XVI. GIGI

Gigi, al contrario que Melissa, no dejó descendencia. Sin embargo, no podemos despreciar la influencia de esta gran hembra estéril sobre la vida de los chimpancés de Kasakela, particularmente en los machos. Desde 1965 cuando se volvió sexualmente madura, quedaba en celo más o menos regularmente cada treinta días. Así pues, durante más de veinte años ella estuvo disponible para los machos de Kasakela para la gratificación de sus deseos sexuales. Durante esa época la sobreutilizada piel de su sexo se habrá hinchado y deshinchado no menos de doscientas cincuenta veces. En cambio, Fifi sólo hinchó treinta veces en un periodo de veinte años. A consecuencia de estos repetidos y poco naturales periodos de celo, Gigi aún se hincha de manera desmesurada comparada con las otras hembras de Gombe.

Desde el principio Gigi irradiaba «sex appeal». En numerosas ocasiones ha constituido el núcleo de grandes y excitadas reuniones, rodeada de casi todos los machos de la comunidad. Y cuando se reúnen los machos de una comunidad, atraídos por la magnética presencia de una hembra sexualmente popular, comienzan a moverse hacia la periferia del territorio para patrullar sus fronteras. De esta manera las magníficas hinchazones de Gigi han acicateado en muchas ocasiones a los machos de Kasakela para preocuparse de proteger y ampliar su territorio.

En cierto modo la popularidad sexual de Gigi es difícil de entender, ya que es frecuente que aparte a los machos antes de completar el acto sexual. Y así lo ha venido haciendo durante veintitantos años. Creo que los machos encuentran esta conducta irritante y frustrante a la vez, pero no ha conseguido apagar su ardor. Otras veces Gigi se muestra extremadamente reticente a cumplir con las demandas sexuales de un macho, y en esas ocasiones sus pretendientes suelen mostrarse notablemente pacientes. Recuerdo una vez que Figan estaba intentando copular con ella. Gigi estaba en el suelo, con su provocativo trasero rojizo a la vista, pero ignoró totalmente el modo cómo su pretendiente agitaba vigorosamente unas ramas. Unos momentos después Figan, con el pelo (entre otras cosas) erecto, estaba en pie moviendo las ramas por encima de ella. Gigi apenas lo miró, se dio la vuelta y se puso boca arriba mirando a los árboles. Perplejo, Figan se sentó un momento, agitando de vez en cuando una ramita débilmente y con irritación, preguntándose seguramente qué hacer a continuación. Gradualmente su agitación se hizo más violenta; su pelo (si es que era posible) se erizó aún más y echó una mirada que no presagiaba nada bueno para Gigi si continuaba ignorándole. Aparentemente Gigi captó el mensaje, ya que se levantó súbitamente, se aproximó a Figan y se dobló frente a él. Pero justo cuando empezó a copular ella se apartó gritando y se fue.

Luego se tumbó de nuevo a unos cien metros de Figan, que se quedó donde estaba. Se tumbó también y durante una hora hubo quietud. Entonces él se aproximó a Gigi de nuevo, y una vez más ella lo ignoró. Hasta que él no repitió su salvaje actuación alrededor de ella no se levantó y se puso ante él, pero otra vez ella se apartó y se fue. Figan la siguió y su cortejo se convirtió en una clara amenaza. Ella respondió rápidamente, pero para acabar igual. Excepto que Figan, altamente estimulado, finalmente completó el acto sexual… en el aire.

No es posible que ninguna otra hembra de Kasakela haya tenido tantas parejas como Gigi. Una y otra vez ha seguido a diferentes machos, normalmente con desgana, a las zonas periféricas del territorio que ellos preferían. Que nosotros sepamos, en los últimos veinte años ha tomado parte en cuarenta y tres excursiones, o quizás más. En términos de biología evolucionista los machos estaban «desperdiciando el tiempo» con Gigi en la medida en que escaseaban las oportunidades de éxito reproductivo. Sin embargo los machos no lo sabían, por lo que competían por sus favores de buena fe. Además no tengo la menor duda de que, aunque lo hubieran sabido, habrían votado unánimemente por la plena continuidad de la presencia de Gigi entre ellos.

