XIV. JOMEO

La personalidad de Jomeo era completamente distinta a la de Goblin. Mientras Goblin estaba obsesionado en su determinación por alcanzar una alta posición social, Jomeo, desde su adolescencia, careció casi por completo de dicha ambición social. Fue el macho más pesado que conocimos en Gombe, sobresaliendo entre los demás con sus más de cincuenta y cinco kilos, y era un terrible enemigo de los individuos de otras comunidades. Por el contrario, hacía lo posible para evitar conflictos con los machos de su propia comunidad. Era como una adivinanza, con una personalidad única y una vida única.

No sabemos nada de su infancia, ya que cuando lo conocimos, al principio de los años sesenta, ya era un joven adolescente. Raramente se le veía con su familia, quizás porque su madre, Vodka, era tímida y pasaba la mayor parte de su tiempo en la parte sur del territorio junto con sus dos jóvenes vástagos, Sherry y el pequeño Quantro. Jomeo, sin embargo, se convirtió en un visitante habitual del campamento. En muchos aspectos era un adolescente normal, pero tenía su propia idiosincrasia. Cuando venía al campamento con uno o dos de los grandes machos Jomeo, como cualquier otro adolescente, raramente podía conseguir algún plátano. Y por eso, como los otros machos adolescentes, solía venir solo, lo cual significaba que podía quedarse con todos los plátanos que nosotros le dábamos. Entonces fue cuando empezó a mostrar un comportamiento extraño: en el momento en que ponía los ojos en las frutas, comenzaba a gritar. No se trataba de unos cuantos gritos de irreprimible excitación, lo que hubiera sido comprensible, sino gritos fuertes que duraban un par de minutos. Naturalmente, todos los chimpancés que estaban en las cercanías corrían al campo para ver qué pasaba y le quitaban todos los plátanos a Jomeo. Durante al menos seis meses se comportó de este modo tan peculiar. Entonces, de repente, dejó de gritar.

Cuando tenía unos nueve años, Jomeo empezó sus intentos de intimidación con las hembras de la comunidad erizando los pelos y realizando esas exhibiciones que son el sello de la adolescencia en los machos chimpancés. Al principio estas demostraciones eran vigorosas, impresionantes y audaces. Una vez incluso se atrevió a competir con Passion por unos cuantos plátanos. Cuando la hembra dominante y más agresiva empezó, con total confianza, a coger las frutas, Jomeo se quedó erguido, con los pelos de punta, de manera que parecía del doble de su ya gran tamaño; se contoneó delante de ella moviendo los brazos con semblante furioso. Passion, probablemente sorprendida por su temeridad (para ella era todavía una cría) devolvió lo que tenía y, mientras él se exhibía, empezó a recoger los plátanos esparcidos con aspecto derrotado. Pero Jomeo había ido a equiparse mejor para la batalla. Agarrando una gran rama muerta que había por allí, atacó de nuevo y empezó a mostrarse más impresionante blandiendo su arma. Y Passion, aunque se quedó con los plátanos que ya había recogido, no disputó a Jomeo su derecho a los otros.

Jomeo parecía estar entonces en el camino adecuado para alcanzar la posición más alta de la jerarquía. Pero entonces algo ocurrió. Un día de 1966, justo unos meses después de su triunfal confrontación con Passion, Jomeo llegó cojeando al campamento cubierto de profundas heridas; la peor era un gran corte en la planta del pie derecho que tardó semanas en curar y que le dejó los dedos permanentemente doblados. Nunca sabremos quién o qué atacó a Jomeo, pero cualquier cosa que fuese, pareció afectar toda su carrera posterior. Sus explosivas exhibiciones hacia las hembras de la comunidad, incluso hacia las de más bajo nivel, se interrumpieron bruscamente. Un año después observé un incidente que simbolizaba la posición de Jomeo en la comunidad. Empezó cuando la cría de Passion, Pom, se instaló demasiado cerca de Jomeo cuando estaban comiendo. Cuando él la golpeó, avisándola para que mantuviese la distancia, ella no se movió, mirando hacia su madre; luego dio la espalda al gran macho y emitió un pequeño pero desafiante grito. Instantáneamente Passion cargó hacia Jomeo y esta vez, en claro contraste con el conflicto del año anterior, él huyo de ella y se refugió en una palmera gritando de miedo. Cuando ella empezó a trepar tras de él, Jomeo, gritando aún más fuerte, saltó a otro árbol, bajó al suelo y echó a correr.

