VIII. GILKA
Los despreocupados días de la vida de Gilka terminaron cuando tenía unos cuatro años. Como pequeña, Gilka nunca careció de compañía: su hermano mayor Evered solía estar cerca y su madre, Olly, pasaba mucho tiempo con Flo y con su familia. Pero Evered tenía ocho años más que Gilka (era casi seguro que Olly había perdido por lo menos una cría entre ambos) y él empezó a abandonar a la familia durante largos períodos cuando su hermana tenía cinco años. Al mismo tiempo Olly comenzó a evitar a Flo porque Figan, que entraba en la adolescencia, desafiaba algunas veces a los amigos de su madre con fanfarronas exhibiciones. Y así, Gilka pasaba las horas sola con su tímida madre por toda compañía. ¡Cuánto nos alegramos por ella cuando nació su hermano menor! Pronto iba a tener edad suficiente para jugar con ella y sus días de soledad se acabarían. Pero entonces vinieron los tristes días de 1966, los de la epidemia de polio, cuando la cría de pocos meses de Olly enfermó y murió y la misma Gilka quedó paralítica de una muñeca y de la mano. Entonces, como si todo esto no fuese suficiente, dos años más tarde Gilka desarrolló una fuerte infección por hongos que, cuando tenía once años, le desfiguró su duende, su cara acorazonada. La grotesca protuberancia en su nariz y la cresta de la ceja se extendían hasta sus párpados de manera que apenas podía abrir los ojos.
En cuanto diagnosticamos la enfermedad fuimos capaces de controlar los síntomas con medicación. Pero cuando Gilka pasó, temporalmente, a la comunidad del sur no podíamos darle los plátanos con la medicina y seis meses después regresó casi ciega (además, si quedaba preñada, podía perder el bebé). Una vez más fuimos capaces de controlar el celo y pronto, con evidente satisfacción de los machos adultos, reanudó sus interrumpidos períodos de hinchazón sexual. Gilka, al igual que la mayoría de las hembras adolescentes, disfrutaba con las interacciones sexuales, pero con frecuencia tenía dificultades en coordinarse con grupos de machos rápidos porque tras el ataque de polio había perdido los músculos del brazo izquierdo. Aunque sospecho que estaba algo más tranquila al terminar temporalmente los agotadores días de celo, se convirtió en una hembra solitaria entre dos períodos de actividad sexual: su madre, la vieja Olly, murió por aquellas fechas y, aunque sus relaciones con Evered eran aún excelentes, éste no solía estar en los alrededores para hacerle compañía.
Entonces, en 1974, las cosas parecieron cambiar para mejor. Gilka apareció un día con una diminuta cría. Le llamamos Gandalf y esperamos que así terminaran sus días de aislamiento por la nostalgia de su madre, ya que cuando una hembra de chimpancé inicia una familia, rara vez pasa en solitario el resto de su vida. Además, el nacimiento de la primera cría de una hembra con frecuencia parecía inducir un respeto añadido para la madre por parte del conjunto de los miembros de la comunidad, fueran machos o hembras. Era maravilloso ver a Gilka, que solía sentarse al margen de cualquier sesión de acicalamiento del resto del grupo, tomando por fin parte más activa en la vida comunitaria. La llegada de aquel bebé hizo algo más por Gilka: después de su nacimiento decidimos no continuar la medicación contra la infección por hongos que presentaba su madre, temerosos que esta batalla perjudicara al bebé. Pero la inflamación, en vez de empeorar como temíamos, se había reducido. Al poco tiempo Gilka quedó simplemente con una nariz grandota y casi cómica.
Gilka era una atenta y cuidadosa madre, igual que lo había sido Olly, y Gandalf, cuando tenía un mes, parecía una saludable y bien desarrollada cría. Y entonces Gandalf desapareció. No teníamos ni idea de lo que podía haber sucedido; sencillamente, Gilka apareció un día sin él. Una vez más, excepto durante los días que estaba en celo, empezó a vagar sola. Y el estado de su infección por hongos empeoró.
