V. EL AUGE DE FIGAN

Desde el principio fue obvio que Figan estaba dotado de una inteligencia excepcional, de la que proporcioné numerosos ejemplos en mi primer libro, In the shadow of the man. Era igualmente clara su determinación de alcanzar la posición más alta en la sociedad de los machos. Desarrolló una impresionante y contundente exhibición. Esta exhibición sirve para que un chimpancé parezca más grande y peligroso de lo que realmente puede ser: con el pelo enhiesto, zarandeaba la vegetación con sus saltos, arrastraba ruidosamente grandes ramas por el suelo volteándolas luego por encima de su cabeza; cogía y lanzaba rocas con tal vigor que volaban impredeciblemente hacia delante, hacia atrás o hacia los lados; pataleaba y manoteaba el suelo o los troncos de unos árboles, con los labios comprimidos y el ceño fruncido. Y lo más salvaje e impresionante de su exhibición, cuidadosamente planeada y ejecutada, era su capacidad de intimidar a los rivales sin necesidad de combas e físico, durante el cual tanto él como su oponente podían resultar heridos. Cuanto más pequeño es el individuo más impelido se ve a realizar esta exhibición.

Incluso de adolescente Figan se mostró rápido en percatarse e intentar tomar ventaja del menor signo de debilidad (como enfermedades o heridas) de alguno de los machos adultos. Entonces, cuando el macho dominante estaba en desventaja, Figan presentaba su candidatura —su impresionante exhibición— una y otra vez. A menudo era ignorado, incluso amenazado. Pero a veces su audacia tenía efecto y el macho mayor aceleraba el paso. Hasta una victoria temporal como ésta ayudaba a Figan a ganar confianza en sí mismo.

Cuando Mike depuso a Goliath y alcanzó la máxima posición (le la comunidad, Figan tenía nueve años y estaba claramente fascinado por la estrategia imaginativa del nuevo alfa: Mike empleaba bidones vacíos de quince litros en sus exhibiciones de ataque, golpeándolos y pateándolos delante de él cuando corría hacia sus rivales, con gran éxito por su parte, pues los intimidaba a todos, incluso a los más grandes que él. Todos los chimpancés estaban impresionados por estas ruidosas y con frecuencia aterradoras demostraciones. Pero Figan era el único al que vimos, en dos ocasiones distintas, «practicar» con los bidones abandonados por Mike. De modo característico —ya que era un maestro en evitar problemas— lo hacía solamente fuera de la vista de los machos de más edad, que se habrían mostrado intolerantes con este comportamiento en un simple adolescente. Indudablemente habría llegado a ser tan hábil como Mike si no hubiéramos quitado los bidones de la circulación.

La intensa motivación de Figan para alcanzar la mejor posición social posible, además de su inteligencia, le destinaba a ser un futuro alfa. Sólo parecía tener un serio inconveniente: su impetuosa naturaleza. Durante una intensa excitación social, por ejemplo, a veces empezaba a gritar incontroladamente y con frecuencia se precipitaba sobre un individuo cercano, macho o hembra, tocándole o abrazándole para tranquilizarlo. A veces agarraba su propio escroto. Sin embargo, puesto que yo estaba terminando In the shadow of man, escribí: «Sospecho que Figan puede llegar a ser el macho dominante».

La historia subyacente a la larga lucha de Figan para alcanzar la posición alfa es fascinante. Gira alrededor de las complejas y cambiantes relaciones que tuvo con los restantes machos: su hermano, Faben; su compañero de la infancia, Evered; y el mayor de los cuatro, el poderoso y desusadamente agresivo Humphrey.

Cuando Faben fue atacado por la polio y perdió el uso de un brazo, Figan consiguió dominar a su hermano mayor. En los tres años siguientes los dos jóvenes machos interactuaron muy poco. Por supuesto no habían estado el mismo tiempo con su madre; probablemente habían crecido separados. En aquel tiempo Faben era amigo de Humphrey y Figan se mostraba claramente molesto en presencia de machos mucho más grandes y fuertes que él.

