XVII. AMOR
Pobre Gigi. Incapaz de engendrar una cría no pudo encontrar el tipo de relaciones tranquilizadoras que son características de las madres chimpancés con sus jóvenes crecidos. Desesperadamente había buscado contacto con numerosos jóvenes, pero uno tras otro habían crecido lejos de ella. Estaban ligados a sus propias madres y este es el lazo más fuerte y más lleno se significación. Ningún individuo será alimentado, protegido y cuidado como durante su infancia. Cuando los jóvenes maduran, la relación con la madre se fortalece, convirtiéndose en una sólida amistad que puede durar toda la vida. También es verdad que un macho puede forjar una relación parecida con su hermano, o incluso con un macho que no sea de la familia. Pero una hembra, una vez pierde a su propia madre (porque ésta muere o porque la hija se va a otra comunidad) no volverá a vivir una relación similar hasta que sus propios jóvenes hayan crecido.
Cuanto más estrecha es la relación entre dos chimpancés, mayor es la angustia si se ve amenazado. Puesto que la madre es para su hijo todo su mundo, no es sorprendente que algunas crías se depriman tanto en el destete, ya que por primera vez sienten el rechazo de su madre. Durante los primeros meses de esta fase una cría casi siempre puede lograr su objetivo mediante una gran persistencia. Pero cuando el tiempo pasa la madre le impide mamar y subir a su espalda con mayor frecuencia y vigor. Los suaves gemidos de la cría se convertirán en gritos de frustración y rabietas. El trabajo de la madre se vuelve más duro y, en algunos casos, es tan estresante para ella como para su cría. Esto ocurre sobre todo si está intentando destetar a su primera cría y, faltándole experiencia, es probable que sienta más remordimiento si es un macho que si es una hembra. ¿Qué puede hacer una madre cuando el pequeño va hacia ella gritando histéricamente y se arrodilla, golpeando al suelo y tirándose los pelos? Normalmente lo coge con aspecto atemorizado y lo abraza: supongo que quiere calmarlo. Pero él, enfadado y resentido por su rechazo, intenta apartarse. Ella, sin embargo, lo mantiene agarrado, aunque él la muerda o la golpee, hasta que se tranquiliza. Las crías hembra suelen conseguir su objetivo con gran sutileza: se va acercando al pezón mientras acicalan a su madre y entonces le dan unas rápidas chupadas.
En el pico del destete se produce otro acontecimiento que la cría percibe seguramente como una nueva amenaza: la madre vuelve a estar en celo. Ahora, durante este período, va a estar preocupada con el cortejo y las conductas de los machos y la consiguiente conmoción. El primer par de ciclos suelen ser los peores, ya que la situación es nueva, extraña y temible para el pequeño. Ya hemos visto cómo un macho joven tiende a interferir cualquier cópula que tenga lugar cerca de él. Habitualmente, la cosa es bastante tranquila; se limita a correr y a empujar al macho adulto. Pero cuando la hembra es su propia madre su interferencia es a menudo frenética y golpeará al macho pretendiente, gritando con angustia. Las crías hembra suelen sorprenderse más cuando la que copula es su madre, aunque normalmente ignoran el acto sexual cuando no implica a hembras de la familia.
Aún sabemos pocas cosas de las correlaciones entre la gradual desaparición de la leche materna y la frecuencia con la que la cría se amamanta, así como de los cambios hormonales de la madre que preceden y acompañan al desarrollo de la cría siguiente. Algunos pequeños maman durante el embarazo de su madre. Otros son destetados antes de que la madre conciba o durante los primeros meses de gestación. El nacimiento del siguiente bebé indica el comienzo de una nueva era para la cría anterior, y apenas sorprende que algunos jóvenes se sientan amenazados. Ya no pueden solicitar la plena atención de su madre, ni pueden contar más con ir a su espalda o estar en su cálido nido durante la noche. La infancia queda atrás. Sin embargo, aunque la madre tiene que dedicar toda su atención a la nueva cría, continúa allí para proporcionarle tranquilidad y seguridad. Compartirá la comida con él si se lo pide. Acicalará al mayor más que al menor. El nuevo joven, por lo tanto, aunque desconcertado al principio, habitualmente se recupera enseguida y se va fascinando más y más por el bebé.