En aquella época Jomeo ya era el macho más pesado de Gombe y su comportamiento «gallina» le convirtió en el hazmerreír de los observadores humanos. Incluso cuando tenía quince años y pesaba cerca de cincuenta kilos, Passion podía obligarle a huir. Y así hubiese continuado el resto de su vida de no ser por su hermano Sherry. Ambos empezaron a pasar más y más tiempo juntos después de la desaparición de su madre en 1967. Si ella había muerto, o simplemente se había quedado en algún grupo periférico, no lo sabemos: simplemente, ella y su hijita dejaron de aparecer por el campamento y nunca las volvimos a ver. Pero Sherry y Jomeo se hicieron casi inseparables, y en cierto modo el hermano mayor actuaba in loco parentis. Cuando Sherry, durante sus tempranos intentos de intimidar a las hembras, se veía amenazado —lo que solía pasarle, como a todo joven adolescente—, Jomeo corría en su defensa como hubiese hecho Vodka de estar allí. Pasó el tiempo y Sherry abordaba a hembras situadas en las posiciones más altas del ranking, por lo que necesitaba con mayor frecuencia la ayuda de Jomeo. Y cuando luchaba, Jomeo era un chimpancé a tener en cuenta. ¡Qué importaba si su técnica no era siempre la mejor! continuaba siendo al menos diez kilos más pesado que la mayor de las hembras rivales de Sherry, y les hacía daño les diese donde les diese. Cuando levantaba a su víctima por los aires y la dejaba caer, cosa corriente, el castigo era horrible de ver. Y por eso, por fin, las hembras empezaron a respetar e incluso a temer a Jomeo y los días de la supremacía de Passion sobre el gran macho terminaron para siempre.

La frecuencia con la que un macho se exhibe es, desde luego, un importante factor para determinar su posición en la jerarquía masculina. La frecuencia de Jomeo había descendido casi hasta cero después de su horrible herida del pie, seis años antes. Pero ahora, a causa de su nueva autoconfianza, empezó a exhibirse con más frecuencia. Pobre Jomeo; a veces me pregunto si esas tempranas exhibiciones suyas, con la intención de implantar el temor en los corazones de los que estaban cerca, eran tan divertidas para ellos como para nosotros, los humanos. Tenía mucho que aprender en cuanto a técnica. Por ejemplo, una vez intentó ampliar una carga colina abajo haciendo rodar una enorme roca. Pero en lugar de correr ruidosamente colina abajo, añadiendo una nueva dimensión a la actuación de Jomeo, la roca permaneció firmemente enganchada en el duro suelo. Cualquier otro macho hubiera cargado igualmente a pesar de todo. Pero no Jomeo. Se detuvo totalmente, se volvió y empujó la roca causante de la ofensa. Finalmente la sacó de su sitio, pero de nada le sirvió. Era demasiado grande, y después de rodar perezosamente medio metro se detuvo. Jomeo, con el efecto de la exhibición totalmente arruinado, continuó corriendo desganadamente sin ella.

En otra ocasión, mientras abordaba a un grupo de hembras y jóvenes, tropezó con la raíz de un árbol y cayó entre la maleza. Las hembras, en vez de gritar y huir de esa manera que tan satisfactoriamente hubiese sido para un joven macho, habían trepado silenciosamente a los árboles cercanos y, cuando se levantó, estaban mirándolo desde un lugar seguro.

Lo más divertido de todo (desde nuestro punto de vista) fue «el caso del arbolito tozudo». Era un árbol pequeño, con una bonita copa que parecía idónea para blandirla en una exhibición. Pero cuando lo agarró al pasar corriendo junto a él, no pudo ni romperlo ni desarraigarlo. Entonces, como ocurrió con la piedra, interrumpió su actuación para pelearse con él. Por fin, después de treinta segundos, consiguió arrancar el arbolito. Para entonces yo ya tenía muy claro que era demasiado grande para ser una herramienta efectiva de exhibición. Pero Jomeo, habiéndole ganado la batalla, estaba determinado a usarlo igualmente. Cargó, arrastrándolo tenazmente detrás de sí. O por lo menos, lo intentó. Pero tenía tantas ramas secundarias que una u otra se enganchaban con las otras plantas: antes de que abandonase la actuación, Jomeo se vio forzado en tres ocasiones a retroceder y desenredar el arbolito con las dos manos.