Al cumplir Figan los dieciséis años la naturaleza de sus relaciones con Faben volvió a cambiar. Los hermanos pasaron a ser cada vez más amigos y por primera vez les vimos uniendo sus fuerzas contra Evered, uno de los rivales de Figan y compañero de juegos infantiles. Ambos hermanos lo vencieron con facilidad, hiriéndole por añadidura.

Algún tiempo antes del ataque, las relaciones entre Figan y Evered habían sido tensas. Cuando se encontraban efectuaban vigorosos despliegues, intentando intimidarse mutuamente. Evered, por ser el mayor, acostumbraba a triunfar, pero después de ser derrotado por los hermanos empezó a saludar a Figan cuando se encontraban con nerviosos y jadeantes gruñidos. Estuvo portándose así algunos meses. Pero la juventud puede resurgir y Evered, al igual que Figan, estaba también muy motivado para ascender en la escala social. Evered recuperó gradualmente la confianza en sí mismo, o al menos en parte, porque Figan no siempre lo intentaba con su hermano: Faben se mostraba aún amistoso con Humphrey, y Figan, con sabiduría, se dejaba guiar claramente por el macho más fuerte. Por otra parte, incluso cuando los hermanos estaban juntos, Faben no siempre ayudaba a Figan: algunas veces se sentaba a mirar.

En esta época, aunque Mike era aún el líder, comenzaba a mostrar síntomas de vejez. Sus dientes estaban gastados; los caninos, rotos. Su pelo, mate y terroso, empezaba a debilitarse. No es sorprendente que Figan, siempre astuto y avizor, fuese el primero en aspirar a la autoridad del decaído alfa. Al principio se limitó a ignorar las exhibiciones de Mike: ¡se sentaba mirando en otra dirección! Esto tuvo el claro efecto de acobardar a Mike, que a veces se exhibía una y otra vez cerca de Figan, intentando desesperadamente provocar alguna señal de respeto. Pero Figan no se dejaba impresionar y, a medida que pasaban las semanas, se exhibía cada vez con más frecuencia cuando Mike estaba cerca. Y pronto Evered también empezó a cuestionar la posición de Mike.

Estos tres jóvenes machos, sin embargo, siguieron mostrando un gran respeto hacia Humphrey. Y el mismo Humphrey, según la costumbre (desde que derrotó a Mike en un combate) era el más respetado de los viejos alfa. Así pues, en 1969 escribí: «Pronto estaremos en una situación en la cual ningún macho dominará completamente. En verdad, algo va a pasar muy pronto».

Y ese algo sucedió en un gris y sombrío día en enero de 1970.

Mike estaba sentado solo en el campamento, comiendo tranquilamente unos cuantos plátanos, cuando de repente Humphrey, seguido de cerca por Faben, bajó de la colina y lo atacó. Sin ningún motivo aparente. Mike, gritando, buscó refugio en un árbol. Humphrey le siguió, le tiró al suelo y le golpeó, dándole patadas. Faben se unió a la pelea y propinó un par de golpes a Mike. Humphrey, que parecía impresionado por lo que había hecho, se fue, con Faben a la zaga. Los dos agresores desaparecieron, dejando a Mike visiblemente destrozado, emitiendo grititos de miedo y de dolor.

Todo sucedió con tal rapidez que terminó en un momento. Pronto constituyó un hito histórico que marcó el fin de una era: el reinado de seis años de Mike como alfa. Casi de la noche a la mañana se había convertido en uno de los machos con menos prestigio de la comunidad: incluso algunos de los adolescentes lo desafiaban y Mike apenas se mantenía en pie.

