APÉNDICE I

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA EXPLOTACIÓN DE ANIMALES NO HUMANOS

Cuanto más aprendemos de la auténtica naturaleza de los animales no humanos, especialmente aquellos con cerebros complejos y con su correspondiente comportamiento social complejo, más preocupaciones éticas aparecen acerca de su utilización al servicio del hombre, ya sea en entretenimiento, como mascotas, como alimento, en laboratorios de investigación o cualquiera de los demás usos a los que los sometemos. Esta preocupación se agudiza cuando dicha utilización trae consigo un intenso sufrimiento físico o mental, como ciertamente ocurre con la vivisección.

La investigación biomédica que implica el uso de animales vivos empezó en una época en la que el hombre de la calle, aunque sabía que los animales sienten dolor (y otras emociones), no se preocupaba en general por su sufrimiento. Subsecuentemente, los científicos se vieron muy influidos por los conductistas, escuela de psicólogos que mantenían que los animales eran poco más que máquinas, incapaces de sentir dolor o cualquier otro sentimiento o emoción de tipo humano. Así pues, no se consideraba importante, ni siquiera necesario, atender a todos los requerimientos y necesidades de los animales experimentales. En aquel tiempo nada se sabía del efecto del estrés en los sistemas endocrino y nervioso; no se sospechaba que el hecho de usar animales estresados podía afectar los resultados de los experimentos. De esta manera las condiciones en que se guardaban los animales —tamaño y mobiliario de la jaula, confinamiento individual en vez de comunitario— estaban diseñadas para hacer lo más cómoda posible la vida del cuidador y del experimentador. Cuanto más pequeña es la jaula más barata es su fabricación, más fácil es de limpiar y su inquilino más fácil de cuidar. Por eso apenas sorprende que los animales para la investigación se guardaran en diminutas jaulas estériles, apiladas una sobre otra, normalmente con un animal por jaula. Y las preocupaciones éticas por los animales-sujeto se mantenían firmemente de puertas afuera (y éstas cerradas con llave).

Con el paso del tiempo el uso de animales no humanos en los laboratorios se incrementó, particularmente cuando ciertos tipos de investigación clínica en animales humanos se volvieron, por razones éticas, más difíciles de llevar a cabo legalmente. Los científicos y el público en general comenzaron a ver la investigación animal como crucial para el progreso médico. Hoy se da ampliamente por sentado que es el método para adquirir nuevos conocimientos sobre las enfermedades, su tratamiento y su prevención. Y también el método aceptado para probar todo tipo de productos, destinados al uso humano, antes de que salgan al mercado.

Al mismo tiempo, gracias al creciente número de estudios sobre la naturaleza y los mecanismos de la percepción y la inteligencia animal, la mayoría de la gente cree ahora que todos los animales no humanos, excepto los más primitivos, experimentan dolor, y que los animales «superiores» tienen emociones similares a esas emociones humanas que calificamos como placer o tristeza, miedo o desesperación. ¿Cómo es posible entonces que los científicos, al menos cuando se ponen sus batas blancas y cierras tras de sí las puertas del laboratorio, puedan continuar tratando a los animales experimentales como simples «cosas»? ¿Cómo podemos nosotros, ciudadanos de los civilizados países occidentales, tolerar laboratorios que —desde el punto de vista de los prisioneros animales— no son tan distintos de los campos de concentración? Creo que es, principalmente, porque la mayoría de la gente, incluso en estos tiempos ilustrados, tiene muy poca idea de lo que ocurre detrás de las cerradas puertas de los laboratorios, abajo, en el sótano. E incluso aquellos que saben algo, o aquellos a quienes afectan los informes sobre la crueldad que ocasionalmente emiten las organizaciones en defensa de los animales, creen que toda investigación animal es esencial para la salud humana y el progreso de la medicina y que el sufrimiento en que tan a menudo está involucrado en él es una parte necesaria de la investigación.