Dos de los jóvenes no siguieron el camino habitual hacia la independencia: Flint y Michaelmas. Los dos continuaron emocionalmente dependientes de sus madres incluso después del nacimiento de sus hermanos, aunque por diferentes razones. En el caso de Flint, la causa parece ser la ancianidad de Flo, pues ella, que en su tiempo fue la mejor de las madres, fracasó con su última cría. Creo que si no hubiese vuelto a concebir todo hubiese sido mejor para Flint. Pero aquel último embarazo restó tantas fuerzas y energías a su anciano cuerpo que, simplemente, no pudo destetar a Flint. Rodeado por los poderosos miembros de su familia, él se había vuelto un crío desmandado, y cuando Flo intentaba evitar que mamase o que montase a su espalda él cogía violentas y agresivas rabietas. Flo le consentía una y otra vez, por lo que aún mamaba cuando nació el pequeño Flame. Ante la urgente necesidad Flo consiguió destetarlo a pesar de sus rabietas, pero pareció no poder evitar que fuese a su nido por la noche o que subiese a su espalda. En realidad, a veces insistía en ir en su vientre, en la posición infantil, encima de su hermanita. Al mismo tiempo se fue deprimiendo, jugaba poco y pasaba largas horas junto a Flo, acicalándola. Esto duró los seis primeros meses de la vida de su hermana. Pero entonces Flo cogió una neumonía. Se quedó tan débil que ni siquiera podía hacerse el nido por la noche. Y cuando la encontramos, echada en el suelo, Flame había desaparecido y nunca le volvimos a ver. Cuando Flo se recuperó, a pesar de la preocupación física y psicológica de cuidar a un pequeño ya no se preocupó de evitar que Flint fuese a su nido o que montase a su espalda. Finalmente Flint dejó de montar, pero tenía entonces ocho años y Flo ya no podía aguantar su peso.
La historia de Michaelmas fue bastante distinta. Tenía cinco años cuando su madre, Miff, reanudó sus periodos de celo. Durante ellos era muy popular y constantemente estaba rodeada por machos de la comunidad. En estos grandes grupos, con la tensión al máximo, se producían siempre muchas agresiones y la propia Miff era atacada bastantes veces. Michaelmas, que se mantenía junto a su madre a las duras y a las maduras, no sólo se interponía entre su madre y sus pretendientes, sino que también interfería en los ataques. Durante uno de estos sucesos se hirió. Por tanto no podía seguir a su familia cuando viajaban y Miff, que lo había estado destetando antes del accidente, frenaba y permitía al pequeño subir a su espalda. Incluso después de la llegada del bebé le permitió seguir haciéndolo, y cuando ella ignoraba sus tristes gemidos, lo llevaba Moeza, su hermana mayor. Seguramente a causa de su baja forma física, Miff no intentaba echarlo de su nido y así continuó unido a la madre y al bebé. Hasta que no tuvo siete años no le vimos hacer su propio nido, e incluso después solía ir al nido comunitario.
Cuando un joven se va independizando, su relación con su madre cambia. Todavía es estrecha; la madre aún se muestra afectuosa, aún constituye una ayuda, pero la tarea de mantener la proximidad entre ambos recae en el pequeño. Mientras la madre, aunque esté lista para desplazarse, esperará por un bebé, o irá a buscarlo si está impaciente, un hijo mayor tendrá que estar atento a su madre. Esto no significa que ella siempre se vaya sin él. Pero sí que los dos a veces se separarán. Cuando esto sucede el hijo se desconcierta. Los fuertes sollozos puntuados por histéricas llamadas emitidos por los jóvenes son muy característicos. Las madres, normalmente, paran y esperan al oír estos llantos, pero por algún motivo casi nunca responden. Y por eso los jóvenes aprenden dos cosas: primero, que deben intentar evitar la repetición de estas experiencias; y segundo, que la separación temporal de su madre no es, después de todo, el fin del mundo; tarde o temprano volverán a encontrarse. Así, termina por llegar un momento, antes para un macho que para una hembra, en que la cría empieza a abandonar a su madre durante cortos periodos.
