VII. CAMBIO
En mayo de 1975 sobrevino una repentina noche de terror: cuarenta hombres armados atravesaron el lago desde Zaire y secuestraron a cuatro de los estudiantes de Gombe. Después corrieron muchas y confusas historias sobre lo sucedido, historias de coraje e historias de horror. Mi viejo amigo Rashidi fue golpeado en la cabeza en una vana tentativa de que recordase donde estaba la llave del almacén de gasolina. Estuvo sordo de un oído hasta meses más tarde. Las dos jóvenes mujeres tanzanas que entonces trabajaban en Gombe, la guardesa del parque, Etha Lohay, y la estudiante Addie Lyaruu, volaron desde una casa de estudiantes a la siguiente, moviéndose con rapidez a través de la oscura selva para advertir a los demás del ataque.
¿Dónde habían llevado a las víctimas? ¿Estaban con vida? Se oyeron relatos sobre cañonazos oídos fuera, en el lago, y durante días creímos que los rehenes podían haber muerto. Fueron momentos de angustia. Por supuesto, todos abandonamos Gombe. Durante un tiempo permanecimos en Kigoma, esperando contra toda esperanza noticias de nuestros amigos. Pero no llegaban. Pocos meses antes del rapto me había vuelto a casar, y mi segundo marido, Derek Bryceson, tenía una casa en Dar es Salaam. Allí fuimos todos nosotros, los estudiantes apretados en la pequeña casa de invitados, y esperamos. Esperamos, esperamos y esperamos noticias durante lo que nos pareció una eternidad. Era un puro infierno para nosotros, los que nos habíamos librado. ¿Cuál no sería el sufrimiento mental de las víctimas, el de sus padres y familiares cercanos?
Después de aproximadamente una semana que se nos antojó un mes, uno de los estudiantes secuestrados fue enviado de nuevo a Tanzania con una demanda de rescate. Nunca olvidaré el alivio, la extraordinaria alegría que experimenté al saber que los cuatro estaban vivos y físicamente ilesos. Pero las negociaciones parecían durar una eternidad. La solución era políticamente delicadísima, pues involucraba las relaciones entre Tanzania, Zaire y Estados Unidos.
Fue una suerte para los cuatro jóvenes ser mental y físicamente fuertes y también lo fue que se tuvieran unos a otros para darse soporte moral. Quizá la angustia peor fue la de los últimos días, en los que quedaba un solo estudiante como solitario rehén después de pagar el rescate y quedar libres los demás. Pero fue liberado dos semanas después. Aquello fue como un negro nubarrón que terminó por pasar y nos pareció que la luz del sol volvía a brillar.
Los cuatro se recuperaron por fin de su terrible experiencia, o al menos así lo parecía a juzgar por las apariencias externas. Pero me preocupaba que su mente no hubiera quedado completamente liberada del tormento psicológico de aquellos días. La memoria está siempre al acecho, lista para emerger en forma de pesadillas en épocas de enfermedad, soledad o depresión.
Durante el periodo entre la noche del secuestro y el final de los largos días de cautiverio, mis pensamientos relacionados con la investigación en Gombe se habían visto sofocados, aplastados por la preocupación y la desesperanza. Organicé algunos análisis de datos y algún otro intento de mantener alta la moral de nuestro pequeño grupo en Dar, pero sin poner el corazón en ello. Pasaba gran parte del tiempo leyendo novelas; no había leído tanta literatura desde mis tiempos escolares. Pero cuando los rehenes fueron liberados pude volver a pensar en el futuro de la investigación. Derek, Grub y yo efectuamos varias breves visitas al parque, incluso durante aquellas semanas de pesadilla. Teníamos que animar y manifestar nuestro apoyo al equipo de campo que, para su gran mérito, había continuado recogiendo datos básicos por entera y propia iniciativa.
Inmediatamente después del ataque fue enviado a Gombe un destacamento de la Fuerza de Campo, cuerpo especial de la policía. Esta fuerza altamente eficiente, entrenada para solucionar cualquier emergencia, significó una gran ayuda para nosotros durante sus primeras visitas. Después de pocos meses fue sustituida por un pequeño grupo de policías ordinarios. Muy gradualmente retornó un sentimiento de seguridad. Antes, cuando visitábamos la selva, no nos sorprendíamos excesivamente si veíamos un bote. Pero transcurrió más de un año hasta que pudimos volver a oír el motor de la canoa en medio de la noche sin levantarnos, con el corazón palpitante, mirando hacia el lago con el temor de tener que salir huyendo por la ladera de la montaña.
