XI. MADRES E HIJOS
Patrullar las fronteras es uno de los muchos deberes que un joven macho de chimpancé debe aprender si quiere crecer como un miembro útil de la sociedad. Sus experiencias de adulto serán muy distintas de las de una hembra. Así, no es sorprendente que los hitos a lo largo de la senda que conduce a la madurez social sean diferentes de los que marcan el camino de las hembras. Algunos, por supuesto, son compartidos, tales como el proceso de destete y el nacimiento de un nuevo bebé en la familia. Pero la ruptura inicial con la madre y los primeros viajes con los machos adultos no sólo tienen lugar mucho más pronto para el joven macho que para la hembra, sino que, con mucho, tienen otro significado. En ese tiempo es cuando debe aprender muchas de las habilidades que le serán imprescindibles como adulto. El joven macho deberá desafiar a todas las hembras de su comunidad, una por una, y luego, cuando todas hayan sido dominadas, tendrá que comenzar el camino para establecerse en su lugar dentro de la dominancia jerárquica de los machos adultos. El camino por el que el joven macho aborda cada una de estas tareas, y la edad en la que pasa de un hito al siguiente, depende en gran manera de su entorno familiar primero y la naturaleza de sus experiencias sociales después. La comparación del desarrollo de los hijos de Fifi, Freud y Frodo, con el de Passion, Prof, ilustrará muy bien la cuestión.
Como hemos visto, a pesar de que Freud fue la primera cría nacida disfrutó de una infancia relativamente sociable. Flint, el hermano más joven de Fifi, fue una figura importante en los dos primeros años de Freud. Flint estaba fascinado por su sobrinito y Fifi se mostraba muy tolerante, permitiéndole jugar y llevar a su preciosa cría cuando sólo tenía dos meses. Los hermanos mayores de Fifi, Faben y Figan, solían estar a su alrededor, de manera que Freud desarrolló lazos de amistad con ambos machos, que ocupaban una alta posición en el ranking. Así, como la misma Fifi en su momento, pasó gran parte de su primera infancia rodeado del apoyo de sus familiares. Como su madre antes que él, se convirtió en un ser positivo y lleno de confianza en sí mismo en su interacción con sus pares.
Cuando Flint, incapaz de sobrevivir a la pérdida de su anciana madre, murió a los ocho años y medio, Freud no sólo perdió a su más importante compañero, sino también su modelo de macho adolescente. Incluso después de la desaparición de la vieja Flo, imán que había mantenido unidos a los miembros de su familia, Fifi pasaba mucho tiempo con sus hermanos mayores. Freud siempre se lanzaba a saludar al tío Figan, saltando a sus brazos y subiéndose a su espalda no pocas veces. Esta amistosa relación persistió cuando Figan alcanzó la posición alfa. Además, Fifi no era sólo una hembra sociable que frecuentaba a otros chimpancés, sino que después de la muerte de Flo —y quizá debido a esto— se hizo más amiga de Winkle, una joven hembra de aproximadamente su misma edad. Wilkie, el hijo de Winkle, tenía un año menos que Freud, y cuando las madres estaban juntas sus crías retozaban interminablemente poniendo a contribución su inagotable energía. Y sólo demandaban la atención de su madre cuando ésta era el único chimpancé cercano: así, las horas que Fifi y Winkle pasaban juntas, comiendo o descansando, eran tan beneficiosas para ellas como para sus crías.
Desde luego, Freud no dejó de pasar la habitual depresión del destete; permanecía enganchado a Fifi cuando ella descansaba, acosándola para que lo acicalase, buscando desesperadamente tranquilidad en esta nueva y desagradable experiencia. Y la misma Fifi parecía sorprendida durante la primera fase del destete cuando, por primera vez, la eficaz coordinación entre ambos, que siempre había caracterizado su relación, empezó a romperse. Gradualmente madre e hijo aprendieron a capear la situación, pero Freud aún estaba deprimido cuando, por primera vez desde su nacimiento, Fifi volvió a ser de nuevo sexualmente atractiva. Siempre que su madre copulaba con un macho adulto, Freud, en una agitación frenética, se tiraba sobre la pareja y gimiendo y hasta gritando apartaba al pretendiente de su madre. Durante la primera y la segunda hinchazón de Fifi, Freud raramente se perdía una cópula; su angustiosa y casi obsesiva interferencia era una reminiscencia de la conducta de Fifi a su misma edad. Los más jóvenes parecían molestarse menos, aunque todos interfieren cuando sus madres copulan.