Una semana después de su derrota seguí al caído rey cuando dejó el campamento. Caminaba lentamente, parando a menudo por el camino para coger y masticar unas cuantas hojas y frutas. Más tarde, bajo el calor del mediodía, dobló unos arbolitos y se tendió sobre ellos para descansar. Yo me apoyé en el nudoso tronco de una vieja higuera. Todo estaba tranquilo y en paz. Mike estaba echado, con los ojos abiertos, mirando al cielo. Mirándole me preguntaba qué estaría pasando por su mente. ¿Recordaba su poder perdido? ¿Somos los humanos, con nuestra continua preocupación por nuestra imagen, los únicos que experimentamos sensación de humillación? Mike volvió la cabeza y me miró directamente a los ojos. Su mirada parecía serena, tranquila. Quizás, pensé, estaba contento por el descanso que suponía dejar el poder. Después de todo, para un chimpancé dominante es un duro trabajo mantener su posición, aunque sea joven y fuerte. Y Mike era viejo y estaba muy cansado. En ese momento cerró los ojos y se durmió. Más tarde, cuando se despertó, anduvo por el bosque, solitario, disminuido entre los majestuosos árboles.

Humphrey sucedió a Mike automáticamente como alfa. Pero aunque había conseguido una victoria decisiva, apenas le supuso gloria alguna. Era fuerte y estaba en su mejor momento. Pesaba a lo sumo diez kilos más que el viejo Mike. Nada inexorable había sucedido; tras este acceso al máximo rango no existía una serie impresionante de batallas contra un poderoso adversario. Y a pesar de su fuerte y fiero temperamento, Humphrey nunca pasó a ser un verdadero e impresionante alfa: era poco más que un matón, fanfarrón, carente de la energía, inteligencia y coraje que fueron admirables características de Mike y de su predecesor, Goliath.

Aun favorecido por la feliz partida de Hugh y Charlie, los dos machos que más temía, Humphrey nunca llegó a ocupar la máxima posición. Esto sucedía pocos meses antes de que Humphrey derrotara a Mike, cuando la comunidad que yo mantenía bajo observación desde diez años atrás comenzaba a dividirse. Una parte de ellos pasaban cada vez más tiempo en el sur del área de distribución compartida hasta entonces por todos los miembros de la comunidad. Los líderes del movimiento hacia el sur eran Hugh y Charlie. Casi con certeza hermanos, ambos mantenían una relación de ayuda mutua y casi siempre viajaban juntos. Formaban un equipo formidable y era realmente sorprendente que temieran a Humphrey, que no tenía un solo amigo íntimo y únicamente contaba con la ocasional colaboración de Faben, que tenía un brazo inútil. Cuando Hugh y Charlie, junto con los otros machos del «extremo sur» efectuaban una de sus ocasionales excursiones hacia más allá del límite norte, Humphrey solía evitarlos. Gradualmente estas expediciones pasaron a ser más esporádicas y por fin terminaron por completo.

Todo parecía acorde a los deseos de Humphrey. No sólo era capaz de librarse de sus rivales, sino que, como resultado de la división de la comunidad, quedaban solamente ocho machos adultos sobre los que mantener el control: Mike y Goliath, sus antecesores, habían tenido que mantener su autoridad sobre más de catorce machos. A pesar de este buen comienzo, Humphrey sólo retuvo su máxima posición un año y medio. Figan la usurpó.

Incluso durante los primeros meses de su reinado Humphrey parecía ver en Figan un peligro potencial: se exhibía, erizaba el pelo y se magnificaba a sí mismo con más frecuencia que en otras épocas en presencia de Figan. Probablemente tales ejercicios servían tanto para estimular su confianza en sí mismo como para impresionar a Figan. Éste, por su parte, se mantenía apartado del camino de Humphrey tanto como le era posible, al menos aparentemente respetuosísimo con el nuevo alfa.

Mientras, estaba preocupado con su larga batalla para dominar a Evered. Claro que, rememorando los sucesos del periodo tormentoso, parecía probable que Figan se diera cuenta desde el principio que su más formidable rival era Evered y no Humphrey.