Sin la ayuda y el soporte de Derek dudo de que nos hubiéramos mantenido en Gombe después del secuestro. Yo me encontré con él en 1973 durante una visita a Dar es Salaam e inmediatamente nos sentimos fuertemente atraídos. Había llegado por primera vez a Tanzania en 1951. Durante la Segunda Guerra Mundial fue piloto de caza en la RAF, pero tras unos cuantos meses de servicio activo había sido derribado en Oriente Medio. Sobrevivió al accidente, pero sufrió lesiones en la columna vertebral y le dijeron que nunca volvería a andar. En aquellos momentos tenía diecinueve años. Resuelto a probar que los médicos se equivocaban aprendió por sí mismo, con absoluta determinación, a moverse con ayuda de un bastón. Tenía suficiente musculatura en una pierna para moverla mientras andaba, pero otra colgaba de la cadera. Aprendió también a conducir, rápidamente y bien, aunque tenía que levantarse la pierna izquierda con una mano para poder pasar el pie del pedal del embrague al del freno.
En cuanto fue capaz de moverse, Derek marchó a Cambridge, donde consiguió un diploma en agricultura. Entonces alguien le ofreció un trabajo en Inglaterra que instantáneamente rechazó. «Era una fácil agricultura de sillón», me dijo, «apropiada para un inválido». En su lugar ahorró para poder ir a Kenia, donde se dedicó a la agricultura durante dos años; entonces elevó una instancia al gobierno británico para obtener una de las hermosas estancias en las estribaciones del Kilimanjaro, que entonces formaba parte del Protectorado británico de Tanganika. Después cultivó trigo con éxito hasta que encontró a Julius Nyerere, que estaba entonces organizando el movimiento que, con el tiempo, llevaría a la independencia de Tanganika. Derek quedó profundamente impresionado por Nyerere y pasó a ser simpatizante de su causa. Ello cambió el curso de su vida. Se unió al movimiento nacionalista africano de Tanganika y pasó a estar de tal modo involucrado en política que abandonó su querida granja y se trasladó a la capital, Dar es Salaam. Ya estaba firmemente atrincherado en su país de adopción cuando, al fin, se consiguió la independencia en 1961, inmediatamente después de mi llegada a Gombe.
Derek hizo mucho por Tanzania, nombre que tomó Tanganika después de su unión con la isla de Zanzíbar. Fue elegido miembro del parlamento de Dar es Salaam por la circunscripción de Kinondoni, repitiendo su mandato por amplia mayoría cada cinco años. Asistió a muchos consejos de ministros y era bien conocido por sus contribuciones a la política agrícola tanzana durante los dos períodos de cinco años durante los que fue ministro de Agricultura, así como por el desarrollo que imprimió a los programas de medicina preventiva y de mejora de las normas dietéticas durante sus años de ministro de Salud Pública. Cuando le conocí había dimitido del gobierno, pero todavía representaba Kinondoni como miembro del parlamento, y recientemente había sido propuesto como director de los espectaculares parques naturales de Tanzania por el presidente Julius Nyerere.
Después de que Derek y yo nos casáramos, yo continué viviendo en Gombe y él efectuaba visitas periódicas de un par de días, volando en un aparato Cesna de cuatro plazas. A Derek le gustaba ver los chimpancés, pero no le era fácil andar por los empinados desniveles. Construimos escalones en los lugares más escarpados, en las zonas más traicioneras del recorrido y pusimos una barandilla de cuerda en el tramo peor, de manera que pudiera agarrarse a ella mientras utilizaba el bastón por el otro lado. Así pudo ir arriba y abajo solo, sin apoyarse en un brazo amigo como antes se viera obligado a hacer. Pero aun así, el viaje que para nosotros significaba diez minutos, suponía para él tres cuartos de hora de dura prueba. Una vez resbaló y cayó pesadamente sobre el extremo de la columna vertebral, lo que le causó un gran dolor durante varios días, cosa que nunca admitió. Otra vez se cayó y se torció la rodilla, que se inflamó hasta alcanzar un tamaño enorme. Pero, a pesar del riesgo, siempre insistía que aquello valía la pena.
Durante estas visitas Derek llevaba a cabo su cometido como director de los Parques Nacionales, informándose de todo lo que ocurría en Gombe. Por tanto, estuvo en disposición de sernos particularmente útil después del secuestro. Con su fluido swahili y su comprensión del carácter tanzano me ayudó a convencer a los miembros del personal de campo de que podrían realizar por sí mismos un buen trabajo. Aunque habían adquirido gran conocimiento y experiencia durante los pocos años anteriores y eran capaces de seguir hábilmente a los chimpancés a través del terreno montañoso de la selva, de trazar diariamente un esquema de los movimientos y los modelos de asociación y de identificar las plantas que les servían de alimento, siempre habían confiado en la dirección de los estudiantes y la constante presencia de la «Dra. Jane». Ahora era necesario convencerles de que podían continuar sin nosotros.