No obstante, cuando nació la siguiente cría de Fifi, Freud ya se había recuperado de la tensión del destete y de la popularidad sexual de su madre. Estaba encantado con su nuevo hermano Frodo, y tan pronto como Fifi se lo permitió, Freud lo tomaba de sus brazos y se sentaba para acicalarlo o para jugar con él. Casi siempre era amable con el pequeño, pero algunas veces lo utilizaba para conseguir sus objetivos. Si, por ejemplo, estaba preparado para desplazarse antes que Fifi, y si cuando él partía, ella rechazaba seguirlo, volvía, cogía a Frodo y se marchaba con su hermanito. A veces este truco funcionaba y Fifi, con una mirada, se incorporaba y seguía a sus dos hijos. Pero en muchas ocasiones perseguía a Freud, le arrebataba la cría y volvía a sus actividades. Otras veces era Frodo el que rechazaba entrar en el juego de su hermano mayor y volvía con su madre por su cuenta.
Había un mundo de diferencias entre las primeras experiencias de Freud, el primer nacido, y su joven hermano. Aunque Freud, en contraste con otros primogénitos, había disfrutado de un notable entorno social, había pasado muchas horas con Fifi por toda compañía. Y aunque ella, igual que Flo, había sido una madre alegre, hubo incontables ocasiones en las que estaba demasiado ocupada para dedicar atención a Freud. Para Frodo fue completamente distinto. Nunca había estado a solas con Fifi, su hermano mayor estaba siempre allí. Y Freud le servía a la vez como compañero de juegos, protector y consolador, y como modelo a imitar.
También era distinto para Fifi ahora que tenía una segunda cría. Se veía libre de la constante molestia de un crío pelmazo siempre esperando a que jugara con él, que lo acicalara. Así que estaba libre no sólo algunas veces, cuando ella unía sus fuerzas con Winkle después de la muerte de Flo, sino siempre. Podía sentarse, completamente relajada, mirando ociosa cómo Freud y Flo jugaban juntos. Si pensaba en algo, y por supuesto lo hacía, podía dedicarse sin interrupción a sus propios pensamientos. Tan es así, que se conservaba juguetona y con frecuencia parecía incapaz de resistirse a compartir los juegos de sus hijos cuando no tenía nada mejor que hacer.
Frodo estaba fascinado por casi todo lo que Freud hacía. A veces lo miraba cuidadosamente y luego intentaba imitar lo que veía. Cuando tenía nueve meses, por ejemplo, y aún no andaba bien, contemplaba con los ojos muy abiertos cómo Freud realizaba una ruidosa e imprevista exhibición de tamborileo en el contrafuerte de un gran árbol y entonces hizo lo mismo lo mejor que pudo. Pero su coordinación no era tan buena; perdió el equilibrio y cayó por un declive gritando de terror, ¿o de frustrada cólera? En cualquier caso su intento de imitar el comportamiento de un macho adulto acabó con el ignominioso rescate por parte de su madre. Otras veces Frodo, muy cerca de Fifi, miraba a Freud jugar agresivamente con jóvenes papiones, persiguiéndolos, pateando el suelo y golpeando un gran pedazo de madera muerta. Cuando todos quedaron tranquilos y los papiones se marcharon, Frodo se dirigió hacia el arma abandonada, sin duda intentando demostrar que podía blandirla con igual temeridad. Pero era demasiado pesada hasta para levantarla del suelo.