Pero incluso después es probable que el joven pueda sentirse angustiado si se separaba accidentalmente de la madre. Además, en las ocasiones en que él y su madre quisieran viajar en direcciones distintas, él difícilmente la persuadirá de que cambie de opinión. Si lo consigue, la separación se evitará, al menos temporalmente. Un día, en 1982, yo estaba con Fifi y su familia: Freud, Frodo y Fanni, que tenía un año. Habían descansado una hora más o menos cuando Freud, de once años, se sentó, miró a Fifi, acercó a Fanni a su pecho y partió hacia el norte. Fifi que estaba acicalando a Frodo, los miró, se levantó y los siguió. Pronto Fanni se liberó y volvió hacia su madre, que se sentó de nuevo y se reunió con Freud. Cinco minutos después Fifi se levantó y se dirigió hacia el sur, muy lentamente, para que Fanni pudiese seguirla bamboleándose tras ella. Instantáneamente Freud, aprovechando su oportunidad, agarró a su hermanita y marchó en la dirección opuesta. Fifi se detuvo, los miró de nuevo, se volvió y siguió. No pasó mucho tiempo antes de que Fanni se librase de Freud, pero apenas dio unos pasos hacia Fifi, Freud tiró de ella y, a empujoncitos, la persuadió para que avanzase con él. Viajaron así unas cuantos metros; entonces, mientras Fanni intentaba escapar otra vez, Freud la agarró por una pierna, la acercó a sí y la acicaló hasta que ella se quedó tranquila. Fifi se limitaba a mirar. Después de un par de minutos, Freud se levantó y agarró a Fanni por un brazo. Rápida como la luz Fifi la cogió por el otro y tiró con fuerza. Freud cedió enseguida y Fifi, colocando a Fanni en la posición abdominal, se dirigió hacia el sur. Freud fue tras ella mirando al norte quizás con nostalgia; luego se volvió y anduvo tras su familia. Mucho después, cuando la familia comía, se oyó por el este la excitada llamada de unos chimpancés. Freud inmediatamente comenzó a moverse hacia los ruidos, pero Fifi continuó comiendo. Freud volvió, cogió a Fanni y marchó de nuevo. Fifi pronto los siguió. Unos ochenta metros más allá Fanni se soltó y volvió con su madre, pero esta vez Fifi se marchó con Freud y la familia se unió al gran grupo.
Todo lo anterior —destete, nacimiento de un nuevo bebé, separación temporal— sorprende en el momento en que se produce, pero no es nada comparado con la muerte de la madre, la final e irrevocable rotura del lazo. Desde luego, las crías que todavía tienen menos de tres años y dependen aún de la leche materna pueden sobrevivir. Pero hay jóvenes alimentariamente independientes que pueden deprimirse hasta el punto de languidecer y morir. Flint, por ejemplo, tenía ocho años y medio cuando murió la vieja Flo y podía cuidarse solo. Pero era tan dependiente de su madre que parecía que no iba a sobrevivir sin ella. Todo su mundo giraba alrededor de Flo, y con su muerte se convirtió en vacío e insignificante. Nunca olvidaré como Flint subió lentamente a uno de los árboles altos cerca del torrente tres días después de la muerte de Flo. Anduvo por una de las ramas, paró y se quedó inmóvil, mirando a un nido vacío. Después de unos dos minutos se volvió y, moviéndose como un anciano, bajó, anduvo unos pocos pasos y se tumbó con los ojos abiertos mirando frente a sí. Él y Flo habían compartido aquel nido poco antes de que Flo muriese. ¿Qué había pensado cuando estaba de pie, mirándolo? ¿Los recuerdos de los días felices pasados fueron un bálsamo para su confuso sentimiento de abandono? Nunca lo sabremos.
