15

Falk llamó con fuerza a la puerta de color azul marino de la casa de Alice Russell, y escuchó cómo el sonido resonaba en las profundidades de la vivienda. Aguardaron. Reinaba cierta quietud, pero no se percibía la soledad vacía de una casa sin ocupantes. Falk se dio cuenta de que contenía el aliento.

El rostro había desaparecido de la ventana de arriba en cuanto lo había visto. Falk le había dado un codazo a Carmen, pero cuando ella miró el cristal ya sólo era un cuadrado vacío. Le explicó que unos segundos antes había alguien allí. Una mujer.

Volvieron a llamar y Carmen ladeó la cabeza.

—¿Has oído eso? —susurró—. Creo que tienes razón, ahí hay alguien. Yo me quedo aquí, a ver si tú puedes entrar por detrás.

—Vale.

Falk se dirigió al otro lado de la casa e intentó abrir una verja alta. Estaba cerrada, así que acercó un contenedor de basura con ruedas que estaba cerca y, alegrándose de llevar la ropa de montaña, subió y saltó la valla. Oía los golpes de Carmen en la puerta principal mientras avanzaba por un camino empedrado que llevaba a un enorme jardín trasero, al que no le faltaban ni un porche ni una piscina con hidromasaje llena de un agua de un tono azul que no se veía en la naturaleza; la hiedra que trepaba por el muro lograba que el espacio ofreciera cierta sensación de intimidad.

La parte de atrás de la casa la componían casi exclusivamente unas ventanas desde las que se veía una amplia cocina. Los limpios cristales reflejaban tanto la luz que el agente apenas distinguió a la mujer rubia del interior, que estaba en la puerta del vestíbulo, completamente inmóvil y dándole la espalda. Falk oyó que Carmen volvía a llamar y la mujer dio un respingo. Al mismo tiempo debió de notar su presencia en el exterior, porque dio media vuelta y se le escapó un grito al verlo en el jardín. Falk reconoció aquel rostro a pesar del gesto de intensa sorpresa.

Alice.

Durante una milésima de segundo, el agente sintió que el vértigo y la euforia del alivio le recorrían el cuerpo. Tuvo un subidón de adrenalina, potente, pero después, con un dolor que casi podía palpar, desapareció con la misma rapidez con que había surgido. Parpadeó mientras su mente asimilaba lo que estaba viendo.

El rostro de aquella mujer le resultaba conocido, pero no lo reconocía. Además, la palabra «mujer» no era la más indicada. Un grave y profundo gruñido se le formó en la garganta. No era más que una niña, que lo miraba de hito en hito desde la cocina con expresión de miedo. No era Alice. Se parecía mucho a ella, pero no lo era.


Falk sacó la identificación antes de que la hija de Alice volviera a chillar. Extendió el brazo y se la mostró.

—Somos de la policía. No tengas miedo —gritó a través de la ventana. Trató de recordar el nombre de la muchacha—. Te llamas Margot, ¿verdad? Estamos colaborando en la búsqueda de tu madre.

Margot Russell dio medio paso en dirección al cristal. Sus ojos parecían hinchados y enrojecidos de haber llorado cuando miró la placa.

—¿Qué quieren?

Le temblaba la voz, que también resultaba extrañamente inquietante. Falk se percató de que era casi idéntica a la de su madre.

—¿Podemos hablar contigo? Mi compañera está en la puerta. Es una mujer, ¿por qué no le abres antes a ella?

Margot titubeó y estudió de nuevo la placa; después hizo un gesto de asentimiento y desapareció. Falk se quedó esperando. Cuando apareció de nuevo en la cocina, Carmen la seguía. Margot abrió la puerta de atrás y lo dejó pasar. Al acceder al interior, Falk pudo verla bien por primera vez. Pensó que, al igual que Alice, casi se diría que era guapa, aunque tenía esos mismos rasgos afilados que le daban un toque diferente. Falk sabía que tenía dieciséis años, pero con esos vaqueros, descalza y con la cara lavada, parecía más joven.

—¿En teoría no deberías estar con tu padre? —le preguntó.

La chica se encogió levemente de hombros mientras miraba al suelo.

—Quería venir a casa.

Llevaba un móvil en la mano y le daba vueltas como si fuera una sarta de cuentas de esas que sirven para relajarse.

—¿Cuánto llevas aquí?

—Desde esta mañana.

—No puedes estar aquí sola —señaló Falk—. ¿Tu padre lo sabe?

—Está en el trabajo. —Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero no llegaron a rebosar—. ¿Ha aparecido ya mi madre?

—Todavía no. Pero están haciendo todo lo que pueden por encontrarla.