Freud era muy cariñoso con su joven hermano y siempre le protegía. Cuando Frodo pasó a aventurarse por su cuenta y se situaba fuera del alcance de Fifi, Freud acostumbraba a seguirlo; siempre parecía tener un ojo puesto en el pequeño. Por eso cuando Frodo «se quedaba atascado», como tantas veces solía suceder, y lloriqueaba de pena, Freud estaba cerca para acudir al rescate. Cuando Frodo tenía unos dos años le gustaba jugar con los papiones. Algunas veces se entusiasmaba y se aproximaba no sólo a los jóvenes, sino a los adultos con sus pequeñas exhibiciones. A veces estos adultos se irritaban al verle con los pelos erizados, pateando el suelo y golpeando con las ramas; entonces le amenazaban, palmeando con sus manos el suelo y enseñando sus grandes caninos. Frodo gritaba de miedo y era probable que Freud corriera a su rescate con tanta celeridad como lo hubiera hecho Fifi. Con frecuencia, incluso, Freud permanecía cerca; se había nombrado a sí mismo su guardián.
Mientras que Frodo difícilmente podía rescatar a su hermano mayor, se mostraba triste cuando estaba herido o afectado. Cuando Freud tenía siete años, había ocasiones en las que Fifi encontraba necesario disciplinarle mientras comía; por ejemplo, si intentaba coger lo había reservado para sí. Dos veces llegó a coger una rabieta, tirándose al suelo y gritando, cuando ella amenazaba apaciblemente a su hijo mayor. Fifi le ignoraba, pero el pequeño Frodo se apresuraba a ir junto a su hermano y le abrazaba, permaneciendo junto a él hasta que Freud quedaba de nuevo tranquilo. Un año después Freud se lastimó gravemente el pie. No podía apoyarlo en el suelo y los dos primeros días se desplazaba muy lentamente. Fifi, de modo característico, le esperaba cuando se detenía, pero algunas veces se marchaba antes de que él fuera capaz de moverse. En las tres ocasiones en las que esto sucedió Frodo se detuvo, miró hacia Freud, luego hacia su madre y de nuevo hacia Freud y empezó a llorar. Continuó gritando hasta que Fifi se paró de nuevo. Entonces Frodo se sentó cerca de su hermano mayor, le acicaló y miró su pie herido, hasta que Freud pareció capaz de continuar. Entonces toda la familia se movió unida.
Más fascinante de ver eran las interacciones entre Fifi y sus dos hijos en crecimiento y cómo los tres se dirigían hacia el más alto estatus en la comunidad. Freud empezó la larga lucha intimidando a las hembras de la comunidad cuando tenía siete años. Cargando hacia ellas y a su alrededor, movía ramas y tiraba rocas, típico comportamiento de un macho adolescente. Inicialmente cargó contra los juveniles mayores y los adolescentes cuyas madres ocupaban en el ranking una situación inferior a la de Fifi. Si una de ellas le contestaba —que era el caso más frecuente— Fifi siempre le respaldaba, amenazando a la hembra en cuestión, o incluso atacándola, por su poco recomendable venganza. Entonces la confianza de Freud crecía y llegó el momento en que empezó a desafiar a las hembras mayores cada vez con más frecuencia; sus «víctimas» se ponían en marcha contra su débil atacante y le perseguían, o incluso le golpeaban. Como Fifi casi siempre salía en su defensa, entró paulatinamente en conflicto con las otras hembras.
Algunas veces Freud apuntaba demasiado alto. Una vez, por ejemplo, tuvo la audacia de amenazar a la hembra dominante, Melissa, y ella lo castigó duramente por su temeridad. Fifi, aunque más joven y en una posición inferior a la de Melissa era, como había sido Flo, de naturaleza valiente y firme. Como respuesta a los angustiados gritos de Freud apareció con el pelo erizado, mirando fieramente y profiriendo grandes gritos de amenaza. Melissa se giró inmediatamente hacia Freud y Fifi, y las dos madres lucharon, enzarzadas y rodando. Freud corrió detrás de ellas profiriendo gritos inútiles. Desgraciadamente para Fifi, el hijo adolescente de Melissa, Goblin, estaba cerca y al escuchar los gritos de su madre se abalanzó, atacando y persiguiendo a Fifi, quedándose Freud a un lado.