Yo trabajaba en estrecho contacto con los hombres durante mis breves visitas, comprobando su exactitud y fiabilidad. Juntos preparábamos charlas y seminarios y les hablaba sobre los análisis que estaba haciendo en Dar es Salaam, ya que había empezado a compilar los resultados del estudio para su futura publicación en un libro científico. Cuando entendieron cómo iba a utilizar la información que ellos recogían, fueron más cuidadosos en la elaboración de los informes y en la confección de esquemas y mapas. Poco a poco creció mi confianza en ellos. Entre todos eligieron dos «viongozi» o líderes: Hilali Matama, que había empezado a trabajar con los chimpancés en 1968, y Eslom Mpongo, que se unió a nuestro equipo poco después. En 1975 ambos sabían sobre los chimpancés y su conducta más que cualquiera de los llamados «expertos». Su trabajo se convirtió en una manera de vivir, y ellos y los otros miembros del equipo de Gombe estaban completamente dedicados y fascinados por las vidas de los chimpancés que estaban observando. Cada vez que volvía a Gombe les enseñaba a recoger datos más sofisticados y sus informes se volvieron increíblemente interesantes. Les dimos un magnetófono para que, si tenían oportunidad de presenciar algún fenómeno emocionante o inusual, pudiesen dictar un informe más detallado del que podían escribir. La mayoría de ellos escribía con bastante lentitud y trabajosamente (uno o dos, de hecho, habían aprendido a escribir recientemente, cuando iban a entrar a nuestra organización).
Los tanzanos trabajaban en equipos de dos, siguiendo a un determinado chimpancé al máximo posible durante todo el día: lo ideal era desde que dejaba el nido hasta que se acostaba. Uno de estos hombres registraba detalladamente la conducta del chimpancé. El otro marcaba la ruta, apuntaba lo que comía y tomaba nota de los otros chimpancés con los que se encontraba y del tiempo que estaba con ellos. Entre los dos anotaban también cualquier suceso destacable además de los citados. A menudo, después de cenar, los dos hombres que habían efectuado un seguimiento venían a contarnos lo que habían visto durante el día. Nos sentábamos amistosamente en la blanda arena, fuera de la casa, con las olas acariciando y haciendo rodar los guijarros y escuchando las melodiosas voces swahili describir una caza, una patrulla por la frontera o algún accidente emocionante que hubiesen podido observar.
Cada uno de los hombres tenía su propio centro de interés. Para Hilali era la lucha de los machos por el dominio y fue mucho lo que él y los otros hombres pudieron explicarnos durante los problemáticos meses posteriores a la muerte de Faben, cuando los otros machos, con creciente frecuencia y entusiasmo, se agrupaban contra Figan. En seguida se vio claramente que Figan, que durante toda su vida había contado con el apoyo de un fiel aliado (primero su madre, luego su hermano), se encontró con que era necesario encontrar un sustituto de Faben. Eligió a Humphrey, su antiguo enemigo. Humphrey había sido aterrorizado por Figan y sufrido una estrepitosa derrota. Por eso ahora constituía la amenaza menor. Y aunque no llegó a ocupar el lugar de Faben, ya que nunca había apoyado a Figan cuando los otros machos lo desafiaron, significó para éste una cierta tranquilidad, ya que nunca llegó a aliarse con los otros contra Figan.
Un atardecer de marzo, unos ocho meses después de que Faben desapareciese, Hilali llegó a casa impaciente por contarnos los sucesos del día. Había estado siguiendo a Figan que, como siempre, formaba parte de un amplio grupo. Durante un súbito estallido de excitación, cuando Satán se unió al grupo, cuatro de los machos adultos —el mismo Satán, Evered, Jomeo y Sherry— hicieron causa común contra su alfa en una serie de dramáticas exhibiciones conjuntas. En un intervalo de cuarenta minutos los cuatro cargaron tres veces contra Figan, rodeándole y consiguiendo que se marchara gritando. Terminó por refugiarse en uno de los árboles altos, pero los cuatro le siguieron hasta las ramas superiores. Aterrorizado, Figan saltó salvajemente a un árbol vecino, se descolgó hasta el suelo y cubrió más de medio kilómetro como si le persiguieran todos los demonios del infierno. Hilali, exhausto y empapado de sudor, consiguió seguirlo y así pudo ver a Figan, gritando aún, saltar a un árbol y mover los brazos alrededor de Humphrey. Hilali pensó que probablemente Figan había visto a su único aliado desde el alto árbol, aunque pudo haber sido un encuentro fortuito. Los otros cuatro machos continuaron exhibiéndose ante ambos, Figan y Humphrey, que permanecían muy juntos, buscando cada uno seguridad en el otro.