Fue mala suerte que Fifi estuviese lejos del campo los días siguientes a la muerte de Flo. Si hubiese estado allí para consolarlo desde el principio las cosas hubiesen sido bastante distintas. Él viajó cierto tiempo con Figan y parecía dejar atrás la depresión con la presencia de su hermano mayor. Pero entonces abandonó el grupo y corrió hacia donde había muerto Flo y allí se hundió en la más profunda de las depresiones. Cuando Fifi volvió Flint ya estaba enfermo, y aunque lo acicalaba y lo esperaba cuando viajaban, él se hallaba falto tanto de ganas como de fuerzas para seguir.
Flint se fue aletargando, rechazando casi toda la comida hasta que su sistema inmunitario se debilitó y cayó enfermo. La última vez que lo vi con vida tenía los ojos hundidos y gemía deprimido, enterrado en la vegetación cerca de donde había muerto Flo. Desde luego, intentamos ayudarlo. Yo tuve que dejar Gombe poco después de la muerte de Flo, pero uno u otro de los estudiantes se quedaba con Flint cada día, acompañándole, tentándole con todo tipo de comida. Pero nada podía compensar la pérdida de Flo. El último corto viaje que hizo, parando a descansar cada muy pocos pasos, fue al sitio exacto donde había yacido el cuerpo de Flo. Allí se estuvo varias horas, a veces mirando fijamente al agua. Luchó un poco más, se retorció y ya no se movió nunca más.
Otros jóvenes, sin embargo, han sido cuidados por sus hermanos mayores. Y estas adopciones nos proporcionan las historias más sorprendentes, ilustrando claramente la naturaleza afectiva y protectora de los juveniles y adolescentes hacia sus hermanos menores. Hemos visto que los machos jóvenes pueden ser cuidadores tan eficientes como las hembras. Son, en verdad, igualmente tolerantes y afectivos. Así se hizo evidente en la familia de Passion.
Pax tenía cuatro años cuando su madre murió. Había estado enferma durante unas semanas, moviéndose más y más lentamente, con la cara progresivamente demacrada, agachándose de vez en cuando en señal de dolor. Aunque llegué a odiarla cuatro años antes, durante su época infanticida, no podía evitar sentir pena por ella al final de su vida. En la última tarde estaba tan débil que temblaba al hacer el menor movimiento. Consiguió subir a un árbol bajo el cual se construyó un minúsculo nido; luego se tumbó, exhausta. La mañana siguiente amaneció fría y gris con la lluvia cayendo de un cielo plomizo. Passion estaba muerta. Cayó durante la noche y colgaba agarrada de unas ramas por un brazo. Sus tres hijos, que estuvieron acompañándola constantemente durante las últimas semanas de su vida, se encontraban a su alrededor. Pom y Prof se sentaron mirando el cuerpo de su madre. Pero Pax intentaba mamar una y otra vez de sus fríos y húmedos pechos. Entonces, poniéndose nerviosa, gritando más y más, empezó a tirar de la mano que colgaba. Estaba tan frenética que en su angustia consiguió tirarla al suelo. Cuando Passion cayó sin vida en el embarrado suelo, sus tres hijos examinaron su cuerpo muchas veces. De vez en cuando iban a por un poco de comida y volvían con ella. Al transcurrir el día Pax se fue tranquilizando y no volvió a intentar mamar, pero parecía incluso más deprimido, lloraba suavemente y tiraba de cuando en cuando de la mano de Passion. Finalmente, antes de que cayera la noche, se marcharon juntos los tres.