Pero Freud crecía y se hacía más fuerte por momentos y, como los niveles de la hormona masculina, testosterona, aumentan durante la pubertad, también se volvió más agresivo. En aquella época tenía nueve años y podía resistir los altercados de su madre. Cuando Fifi se vio una vez envuelta en una lucha con la dominante Passion, tanto Freud como Pom se añadieron a la escaramuza en apoyo de sus respectivas madres. Pero Freud pudo apartar a Pom y luego arrojó una piedra a Passion. Esto la sorprendió y dejó ganar a Fifi. De esta manera, a medida que pasaron los años, madre e hijo alcanzaron su posición social.
Mientras tanto el joven Frodo también crecía. Seguro de que si las cosas iban mal, Fifi o Freud —o ambos— seguramente le ayudarían, empezó a desafiar a las hembras de la comunidad a una edad muy temprana. Después de todo, había estado observando a Freud, aprendiendo de él y, de hecho, «ayudándolo», durante años. Una y otra vez, cuando Freud amenazaba a algunas débiles hembras con sus jactanciosas exhibiciones, Frodo se le unía: con cada uno de sus pelos erizado, repicando con sus patas el suelo, agitando pequeñas ramas, moviéndose como un personaje de dibujos animados de Walt Disney.
Frodo sólo tenía cinco años cuando empezó a desafiar en solitario a algunas hembras. Desde luego aún era muy pequeño, pero aprendió rápidamente el adecuado uso de las rocas como armas, a raíz de lo cual se intensificó la efectividad de sus lanzamientos. Pronto se ganó una gran reputación como prestigioso lanzador. Muchos jóvenes chimpancés tiran rocas durante sus exhibiciones intimidatorias; pero llegó a ser característico de las actuaciones de Freud y es más que probable que Frodo, al principio, estuviese imitando a su hermano mayor. Pero Frodo perfeccionó la técnica del lanzamiento, y, en un corto espacio de tiempo, muchas de las jóvenes hembras, así como las que ocupaban una baja posición en la jerarquía, empezaron a temer a este precoz joven macho y se alejaban cuando se les acercaba con una roca en mano. Frodo tenía más acierto que otros lanzadores de piedras, no porque tuviese mejor puntería, sino porque se acercaba a medio metro antes de arrojar sus misiles. También desarrolló otras desagradables técnicas.
Recuerdo perfectamente un incidente que ocurrió cuando estaba siguiendo a Fifi, Little Bee y sus familias. De repente Little Bee, mirando hacia la colina, empezó a dar pequeños gritos. Y allí, unos metros más arriba sobre nosotros, vi a Frodo empezando una exhibición intimidatoria, con el pelo erizado y una roca en la mano. La arrojó hacia nosotros, pero cayó entre Little Bee y yo sin dañar a nadie. No estaba claro quién era la pretendida víctima, si Little Bee o yo; Frodo siempre me había considerado como una hembra que tenía que ser dominada como las demás. A continuación empezó a empujar una gran piedra. Era demasiado grande como para que la pudiese levantar, pero podía —y así lo hizo— hacerla rodar colina abajo. En un momento vino hacia nosotros, rebotando de un tronco a tronco. De habernos alcanzado nos podría haber dejado sin sentido, o matarnos. Y luego, cuando aún me preguntaba qué camino coger, Frodo puso en movimiento otra roca. Cuando estaba lanzando la tercera ya estábamos todos corriendo para salvar la vida, no sólo Little Bee y yo, sino también Fifi. Afortunadamente Frodo no hizo un hábito de este tipo de bombardeos, aunque continuó arrojando piedras y pequeñas rocas durante años.