—Pues podrían esforzarse un poco más.

A la muchacha le tembló la voz y Carmen la condujo a un taburete de la cocina.

—Siéntate. ¿Dónde tenéis los vasos? Voy a ponerte un poco de agua.

Margot señaló un armario sin dejar de manosear el móvil.

Falk cogió otro taburete y se sentó frente a ella.

—Margot, ¿conoces al hombre que ha venido antes? —le preguntó—. El que llamaba a la puerta.

—¿A Daniel? Sí, claro. —En su voz había un deje de inquietud—. Es el padre de Joel.

—¿Quién es Joel?

—Mi exnovio —contestó, recalcando mucho el «ex».

—¿Has hablado con Daniel Bailey? ¿Te ha dicho por qué ha venido?

—No, no quiero tener nada que ver con él. Y sé lo que quería.

—¿Y qué es lo que quería?

—Está buscando a Joel.

—¿Estás segura? —preguntó Falk—. ¿No ha sido por nada relacionado con tu madre?

—¿Con mi madre? —Margot lo miró como si fuera tonto—. Si mi madre no está. Ha desaparecido.

—Ya lo sé. Pero ¿cómo puedes estar segura de que Daniel ha venido por eso?

—¿Que cómo puedo estar segura? —Margot soltó una extraña carcajada ahogada—. Pues porque Joel la ha liado. Ha estado de lo más atareado en internet. —Agarró el móvil con tanta fuerza que la piel de las manos se le puso blanca. Entonces respiró hondo y se lo tendió a Falk—. Supongo que no pasa nada porque lo vea. Ya lo ha hecho todo el mundo.

La Margot que aparecía en la pantalla parecía mayor. Iba maquillada y llevaba la brillante melena suelta. Y le faltaban los vaqueros. La nitidez de las fotos era sorprendente, teniendo en cuenta la poca luz. Falk pensó que en el colegio tenían razón. No cabía duda de que eran explícitas.

Margot contempló la pantalla. Tenía la cara hinchada y los ojos rojos.

—¿Cuánto tiempo llevan en internet? —quiso saber Falk.

—Creo que desde ayer al mediodía. También hay dos vídeos. —Parpadeó con fuerza—. Desde entonces ya han tenido más de dos mil visitas.

Carmen puso un vaso de agua delante de la joven.

—¿Y crees que las ha publicado Joel Bailey? —preguntó.

—Es el único que las tenía. O al menos lo era.

—¿Y el que aparece contigo en las imágenes es él?

—A él le hacen gracia. Pero me prometió que las iba a borrar. Le obligué a que me enseñara el móvil para demostrármelo. No sé, debió de guardarlas. —Empezó a irse por las ramas, a hablar de forma entrecortada—. Nos las hicimos el año pasado, antes de romper. Sólo para… divertirnos —dijo con una mueca triste—. Cuando lo dejamos estuve mucho tiempo sin saber nada de él, pero la semana pasada me mandó un mensaje. Quería que le enviara más.

—¿Se lo contaste a alguien? ¿A tu madre? —intervino Carmen.

—No —contestó Margot con una mirada de incredulidad—. ¿Cómo iba a hacer eso? Le dije a Joel que se perdiera, pero siguió mandándome mensajes. Me aseguró que, si no le enviaba fotos nuevas, les enseñaría las antiguas a sus amigos. Le contesté que era un cabrón. —Negó con la cabeza—. ¡Me había prometido que las había borrado!

Se llevó una mano a la cara y rompió a llorar. Las lágrimas le caían por las mejillas al tiempo que se le agitaban los hombros. Durante un rato, fue incapaz de hablar.

—Pero me mintió. —Apenas se la entendía—. Y ahora son públicas y absolutamente todos las han visto.

Se tapó la cara y siguió llorando mientras Carmen alargaba el brazo y le acariciaba la espalda. Falk anotó el nombre de la página web que aparecía en la pantalla de Margot y le envió por correo electrónico los detalles a un colega del grupo de delitos informáticos.

«Publicadas sin consentimiento —escribió—. Chica de dieciséis años. Haz todo lo posible por eliminarlas».

No tenía muchas esperanzas. Probablemente lograrían borrarlas de la página original, pero eso no serviría de nada si ya se habían compartido. Se acordó de un viejo refrán: aquello era como tratar de ponerle puertas al campo.

Al cabo de un buen rato, Margot se sonó la nariz y se secó los ojos.

—Tengo muchas ganas de hablar con mi madre —dijo con un hilo de voz.

—Lo sé —contestó Falk—. Ahora mismo la están buscando. Pero tú no puedes quedarte aquí sola, Margot. Tenemos que llamar a tu padre para que te acompañe a su casa.