Durante las semanas siguientes Pax mostró muchos signos de depresión. Estaba apático, no jugaba en absoluto y, como los jóvenes huérfanos, desarrolló una gran barriga. Pero se recuperó con sorprendente rapidez. Durante un año los tres hermanos pasaban casi todo el tiempo juntos. Cuando Prof se aventuraba a viajar un rato con los machos adultos, Pax habitualmente se quedaba con Pom. Pero aunque se mantenían juntos y aunque ella corría para protegerlo Pax, por alguna extraña razón, nunca se sentaba en la espalda de su hermana: ni siquiera cuando Pax se quedaba retrasado y gemía durante un viaje con un grupo de machos adultos; ni en esos casos ella le invitaba a subir. Al principio, en un despertar de sus instintos maternales, le suplicaba que subiese. Pero Pax se agarraba a la vegetación y gritaba histéricamente hasta que ella se detenía. Prof había intentado llevar también a su hermanito, pero Pax había rechazado sus ofertas de la misma inexplicable manera. Y lo mismo pasaba cuando le ofrecía compartir sus nidos por la noche. Aunque ellos se lo ofrecían amistosamente, él se negaba. Y así contemplaban cómo Pax, gimiendo tristemente para sí, se hacía un nidito por allí cerca. ¡Cuánto nos queda aún por aprender!
Un año después de la muerte de Passion, Pom emigró y se unió a la comunidad de Mitumba, en el norte. Probablemente lo hizo porque después de perder a su poderosa madre quedaba a merced de las hembras de Kasakela, muchas de las cuales, sin duda, tenían sentimientos hostiles hacia ella. Los chimpancés tienen buena memoria. Pero ya antes de la partida de su hermana Pax se había pegado a su hermano Prof, siguiéndole como una persistente y pequeña sombra donde quiera que fuese. La relación entre ambos había sido siempre afectiva, ya que Prof, desde el principio, sintió fascinación por Pax y solía llevarle y jugar con él. Recuerdo una vez que Pax, que sufría un fuerte resfriado, estornudó ruidosamente. Prof se volvió rápidamente y miró su nariz goteante; entonces cogió unas hojas y le limpió.
Ahora Prof, un año después de la muerte de Passion, cuidaba de Pax en muchos aspectos como lo haría una madre, esperándolo en los viajes y protegiéndolo. Hasta los seis años Pax se quedaba desorientado si se separaba de Prof. Y Prof también se preocupaba. Una vez, por ejemplo, unos dos años después de la muerte de Passion, los hermanos se fueron en direcciones distintas cuando el gran grupo en el que estaban comiendo se separó. Cuando Pax se dio cuenta de que Prof no estaba allí, empezó a gemir y llorar. Repetidamente subió a los árboles altos, gritando más fuerte e inspeccionando el paisaje. Pero Prof ya estaba para entonces fuera de su vista y de su voz, por lo que Pax se quedó junto a Jomeo, haciendo su nido junto al del gran macho. Incluso gritó durante la noche. Prof, por su parte, dejó a los otros chimpancés tan pronto como vio lo que había ocurrido y partió en busca de Pax. No vi el reencuentro, pero al mediodía del día siguiente estaban juntos otra vez.
Hay un incidente que siempre recordaré. Los dos hermanos estaban viajando en un pequeño grupo con Miff, que estaba en celo, y Goblin, que hacía valer celosamente sus derechos de alfa impidiendo a otros machos copular con ella. Él no prestaba atención cuando Pax la cortejó, por lo que el joven no recibió amenaza alguna. Miff, sin embargo, parecía irritada por el cortejo de su canijo pretendiente y cuando él insistió le dio una patada. Pax se vio lanzado a la vegetación que tenía a su espalda. ¡Pobre Pax! Agarró una de las más violentas rabietas que jamás haya visto. Tirándose del pelo, se revolcaba por el suelo y gritaba más y más fuerte. Goblin, obviamente irritado por el ruido, miró ferozmente a Pax, y su pelo empezó a erizarse. En ese momento Prof, que estaba comiendo a cierta distancia, se acercó corriendo para ver qué sucedía. Por un momento se quedó contemplando la escena; luego, dándose cuenta de que Pax estaba en peligro inminente de un severo castigo, agarró a su lloroso hermano por una muñeca y se lo llevó a rastras. Hasta que no se alejaron unos veinte metros y se encontraban fuera de peligro, Prof no le soltó: en aquel momento Pax dejó de llorar y aceptó acompañar a su hermano.