Uno de los hitos más importantes en la vida de un joven macho es empezar a viajar lejos de su madre con otros miembros de la comunidad. La ruptura de estos lazos es más necesaria para los machos que para las hembras. Éstas pueden aprender la mayoría de cuanto necesitan saber para tener una fecunda vida adulta simplemente quedándose con su familia. No sólo pueden observar a su madre y a las amigas de su madre cuidar a sus crías, sino que pueden, de hecho, hacerlo por sí mismas, adquiriendo mucha de la experiencia que necesitarán más tarde, cuando tengan su propio bebé. Y pueden aprender durante los «días rojos» buenas lecciones de sexo y qué clase de demandas se les harán en esos casos.
El macho joven tiene otras cosas que aprender. Hay algunos aspectos de la comunidad que son principalmente, aunque no por completo, responsabilidad de los machos, tales como patrullar, repeler a los intrusos, buscar fuentes de alimentación lejanas y algunos tipos de caza. El macho no puede adquirir la experiencia necesaria en estos temas si se queda con su madre. Debe dejarla para pasar tiempo con los machos adultos. Freud estaba fascinado por los grandes machos durante su infancia. Desde que pudo andar se desplazaba rápidamente para saludar a los machos que iban con su madre y, a menudo, también los seguía un trecho cuando se iban. Recuerdo a Freud caminando a trompicones detrás de Humphrey una vez, cuando éste se marchaba después de una sesión de acicalamiento con Fifi. Su madre, que no quería marcharse, lo siguió e intentó frenarlo, pero él protestó vigorosamente, gimiendo y agarrándose con fuerza a la vegetación. Después de unos intentos cada uno de los cuales provocaba un creciente resentimiento, Fifi cedió y siguió a su hijo, que continuaba detrás de Humphrey. Por fin se cansó, subió a la espalda de su madre y no se quejó cuando ésta tomó su propia dirección.
Freud nunca tardaba en añadirse a la diversión siempre que escuchaba las llamadas de los chimpancés reunidos en excitados y ruidosos grupos. Recuerdo una ocasión, cuando sólo tenía cuatro años. Habíamos tenido una mañana tranquila los tres solos. A mediodía Fifi descansaba acurrucada en el suelo, mientras Freud, siempre activo, jugaba con las ramas en la copa de un árbol. De repente hubo una explosión de gritos en el extremo del valle. Ciertamente algunos de los machos estaban allí —las voces de Figan, Satán, Humphrey y Jomeo eran fáciles de reconocer— y también podíamos oír a las hembras y jóvenes. Freud escuchó con atención, luego se unió al alboroto con sus agudos gritos infantiles y Fifi se incorporó y también gritó. Freud bajó del árbol y se puso en camino hacia el gran grupo. Pero Fifi no se movió; después de moverse unos diez metros, Freud miró hacia atrás, luego se paró y gimió suavemente. Pero Fifi ignoró las súplicas de su hijo y se tumbó para continuar descansando. Decepcionado, retrocedió y se sentó junto a ella, levantando un brazo para pedir acicalamiento.
Cinco minutos después el grupo gritó de nuevo. Como antes, Freud se le unió inmediatamente, esta vez corriendo y golpeando con los pies en una pequeña exhibición. Volvió a encaminarse hacia las excitadas llamadas, deseando formar parte de ellas, unirse a sus juegos. Pero Fifi tampoco dio señales de ponerse en movimiento. Esta vez Freud fue un poco más lejos, se paró y miró atrás. No volvió, pero se quedó a unos veinte metros, justo antes de una vuelta del camino que lo pondría fuera de la vista de Fifi. Gradualmente sus suaves gemidos aumentaron en frecuencia y volumen hasta que acabó llorando.
Y luego, quizás por la insistencia de Freud o porque le apetecía unirse a la diversión, Fifi se levantó y siguió a su hijo por el camino. Diez minutos después ya formaban parte del ruidoso y exuberante grupo. Fifi, con suaves gruñidos de placer, subió a comer los jugosos higos que habían atraído al festín a más de la mitad de los miembros de la comunidad. Freud, excitado, corrió para unirse a una salvaje sesión de juego con otros jóvenes.
