.

—Pero ¿y si no puedo solucionar las cosas con ella?

—Sí que puede. Las familias se perdonan.

—No lo sé. No todo merece ser perdonado. —Lauren había vuelto a bajar la vista—. Alice me dijo que yo era débil.

—Se equivocaba.

—Yo también lo creo. —Esa respuesta sorprendió a Falk—. Ahora soy distinta. Ahora hago lo que tengo que hacer.

Falk notó que se le erizaba el vello de los brazos al tiempo que el aire se enrarecía. Habían traspasado un umbral invisible. No había percibido ningún movimiento por parte de Lauren, pero de pronto le pareció que estaba mucho más cerca del borde. Vio que Carmen miraba hacia arriba, preparada para intervenir. Falk tomó una decisión; aquello había llegado demasiado lejos.

La idea todavía no había acabado de tomar forma en su mente cuando Falk empezó a moverse. Dio un par de pasos rápidos sobre las rocas, pisando una superficie resbaladiza como el cristal y alargando las manos. Agarró el anorak que llevaba Lauren —que de hecho era el suyo— y cerró los dedos con torpeza por culpa del frío en torno a la tela.

Lauren lo contempló con mirada tranquila y, con un solo movimiento fluido, movió los hombros, dobló su delgado torso hacia delante y se desprendió del anorak como si fuera la piel de una serpiente. Se zafó de él y, tras un movimiento marcado por la determinación y la precisión, desapareció.

El borde estaba vacío, como si Lauren nunca hubiera estado ahí.