Poco después del cambio de los machos alfa tuvo lugar una seria lucha entre Evered y Figan. Los dos machos empezaron una escaramuza en lo alto de un árbol. Evered estaba junto a uno de los machos senior, y Figan, superado, cayó al suelo desde unos nueve metros. El victorioso Evered se exhibió magníficamente a través de las ramas mientras Figan, chillando, se sentaba abajo. Estaba malherido, con la muñeca torcida o quizás algún hueso de la mano roto y anduvo cojeando las tres semanas siguientes.

Esto sucedía justo dos meses antes de la muerte de Flo. Ésta parecía increíblemente vieja; su cuerpo estaba encogido; sus ojos, casi siempre apagados e inexpresivos, sus movimientos lentos. Pero cuando oía los frenéticos chillidos de su hijo como mínimo a medio kilómetro de distancia, aún saltaba sobre sus pies y, con los pelos que le quedaban erizados, corría hacia los sonidos tan rápidamente que su seguidora humana se quedaba atrás. Puede que parezca poco lo que esta delicada y anciana dama podía hacer por ayudar a Figan contra sus poderosos agresores al llegar a la escena de los acontecimientos. Pero su presencia le calmaba. Su frenético griterío daba paso a suaves quejidos cuando él, cojeando, se dirigía hacia su madre. Y cuando ella empezaba a acicalarle ambos se tranquilizaban, relajándose bajo el tranquilizador contacto de sus dedos como sucedía en su infancia y adolescencia. Cuando Flo se iba, Figan la seguía, manteniendo su mano herida sin tocar el suelo. Hasta que tuvo la mano curada no la dejó para encaminarse hacia la sociedad de machos adultos con todas sus tensiones y peligros, sus estímulos y sus excitaciones.

El siguiente drama que registramos fue una pelea entre Figan y Humphrey. No fue muy dramática y ninguno de los dos machos resultó herido, pero para el macho alfa significó el principio del fin. Cuando terminó la pelea, ambos combatientes corrían repetidamente para tocar o abrazar alguno de los machos presentes. No sólo buscaban aceptación; también trataban de conseguir aliados.

En esto sólo Figan tuvo éxito: persuadió a uno o dos para que se uniesen a él y juntos atacaron a Humphrey, que escapó y estuvo vagando en solitario durante algunos días. Su periodo de mayor control había finalizado; pero el de Figan estaba por empezar.

Lo más importante que aprendimos sobre la batalla por el poder entre los chimpancés, lo que más llamó nuestra atención, fue la importancia de las coaliciones. Un macho adulto que intentaba alcanzar el puesto dominante tenía muchas más probabilidades de éxito si disponía de un aliado, de un amigo que le proporcionase una ayuda segura en los momentos de necesidad; que nunca, y eso era lo más importante desde el punto de vista psicológico, se pusiera a favor de un rival.

En aquel momento se forjó una alianza temporal entre Humphrey y Evered. Buscaban la mutua compañía y a menudo se acicalaban el uno al otro. Cuando estaban juntos, dándose apoyo moral, podían permitirse ignorar las exhibiciones de Figan. En realidad, juntos lo vencieron dos meses después. Pero eso no cambió mucho las cosas; Humphrey casi siempre evitaba a Figan, mientras la hostilidad y la tensión entre Figan y Evered parecía aumentar. Las exhibiciones que cada uno realizaba junto al otro cuando se encontraban se fueron haciendo más vigorosas. Una vez actuaron repetidamente hasta cuatro veces, cada uno durante más de una hora. Figan, con el pelo erizado, corrió hacia Evered, agarró una gran roca y se exhibió delante de él mientras los otros miembros del grupo se dispersaban. Entonces se sentó sin aliento. Momentos después empezó Evered. Saltaba agitando la vegetación cerca de su rival, rompió una rama delante de él y, concluido su turno, se sentó jadeando. Cinco minutos después Figan empezó una nueva exhibición. Y así sucesivamente. Antes de que acabaran habían conseguido crear una gran emoción y nerviosismo entre los espectadores, probablemente por su gran esfuerzo. Podríamos decir que al final el resultado estaba igualado.