Muchos sucesos similares fueron descritos en aquellos tumultuosos meses en que las relaciones entre los machos adultos eran tan tensas y tirantes. Y siempre Humphrey, cuando estaba presente, daba soporte moral a Figan. El alcance de la confianza que Figan llegaba a depositar en Humphrey quedó bien ilustrado en uno de los seguimientos de Hamisi Mkono. Durante una sesión de alimentación en el denso monte bajo, los dos amigos estuvieron por cierto tiempo separados. Cuando Figan súbitamente se dio cuenta de que Humphrey ya no estaba con él, alianza kulia kama mtoto, como decía Hamisi, riendo, empezó a gemir como un niño perdido. Trepó a un árbol, mirando en todas direcciones, y entonces buscó apresuradamente a su amigo gritando cada cierto tiempo —gritos de SOS— lo más fuerte que podía. Después de unos veinte minutos encontró a Humphrey, trepó hacia él y empezó a acicalar al viejo macho. Gradualmente se calmó y bajó.
Pienso que todos nosotros esperábamos que Figan perdería su posición alfa definitivamente. De hecho, durante nueve meses no hubo un claro alfa en Gombe. Figan podía —y así lo hizo— mantenerse cuando se encontraba en solitario con otro macho, o en parejas. Pero huía de ellos gritando cuando formaban grupos de tres o cuatro. ¿Qué iba a ser de él —aún me lo pregunto—, que evitaba a los otros machos, cuando éstos se uniesen para atacarlo? Pero nunca lo hacían. Y muchas de las dramáticas confrontaciones, erizadas cargas y salvajes sacudidas de vegetación y lanzamientos de piedras terminaban con todos los participantes atacando juntos de pronto, gritando e iniciando algunas frenéticas sesiones de acicalamiento social, durante las cuales todos los implicados se calmaban gradualmente y, después de cierto tiempo, se marchaban.
Coincidiendo con este inquieto período la hembra Pallas, sexualmente popular, entraba de nuevo en celo después de perder una cría. Y, sin un destacado alfa, esto provocó un caos casi total entre los machos. Figan no tenía poder suficiente para poseer a Pallas, y tampoco ninguno de sus rivales. Y por eso, casi cada vez que uno de los machos más grandes trepaba al árbol de la hembra (porque, probablemente en estricta defensa propia, ésta pasaba mucho de su tiempo sobre el suelo), se iniciaba un pandemónium entre los demás. Cualquiera que fuese el atrevido pretendiente era cazado en lo alto del árbol y atacado por uno o más de los restantes machos; o si lo conseguía, la visión del acto sexual provocaba explosiones de agresividad entre los espectadores. Y entonces seguía un breve período de confusión como machos exhibiéndose con el pelo erizado y furiosos gestos, tirando rocas y ocasionalmente cogiendo y aporreando alguna desdichada hembra o adolescente que encontraban en su camino. Algunas veces se enzarzaban en breves pero furiosas batallas entre ellos mismos. Aunque Pallas rara vez constituía una víctima, debía de haber sufrido gran número de casi insoportables momentos de tensión.
Durante todo este increíble período de diez días, Goblin —que, incidentalmente, continuaba siguiendo fielmente a Figan, a pesar del temporal destronamiento de su héroe— se mantenía estrechamente pegado a Pallas hiciese frío o calor. Algunas veces era atacado por su audacia, pero conseguía muchas cópulas rápidas, mientras los machos mayores tenían que luchar entre sí para alcanzar el privilegio de acceder a la hembra.