Ella negó con la cabeza.

—No, por favor. No llamen a mi padre, por favor.

—Tenemos que hacerlo…

—Por favor. No quiero ver a mi padre. Esta noche no puedo quedarme en su casa.

—Margot…

—No.

—¿Por qué no?

La muchacha extendió el brazo y, para sorpresa de Falk, le agarró la muñeca con fuerza. Lo miró a los ojos y habló apretando los dientes.

—¡Escúcheme! No puedo ir a casa de mi padre ¡porque no me atrevo a verlo! ¿Es que no lo entiende?

Sólo se oía el tictac del reloj de la cocina. «Todos las han visto». Falk asintió con la cabeza.

—Sí, lo entiendo.


Tuvieron que prometerle que le encontrarían un sitio donde quedarse para que Margot accediera a preparar una bolsa para pasar la noche fuera.

—¿Adónde puedo ir? —preguntó la muchacha.

Era una buena pregunta.

Le pidieron que les diera el nombre de otro pariente o amigo con el que quisiera quedarse, pero se había negado: «No quiero ver a nadie».

—Probablemente podríamos conseguir algún hogar de acogida de emergencia —propuso Falk en voz baja. Estaban en el vestíbulo. Margot había aceptado al fin coger unas cuantas cosas, y el sonido de su llanto salía de su cuarto y descendía por la escalera—. Pero no me parece bien dejarla con desconocidos en este estado.

Carmen tenía el móvil en la mano; había estado tratando de localizar al padre de la chica.

—¿Y qué te parece que se quede con Lauren? —propuso finalmente—. Se me acaba de ocurrir. Sólo será una noche. Por lo menos ella conoce el tema de las fotos.

—Sí, podría ser.

—Vale. —Carmen miró escalera arriba—. Tú intenta contactar con Lauren. Yo voy a hablar con Margot, a ver si consigo que me cuente dónde podría guardar su madre documentos confidenciales.

—¿Ahora?

—Sí, ahora. Difícilmente se nos presentará una ocasión como esta.

«Conseguid los contratos. Conseguid los contratos».

—Está bien. De acuerdo.

Carmen desapareció escalera arriba y Falk sacó el teléfono y volvió a la cocina mientras marcaba el número. Detrás de los ventanales ya empezaba a oscurecer. Las formas de las nubes se reflejaban en la superficie lisa de la piscina.

Se apoyó en la encimera y se quedó mirando un tablón de corcho de la pared mientras esperaba que Lauren contestara. En él habían pegado el número de un manitas al lado de una receta de un plato con el nombre de «albóndigas energéticas de quinoa». La letra era de Alice. También había una invitación para la entrega de premios del Endeavour Ladies’ College, que ya se había celebrado el domingo, el mismo día en que se había denunciado la desaparición de Alice. La factura de unos zapatos. Un folleto de Aventuras para Ejecutivos con las fechas del fin de semana garabateadas en la parte superior.

Falk se acercó un poco más. En la portada del folleto distinguió a Ian Chase en la última fila de una fotografía de los empleados. No miraba directamente a cámara, y el colega de su derecha lo tapaba parcialmente.

Los tonos del teléfono se iban sucediendo y Falk paseó la mirada por varios collages fotográficos enmarcados que ocupaban las paredes de la cocina. Todas las imágenes eran de Alice y su hija, juntas o por separado. Muchas de ellas eran la misma en dos versiones distintas: Alice y Margot cuando ambas eran un bebé, en su primer día de colegio, en bailes, al lado de una piscina y en biquini.

Falk oyó que los tonos cesaban y saltaba el contestador de Lauren. Soltó una maldición en voz baja y dejó un mensaje en el que le pedía que lo llamara lo antes posible.

Cuando colgó, se inclinó para inspeccionar el collage más cercano con mayor detenimiento. Una fotografía algo desvaída le llamó la atención. Era una imagen de exterior hecha en un entorno que le recordaba un poco a Giralang Ranges. Alice llevaba una camiseta y unos pantalones cortos en los que aparecía el logo del Endeavour Ladies’ College, y se encontraba al lado de un río agitado, con la cabeza erguida y una sonrisa en el rostro y sosteniendo un remo de kayak en una mano. Detrás de ella se veía a un grupo de chicas con el cabello mojado y las mejillas coloradas, en cuclillas al lado de la embarcación. La mirada de Falk se detuvo en una de las muchachas del fondo y soltó una leve exclamación de sorpresa. Era Lauren. Detrás de aquella rolliza adolescente se ocultaba la mujer delgada de hoy en día, pero, al igual que pasaba con Alice, era perfectamente reconocible, sobre todo por la mirada. Falk pensó que esa foto debía de tener unos treinta años. Era interesante observar lo poco que habían cambiado las dos.