Gigi ha servido a los machos de su comunidad de otra manera: ha ayudado a los jóvenes y a las crías a aprender los detalles del acto sexual. Los machos chimpancés son muy precoces sexualmente. Desde que empiezan a andar, muestran gran interés en los traseros hinchados y rojizos y «copulan» a las hembras en dicha condición desde su infancia. Lógicamente sólo son prácticas, ya que un macho es incapaz de engendrar una cría hasta que tiene entre trece y quince años. Pero a veces Gigi parece preferir los pequeños avances sexuales de una cría o de un joven a las más vigorosas exigencias con los machos adultos. A menudo se dobla, acomodándose, tan pronto como uno de estos jóvenes empieza a cortejarla, aproximándose con su pequeña erección y agitando imperiosamente una ramita. En realidad, a veces solicita activamente las atenciones sexuales de los jóvenes. Una vez, por ejemplo, se dirigió de pronto hacia donde estaban Prof y Wilkie desarrollando un turbulento juego; agarró a Prof por el codo, lo apartó del juego, y luego, sujetándolo aún, se dobló frente a él. Sólo cuando él cumplió con sus deseos le permitió volver a su juego.

Otras veces ignora completamente a estos jóvenes, pero muchos de ellos insisten y en este asunto las crías pueden ser increíblemente persistentes durante media hora o incluso más. Recuerdo un largo viaje en el que tres petulantes pretendientes jóvenes seguían a Gigi, en el máximo del celo. Cada uno de ellos gemía tranquilamente para sí mientras seguían aquel tentador trasero rojo. Cada uno de ellos se aproximaba y agitaba ramas cada vez que ella paraba. Y Gigi, claramente, los ignoraba a los tres.

En 1976 Gigi, por alguna razón, empezó a tener el ciclo con menor regularidad y al mismo tiempo se volvió mucho menos atractiva para los machos adultos. Esto podía deberse a algún trastorno hormonal, porque ellos le respondían como si fuera una hembra que presentase ciclos durante el embarazo. Y entonces un día, al cabo de casi dos años, yo estaba con ella cuando expulsó una gran cantidad de sangre, como un tejido viscoso. Lo guardé (en whisky, que era el único alcohol que tenía en aquel momento) y se lo envié a un estudioso de la reproducción. Lo identificó como una expulsión uterina como las que experimentan ocasionalmente (y con mucho dolor) las mujeres. No sabemos lo que aquello significaba en el caso de Gigi, pero a partir de entonces aumentó ligeramente su popularidad con los machos, a pesar de que no tenía demasiada competencia entre las otras hembras.

Con el paso de los años Gigi se ha vuelto más irritable e impredecible en sus relaciones sexuales con los machos jóvenes. Aún suele responder a sus peticiones, pero con frecuencia se da la vuelta y los golpea, o incluso los ataca, en cuanto empieza la cópula. En una ocasión se encaró con Prof cuando copulaba con ella en un árbol y lo empujó con tanta fuerza que cayó al rocoso suelo seis metros más abajo. Después de sentarse, inmóvil, unos instantes, Prof cogió una impresionante rabieta a la cual nadie, y menos Gigi, prestó la menor atención. Incidentes de este tipo se han vuelto más frecuentes y apenas sorprende que los machos jóvenes no tengan tantas como antes ganas de copular con esta irascible hembra. Lo sorprendente es que Gigi parece dispuesta a empezar el acto sexual. Una y otra vez se aproxima al joven pretendiente y le pide una cópula. Si él la evita, como suele ocurrir, le sigue y vuelve a probar. Una vez, por ejemplo, Gigi estaba en los últimos días del celo y se reunió con joven Beethoven y su hermana, Harmony, que comían en un árbol. Gigi subió inmediatamente hacia Beethoven, pero éste la evitó. Después de unos momentos se aproximó una vez más, pero él saltó a otro árbol. Ella lo siguió a ese árbol y a un tercero. Luego se paró a comer; creí que abandonaba. Nada de eso. Después de diez minutos o así ella trepó hacia él otra vez, y todavía él la evitó. Gigi lo persiguió un pequeño tramo y entonces empezó a comer hasta que los hermanos bajaron y empezaron una sesión de acicalamiento. Gigi los siguió en seguida y corrió detrás de Beethoven cuando intentó esconderse a la sombra de su hermano. Cuando él se subió a un alto árbol ella se sentó debajo, mirándolo de vez en cuando durante los siguientes treinta minutos. En cuanto Beethoven bajó Gigi, una vez más, se aproximó y se puso frente a él, ofreciéndole su hinchado trasero. Y esta vez su persistencia fue premiada una hora y veinte minutos después de la primera solicitud. ¡Aquella fue una de las pocas veces que Gigi ni golpeó ni amenazó al macho!

