DÍA 2
TARDE DEL VIERNES
El tenue sol se había desplazado por la estrecha franja de cielo y la hierba les llegaba a los tobillos cuando finalmente una de ellas se decidió a decir:
—¿No nos habremos equivocado?
Beth soltó un suspiro de alivio al oír las palabras de Jill. Llevaba veinte minutos queriendo hacer esa pregunta, pero no se había atrevido. Bree la habría matado.
Su hermana se detuvo y miró hacia atrás.
—En principio, vamos bien.
—¿Sólo en principio?
—Vamos bien. —Bree no parecía muy convencida, así que consultó el mapa—. No puede ser de otro modo. No nos hemos desviado en ningún punto.
—Eso ya lo sé, pero… —Jill hizo un gesto con la mano, abarcando el paisaje que las rodeaba. El sendero estaba lleno de maleza y la densidad de los árboles iba en aumento a cada paso que daban. El mapa podía decir lo que quisiera, pero todo parecía indicar que no iban bien.
A su alrededor se oían los chillidos de unos pájaros ocultos que se llamaban y respondían entre sí. Beth tuvo la sensación de que el bosque estaba hablando de ellas.
—No hemos visto ningún banderín de señalización en todo el día —observó Jill—. El último fue el del árbol de ayer y, en teoría, hay seis. A estas alturas, creo que ya deberíamos haber visto otro, como mínimo.
—Tal vez nos hemos equivocado de camino en la bifurcación que hemos encontrado después de comer —dijo Alice—. ¿Puedo echar un vistazo? —Le arrancó el mapa a Bree antes de que ella pudiera decir nada.
Bree se quedó petrificada, con la mano vacía extendida. Parecía estar perdida en todos los sentidos. Beth trató de captar su atención, pero no lo logró.
—Mirad. —Alice estaba estudiando el mapa con el ceño fruncido—. Apuesto a que ha sido aquí. Ya me parecía a mí que habíamos llegado demasiado pronto.
—La verdad es que no…
—Bree —dijo Alice en un tono cortante—. No vamos bien.
Durante un instante sólo se oyeron los extraños murmullos del bosque. Beth alzó la vista hacia los eucaliptos. La corteza colgaba en tiras flácidas, como piel despellejada. Daba la impresión de que los árboles estaban muy cerca, de que eran muy altos, de que las rodeaban por todas partes. «Estamos atrapadas», pensó de pronto.
—¿Y ahora qué hacemos? —La voz de Jill tenía un tono ligeramente distinto del habitual, y Beth no supo cómo interpretarlo. No era miedo, todavía no. Tal vez inquietud, o un vivo interés.
Alice sostuvo el mapa para que Jill lo mirara.
—Si hubiéramos tomado el camino que tocaba, estaríamos aquí. —Le señaló el lugar—. Pero si no ha sido así… No sé, seguramente andemos por esta zona.
Trazó un pequeño círculo en la hoja.
Jill se inclinó un poco sobre el mapa, luego un poco más; se le marcaron las arrugas en torno a los ojos.
Beth se dio cuenta de que Jill no podía leer el mapa. Seguramente las letras eran demasiado pequeñas. Por más que lo examinase, si el papel impreso hubiera estado en blanco habría sido lo mismo. Había visto a su abuela disimular de un modo semejante cuando no quería reconocer que ya era incapaz de leer de cerca. Mientras Jill fingía con bastante pericia que estudiaba el mapa, Alice la observaba con un gesto de curiosidad. A Beth le pareció que también se había dado cuenta de que no podía leerlo.
—Mmm. —Jill emitió un sonido que no significaba nada y le pasó el mapa a Lauren—. ¿Tú qué opinas?
Lauren parecía un tanto sorprendida, pero lo cogió. Inclinó la cabeza y lo recorrió con la mirada.
—Sí, yo también creo que nos hemos equivocado —le dijo—. Lo siento, Bree.
—¿Y qué hacemos? —preguntó Jill, mirándola.
—Creo que deberíamos dar la vuelta y tratar de desandar lo andado.
—¡Buf! —exclamó Alice—. Si hacemos eso, tardaremos una eternidad. Nos pasaremos horas dando vueltas.
—Bueno —respondió Lauren, encogiéndose de hombros—, no sé qué otra opción tenemos.
Jill las iba mirando alternativamente, primero a una y después a otra, como en un partido de tenis. Bree se encontraba a sólo un par de metros, pero era como si fuera invisible.
Alice contempló el sendero por el que habían venido.
—¿Estáis seguras de que sabremos volver por el mismo sitio? No lo veo claro, igual nos salimos del camino.
Beth se asustó al advertir que Alice estaba en lo cierto. A su espalda, el sendero que habían recorrido se veía ahora desdibujado, los bordes se fundían con el paisaje. Instintivamente, Beth buscó el paquete de tabaco. No lo llevaba en el bolsillo. Su corazón empezó a latir un poco más deprisa.