A pesar de todo, las demostraciones de Jomeo mejoraron con el paso del tiempo y desarrolló una poderosa técnica, única entre todas.

Lo mismo pasó con la cacería: al principio Jomeo lo hacía muy mal. Una vez, por ejemplo, intentó coger un mono azul adulto. La persecución fue rápida y furiosa y el mono, desesperado, pasó a otro árbol de un salto. Jomeo se lanzó tras él pisándole los talones; pero no llegó. «El salto se le quedó a medio camino», me explicó más tarde David Bygott (que había visto el incidente). Pobre Jomeo: se estrelló desde una altura de nueve metros, y para un chimpancé tan pesado como Jomeo fue sin duda una buena caída. Se quedó quieto por unos momentos, mareado y probablemente dolorido. Luego se incorporó, contempló cómo se esfumaba su banquete del mediodía y se limitó a comerse unos higos.

Cuando cazan, los chimpancés de Gombe principalmente capturan crías o presas juveniles y suelen renunciar si aparece un mono adulto. Por eso no es de extrañar que Jomeo, cuando capturó un macho colobo completamente crecido, necesitara unas cuantas fuertes mordeduras, golpeándole antes de que su víctima cayera muerta a través de las ramas. Luego, antes de que Jomeo pudiese disfrutar de un solo bocado de su valiosa conquista, los otros machos senior se acercaron y se la arrebataron. Fue Richard Wrangham quien observó este drama, y recuerdo que me explicó el resto de la historia después:

—Se sentó y buscó un pedazo pequeño mientras los otros se dividían la presa. Todos estaban muy nerviosos y gritaban, pero él se mantenía tranquilo. No se unió a las hembras y a los jóvenes para suplicar un pedazo; se apartó y lamió unas cuantas hojas allí donde había caído la sangre. Y luego se fue. Me dio tanta lástima que estuve a punto de echarme a llorar.

El tiempo pasaba y llegaron otros informes en los que Jomeo perdía su presa a manos de machos situados en los puestos altos del ranking —incluso una vez de Gigi—, así que todos empezamos a sentir lástima de él. Pero también nos dimos cuenta que muy a menudo desaparecía durante las cacerías, o después de ellas. Y empezamos a preguntarnos si quizás de vez en cuando conseguía atrapar a un mono pequeño durante la confusión y se iba con él antes que los demás se apercibiesen. Un día, después de atrapar una cría (que luego Figan le arrebató), Jomeo desapareció como de costumbre. Un par de horas después se le encontró solo, con la barriga visiblemente satisfecha y agarrando los restos de la mandíbula de un antílope jeroglífico. ¡Entonces vimos con claridad que no teníamos por qué sentir lástima por Jomeo!

Pero en todo momento, a pesar de sus recientes logros —su indiscutible autoridad sobre las hembras, sus mejores técnicas de exhibición y su creciente dominio en la caza—, Jomeo continuaba lleno de incontables defectillos. Todos ellos, desde luego, le hicieron ganarse nuestras simpatías. Por ejemplo, un día estaba yo contemplando cómo escalaba palmo a palmo un árbol muy alto, lentamente y con aire de intensa concentración. Había llovido durante toda la mañana y el tronco, reluciente como de ébano pulido, estaba muy resbaladizo. Cuando llegó a la rama más baja, que estaba a unos siete metros del suelo y al alcance del escalador, intentó asirse a ella, pero empezó a resbalar. Comenzó a descender hacia el suelo con creciente rapidez, agarrándose con fuerza, pero todo fue inútil. La tierra de Gombe tembló cuando aquel peso pesado llegó al suelo. Miró las ramas por encima de él, se puso de pie y, con gran obstinación, comenzó el dificultoso ascenso por segunda vez. Nadie, ni un entusiasta de las ferias, hubiese sido capaz de intentar subir por un poste engrasado con semejante persistencia. Esta vez lo consiguió. Empleó la hora siguiente en consumir tiernas hojas verdes, y cuando llegó el momento de bajar el tronco se había secado al sol de la tarde y consiguió llegar al suelo con dignidad.