Figan, a pesar de su inteligencia y de su deseo por llegar al puesto dominante nunca hubiese alcanzado la posición alfa de no haber sido por un cambio de opinión de Faben. Hasta ese momento, aunque Faben nunca se había unido en bandas contra su hermano menor, nunca le había dado su apoyo. Pero de repente, hacia finales de 1972, la relación entre ambos se volvió más íntima: si Figan desafiaba a otro macho y Faben estaba por allí se unía a él, actuando al unísono con su hermano. Si Figan necesitaba ayuda, Faben estaba preparado para prestársela. Se convirtió, o así lo parecía, en el principal apoyo de Figan para alzarse con el poder.

¿Por qué Figan mostró ese cambio de postura? ¿Fue quizás, o al menos en parte, consecuencia de la muerte de Flo? El fuerte lazo entre los hermanos no se estableció inmediatamente después de dicha muerte, pero por aquel entonces ni Faben ni Figan habían visto el cuerpo muerto de su madre, por lo que no podían saber que Flo se había ido para siempre. Luego, tras unas semanas sin signos de ella, ¿no debió sentir Faben una sensación de abandono, un lugar vacío en su corazón, pese a ser un macho adulto? ¿Una cierta soledad, que intentó mitigar pasando más tiempo con su hermano?

Es verdad que tanto Faben como Figan, siendo adultos, habían encontrado confort en la tranquilizadora presencia de su madre. Una vez, cuando se lesionó el pie, Faben viajó con Flo hasta que volvió a estar bien (igual que Figan cuando se torció la muñeca). En aquellos tiempos Faben regresaba de una larga estancia en el norte con la mano del brazo paralizado muy infectada. Desde luego, le dolía mucho. Se movía muy lentamente, andando en posición erecta y meciéndose los abultados dedos con su mano sana. Durante varios días permaneció cerca del campamento, explorando constantemente las laderas del valle, como esperando ver a alguien. Nunca sabremos si, como yo sospecho, buscaba el calor de su madre; pero Flo, por una de esas jugadas irónicas del destino, había muerto el día antes de su regreso.

No sabemos las razones ocultas tras la decisión de otorgar tan entusiástico soporte a su joven hermano, pero en abril de 1973 ambos eran totalmente inseparables. La fuerza de esta alianza no solamente condujo a la caída de Humphrey, sino que permitió a Figan, en último término, derrotar a Evered. Figan consiguió ambas victorias en el transcurso de tres importantes pugnas.

La primera tuvo lugar a finales de abril. Figan y Faben atacaron juntos a Evered, que se refugió, gimiendo y chillando, en la copa de un árbol. Los hermanos continuaron el ataque por abajo alrededor de una hora y media; durante una tregua, su víctima terminó por escapar.

Cuatro días más tarde se produjo la segunda. Figan atacó a Humphrey, con mucho oponente más peligroso que Evered, ya que pesaba al menos ocho kilos más que Figan o Evered. Sucedió por la noche. Se encontraban presentes los cuatro machos más importantes; de hecho habían estado juntos todo el día en un gran grupo, disfrutando en los charcos que tanto abundan al final de la temporada de las lluvias. Se daba el tipo habitual de excitación, exhibiciones y gritos. Nada fuera de lo ordinario. Mientras el sol se hundía en el lago por el oeste, Figan estaba comiendo solo a cierta distancia de los demás. El chasquido de las ramas y el susurro de las hojas indicaban que los chimpancés empezaban a hacer sus nidos para pasar la noche. Era un momento de paz, un tiempo para relajarse apaciblemente después de un largo día, antes de tumbarse con la barriga llena.