—Creo que sigue siendo la mejor opción —insistió Lauren—. O por lo menos, la más segura.
—Tardaremos varias horas más en completar todo el recorrido —objetó Alice dirigiéndose a Jill—. Y tendremos que caminar de nuevo a oscuras antes de llegar al campamento, eso seguro.
Jill bajó la mirada hacia sus botas nuevas, y Beth intuyó que a ninguna de ellas le entusiasmaba la idea de recorrer varios kilómetros más. La presidenta abrió la boca, pero la volvió a cerrar y negó levemente con la cabeza.
—Bueno, pues no sé —dijo al fin—. ¿Qué alternativa tenemos?
Alice estudió el mapa, levantó la vista y entrecerró los ojos.
—¿Soy la única que oye el sonido de un arroyo?
Beth contuvo el aliento. Las palpitaciones en sus oídos casi apagaban el leve rumor del agua. ¡Joder, qué poco preparada estaba! Las otras, al menos, asentían con la cabeza.
—Si nos hemos equivocado en este punto, el arroyo debería ser este de aquí —añadió Alice, señalando el mapa—. Parece que está cerca. Puede servirnos para orientarnos. Si averiguamos dónde estamos, podríamos tratar de coger un atajo y retomar el camino correcto más adelante.
Beth advirtió que Lauren se había cruzado de brazos y que apretaba mucho los labios.
—¿Crees…? —Jill carraspeó—. ¿Estás segura de que podremos orientarnos a partir de ahí?
—Sí, deberíamos poder.
—¿Tú qué opinas? —le preguntó Jill a Lauren.
—Creo que deberíamos volver por donde hemos venido.
—¡Por Dios, nos vamos a pasar toda la noche a la intemperie! —protestó Alice—. Sabéis que tengo razón.
Lauren no dijo nada. Jill la miró; luego a Alice y, por último, fijó la vista de nuevo en sus botas. Soltó un suspiro ahogado.
—Vamos a buscar el arroyo.
Nadie se molestó en preguntarle a Bree qué opinaba ella.
Beth fue avanzando mientras el sonido del agua cobraba mayor nitidez. No sonaba igual que el rugido de las cataratas del día anterior, que era más pesado y sordo. Cruzaron una arboleda y Beth vio que habían llegado a una cornisa llena de barro.
El suelo arcilloso describía una pendiente cerca de sus pies, de una altura superior a un metro y que terminaba en una corriente agitada y marrón. Aquello era más un río que un arroyo, sin duda, pensó mientras contemplaba el caudal, que había aumentado a causa de la lluvia y que dejaba una línea de espuma en la orilla al pasar. La broza que flotaba en el agua daba una idea de la velocidad de la corriente bajo la superficie.
Alice examinó el mapa mientras Jill y Lauren la observaban. Bree se acercó al borde de la cornisa con aire triste. Beth se quitó la mochila, metió la mano en el interior y buscó el paquete de tabaco. No lo encontró y, pese al frío, las palmas empezaron a sudarle. Introdujo más el brazo. Finalmente, localizó con los dedos aquella forma que le era tan familiar, sacó el paquete, y con él arrastró prendas de ropa y otras cosas.
Era ya demasiado tarde cuando Beth advirtió que un brillante bote de metal salía rodando de la mochila; extendió los dedos para cogerlo, pero el objeto rebotó y quedó fuera de su alcance, dio otro tumbo en dirección a la orilla y acabó cayendo por el borde de la cornisa.
—¡Mierda! —soltó Beth; se metió el paquete de tabaco en el bolsillo y se acercó con dificultad al filo.
—¿Qué era eso? —preguntó Alice, alzando la vista del mapa.
—No lo sé.
Beth echó un vistazo y exhaló un suspiro de alivio entrecortado. Fuera lo que fuese, había quedado suspendido en una maraña de ramas muertas situada por encima del agua.
—Genial. —Ahora Alice estaba mirando el bote, igual que todas las demás—. Es la bombona de gas para el hornillo.
—La… ¿qué? —preguntó Beth, contemplando el brillo del metal mientras las ramas se movían de un lado a otro.
—La bombona para el hornillo —repitió Alice—. La necesitamos para preparar la cena esta noche. Y mañana. Por Dios, Beth. ¿Cómo es posible que se te haya caído?
—Ni siquiera sabía que la llevaba yo.
—Las cosas comunes nos las repartimos, eso lo sabes, ¿verdad?
Un tronco suelto pasó a toda velocidad por el agua y chocó contra las ramas. La bombona tembló, pero no se movió.
—¿Podemos apañárnoslas sin ella? —preguntó Jill.
—Si queremos cenar esta noche, no.
Otro temblor en el agua, y otra sacudida de la bombona. Beth notó que Alice la miraba fijamente. Contempló el río crecido, previendo lo que se avecinaba. Alice se acercó a ella por detrás. Beth sintió que una mano invisible se le clavaba en la espalda.
—Ve a buscarla.