Casi exactamente un año después de la desaparición de Gandalf recibimos un mensaje por radio que decía que Gilka había tenido un nuevo bebé. Era una hembra y decidimos llamarle Otta, planeando poner una O al principio de los nombres de la familia para mantener viva la memoria de Olly. Ésta fue la cría que Passion mató.
Cuando Derek y yo fuimos a Gombe escuchamos la tremenda historia con todos sus horribles detalles. Gilka, según nos contaron, estaba pacíficamente sentada por la tarde, acunando a su pequeñuela, cuando súbitamente Passion apareció. Se puso de pie por un instante, mirando a la madre y a la cría; entonces cargó hacia ellas con el pelo erizado. Gilka voló, chillando, pero se hallaba en doble desventaja, con una cría que sujetar y una muñeca lisiada. Passion la alcanzó en un momento. Saltó sobre ella y agarró a la pequeña Otta. Gilka intentó desesperadamente salvar a su bebé, pero no tuvo oportunidad y casi sin esfuerzo Passion consiguió arrebatarle a Otta. Luego, lo más macabro de todo, apretó el bebé robado contra su pecho y Otta se agarró desesperadamente mientras Passion volvía a atacar a Gilka. En ese momento Pom, adolescente en aquella época, se unió a su madre y Gilka, con la nueva ventaja, se volvió y persiguió a Passion furiosamente, con Otta aún colgando de su vientre. Contenta por su victoria, Passion se sentó en el suelo, retiró a la aterrorizada cría de su pecho, y mordió profundamente en la frente la cabecita: la muerte fue instantánea. Poco a poco, con las mayores precauciones, Gilka volvió. Cuando estuvo lo bastante cerca como para ver el cadáver inerte y sangrante dio un solo grito —¿de horror?, ¿de desesperación?—, se dio la vuelta y se fue.
Durante las siguientes cinco horas Passion se comió el bebé de Gilka compartiendo la carne con su familia, Pom y el joven Prof. Entre los tres consumieron hasta el último pedazo.
Nos quedamos sin habla. No era el primer ejemplo de canibalismo en Gombe; cinco años antes un grupo de adultos machos se lanzaron sobre una hembra de una comunidad vecina, la atacaron salvajemente y durante la lucha le robaron el bebé, lo mataron, y se comieron parte de su cuerpecillo. Pero aquello fue distinto para la hembra porque había sido un forastero el que había empezado las hostilidades con los machos. La habían atacado como un esfuerzo más para conservar la integridad de su territorio y su cría, al parecer, había encontrado la muerte casi por accidente. Sólo se comieron una pequeña parte de su cuerpo y sólo un par de los machos presentes. La mayor parte de los agresores había actuado, tocado e incluso acicalado el cadáver. En cambio, el ataque de Passion sobre Gilka parecía tener un único objetivo, atrapar a la cría. Y se comió su cuerpo del mismo modo como se comen las presas, poco a poco y con apetito, masticando cada mordisco de carne con unas cuantas hojas verdes. Empezamos a sospechar que el primer bebé de Gilka, el pequeño Gandalf, podría haber tenido un destino semejante. Al año siguiente Gilka dio a luz un hijo saludable, Orion. En esa época sentía pavor por Passion. La primera vez que se encontraron el bebé tenía apenas pocos días. Afortunadamente había cerca dos machos adultos. Passion se aproximó a menos de diez yardas y se quedó mirando a la cría. Gilka comenzó al instante a gritar con fuerza, mirando a Passion y a los machos. Como si entendiesen lo que iba a pasar, los machos, uno tras otro, atacaron a Passion. En esta ocasión fue ella la que tuvo que irse gritando.
Durante las dos siguientes semanas Gilka apenas salió del valle de Kakombe, donde estaba situado el campamento. Parecía intentar desesperadamente permanecer cerca de la protección de los grandes machos. La seguí una vez cuando se alejaba del campamento con Figan. Consiguió seguirle durante diez minutos, pero gradualmente se fue quedando cada vez más atrás a causa de su problema físico y porque tenía que ayudar a su hijo recién nacido. Finalmente Figan desapareció por el camino y Gilka se quedó sola. Me quedé con ella. Ella cuidaba de Orion y se sentó un rato mirando a su hijito. Entonces empezó a comer. Casi dos horas después de que perdiese de vista a Figan oyó los jadeos de Humphrey por el campamento. Inmediatamente se levantó, rehízo el camino y se reunió con él. Se acicalaron por un momento y luego, cuando Humphrey dejó el campamento, Gilka lo siguió. Como la otra vez, Gilka se fue quedando atrás y veinte minutos después volvió a quedarse sola.