Gimble tenía ocho años cuando Melissa murió y, aunque pequeño en edad, podía defenderse solo. A pesar de todo, quedó desconcertado y un poco aturdido cuando perdió a su madre. Se dirigió a sus hermanos para encontrar tranquilidad y, de los dos, de Goblin fue del que más recibió, por lo que pronto siguió a su hermano a todas partes. Solían comer juntos en el mismo árbol y Gimble hacía su nido pegado al de Goblin. De esta manera Goblin, macho alfa y trece años mayor que su hermano, en muchos aspectos llenó el vacío que dejó Melissa en la vida de Gimble.
Cuando Winkle murió, Wolfi fue adoptada por su hermana mayor, Wunda: la historia de la hembra de nueve años y su hermano de tres es realmente notable. Wolfi, a pesar de su juventud, mostró menos signos de depresión que otros huérfanos y es más que probable que se debiera a que la relación entre los dos hermanos era ya muy estrecha antes de la muerte de Winkle. Wunda lo llevaba frecuentemente cuando la familia viajaba, no sólo porque estaba fascinada con su hermanito, como todas las hermanas mayores, sino también porque, desde que él pudo andar, Wolfi siempre quería seguirla adonde ella fuese. Una y otra vez Wunda se iba sola, pero volvía al oír el triste llanto de su hermanito que intentaba seguirla desesperadamente. Entonces ella se reunía con él y se marchaban juntos. No hay que pensar que la estrecha relación de Wolfi con su hermana afectaba negativamente a los cuidados maternales de Winkle: era una madre cuidadosa, afectuosa y eficiente de la cual Wunda, indudablemente, había aprendido muchas cosas en lo que concierne al cuidado de los pequeños. Cuando Winkle murió, Wunda se encargó de todos los deberes de su educación con naturalidad. Y lo más sorprendente: esta hembra joven, aún no madura sexualmente, quizás llegó a producir leche para su hermano menor. Desde luego, él mamaba durante varios minutos cada dos horas más o menos, y se sorprendía si Wunda intentaba detenerlo. Pero aunque nos acercamos mucho a ellos no pudimos confirmar que sacase leche de su hermana. Puede que simplemente encontrara tranquilizante poner los labios en sus pezones.
Skosha era la primogénita y no tenía hermanos ni hermanas para cuidarla cuando su madre murió cuando ella tenía cinco años. Durante los dos primeros meses pasaba la mayor parte de su tiempo con uno u otro de los machos adultos. Pero entonces se unió a Pallas, una hembra que había perdido meses antes a su primer hijo. Pallas había sido una buena compañera de la madre de Skosha, y a menudo nos habíamos preguntado si eran hermanas; si lo eran, Pallas era la tía biológica de Skosha. Pero, lo fuesen o no, ambas se volvieron inseparables. Pallas fue una maravillosa madre adoptiva. Llevaba a Skosha durante los viajes, la esperaba, le daba comida, y era notablemente paciente con esta pequeña, que, cuando las cosas no iban bien, cogía a menudo violentas rabietas. A cabo de un año Pallas volvió a dar a luz una cría que debió caer víctima de los ataques de Passion y Pom. Al año siguiente, sin embargo, Pallas tuvo otro bebé, que sobrevivió, y en aquellos momentos Skosha ya era un miembro plenamente integrado de la familia. Y fue una encantadora familia también para Pallas que, aunque no era una hembra muy sociable, era una madre juguetona cuya pequeña Kristal, extrovertida y emprendedora, se convirtió en nuestra favorita. Pero una obstinada mala suerte seguía a Pallas: cayó enferma y murió cuando Kristal tenía cinco años. Y así Skosha, después de perder a su propia madre, perdía también a su madre adoptiva.
Yo llegué a Gombe poco después. Era descorazonador ver a las dos huérfanas. Skosha hacía lo imposible para cuidar a Kristal, pero la cría se deprimió y se volvió letárgica, y la misma Skosha, que entonces tenía diez años, parecía sola y desamparada. Se veía que le costaba emprender cualquier acción. ¿A dónde ir? ¿Qué comer? ¿Cuándo hacer los nidos? Kristal se mantenía muy unida a Skosha mientras las dos vagaban desanimadas a través de la jungla, dos bebés perdidos en el bosque. Todos esperábamos que Kristal sobreviviera, pero continuó languideciendo y nunca recuperó su ánimo anterior. Nueve meses después de que Pallas muriese, Kristal desapareció.