No sólo las crías suelen sentirse intimidadas por Gigi. También pone nerviosos a los adolescentes. Gigi se ha convertido en una hembra fuerte y agresiva, capaz de poner en su sitio a la mayoría de los machos adolescentes. Aunque es un hecho que el macho chimpancé ataca más a menudo que la hembra, ello no significa que las hembras no tengan su lado agresivo. En realidad, muchas hembras adolescentes pasan por una fase altamente beligerante. Pero se produce antes de dar a luz. En cuanto la hembra se encuentra con la tarea de alimentar a un pequeño evita peleas y desafíos porque pondría en peligro a su bebé. Así pues, la mayoría de las hembras se vuelven menos agresivas al llegar a la madurez.

Para Gigi, sin embargo, la situación era distinta, ya que no llegó cría alguna a calmar su temperamental carácter. En muchos aspectos se comporta como un macho. Posee una poderosa exhibición y se exhibe a menudo. Resiste amenazas que la mayoría de hembras evitarían y es frecuente verla envuelta en peleas. Es la última hembra a la que desafían los jóvenes machos que desesperadamente intentan dominar a las hembras de la comunidad. A veces acompaña a los machos para patrullar por las fronteras, no sólo cuando está en celo, sino en los períodos intermedios. Y mientras otras hembras (que sólo van cuando están en celo) viajan característicamente como simples acompañantes, Gigi suele tomar parte en las actividades de la patrulla. Se ha unido a los machos en la destrucción de nidos de forasteros y en ataques a hembras de otras comunidades vecinas. Incluso tomó parte en uno de los brutales asaltos de la guerra contra los chimpancés de Kahama.

Como cazadora, Gigi está en posesión de un destacado récord. Ha tomado parte en más cacerías que las otras hembras y tiene un gran éxito en la captura de la presa. Incluso es capaz de mantener la posesión de un animal frente a los vigorosos intentos de los machos adultos por arrebatárselo. Por ejemplo, una vez capturó un macho colobo juvenil y conservó su cadáver a pesar de tres violentos ataques de Satán y uno de Sherry. Durante estas luchas cayó al suelo tres veces en cerrado combate con Satán, pero consiguió escapar y, sujetando todavía su presa, subió a otro árbol. Cuando Sherry agarró la presa con las dos manos y tiró tan fuerte como pudo ella aún pudo mantenerlo, incluso con Satán exhibiéndose vigorosamente por los alrededores. Por fin Sherry consiguió arrancarle la cadera y las piernas traseras. Entonces Gigi ya pudo comer en paz porque Satán, antes que continuar intentando conseguir un pedazo de la carne de Gigi, ¡optó por seguir a Sherry y quitárselo a él!

Creo que los machos realmente respetan a esta dura y valiente hembra, que ha sido miembro de su sociedad durante tanto tiempo. Y por eso, a pesar de su especial conducta sexual, Gigi disfruta de buena relación con ellos y es la preferida a la hora de acicalarse. Como los machos, pasa mucho tiempo en las excitadas reuniones sociales, mientras la mayoría de las hembras, a no ser que estén en celo, prefieren una existencia más pacífica, eligiendo pasar unos días de vez en cuando con miembros de la familia, uniéndose sólo a los grandes grupos en épocas de excitación. Gigi, otra vez como los machos, pasaba gran parte de su tiempo sola, mientras que las hembras, después de haber tenido su primer bebé (suponiendo que viva) nunca vuelven a estar a solas. Durante el resto de su vida están siempre con uno o más de sus hijos. Porque yo soy también madre, sé perfectamente que hasta un bebé muy pequeño puede proporcionar una sensación real de compañía.

Y por eso Gigi, en muchos aspectos, está sola. A pesar de muchas de sus características masculinas no es un macho: nunca lo ha sido y nunca lo será, aun plenamente integrada en la camaradería de la sociedad masculina. Tampoco puede encontrar compañía y ánimo, como otras hembras, dentro de una familia. Desde luego una vez formó parte de una familia, pero de eso hace ya mucho tiempo. Incluso la primera vez que la vi, cuando tenía unos ocho años, su único familiar parecía ser el joven macho Willy Wally. Y se fue hacia el sur con los machos de Kahama cuando se dividió la comunidad.