Después de nueve meses de tensión y ansiedad, Figan volvió a establecerse a sí mismo como alfa, aunque sus días de poder social absoluto habían pasado. Y de la misma manera que Faben se había beneficiado de su condición de hermano del alfa, ahora Humphrey se beneficiaba de su posición de «mejor amigo». Hilali recordaba un delicioso ejemplo de cuando Figan —que era el chimpancé favorito de Hilali— atrapó dos pequeñas crías de colobos en la misma cacería. Encontró el primero casi inmediatamente, arrebatándoselo a su madre, arrancando el bebé de sus brazos y matándolo con un rápido mordisco en el cráneo. Y luego, en vez de empezar a comer, se sentó, sosteniendo en una mano el cuerpecito de su víctima con la intención de que lo viesen los otros machos que aún estaban cazando. Después de unos momentos Humphrey trepó hacia Figan y se sentó junto a él. Humphrey no estaba interesado en otra víctima; sólo en solicitar una parte de la presa de Figan. De golpe, para sorpresa de Hilali, Figan dejó el cadáver entero en las manos de Humphrey. Entonces, saltando del árbol, corrió para reincorporarse a la caza y, en pocos minutos, había encontrado otra madre, quitándole y matando a su cría. ¡Esta vez él mismo consumió la nueva presa!
—Ni fundi, Kweli, es verdaderamente un experto —dijo Hilali, soltando una risita. Miró fijamente al fuego un momento y entonces, como si sintiera la necesidad de ser absolutamente justo, de dar a cada cual su mérito, añadió—: Na kumbuka Sherry, anapofanya hivyo, recuerdo a Sherry haciendo lo mismo. En realidad, a Sherry le había ido, en cierto modo, mejor: había atrapado una segunda presa mientras aún tenía agarrada la primera. Y la guardó y ¡se comió las dos!
En los primeros años posteriores al secuestro, Derek continuó ayudando a la administración y organización de la investigación en Gombe y, a medida que pasaban los meses, parecía cada vez más y más ocupado. Pero pese a todos sus intentos y propósitos tenía que cubrir dos circunscripciones, ambas con sus urgentes necesidades y problemas: Kinondoni, distrito de Dar es Salaam, a cuyos habitantes había representado en el gobierno durante diecinueve años, y los parques nacionales de Tanzania, cuyos peludos y emplumados habitantes estaban igualmente necesitados de su pericia política y de su prudencia. Los ocupantes no humanos de los Parques Nacionales de Gombe estaban seguros en un medio ambiente altamente protegido y necesitaban su ayuda menos que los otros, por lo que aumentaron las dificultades para justificar más de una visita ocasional y breve para ver a los chimpancés que tanto amaba.
Por aquel tiempo, sin embargo, considerábamos que podía estar sola Gombe con seguridad. Cuando Grub (que momentáneamente tenía la «escuela» en Dar es Salaam, dando sus lecciones en una pequeña habitación próxima a mi oficina) marchó a una escuela preparatoria en Inglaterra, me sentí capaz de pasar allí cada vez más tiempo. Al principio me parecía raro estar sola con los tanzanos; se parecía más a los primeros tiempos, como aquella vez que me quedé sola durante meses con Hassan, Dominic y Rashidi por toda compañía. Echaba de menos a los estudiantes, por un tiempo, claro; era consciente de que sería imposible mantener Gombe sin ellos. Pero como los meses pasaban me iba adaptando gradualmente a los nuevos acontecimientos y encontré un modelo o sistema de vida (vivir en Dar es Salaam y visitar Gombe con tanta frecuencia como podía) que tenía algunos indudables beneficios. Cuando estaba en Dar es Salaam podía concentrarme en analizar y escribir. Arreglé para mí una alegre oficina donde podía almacenar los datos y donde podía trabajar en mi mesa y contemplar, fuera, la buganvilla —exótico estallido de color, púrpura y rosa, carmesí y anaranjado amarillento, blanco y verde— contra el profundo azul del océano índico. Y cuando estaba en Gombe me sumergía en el trabajo con los chimpancés, siguiéndolos a través de la selva, inmersa en sus vidas.
Incluso durante los días en que yo estaba lejos de Gombe Derek y yo manteníamos estrecho contacto con todo lo que ocurría allá, hablando con los hombres a diario a través de la radio. Y a través de la radio fue como nos enteramos un mañana que Gilka había tenido una cría. Yo estaba encantada, ya que su primer bebé había desaparecido misteriosamente cuando tenía exactamente un mes. Pero la alegría duró poco: tres semanas más tarde otro mensaje de radio sobre Gilka, deformante y confuso, me traía horribles noticias desde setecientas millas de distancia. No es extraño que Derek y yo lo encontrábamos difícil de creer: Passion amemwua na amemla mtoto wa Gilka, Passion ha matado y se ha comido al hijo de Gilka. Derek cerró la radio y me miró.
«No puede ser verdad. No puede serlo», dije yo. Y sabía que lo era. Nadie podía inventar tan terrible incidente. «Oh», salté, «¿por qué, por qué, por qué tenía que pasarle esto a Gilka?».