Era inevitable que, tarde o temprano, Passion encontrara a Gilka cuando no hubiese machos cerca para ayudarla. Sucedió un día que Gilka, bajo el calor del mediodía, estaba descansando a la sombra con su cría. Orion tenía tres semanas. Pom llegó primero, moviéndose silenciosamente entre la maleza. Se quedó mirando unos momentos a la madre y al hijo, que estaban cerca, acostados. Una mayor inteligencia individual probablemente se hubiese percatado del peligro instantáneamente. Pero Gilka, como Olly antes que ella, no se caracterizaba por una gran capacidad individual. Se quedó donde estaba, como si no se percatase de nada. Cinco minutos después apareció Passion. Pom corrió hacia su madre y tocó su espalda con la cara llena de excitación. Era el tipo de interacción que se da entre madre e hija cuando se encuentran un árbol cargado de frutas. Como una sola hembra, Passion y Pom atacaron a Gilka que había empezado a huir a la vista de Passion. Gilka gritaba y gritaba mientras corría, pero no había machos en las cercanías para responder a sus desesperadas llamadas de auxilio.
Pom corrió hacia Gilka que se volvió hacia un lado, intentando evitarla. En ese momento Passion atrapó a Gilka y la tiró al suelo. Gilka no intentó luchar, pero se agachó para proteger a su bebé. Pom se lanzó a la lucha, golpeando a Gilka mientras Passion agarraba a la cría y mordía su cabeza. Gilka, en vano, golpeó a la atacante, mientras con su mano libre aguantaba desesperadamente a Orion. Passion mordió la cara de Gilka y la sangre salió a borbotones de su ceja. Entonces, trabajando en equipo, Passion y Pom dieron la vuelta a Gilka y mientras Passion, que era la más fuerte, aguantaba a la madre, Pom cogía la criatura y escapaba con ella. Luego se sentó y le dio un profundo mordisco en la frente. Y así, Orion murió de la misma manera que la pequeña Otta un año antes.
Gilka pudo librarse de Passion y corrió detrás de Pom, pero Passion se lanzó sobre ella en un instante, atacándola de nuevo, mordiéndole los pies y las manos. Gilka, sangrando ahora por incontables heridas, hizo un último intento para recuperar a su mutilada cría, pero fue en vano. Y entonces Passion, dejando a Gilka, cogió la presa y corrió, seguida de Pom. El joven Prof, que había contemplado la lucha a vida o muerte desde un árbol seguro, bajó y corrió detrás de su madre. Gilka las siguió cojeando un pequeño trecho, pero pronto se quedó tan retrasada que unos minutos después abandonó y empezó a lamer y a acariciar sus heridas. La familia de Passion, mientras tanto, vagaba silenciosamente por el monte.
Probablemente nunca sabremos por qué Passion y Pom se comportaban de esta horripilante manera. Gilka no era su única víctima: Melissa perdió una, posiblemente dos, a manos de las hembras asesinas, y durante los cuatro años que duraron sus depredaciones desaparecieron hasta un total de seis recién nacidos. Yo sospechaba que Pom y Passion eran responsables de todas estas muertes. De hecho, durante aquella desgraciada época sólo una hembra de la comunidad consiguió que sus bebés creciesen: Fifi. Y luego, después de que Passion quedase embarazada, los infanticidios terminaron. No es que abandonase inmediatamente —fuimos testigos de tres intentos más— pero, por una razón u otra, fracasó. Y entonces Pom también quedó embarazada y ya no fue capaz de ayudar a su madre. Cuando estos ataques caníbales finalizaron las madres ya pudieron pasear con sus recién nacidos sin ningún temor.