Entonces sucedió un incidente con un mono colobo. Los machos adultos colobos son extremadamente bravos defendiendo a sus hembras y a sus jóvenes. Aun cuando los chimpancés están cazando en grupo, los colobos cargan contra ellos sin miedo alguno y suelen tener éxito en echarlos. Es posible que sea porque los colobos, aunque son más pequeños, están dotados de largos caninos y casi siempre intentan morder al cazador en los genitales. Así, no es raro ver a dos o más chimpancés saltando de rama en rama profiriendo grandes gritos y perseguidos de cerca por un par de enfurecidos monos colobos. Pero lo que le pasó aquel día a Jomeo fue especialmente extraño. Estaba sentado, comiendo pacíficamente fruta y ocupándose de sus propios asuntos cuando un gran macho colobo le asaltó. Lanzándose desde una rama, el mono casi aterrizó sobre Jomeo y le golpeó en la cabeza con los pies profiriendo curiosos gritos agudos a manera de llamadas de amenaza. Jomeo, sorprendido, soltó un chillido de sorpresa y salió huyendo.

—Y quién sino Jomeo —se reía Richard una noche— echaría a correr sólo de ver a tres puercoespines recién nacidos haciendo crujir ruidosamente la hierba seca.

Hasta un suceso esencialmente trágico terminaba por convertir a Jomeo en un personaje cómico. No sé cómo se hirió en el ojo izquierdo. Durante más de dos semanas lo mantuvo cerrado, con gran cantidad de líquidos fluyendo de él, lo que debía ser indudablemente doloroso. Le dimos antibióticos con los plátanos y la herida terminó por curar, pero no sólo le dejó la vista dañada, sino también con un ojo medio blanco a causa de una cicatriz en los tejidos. Debe haber parecido siniestro; en realidad así era, especialmente cuando miraba desde el espeso follaje entre la suave luz del bosque. Pero normalmente parecía más bien un juerguista. Pobre Jomeo; no sólo tenía el carácter de un payaso, sino que ahora también lo parecía.

A pesar de que había terminado por establecer su dominio sobre las hembras adultas, Jomeo casi nunca mostró mucho interés en mejorar su posición vis a vis de los otros machos. Mantenía una profunda rivalidad con Satán, que tenía su misma edad. Observamos los primeros síntomas en 1971, cuando eran adolescentes mayores y a veces se contoneaban el uno frente al otro con el pelo erizado cuando competían por la comida, o durante la excitación de una reunión. En aquella época su situación en el ranking parecía ser la misma, así que estas confrontaciones solían acabar con los dos rivales abrazados y gimiendo dolorosamente. Un par de años más tarde Satán, después de ganar unas cuantas batallas imponía su dominio sobre el gran macho, excepto si Sherry estaba allí para apoyar a su hermano, en cuyo caso Satán abandonaba frente al equipo fraternal.

Cuando Sherry empezó a desafiar a los machos senior de bajo nivel sus exhibiciones se hicieron tempestuosas, atrevidas e imaginativas. Emergía súbita e inesperadamente de entre los matorrales arrojando pesadas rocas y agitando ramas con tal ferocidad que los machos senior acostumbraban apartarse. De esta manera reforzaba su ego y en consecuencia empezó a desafiar más y más a menudo a los mayores. Siempre que su impetuosidad le metía en líos, Jomeo, si estaba allí, lo que ocurría casi siempre, cargaba y se exhibía de modo impresionante para apoyar a su hermano menor. Parecía que Sherry lo tenía todo a punto para alcanzar una alta posición y muchos predecían que acabaría por relevar a Figan, el alfa reinante en aquella época.

Pero luego llegó la derrota decisiva. Satán, exasperado por las largas series de exhibiciones del joven macho, finalmente se le encaró y lo atacó ferozmente, infligiéndole numerosas heridas. Jomeo, como siempre, acudió en ayuda de Sherry, y aunque de hecho no atacó a Satán, actuó tan violentamente en el conflicto que Satán dejó a su víctima y fue a por el hermano mayor. Esto salvó a Sherry de peores heridas.