Sin ninguna cría propia, ni oportunidad de crear para sí ese grupo especial de amigos o una familia unida, Gigi cultivó sin embargo un gran número de relaciones con toda una sucesión de crías. Se sentía atraída por todos y cada uno de ellos cuando tenían uno o dos años, edad en la que las madres les permiten una cierta libertad para entrar en contacto con individuos exteriores al círculo familiar. Ella estaba entonces con su familia, y cuando la madre lo permitía, Gigi acicalaba, jugaba y trasladaba a su compañero favorito. También ayudaba a proteger a las crías; estaba particularmente obsesionada en interrumpir sesiones de juego cuando empezaban a endurecerse. Efectivamente: con una cría tras otra asumió el papel de la tradicional tía solterona.

Aquellas eran relaciones relativamente pasajeras porque a los dos años y medio los jóvenes son ya más movidos y autosuficientes, con lo que Gigi perdía interés. Pero más recientemente desarrolló relaciones más duraderas no sólo con dos crías, hermano y hermana, sino también con su madre, Patti. Gigi y Patti pasaban mucho tiempo juntas incluso antes que Patti diese a luz; después, a causa de ciertas equivocaciones en las actitudes maternales de Patti, Gigi, por primera vez en su vida, pudo efectuar una contribución real a la educación de una cría.

Patti inmigró a la comunidad Kasakela a principios de los años setenta, por lo que no sabemos nada de su vida anterior. En 1977 su primer embarazo acabó en un misterio: o su bebé nació muerto, o murió durante sus primeros días de vida. En esa época Pom y Passion aún cazaban recién nacidos y el de Patti bien podría haber sido una de sus víctimas. Un año después dio a luz un macho aparentemente sano que murió por incompetencia de la madre, ya que Patti no tenía ni idea de cómo cuidar un bebé. Durante un viaje lo sostenía con una mano, pero a veces era su trasero lo que ella apretaba contra su vientre, así que la cabeza botaba y rebotaba con el suelo. Una vez viajó arrastrándolo por una pierna. A veces, cuando se sentaba para coger una fruta lo hacía de tal manera que lo apretaba entre el muslo y el vientre hasta que emitía extraños y agudos gritos de terror. Apenas sorprendió a nadie que el bebé estuviese muerto una semana después.

Al cabo de un año Patti dio a luz de nuevo otro macho al que llamamos Tapit. Aunque ahora era mejor madre que antes (¡no era demasiado difícil!) creo que esa cría consiguió sobrevivir más gracias a su propia tenacidad y resistencia que a los cuidados de Patti. Muchísimas veces parecía simplemente no saber cómo tratarlo. A menudo, por ejemplo, no sabía acunarlo correctamente, y entonces, mientras comía o se acicalaba, él se caía al suelo. Ella lo dejaba allí hasta que lloraba, en cuyo caso en el que se volvía a reunir con él. Una vez saltó de un árbol a otro con Tapit del revés, es decir, con la cara mirando al trasero de su madre. Él grito con fuerza durante esta exhibición y cuando alcanzó su destino Patti pareció darse cuenta y se sentó para mecerlo; pero aún estaba al revés, con los pies bajo la barbilla de su madre y la cabeza en la ingle. Durante los primeros meses fueron habituales los incidentes de este tipo y oíamos gritar a Tapit mientras su madre saltaba de árbol en árbol.

Como lo acunaba tan mal, Tapit solía tener problemas para alcanzar los pezones de Patti. Y en esta necesidad, una de las más básicas, Patti parecía incapaz de ayudarle. Como mamaba en el sitio equivocado Tapit gemía y luego gritaba, y aunque ella parecía entristecerse y lo miraba, casi nunca ajustaba su posición para facilitarle las cosas. Incluso cuando finalmente encontraba un pezón y empezaba a mamar, había diez probabilidades contra una de que un súbito movimiento de ella le arrebatase de la boca el preciado regalo.