Pero para Gilka era demasiado tarde. Nunca se recuperó de los espantosos ataques de Passion. Aunque las laceraciones de sus manos parecían curadas pocos meses más tarde, aparecían en sus dedos llagas supurantes. Y cuando parecían curadas volvían de nuevo y peores que las primeras. Antes era manca; ahora era una auténtica lisiada que a veces ni siquiera podía caminar cojeando. Desarrolló una diarrea crónica que nunca terminó de curar y pasó a estar cada vez más demacrada. Tenía sólo quince años, pero su condición física era tan menguada que nunca volvió a reanudar sus períodos de celo. Su época de reproducción había terminado. Si antes era solitaria, entonces lo fue infinitamente más. Sus compañeros más cercanos en esta época eran otras dos hembras sin descendencia, la grande y estéril Gigi y la inmigrante Patti, que no había tenido hasta entonces ningún parto. Aunque algunas veces nos las encontrábamos juntas, pescando pacíficamente termitas o comiendo algunas frutas, esto solamente sucedía cuando Gigi y Patti estaban visitando el propio valle, ya que Gilka casi nunca iba mucho más lejos, pues estaba demasiado lisiada. Cuando sus amigos partían hacia nuevos pastos, Gilka se quedaba sola.
Empezó a rondar nuestro campamento, más por tener compañía, pienso yo, que por la posibilidad de recibir unos cuantos plátanos. Permanecía sentada, figura solitaria, mirando el valle, vigilando y esperando. Algunas veces me sentaba cerca, detrás de ella, esperando que comprendiera que yo la cuidaba, que deseaba ayudarla. Tal era mi relación con ella, tal era su implícita confianza en ese ser humano que había conocido y amado desde los despreocupados días de su infancia, que incluso aceptaba que le untase con pomada antibiótica las terribles úlceras de sus manos.
Durante aquellos horribles días la relación de Gilka con su hermano mayor adquirió un nuevo significado. Es verdad que no estaban juntos con frecuencia, pero cuando lo estaban Evered le proporcionaba una clase muy especial de compañía. Cuando se encontraba cerca, ella se relajaba instantáneamente y recuperaba la confianza en sí misma. Evered había sido su consuelo en una ocasión anterior, cuando murió la vieja Olly. Gilka tenía entonces nueve años; ya era casi mayor para arreglárselas para vivir, pero estaba muy sola porque carecía de un hermano más joven y de amigos íntimos. Y así, día tras día, buscaba la compañía de Evered. Cuando ella se retrasaba, lenta aún en aquellos días como resultado de la polio, Evered la esperaba. Y cuando, finalmente, continuaba su camino y la dejaba atrás, ella parecía seguir las huellas de sus pisadas, las mismas rutas en la selva, parando a comer donde él había parado una hora antes más o menos. Quizás seguía el rastro de su olor, ya que los chimpancés pueden reconocer a los individuos por su olor característico. O quizás ella lo vislumbraba, a media milla de distancia, cuando ambos estaban comiendo en las ramas más altas de los grandes árboles.
A medida que el tiempo transcurrió Gilka y Evered pasaron menos tiempos juntos, pero sus relaciones siempre fueron amistosas y caracterizadas por largos ratos de acicalado social. A diferencia de los otros hermanos, jamás se había visto a Evered forzando a su joven hermana para someterla a su interés sexual durante sus períodos de celo. Algunas veces la cortejaba sacudiendo ramitas pacíficamente, pero cuando ella le ignoraba o le eludía, la dejaba sola. Muchas veces Gilka encontraba un claro bienestar en la presencia de Evered. Por ejemplo, después de ser amenazada o atacada era característico verla trasladarse a las proximidades de Evered si él estaba en el mismo grupo. Y entonces, de modo bien visible, ella se relajaba. En una ocasión Gilka y Fifi tuvieron un altercado en el campamento. Habíamos dejado fuera un bidón de sal y durante cierto tiempo las dos hembras la compartieron. Pero entonces Gilka golpeó accidentalmente a Fifi, que le devolvió el golpe. Gilka, enfadada, contestó a su vez. Fifi era jerárquicamente superior y, a cada nueva insubordinación, atacaba a su compañera de juegos infantiles. No era nada serio, sólo una rápida sucesión de golpes y patadas, así que Gilka, aunque gritaba y corría un trecho, pronto volvía. Retenía la mano de Fifi; ésta respondía con un contacto tranquilizador y ambas hembras volvían a lamerse. Pensé que la paz había vuelto.