Fue una lucha histórica, ya que acabó con la carrera de Sherry hacia el puesto dominante. Después de aquello, aunque a veces luchaba contra los machos senior, solía hacerlo en el contexto de comidas o de sexo; en otras palabras, cuando existía una compensación inmediata. Pero durante el resto de su vida jamás se volvió a esforzar por conseguir una posición alta. Así reaccionaba Sherry ante la adversidad, como había hecho su hermano Jomeo en aquel ataque de diez años antes, que no presenció. ¡Qué diferentes eran estos dos hermanos de aquellos machos que luchaban heroicamente para alcanzar a cualquier precio el número uno, como Mike, Figan y Goblin!

¿Y qué decir de las hazañas de Jomeo con el bello sexo? Si un macho puede asegurar una adecuada representación genética en futuras generaciones, compensa otros aparentes problemas en otras esferas. Qué desgracia: a este respecto Jomeo era, de largo, un fracaso. Es posible incluso que no engendrase ni a una sola cría. Carecía del nervio necesario para competir agresivamente con otros machos en los excitados grupos que rodean a las hembras en celo; carecía de la imaginación necesaria para aprovechar repentinas oportunidades para copular cuando sus superiores estaban ocupados en otras cosas y de las habilidades sociales para persuadir a las hembras deseables para que lo acompañasen en románticas escapadas a dúo. En realidad, en este último punto, su récord era tétrico: a menudo intentaba llevarse a hembras, pero normalmente fracasaba. Que nosotros sepamos, sólo tuvo quince parejas en quince años, y en casi todas las ocasiones las hembras se las arreglaban para escapar de él antes de la crucial época de los últimos días del celo. Lo peor de todo —pobre Jomeo— fue que siete de sus damas, cuando las cogió, ya estaban preñadas con la progenie de otros machos.

Sin embargo, a pesar de su idiosincrasia y sus fracasos —o quizás a causa de ellos—, Jomeo se convirtió en un respetado ciudadano senior de la comunidad. Tenía tan poco interés en la lucha por disputar el poder a los machos de estatus superior que no representaba amenaza alguna para aquellos que consideraban el estatus como muy importante. Y por eso Jomeo fue elegido como amigo íntimo primero por Figan (después de la muerte de Humphrey) y luego por Goblin. Y aunque ambos machos, con aspiraciones de dominio, habían considerado necesario aterrorizar a Jomeo y subyugarlo antes de aceptar su amistad, tan pronto los convenció de su subordinación recibió los beneficios que los machos alfa otorgaban a sus colaboradores: protección frente a otros machos senior y un cierto grado de tolerancia en asuntos de comida y de sexo.

Jomeo venía a representar también seguridad para los machos jóvenes. A menudo, durante sus primeros viajes lejos de sus madres, era al viejo Jomeo al que buscaban para encontrar compañía, sintiendo su benigna tolerancia. Una vez lo seguí mientras erraba de un lado a otro con no menos de cinco adolescentes machos trotando pacíficamente a su alrededor. Durante las cinco horas que estuve con ellos no lo vi amenazar a ninguno, ni siquiera cuando comían muy cerca de él. Una vez Jomeo se puso en pie para alcanzar un suculento racimo que colgaba de una rama. En cuanto lo cogió y comenzó a masticar Beethoven se acercó, y le arrancó un pedazo y empezó a comer a su vez. Sabíamos que Beethoven era su favorito, pero aún así me sorprendió que el gran macho no hiciese el menor gesto de protesta.

Me he preguntado muchas veces por el fascinante carácter de Jomeo, su extraña carencia de cualquier clase de ambición de dominio. De no ser por su herida de adolescente, ¿se habría convertido en el macho dominante? Probablemente no, ya que después de todo su hermano Sherry mostró la misma falta de habilidad para dominar la adversidad. ¿Era un rasgo genético, heredado? Aunque es posible, supongo, parece más probable que proceda de la personalidad y de las técnicas de educación que su madre, Vodka, puso en práctica con ellos. Es una lástima que no llegásemos a conocer bien a Vodka, ya que era demasiado tímida. Podemos decir que era una hembra poco sociable, que pasaba la mayor parte de su tiempo vagando, en la sola compañía de su familia, por las zonas periféricas de su territorio. Prof, hijo de la poco sociable Passion, tampoco ha mostrado signos de querer dominar a sus colegas. Por otro lado, Figan y Goblin, que alcanzaron el dominio y que nunca aceptaban la derrota, tenían madres que no sólo eran dominantes, sino también muy sociables: Flo y Melissa.