El móvil emitió un agudo pitido en su mano y Falk dio un respingo. Miró la pantalla —era Lauren— y se obligó a volver al presente.

—¿Ha pasado algo? —preguntó la mujer en cuanto él descolgó—. ¿La han encontrado?

—Joder, no. Lo siento. No he llamado por Alice —dijo Falk, enfadado consigo mismo. Tendría que haberla avisado en el mensaje—. Tenemos un problema con su hija. Necesita un sitio en el que dormir esta noche.

Le explicó lo de las fotografías de internet. Se produjo un silencio tan largo que Falk creyó que se había cortado la llamada. Lo de hacer de padre era algo bastante misterioso para él, pero mientras escuchaba el vacío telefónico, se preguntó con cuánta rapidez reaccionarían las madres del colegio para alejar a sus vástagos de Margot.

—No lo está llevando muy bien —dijo Falk al fin—. Sobre todo después de lo que ha pasado con su madre.

Otro silencio, ahora más breve.

—Lo mejor será que la traiga —dijo Lauren con un suspiro—. Hay que ver, estas chicas. Le juro que son capaces de despellejarse vivas.

—Gracias.

Falk colgó y se dirigió al vestíbulo. Al lado de la escalera había una puerta que daba a un estudio. Carmen estaba detrás de un escritorio, mirando la pantalla de un ordenador. Alzó la vista cuando él entró.

—Margot me ha dado la contraseña —anunció en voz baja.

Falk cerró la puerta y preguntó:

—¿Hay algo?

Carmen negó con la cabeza y añadió:

—Yo no encuentro nada. Pero estoy buscando a ciegas. Aunque Alice hubiera llegado a guardar algo útil aquí, podría haberles puesto cualquier nombre a los archivos, haberlos metido en cualquier directorio. Tenemos que conseguir los permisos correspondientes para llevarnos el equipo e inspeccionarlo en condiciones. —Suspiró y levantó la mirada—. ¿Qué ha dicho Lauren?

—Que sí. Al final. Aunque no le ha hecho demasiada ilusión.

—¿Por qué, por las fotos?

—No lo sé. Es posible. Pero puede que no sólo sea por eso. Por lo que ha comentado antes, da la impresión de que tiene bastantes problemas con su hija.

—Sí, es verdad. Aunque no será la primera ni la última en juzgar a Margot por este tema, ya lo verás. —Carmen echó un vistazo a la puerta cerrada y bajó la voz—. Por favor, a la chica no le cuentes que he dicho esto.

Falk negó con la cabeza y dijo:

—Voy a contarle cuál es el plan.

La puerta del dormitorio de Margot estaba abierta y Falk la vio sentada en una alfombra de un rosa intenso. Delante de ella había una pequeña maleta abierta, completamente vacía. Margot miraba el móvil en su regazo y se sobresaltó cuando él dio unos golpecitos en el marco de la puerta.

—Hemos acordado que esta noche duermas en casa de Lauren Shaw —anunció. La chica lo miró, sorprendida.

—¿En serio?

—Sólo esta noche. Sabe lo que está pasando.

—¿Va a estar Rebecca?

—¿Su hija? Seguramente. ¿Hay algún problema con eso?

Margot toqueteó una esquina de la maleta.

—Es que llevo un tiempo sin verlos. ¿Rebecca sabe lo que ha pasado?

—Imagino que su madre se lo habrá contado.

Pareció que Margot estaba a punto de poner alguna objeción, pero no lo hizo.

—Bueno, supongo que no es mala idea.

La forma en que lo dijo tuvo algo de peculiar. La boca de la hija, la voz de la madre. Falk parpadeó, sintiéndose de nuevo un tanto inquieto.

—Ya. Bueno, sólo es por una noche. —Señaló la maleta vacía—. Mete un par de cosas y te llevamos en coche.

Con un movimiento distraído, Margot alargó el brazo y cogió dos llamativos sujetadores de encaje de un montón del suelo. Los sostuvo, miró hacia arriba y observó la reacción de Falk. Un leve temblor cruzó su rostro. Aquello era una prueba.

Él le sostuvo la mirada con firmeza y gesto totalmente inexpresivo.

—Te esperamos en la cocina —le dijo.

Sintió una oleada de alivio al cerrar la puerta de aquella empalagosa habitación decorada en tonos rosas. ¿Cuándo se habían sexualizado tanto las adolescentes? ¿Eran así en su juventud? Pensó que probablemente sí, aunque entonces eso le había parecido estupendo. A esa edad, muchas cosas parecen ser una diversión inocente.