De repente, para sorpresa mía, Gilka emitió una ruidosa voz de amenaza y entonces, gritando se arrojó sobre Fifi, golpeándola y agarrándola. ¿Por qué lo hizo? Entonces lo comprendí: Evered había llegado. Él se quedó mirando pelear a las hembras con el pelo ligeramente erizado. Repentinamente Fifi fijó su atención en Evered: rápidamente se retiró del conflicto, lanzando pequeños gritos de miedo, ¿o quizás de furia? Gilka permaneció al asalto con aire satisfecho, dirigiendo a Fifi unas cuantas toses burlonas, y se instaló al lado de su fuerte hermano. Después de un apropiado intervalo Fifi, silenciosamente, se acercó a ambos hermanos, acicaló a Evered por breves momentos; ellos se le unieron en los lamidos, permaneciendo Evered prudentemente entre Gilka y Fifi. Fue un buen día para Gilka. Y debió de ser más satisfactorio aún cuando, bajo la vigilante mirada de su fuerte hermano, se enfrentó con la amenazante Passion: con Evered mirando ¡Passion nada podía hacer!
Hacia el final de la corta vida de Gilka se produjo un incidente que ilustra claramente su innato coraje. El sonido de las fuertes llamadas de los papiones y los gritos de un chimpancé me llegaron a través del bosque. Eventualmente pude presenciar una increíble escena. En lo alto de un arbolito estaba un joven macho adulto papión, llamado Sorhab, comiéndose el cadáver de un pequeño. Junto a él, en la rama, estaba Gilka. Para mi sorpresa Gilka pretendía quitarle parte de su presa. Cada vez que ella conseguía algo de carne, Sorhab se volvía y la amenazaba, mostrando sus caninos, alzando las cejas de manera que dejasen ver sus brillantes párpados blancos. Cuando lo hacía Gilka gritaba, pero no se movía. Al contrario, volvía a probar. En ese momento Sorhab la empujó con ambas manos y con la carne en la boca. Y Gilka, débil como estaba, cayó de la rama. Afortunadamente aterrizó segura en una rama más baja, y después de unos momentos, regresó a su posición. Cuando Sorhab volvió a blanquear sus párpados ella gritó más fuerte que nunca.
Miré, asombrada. Bajo el árbol muchos papiones se apiñaban buscando restos, gritándose entre sí. A una distancia discreta estaban otras dos chimpancés hembra que parecían intimidadas por el bullicio y que, simplemente, miraban desde su segura ubicación. Pero como la pequeña Gilka, débil y lisiada, continuaba acosando al gran macho papión, se me ocurrió que ella debía de haber descubierto el cadáver y Sorhab se lo había arrebatado. Seguramente un frustrado sentido de la propiedad la llevaba a actuar de esta estúpida manera.
De repente Gilka, gritando, alzó ambas manos y abofeteó al papión con fuerza. Sorhab, irritado, cogió la carne con la boca y saltó sobre Gilka agarrándola. Esta vez ambos cayeron al suelo. Instantáneamente llegó una de las otras dos hembras, agarró la carne y tiró de ella. Sorhab lo sujetaba fuerte por una pierna, pero Gilka consiguió llevarse el resto del cuerpo y escapar con él. Muchos de los papiones y las otras hembras la siguieron. Pero Gilka trepó de nuevo al árbol, seguida de Sorhab, que parecía ser el último en enterarse. Enfurecido por el robo de la mayor parte de su presa saltó sobre esta pequeña y audaz hembra y cayeron al suelo una vez más. Y ahora la atacó en serio, presionándola contra el suelo e intentando morderla. Afortunadamente, aún tenía carne en la boca; de no ser así, las cosas habrían ido peor para Gilka. Ella estaba ilesa aunque gritaba más fuerte que nunca, cogiendo una rabieta en su frustrada ira. De repente, Sorhab decidió que ya tenía bastante y corrió con el sobrante de la matanza. No había manera de que Gilka pudiese seguirlo. Ella se sentó un rato y miró adonde había ido. Y entonces fue a juntarse con los otros chimpancés, mendigando una parte. Pero ellos la rechazaron con irritadas amenazas y pronto se dio por vencida. Regresó a la escena de su conflicto con Sorhab y buscó en el suelo cualquier resto del festín. Pero los papiones los habían cogido todos.