No es cierto. Tristemente, mientras algunas investigaciones se llevan a cabo con un objetivo claramente definido que pueda conducir a un descubrimiento médico, hay muchos proyectos, algunos de los cuales provocan muchos sufrimientos a los animales utilizados, que no tienen absolutamente ningún valor para la salud humana (o animal). Además, muchos experimentos simplemente duplican trabajos anteriormente realizados. Finalmente, algunas investigaciones se realizan por el conocimiento en sí mismo. Y mientras ésta es una de nuestras habilidades intelectuales más sofisticadas, ¿debemos perseguir estos objetivos a expensas de otros seres vivos a los que, para su desgracia, somos capaces de dominar y controlar? ¿No es una asunción insolente que nos arroguemos el derecho a (por ejemplo) cortar, probar, inyectar, drogar e implantar electrodos en animales de cualquier especie en nuestro intento de aprender más sobre lo que les hace funcionar? ¿O sobre el efecto que ciertos productos químicos puedan tener en ellos? Y así sucesivamente.

Estaríamos de acuerdo en que el público en general ignora completamente lo que ocurre en los laboratorios y las razones de la investigación que en ellos se realiza, casi del mismo modo como los alemanes ignoraban, en su mayoría, todo lo referente a los campos de concentración nazis. Pero ¿qué ocurre con los técnicos en animales, los veterinarios y los científicos dedicados a la investigación, aquellos que realmente trabajan en los laboratorios y que saben exactamente lo que ocurre? ¿Son monstruos sin corazón todos aquellos que utilizan animales vivos cómo parte del aparato de un laboratorio estándar?

Desde luego que no. Algunos habrá, ya que en todas partes hay sádicos ocasionales. Pero deben ser una minoría. El problema, tal como yo lo veo, yace en la manera como educamos a la gente joven en nuestra sociedad. Son víctimas de una especie de lavado de cerebro que empieza, demasiado a menudo, en la escuela y que se ve intensificado en casi todas las universidades, menos en algunas pioneras, a través de cursos superiores de educación científica. Se enseña a los estudiantes que es éticamente aceptable perpetrar en nombre de la ciencia lo que desde el punto de vista de los animales sólo podría clasificarse como tortura. Se les anima a suprimir su empatía natural por los animales y se les persuade de que los sentimientos y el dolor de los animales son muy diferentes de los nuestros, si es que en realidad existen. Cuando llegan a los laboratorios, estos jóvenes han sido programados para aceptar el sufrimiento que los rodea. Y es también demasiado fácil para ellos justificar este sufrimiento diciendo que el trabajo que se lleva a cabo es para el bien de la humanidad. Para el bien de una especie animal que ha desarrollado una sofisticada capacidad para la empatía, la compasión y la comprensión, atributos que orgullosamente se proclaman como distintivo del ser humano.

Yo he sido descrita como una «anti-viviseccionista fanática». Pero mi propia madre está viva porque su atascada válvula aórtica fue sustituida por la de un cerdo. Nos dijeron que la válvula en cuestión —según parece, «bioplastificada»— procedía de un cerdo degollado con fines comerciales. En otras palabras, que el cerdo hubiese muerto de todos modos. Esto, sin embargo, no elimina mis sentimientos de preocupación por ese cerdo en particular: siempre he tenido un especial cariño por los cerdos. El sufrimiento de los cerdos de laboratorio y de aquellos que se crían en granjas intensivas me preocupa especialmente. Estoy escribiendo un libro, An Antology of the Pig, que espero que ayudará a despertar el interés público por el dolor de estos inteligentes animales.

Desde luego me gustaría ver las jaulas de los laboratorios vacías. Lo mismo le sucedería a todo cuidador, a todo ser humano compasivo, incluyendo a aquellos que trabajan con animales en investigación biomédica. Pero si todo el trabajo con animales en los laboratorios se detuviera de repente, probablemente se produciría, por lo menos al principio, una gran confusión, y muchas líneas de investigación se detendrían. Esto significa que, hasta que las alternativas a la utilización de animales vivos en los laboratorios de investigación estén ampliamente disponibles y, además, los investigadores y las compañías farmacéuticas estén legalmente autorizadas a utilizarlos, la sociedad exigirá, y aceptará, el continuo abuso de animales por su propio bien.