A los seis meses ya localizaba fácilmente los pechos de su madre. Pero ahora se enfrentaba a un nuevo problema. Un día los seguí a un sombrío lugar en la jungla. Patti se tumbó a descansar y pronto Tapit empezó a mamar. Por unos momentos todo fue bien; luego, Patti empezó a reír. La miré sorprendida, mientras ella riéndose más, apartaba a su hijo del pezón y le hacía cosquillas, moviendo la cara y la cabeza. Pero Tapit quería leche, no jugar. Eventualmente conseguía coger gimiendo el pezón, pero su madre lo retiraba inmediatamente. Durante unos minutos más trató de conseguir su objetivo pero luego abandonó, al menos por el momento. Cuando volvió a mamar, una hora después, Patti no le volvió a interrumpir, aunque parecía tener las mismas intenciones. Una vez él luchó durante siete minutos, gimiendo constantemente mientras su madre le hacía cosquillas. Es difícil comprender por qué se comportaba de aquella increíble manera. Éste es un juego utilizado por algunas madres durante el destete; juegan vigorosamente con ellos para distraerlos cuando quieren mamar o montar durante un viaje. Pero entonces las crías tienen cuatro años. Patti, obviamente, se confundía. O quizás es que los labios en los pezones le hacían cosquillas y ésa era su manera de responder.

Patti permitió a Tapit alejarse de ella cuando sólo tenía cuatro meses, tan pronto como pudo andar. A partir de entonces, a menudo lo abandonaba cuando comía o se acicalaba. A veces mientras trataba de llegar a ella escalando colina arriba o seguirla de rama en rama, Tapit empezaba a gemir, pero ella solía ignorarlo totalmente. A veces se limitaba a mirarlo, incluso si se caía a poca distancia y lloraba. Mostraba idéntica indiferencia por su desarrollo social. La mayoría de las madres se preocupan de prevenir a sus hijos, durante los primeros meses, del contacto con otros adultos.

Pero Patti no. Cuando Tapit tenía sólo cinco meses subió hacia Satán durante una sesión de acicalamiento. Tapit parecía confuso y gemía, pero Patti no prestó atención. Llorando todavía, Tapit pasó sobre Satán y pronto empezó a gritar. Sólo entonces Patti fue a sacarlo de allí. Otra vez se alejó de Patti y subió a un arbolito. Entonces se puso encima de Gremlin, gritando. Ella rápidamente lo abrazó, pero él se apartó y se fue tropezando y gritando más aún hacia Gigi. Pero Gigi aún no había forjado un lazo con Tapit y le ignoró completamente. Finalmente, como los gritos arreciaban, Patti fue a buscarlo con un breve suspiro.

Cuando Tapit tenía nueve meses se vio sujeto a otra de las peculiares idiosincrasias de su madre. De nuevo me quedé paralizada cuando la observé por primera vez. Él estaba jugando en las ramas bajas de un árbol cerca de Patti mientras ésta cogía termitas. Cuando estaba lista para marchar, se puso en pie y en vez de poner su mano alrededor del cuerpo de Tapit y cogerlo, abrazándolo como es normal, agarró una de sus piernas y tiró de él. Esto, desde luego, ponía las cosas muy difíciles para Tapit. Mientras ella continuaba tirando él se agarro con más fuerza de la rama y pronto empezó a gritar. La única respuesta de Patti fue tirar más fuerte, hasta que él se vio forzado a soltarse; entonces ella lo colgó de su vientre cabeza abajo. Esto sucedió repetidamente durante los siguientes dos meses.

En la época que Tapit tenía un año Patti solía marcharse a vagabundear por ahí dejando atrás a su hijo. Una vez, por ejemplo, ella se alejó más y más de él y forrajeó en los dulces frutos amarillos de los arbustos budyankende que en verano cubren gran parte de las laderas bajas de las montañas. No prestó atención a sus suaves gemidos. Al cabo de un rato ya estaba casi fuera de su vista y sólo cuando él gritó verdaderamente fuerte Patti miró hacia atrás y regresó con él. Cuatro meses después lo dejó en el suelo, donde estaba jugando tranquilamente él solo, y se subió a un árbol para comer. Cinco minutos después Tapit intentó seguir a su madre, pero la escalada era demasiado difícil y empezó a gemir. Patti no respondió. Incluso cuando sus gritos se hicieron más potentes su madre se limitó a mirar abajo para ver qué hacía. Finalmente Tapit cogió una increíble rabieta, llorando a voz en grito, revolcándose por el suelo y tirándose de los pelos.

Sólo entonces Patti, un tanto reticente, dejó de comer para reunirse con él.

