DÍA 4

DOMINGO POR LA MAÑANA

La mujer veía su propio miedo reflejado en los tres rostros que le devolvían la mirada. El corazón le latía desbocado y podía oír la respiración acelerada de las otras mujeres. Por encima de ellas, la franja de cielo que los árboles dejaban al descubierto era de un gris apagado. El viento agitó las ramas de los árboles y unas gotas de lluvia cayeron sobre el grupo de mujeres. Ninguna de ellas se inmutó. A sus espaldas, la madera podrida de la cabaña se asentó con un crujido.

—Tenemos que salir de aquí cuanto antes —dijo la mujer.

Las dos que estaban a su izquierda asintieron enseguida; por una vez, el miedo hizo que estuvieran de acuerdo. Sus oscuros ojos estaban abiertos como platos. A la derecha de la mujer, un titubeo brevísimo; después, un tercer asentimiento.

—¿Y qué pasa con…?

—¿Qué pasa con qué?

—Qué pasa con Alice.

Un silencio espantoso. Sólo se oían los crujidos y murmullos de las copas de los árboles, que observaban desde lo alto el estrecho círculo de cuatro personas.

—Ella se lo ha buscado.