Ya en muchos campos de investigación el creciente interés por el sufrimiento animal ha llevado a importantes avances en el desarrollo de técnicas como el cultivo de tejidos, las pruebas in vitro, la simulación por ordenador, etc. Al final llegará un día en que ya no será necesario utilizar animales. Tiene que llegar. Pero hay que ejercer mucha más presión para acelerar el desarrollo de técnicas alternativas. Deberíamos invertir mucho más dinero en investigación y dar el debido reconocimiento a aquellos que realizan nuevos avances, concederles como mínimo el premio Nobel. Es necesario atraer a los más brillantes a este campo. Más aún, se debe insistir en el uso de técnicas ya desarrolladas y probadas. Mientras tanto, es imperativo el número de animales utilizados se reduzca drásticamente. Debe evitarse la innecesaria duplicación de investigaciones. Tienen que implantarse normas más restrictivas acerca de para qué y para qué no pueden utilizarse animales. Deben ser utilizados sólo para los proyectos más acuciantes que supongan claros beneficios para la salud colectiva y que contribuyan significativamente al alivio del sufrimiento humano. Otros usos de animales en los laboratorios deben detenerse inmediatamente, incluyendo las pruebas de cosméticos y productos para el hogar. Finalmente, mientras los animales sean utilizados en los laboratorios por cualquier razón, deben ser tratados lo más humanamente y en las mejores condiciones de vida posibles.

¿Por qué relativamente pocos científicos están preparados para apoyar a quienes insisten en establecer mejores y más humanas condiciones para los animales de laboratorio? La respuesta usual es que cambios de este tipo costarían tanto que todo progreso en la ciencia médica se acabaría. No es cierto. La investigación esencial continuaría; el coste de construir de nuevas jaulas e instigar la formación de mejores programas de cuidados puede ser considerable, pero despreciable al fin, estoy segura, comparado con el coste del sofisticado equipamiento utilizado hoy en día por los científicos investigadores. Desafortunadamente, sin embargo, muchos proyectos están mal concebidos y a menudo son totalmente innecesarios. Realmente se verían afectados si los costes de los animales de investigación se incrementasen. La gente que se gana la vida gracias a ellos perdería su trabajo.

Cuando la gente se lamenta por el coste de humanizar dichas condiciones de vida mi respuesta es: «Fíjate en tu nivel de vida, tu casa, tu coche, tu ropa. Piensa en los edificios administrativos en los que trabajas, en tu salario, tus gastos, en tus vacaciones. Y después de meditar en estas cosas, entonces dime que tenemos que escatimar alguno de los dólares extra que gastamos en hacer un poco menos triste la vida de los animales que se utilizan para reducir el sufrimiento humano».

Seguramente debería ser una cuestión de responsabilidad moral que nosotros, los seres humanos, que diferimos de los otros animales principalmente en virtud de nuestro más desarrollado intelecto y, con él, de nuestra mayor capacidad de comprensión y compasión, nos aseguremos de que el progreso médico deje de alimentarse del estiércol del sufrimiento y desesperación de los animales no humanos. Especialmente cuando implica la servidumbre de nuestros parientes más cercanos.

En los Estados Unidos la ley federal todavía requiere que cada lote de vacunas de hepatitis B sea probada en un chimpancé antes de ser comercializada para uso humano. Además, los chimpancés todavía se utilizan en investigaciones altamente inadecuadas, tales como el efecto que les producen ciertas drogas adictivas. En los laboratorios del Reino Unido no hay chimpancés; los científicos británicos utilizan chimpancés en los Estados Unidos, o en el TNO Primates Centre, en Holanda, donde se han destinado recientemente fondos de la CEE a la obtención de chimpancés (los científicos británicos, desde luego, utilizan masivamente otros primates no humanos y miles de perros, gatos, roedores, etc.).

