21

Cuanto más se alejaban, más les costaba avanzar por el sendero, que al cabo de una hora desapareció casi por completo al cruzar un arroyo, para después volver a surgir y empezar a serpentear hacia una cuesta pronunciada que ascendía por el desfiladero que King había mencionado. Las hileras de árboles idénticos que montaban guardia a su alrededor empezaron a jugarle malas pasadas a Falk, que cada vez agradecía más encontrarse con los trozos de cinta policial. La idea de tener que recorrer ese trayecto solo le horrorizaba. El miedo desbocado a acabar perdido no desaparecía nunca.

Sintió un gran alivio al empezar a ver unas manchas de color naranja entre los árboles. Miembros del equipo de búsqueda, sin duda. Ya debían de estar acercándose. Falk vio que la densidad del bosque disminuía poco a poco. Avanzaron unos pasos más y llegaron a un pequeño claro.

En el centro, agazapada y sombría tras los cordones policiales y el destello de los chalecos de los agentes, distinguió la cabaña.

Los tonos apagados del bosque la camuflaban a la perfección y cualquiera diría que la habían construido para parecer intencionadamente aislada. Desde las enormes ventanas vacías hasta la puerta combada y hosca, toda ella traslucía una imagen de desesperanza. Falk oyó la respiración de Carmen a su lado y, en torno a ellos, los árboles susurraron y temblaron. Una ráfaga de viento recorrió el claro y la cabaña gimió.

Lentamente, Falk giró sobre sus talones. El monte bajo se extendía en todas direcciones y entre los árboles apenas se distinguía alguna nota naranja del equipo de rescate. Desde ciertos ángulos, se imaginaba que la edificación resultaría difícilmente visible. El grupo de las mujeres había tenido suerte al encontrarla. O tal vez no, pensó Falk.

Un agente de policía estaba montando guardia al lado de la cabaña y otro hacía lo mismo a poca distancia. Delante de ambos, en el suelo, unas lonas de plástico cubrían algo. Las dos se curvaban un poco en el centro, pero cumplían su función y no dejaban ver lo que ocultaban.

Falk buscó a King con la mirada.

—Lauren nos contó que encontraron los restos de un perro.

—Sí, están ahí. —King señaló la lona de plástico más cercana, la más pequeña, y suspiró—. Pero los otros no pertenecen a un perro. Los especialistas están de camino.

Mientras observaban, el viento levantó la esquina de la lona más cercana, que se dobló sobre sí misma. El agente que montaba guardia se acuclilló para ponerla bien, pero Falk atisbó un agujero poco profundo y expuesto a la intemperie. Intentó imaginar lo que habrían sentido Alice y las demás al estar en aquel sitio, solas y asustadas. Sospechó que cualquier cosa que se le ocurriera no podría aproximarse siquiera a la realidad.

Se percató de que hasta ese momento había tenido la incómoda sensación de que las cuatro mujeres habían abandonado enseguida a Alice al descubrir que había desaparecido. Pero ahora, delante de aquella desolada cabaña, casi podía oír un insistente susurro en su mente: «Huye. Sal de aquí». Movió la cabeza intentando apartar la idea.

Carmen se fijó en la lona de mayor tamaño y dijo:

—En su momento no llegaron a encontrar a la cuarta víctima, Sarah Sondenberg.

—Sí, así es —confirmó King, asintiendo.

—¿Hay algún indicio? —preguntó la agente, señalando la lona de plástico—. Seguro que se lo ha planteado.

Dio la impresión de que King quería decir algo, pero se contuvo y contestó:

—Los especialistas tendrán que examinarlo. Después de eso sabremos más detalles. —Levantó la cinta de la puerta—. Acompáñenme, les enseñaré el interior.

Se agacharon por debajo del cordón policial. La puerta les pareció una herida en la madera cuando la franquearon. En el interior, Falk percibió un leve olor a podredumbre y descomposición, que se mezclaba con el intenso y embriagador aroma de los eucaliptos. Apenas se veía nada. Por las ventanas sólo entraba un poco de luz, pero al colocarse en el centro de la sala empezó a distinguir algunos detalles. El polvo del suelo, que evidentemente había formado una gruesa capa, mostraba ahora las señales de haber sido removido. Se veía una mesa a un lado, formando un ángulo extraño, y por todas partes había hojas y broza. En una pequeña habitación, descubrió un colchón en el que se apreciaba una mancha oscura y perturbadora. A sus pies, moteando las tablas sucias del suelo bajo la ventana rota, apreció unas salpicaduras negras que parecían ser de sangre reciente.