Esta conducta tan poco maternal tuvo como consecuencia que, al correr el tiempo, madre e hijo comenzaran a separarse ocasionalmente. Una vez me encontré a Patti viajando con un grupo de machos: no había señal de Tapit. Cuando pararon para comer, Patti comió con ellos, tranquilamente. Fue sólo cincuenta minutos después ¡cuando pareció «acordarse» de repente de que debía haber un crío con ella! Paró de comer, miró alrededor y empezó a gemir; luego rehízo el camino llorando. Yo no pude seguirla, pero más tarde la volvimos a ver a salvo con Tapit. Otra vez, cuando yo estaba siguiendo a Melissa y a su familia, escuchamos los frenéticos gritos de un niño perdido. Enseguida Gremlin corrió hacia los ruidos y encontró y abrazó a la cría: era Tapit, desde luego. Ella se quedó con él, a veces llevándolo en brazos, hasta que encontró a su madre.

Cuando Tapit tenía un año Gigi empezó a formar una buena amistad con él. Recuerdo bien la primera vez que lo observé. Tapit, como siempre, permanecía retrasado a unos diez metros de su madre. Era hacia el atardecer, cuando los pequeños están cansados y hasta otros mayores que Tapit insisten en ir montados. Entonces Tapit empezó a gemir. Patti, como siempre, ignoró a su hijo, pero Gigi, que había estado con ellos toda la tarde, retrocedió hasta el pequeño, se agachó y le tendió la mano ofreciéndole subir a su espalda. El retrocedió asustado, y se tumbó boca arriba llorando. Gigi se fue primero, pero cuando Tapit se levantó, gimiendo todavía, ella volvió a agacharse a su lado. Y esta vez Tapit se subió y ella lo llevó hasta Patti.

Ése fue el principio de una estrecha relación entre ellos que desempeñó un papel muy importante en el desarrollo de Tapit. Gigi, cuando no estaba en celo, empezó a viajar siempre con Patti y desahogaba su frustrada vocación de madre en Tapit. Lo llevaba en los viajes, lo acicalaba y jugaba con él; y también lo protegía mucho. Una vez un macho adolescente papión ante el que Tapit había estado exhibiéndose perdió repentinamente la paciencia, lo agarró y lo tiró al suelo, arrastrándolo un corto trecho. Tapit, que sólo tenía un año, estaba aterrorizado y empezó a gritar. Patti le miró, pero fue Gigi quien entró en acción: corrió y puso a Tapit en su pecho. Envalentonado por la presencia de su protectora, Tapit se apartó de ella y de nuevo se exhibió ante el papión, con el pelo erizado, mientras Gigi le contemplaba gentilmente. Fue en aquel momento cuando Gigi agarró a Tapit y subió a un árbol justo a tiempo de evitar un ataque de Goblin. Y una vez, cuando Satán atacó a Patti haciendo llorar a Tapit que estaba montado en su espalda, Gigi se exhibió y echó a Satán de allí.

Gigi se comportaba de hecho como una hermana mayor y con frecuencia podíamos verla con Tapit a veces hasta a unos treinta metros de donde su madre comía o descansaba. Una vez me senté con ellos durante un caluroso mediodía mientras Tapit dormía en el regazo de Gigi durante más de media hora y su madre estaba comiendo en un árbol. Patti, por su parte, parecía encantada con la «canguro». Cuando Gigi estaba cerca aún se mostraba menos interesada. Una vez, por ejemplo, Tapit se alejó con Gigi unos cien metros mientras Patti se quedaba acicalando con un grupo de machos adultos. Su hijo pronto quedó fuera de vista, e incluso cuando el grupo reaccionó y se subieron a los árboles en una alarma, Patti parecía totalmente despreocupada por el bienestar de Tapit. Media hora después apareció, montado en la espalda de Gigi.