Un indicio claro de creciente independencia en un joven macho es la frecuencia con la que se une a celebraciones de este tipo sin su madre. A veces los chimpancés se reúnen en estos ruidosos grupos para acabar con las frutas de un árbol; otras, el imán es una hembra sexualmente popular. Las reuniones suelen durar una semana más o menos, con chimpancés llegando y partiendo continuamente. En muchos aspectos constituyen el centro de la vida social de los chimpancés, dando la oportunidad a los miembros de la comunidad de entrar en contacto con los demás, jugando, acicalando, exhibiéndose, haciendo ruido. A menudo, particularmente cuando varias hembras en celo están presentes a la vez, hay casi una atmósfera de carnaval.
Durante la infancia de Freud, Fifi, con su posición social, se unía a muchas reuniones para que adquiriese experiencia social y aprendiese (a veces duramente) a temer el momento en que los grandes machos estaban tensos y era fácil llevarse algún golpe. Cuando los años pasaron, la autoconfianza de Freud en estas situaciones aumentó: cuando tenía nueve años se unía regularmente a estas reuniones sin su madre. Y Frodo lo hizo así incluso a una edad más temprana, ayudado por su hermano que le sostenía en momentos de tensión. De hecho, cuando Frodo tenía cinco años ya pasaba varias noches seguidas lejos de su madre, viajando con los machos adultos y con Freud.
La infancia de Prof fue muy diferente que la de Freud e incluso más que la de Frodo. Aunque Passion fue bastante más atenta y permisiva en la educación de su segundo hijo, no podía compararse con Fifi en términos de solicitud, tolerancia y amabilidad. Además, con el paso de los años se había vuelto progresivamente antisocial; los grandes grupos de chimpancés que había reunido en el campamento con los plátanos eran cosa del pasado. Y Passion no tenía amigos, como Winkle, con quien su cría Prof pudiese jugar. Éste, desde luego, tenía una hermana mayor, pero aunque después de pasar la depresión del destete mostró mayor interés por su hermano, nunca tuvo el papel que Freud había desempeñado junto a Frodo o Flint, antes que morir, en Freud.
Prof, por lo tanto, tuvo menos oportunidades de contacto social de cualquier tipo que Freud o Frodo. Quizás porque jugaba con otros jóvenes con menos frecuencia que ellos, cuando lo hacía carecía de confianza. Apenas resistía por sí solo cuando el juego se ponía duro, y si se metía en problemas Pom o Passion, tenían que sacarse de ellos. Pero probablemente la diferencia más importante en las primeras experiencias sociales de estos tres jóvenes machos fue el hecho de que Prof tuvo menos oportunidades de entrar en contacto con machos adultos.
Para Prof, como para su hermana anteriormente, el destete fue una época de desesperación, pero como macho era bastante más agresivo en su desgracia que lo que había sido Pom. Cogía rabietas violentas, gritaba y se tiraba de los pelos, se revolcaba por el suelo. En la mayoría de las familias las rabietas son responsabilidad de la madre. Frodo también pasó por una etapa de violentas rabietas. Creo que en este caso fueron causadas por la furia que le producía no hacer las cosas a su manera. Fifi siempre le tendía la mano, intentando mantenerlo junto a sí. Si, como a menudo ocurría, se tiraba al suelo apartándose de su conciliadora madre, ella lo cogía y lo abrazaba. Y, por muy violenta que hubiese sido la rabieta, Frodo siempre se calmaba, quizás captando intuitivamente el mensaje de su madre: «No puedes tener leche (o montar a mi espalda), pero de cualquier manera te quiero todavía».