Solamente con que Evered hubiese estado cerca para oír sus llamadas de auxilio el incidente habría tenido un final muy distinto. Pero él estaba lejos, ya que era la época en que, después de sus derrotas con Figan y Faben, se había visto obligado a pasar largas semanas errando por el norte del área de distribución de la comunidad. Siempre que intentaba volver pisando fuerte a la zona central, era atacado de nuevo por sus dos poderosos adversarios. Entonces se iba una vez más y esperaba un poco más. No me había dado cuenta hasta entonces de que las relaciones entre machos de la misma comunidad, individuos que han crecido juntos, podían volverse tan hostiles; en realidad, parecía que los dos hermanos estaban intentando echar a Evered de la comunidad.
Fue durante esa tumultuosa época cuando observé cómo la íntima y amistosa relación entre Evered y su débil hermana beneficiaba tanto a él como a Gilka. Un día, por ejemplo, estaba en el campamento cuando Evered hizo una de sus extrañas apariciones. Quizá no fuera una coincidencia que en aquella época Figan y Faben estuvieran en el sur del territorio. Pero aunque sospechara que los hermanos no estaban cerca, Evered estaba tenso y nervioso, mirando a uno y otro lado, volviéndose a cada ruido. De repente se puso en pie con los pelos erizados, mirando al este, donde algo se movía en la maleza. Pero sólo era Gilka y cuando se acercó, soltando pequeños gruñidos de saludo, Evered se relajó. Se acicalaron el uno al otro por un momento; luego abandonaron el campo.
Yo les seguí. Durante el resto del día ambos deambularon juntos; Evered ajustaba completamente su paso al de su hermana. En varias ocasiones él empezaba a caminar mientras ella estaba comiendo; pero después, mirando atrás, se tendía esperando pacientemente a que ella terminara. Cada vez que él se alejaba durante el viaje, esperaba hasta que ella lo alcanzaba. Creo que en la intimidad de Gilka, en su presencia no amenazante, Evered encontraba el mismo tipo de relajación y bienestar que obtuvo de su madre mientras ésta vivió. Seguramente le daría valor cuando, al día siguiente, se encontrase una vez más cara a cara con sus encarnizados enemigos.
Pero fue vencido una vez más y también una vez más buscó refugio en el norte. Gilka se había quedado sola. No tenía aún veinte años cuando murió. La encontré un día yaciendo muy quieta junto a las rápidas aguas del arroyo de Kakombe y supe, aun antes de llegar a su lado, que no volvería a moverse nunca más. Mientras estaba allí recordé la serie de desgracias que reiteradamente tuvo que padecer casi desde el principio. Su vida, que comenzó de modo tan prometedor, se había desplegado en infinidad de tristezas. Había sido una cría encantadora, llena de gozo y de irrefrenable alegría a pesar del carácter de su madre, más bien severo y poco sociable. En su infancia había disfrutado de la sociedad de los machos, intensamente excitada cuando, de vez en cuando, Olly se unía a un grupo grande. Entonces surgía el espectáculo, hacía volteretas y piruetas y vueltas de campana en un arrebato de alegría. Y ésta era la chimpancé que, con su cara de duende transformada en una gárgola, se había convertido en una penosa lisiada y en la más solitaria de los chimpancés de Gombe.
La selva era verde y oscura, salpicada de manchas de danzarina luz allí donde los rayos del último sol de la tarde se filtraban a través de las susurrantes hojas del dosel arbóreo. Se oía el murmullo del correr del agua. Y entonces, con el corazón sobrecogido, escuché el puro e inolvidablemente bello canto del petirrojo africano. Cuando la miré, me invadió una sensación de paz. Gilka, por fin, se había librado de aquel cuerpo convertido en nada más que una carga.