Durante el tercer año de Tapit el trato de Patti se volvió, en algunos aspectos, más desdeñoso que antes. Durante los viajes se veía obligado con frecuencia a recorrer rutas extremadamente complicadas intentando seguir a su madre. Incluso aunque gritara ella raramente se volvía para ayudarlo. Muchas veces no podía saltar de un árbol a otro a pesar de sus desesperados esfuerzos. Entonces, llorando y gimiendo, tenía que bajar al suelo y trepar al árbol en el que estaba Patti comiendo. Aunque los jóvenes de cuatro o cinco años habitualmente van sobre la espalda de su madre para cruzar las corrientes de agua rápidas, muchas veces Patti dejaba a Tapit atrás, obligándole a espabilarse y a buscar un camino sobre el agua a través de la vegetación mientras lloraba con fuerza. Pero si Gigi estaba allí para tranquilizarlo, todo iba bien. En realidad, ella se volvió una compañera habitual que lo protegió durante el resto de su infancia.

No hay duda de que Gigi significó una gran diferencia en la calidad de vida de Tapit transportándole, preocupándose por él y tranquilizándole. Su crecimiento fue extraordinario y, cuando tenía cinco años ya era, como cabía esperar, un notable joven chimpancé. Era sorprendentemente independiente y autosuficiente, capaz de caer en repentinos ataques de ansiedad si las cosas iban mal. Y entonces, justo antes que Patti diese a luz a su siguiente cría, Tapit murió de alguna enfermedad desconocida. No deja de resultar irónico que, habiendo superado una peligrosa infancia, a la que sobrevivió a pesar de su madre, tuviese que dejar el mundo cuando ya era independiente.

Pero la vida de Tapit no fue en vano, ya que enseñó a Patti un montón de cosas sobre el comportamiento materno. Para mi alegría fue una magnífica madre con su siguiente cría, Tita, y no mostró ninguna de las conductas inadecuadas que caracterizaron sus primeros contactos con Tapit. Y por eso la tenacidad de Tapit iba a beneficiar de por vida a los jóvenes hermanos que nunca conoció y fortaleció la línea de Patti en las futuras generaciones de chimpancés en Gombe.

Gigi empezó a hacer de tía de Tita bastante antes de que tuviese un año, presumiblemente a causa de que, por aquel entonces, Patti había aceptado a la gran hembra como parte de la familia. Y a causa de este temprano comienzo, la relación entre Gigi y Tita fue, en ciertos aspectos, incluso más estrecha que la que existió entre Gigi y Tapit. El lazo entre las dos hembras adultas también se fue fortaleciendo. En realidad Gigi, a veces se sentía molesta si en un viaje perdía contacto accidentalmente con Patti.

Un día, por ejemplo, Gigi subió a comer a unos quince metros de Patti y Tita. Cerca de cuarenta minutos después bajó y se dirigió hacia el árbol donde Patti y Tita debían estar. Pero no estaban allí; se habían marchado unos minutos antes, silenciosamente, a través de la maleza. Gigi miró fijamente por los alrededores, luego empezó a llorar y gemir como un niño que ha perdido a su madre. Después de unos momentos ella profirió una serie de gritos acabando con un alarido que, al menos a mis oídos, sonó algo así: «¿Dónde os habéis metido?». Momentos después Patti y su hija aparecieron y las dos hembras se acicalaron un rato. Entonces Gigi se acercó a Tita, invitó a la cría a subir a su espalda y se marcharon. Patti no tuvo otro remedio que seguirlas.

Recuerdo claramente otro día que pasé con ellas. Tras las horas de calor del mediodía Patti subió a comer, pero Gigi permaneció en el suelo y Tita se quedó con ella. Jugó y retozó alrededor de la gran hembra y luego empezó a golpearla con una rama verde. Con cara juguetona, Gigi cogió la punta de la rama y organizaron una especie de batalla. Entonces Gigi se puso a hacer cosquillas a Tita, que le respondió en seguida, mordiendo a Gigi en el cuello. Pronto las dos estaban riendo. Después de diez minutos, Tita se cansó y trepó para jugar sola colgándose de las ramas. Era muy pacífica. Se oían unos susurros del árbol en el que Patti comía, así como el ruido de un coro de cigarras. Gigi cerró los ojos y se durmió. De repente la tranquilidad de la tarde quedó rota por una pelea que había estallado en una cercana tropa de papiones. Tita, sorprendida, empezó a gritar y Gigi, rápida como un rayo, se puso en pie, subió al árbol y acercó Tita a su pecho. Llevó a la cría al suelo y empezó a acicalarla hasta que Tita, con los ojos cerrados, se relajó completamente. Entonces, cuando Patti acabó de comer, las tres se desplazaron, con Tita montada, despreocupada y confianzuda, en la fuerte espalda de la tía Gigi.