Pero el duro corazón de Passion solía ignorar completamente las rabietas de Prof. Ésta, por supuesto, era otra forma de demostrar su rechazo y Prof, en consecuencia, pasó a estar cada vez más angustiado. Gritando fuertemente, corría por el suelo o se lanzaba por una pendiente. Una vez se cayó de verdad de espaldas en un río; a los jóvenes chimpancés les asustan las rápidas corrientes de agua. Incluso entonces, cuando sus gritos de frustración se convirtieron en gritos de terror, Passion ignoró a su hijo. Este período conflictivo de su joven vida ayudó muy poco a incrementar la ya casi mínima autoconfianza de Prof. Sin embargo, a diferencia de Pom, Prof se repuso de la desaparición de la leche materna antes del nacimiento de su hermano, Pax; y al igual que Freud, quedó fascinado por el recién llegado, más de lo que Pom lo había estado por ellos.
Prof tenía más o menos la misma edad que Freud cuando le vimos por primera vez desafiando a una hembra; pero mientras que Freud, que estaba embarcado en la tarea de dominar a las hembras, repetía sus exhibiciones con progresiva frecuencia, las actuaciones de Prof eran escasas y distantes una de otra. Y carecían de la determinación y el vigor que caracterizaban las de Freud y las de Frodo después. En realidad, su segunda tentativa finalizó un tanto ignominiosamente cuando su «víctima» alargó la mano, le cogió del cuello, y se rió de él hasta el extremo de que su erizada agresión terminó entre risas.
Como pequeño que era, Prof evidentemente deseaba pasar mucho tiempo con los grandes machos, como hacían Freud y Frodo. Pero si él se iba detrás de cualquiera de ellos, Passion nunca le seguía y pronto dejó de intentar persuadirla. Además, ya que Passion evitaba los grandes grupos que Fifi y otras hembras sociales encontraban tan estimulantes, cuando se encontraba en una de aquellas reuniones Prof parecía loco de felicidad. Y así, careciendo de la seguridad en sí mismo de Freud y Frodo, Prof pasaba gran parte de su tiempo con su madre cuando ella murió, lo que ocurrió cuando él tenía casi once años.
Puede haber una pequeña duda sobre si las diferencias de comportamiento observadas en Freud, Frodo y Prof se debían o no, y en qué proporción, de las diferentes personalidades y técnicas educativas de sus madres. Por supuesto, había diferencias genéticas entre estos tres jóvenes machos: diferencias temperamentales, seguramente debidas más a la herencia que a la experiencia. Algunas veces, sin embargo, un individuo puede trazar el comienzo de un comportamiento inusual a partir de un particular incidente traumático ocurrido en la primera infancia. Cuando Prof tenía dos años, por ejemplo, fue atacado por un macho adulto de mono colobo durante una cacería. Passion estaba sentada y mirando a su Prof cuando, súbitamente, uno de los machos colobos, enfurecido, saltó y la atacó. Ella salió ilesa: Prof resultó mordido en un dedo del pie derecho.
Esta experiencia, a la vez dolorosa y aterradora, dejó aparentemente en Prof un miedo profundamente enraizado a los monos. Muchos jóvenes machos empezaban a cazar cuando eran meros juveniles. Freud cogió su primer mono (que Fifi le arrebató) cuando sólo tenía seis años. No vimos a Freud cazar monos hasta que tuvo once años, y aún entonces de modo escasamente decidido. Jamás pudimos observarle cazando a un mono. Era interesante ver cómo Prof se aterrorizaba ante los papiones como una criatura. Nunca le veíamos fanfarroneando, erizándose, jugando agresivamente con jóvenes papiones, como veíamos hacer con frecuencia a Freud y Frodo. Si un macho grande de papión se le aproximaba, por ejemplo, mientras comía, lloriqueaba de miedo y se iba detrás de Passion. Al parecer, su miedo a los monos colobos podía generalizarse en un miedo a todos los monos y papiones. Por supuesto, siempre existía la posibilidad de que se hubiera producido otra igualmente traumática interacción con los papiones que pudiera justificar este miedo de la segunda infancia. En verdad que no habrían faltado las oportunidades para ello.