El chimpancé se parece más a nosotros que cualquier otro ser vivo. Las similitudes fisiológicas han sido descritas con entusiasmo por los científicos durante muchos años, y eso ha llevado a la utilización de chimpancés como «modelos» para el estudio de ciertas enfermedades infecciosas a las que son resistentes la mayoría de animales no humanos. Existen, desde luego, similitudes igualmente sorprendentes entre humanos y chimpancés en la anatomía del cerebro y del sistema nervioso y —aunque muchos se han mostrado refractarios a admitirlo— en el comportamiento social, cognición y emotividad. Porque los chimpancés demuestran habilidades intelectuales que antaño se creyeron únicas de nuestra propia especie, la línea que separaba a los humanos del resto del reino animal, antes tan clara, se ha difuminado. Los chimpancés son el puente que salva el espacio entre «nosotros» y «ellos».

Esperemos que esta nueva comprensión del lugar de los chimpancés en la naturaleza signifique algún alivio para los centenares de ellos que hoy viven prisioneros, bajo el dominio del hombre.

Esperemos que nuestro conocimiento de su capacidad de afecto, goce, diversión, temor, tristeza y sufrimiento nos conduzca a tratarlos con la misma compasión que mostramos con nuestro prójimo humano. Esperemos que mientras la ciencia médica continúe utilizando chimpancés para experimentos dolorosos y psicológicamente aflictivos, tengamos la honestidad de calificar estas investigaciones como tortura de víctimas inocentes.

Y esperemos que nuestro conocimiento del chimpancé traiga también una mejor comprensión de la naturaleza de otros animales no humanos, una nueva actitud hacia las otras especies con las que compartimos este planeta. Pues, como dijo Albert Schweitzer, «Necesitamos una ética sin límites que incluya también a los animales». Y en el momento presente nuestra ética, incluso con los animales no humanos, es limitada y confusa.

En nuestro mundo occidental nos impresiona y encoleriza ver a un campesino golpeando a un burro viejo, forzándolo a tirar de una carga excesivamente pesada más allá de sus fuerzas. Eso es crueldad. Pero no consideramos una crueldad arrebatar a una cría de chimpancé de los brazos de su madre, encerrarla en el desolado mundo de un laboratorio, inocularle enfermedades humanas, cuando se hace en nombre de la Ciencia. Llevando el análisis hasta su conclusión, tanto el burro como el chimpancé están siendo explotados y maltratados para beneficio de los hombres. ¿Por qué un caso es más cruel que el otro? Sólo porque veneramos la ciencia y porque se supone que los científicos actúan por el bien de la especie humana, mientras que el campesino maltrata egoístamente al pobre animal en beneficio propio. De hecho, muchas investigaciones con animales son igualmente egoístas, y muchos experimentos se diseñan con objeto de conseguir subvenciones.

Y no olvidemos que nosotros, en occidente, encarcelamos a millones de animales domésticos en granjas intensivas para que transformen proteínas vegetales en proteínas animales para alimentación. Mientras esto suele disculparse con razones como la necesidad económica, o incluso considerado por algunos como cría de animales domésticos, es tan cruel como el apaleamiento del burro o el encarcelamiento del chimpancé. Igual que las granjas para obtener pieles. Y el abandono de animales domésticos. Y las granjas ilegales de cachorros. Y la caza del zorro. Y mucho de lo que hay tras los espectáculos de animales entrenados para nuestra diversión. La lista podría ser muy larga.

A menudo me preguntan si no siento que es «antiético» emplear el tiempo con los animales cuando tantos seres humanos están sufriendo. ¿No sería más apropiado ayudar a niños hambrientos, esposas apaleadas o vagabundos? Afortunadamente, hay cientos de personas que dirigen su talento, sus principios humanitarios y su habilidad para conseguir fondos para tales causas. No necesitan mis energías. La crueldad, ciertamente, es el peor de los pecados humanos. Luchar contra la crueldad, de una manera u otra —ya sea dirigida hacia otros seres humanos o no humanos— nos sitúa en un conflicto directo con esa desafortunada parte nuestra de inhumanidad que yace en todos nosotros. Si pudiésemos superar la crueldad con compasión estaríamos en el buen camino para crear un nuevo lazo ético, uno que respetase a todos los seres vivos. Deberíamos estar en el umbral de una nueva era en la evolución del hombre, la realización, por fin, de nuestra cualidad más específica: la humanidad.