Figan dejó de comer. Por un momento se sentó en su árbol y entonces, totalmente en calma, descendió. Pero cuando llegó donde estaban los otros su pelo había empezado a erizarse y cuando trepó a su árbol, moviéndose aún más rápidamente, se irguió hasta parecer el doble de su tamaño normal. De repente se encontró fuera, exhibiéndose salvajemente desde las ramas, agitándolas violentamente, saltando y balanceándose de un lado a otro del árbol. Se organizó instantáneamente un pandemónium de chimpancés chillando y huyendo de su proximidad, muchos de ellos saltando de sus nidos. En resumidas cuentas, Figan perseguía un viejo macho, lo aplastó al pasar y entonces, cayendo en el frenesí, saltó hacia abajo, donde Humphrey estaba sentado en su nido. Los dos machos, trabados en combate, cayeron al suelo desde por lo menos tres metros de altura. Humphrey se alejó y huyó de allí gritando. Figan lo agarró a corta distancia y entonces, sin detenerse a respirar, saltó atrás en el árbol y continuó brincando por las ramas.

Durante los siguientes quince minutos Figan se exhibió cinco veces más. Por dos veces atacó a machos de nivel inferior y los gritos frenéticos de sus desafortunadas víctimas se añadieron a la confusión general. Finalmente, Figan se calmó (debía estar exhausto) y se sentó. Viéndolo Humphrey, que había trepado a otro árbol, se hizo otro nido. ¡Demasiado pronto! Apenas había recostado su cabeza sobre el blando montón de hojas cuando Figan empezó otra exhibición y de nuevo se lanzó hacia su rival. Por segunda vez los dos se fueron al suelo; por segunda vez Humphrey escapó y se internó en la espesura gimiendo lastimeramente.

En aquel momento casi era ya de noche. Figan se sentó por un momento en el suelo y luego trepó a un árbol y se hizo un nido. Sólo entonces regresó Humphrey y, muy silenciosamente, se hizo su tercer nido. Esta vez pudo pasar la noche sin otra interrupción.

El hermano mayor, Faben, había observado esta escaramuza desde su nido. Me pregunto si Figan se hubiese atrevido a atacar a su poderoso adversario de no estar Faben presente. Sospecho que no. Tal como era, estaba seguro de que Faben lo ayudaría si lo necesitaba. Y quizás lo más importante: Humphrey también lo sabía.

Tras de esta decisiva victoria, observada por más de la mitad de los miembros de la comunidad de Kasakela, el dominio de Figan parecía asegurado. Pero aunque aceptó calmosamente las muestras de respeto de Humphrey, Evered seguía constituyendo una amenaza. Después de todo, él había dominado a Figan durante años, y en su larga búsqueda del poder había mostrado una persistencia y un vigor muy superiores a los de Humphrey. El gran final llegó hacia finales de mayo y, como antes, Faben concedió a Figan todo su apoyo.

Ocurrió en una calurosa y húmeda tarde. Los dos hermanos estaban comiendo tranquilamente cuando los peculiares jadeos de Evered se oyeron a lo lejos, en el valle. Se miraron con los pelos erizados, sonriendo con excitación. Luego, saltando al suelo, corrieron hacia el lugar de donde procedían los gritos. Encontraron a Evered en un árbol de la ladera. Aterrorizado, se quedó allí agachado mientras los hermanos atacaban desde abajo, agitando ramas y lanzando piedras. Entonces, como uno solo, saltaron al árbol y se tiraron sobre su víctima. Enganchados, rodando, los tres machos cayeron al suelo y Evered consiguió liberarse. Escapó colina arriba, y buscó refugio en otro árbol. Durante la hora siguiente los hermanos lo siguieron, exhibiéndose detrás de él. Pobre Evered: allí estaba, gimiendo de vez en cuando y gritando de miedo hasta que Figan y Faben terminaron por irse. Evered no se atrevió a bajar del árbol y escapar en tanto no estuvieron a respetable distancia y fuera de su vista.

Figan había alcanzado la máxima posición.