En 1987 una epidemia de neumonía barrió a la población chimpancé de Gombe. Muchos miembros de la comunidad de Kasakela cayeron enfermos y aunque algunos, como Evered, Fifi y Gremlin, se recuperaron maravillosamente, murieron nueve chimpancés. Jomeo, Satán y Little Bee estaban entre los que se fueron. Otra fue Miff, a la que conocía desde que era juvenil en 1964. Unos años antes de morir Miff había tenido una floreciente familia. Pero, primero, Michaelmas (cuya cojera, incidentalmente, había desaparecido) enfermó y murió infestado de parásitos internos. Luego el joven Mo había muerto tras una larga enfermedad. Y ahora la propia Miff se había ido, dejando a su hijito enfermo de tres años, el pequeño Mel. Estaba totalmente solo en el mundo; la hija mayor de Miff, Moeza, estaba aún viva, pero había emigrado, tres años antes, a la comunidad de Mitumba.
Yo estaba en los Estados Unidos en mi gira anual de conferencias de primavera cuando recibí una carta de Gombe en la que me comunicaban las noticias. Mel estaba muy débil. Vagaba detrás de distintos individuos, principalmente machos adultos, pero aunque todos le toleraban, ninguno mostró por él un interés especial. No esperaba volver a ver a Mel de nuevo. Incluso antes de la muerte de Miff estaba tan delgado con la barriga tan hinchada y en tal estado de letargia que envié una muestra fecal para que la analizasen; el informe indicaba una abundante presencia de distintos tipos de parásitos internos y no daba muchas esperanzas. Pero entonces recibí un telegrama, Mel adoptado por Spindle. Yo estaba sorprendida, ya que Spindle, el hijo de doce años del viejo Sprout, no tenía la menor conexión con Miff por lo que nosotros sabíamos. ¿Podía durar una relación así?
Poco después de volver a Gombe me encontré con Mel, aún vivo y con Spindle. Mirando al pequeño huérfano, con su panza hinchada, sus delgados brazos y piernas, su pelo mate, me maravillé del flamante espíritu de lucha que le había permitido, contra todos los obstáculos, aferrarse a la vida. Me maravillé también por el interés y el afecto demostrados por su cuidador. Spindle había sido huérfano, ya que Sprout había muerto durante la misma epidemia que se llevó a Miff y a los demás. Spindle, desde luego, ya podía cuidarse solo: pero ¿era, quizás, la sensación de pérdida, un sentimiento de soledad, lo que le llevó a mantener esa relación con Mel? Cualquiera que fuese la razón, Spindle resultó ser un fabuloso cuidador. Compartía su nido nocturno con Mel, y también la comida. Se esforzaba en proteger al pequeño, apresurándose a retirarlo cuando los machos adultos parecían excitados. Cuando Mel gemía durante los viajes, Spindle le esperaba y le permitía subirse a su espalda o incluso, si llovía y hacía frío, agarrarse en la posición abdominal. De hecho lo llevaba tan a menudo que el pelo aparecía gastado allí donde Mel se cogía con los pies y Spindle tenía dos grandes manchas blancas peladas, una a cada lado.
El principal problema que tenía que afrontar Mel, además de la pérdida de su madre y su pesada carga de parásitos y suciedad en general, era que Spindle estaba viajando con machos adultos y en aquella época del año recorrían grandes distancias diariamente, buscando frutos mbula caídos. A menudo salían hacia el límite norte de su territorio durante estas expediciones en busca de alimento y varias veces, después de escuchar las llamadas de los machos de la poderosa comunidad de Mitumba, viajaban silenciosa y rapidísimamente hacia el centro de su territorio. Era duro para el pequeño Mel, porque Spindle, aunque era muy paciente, no siempre esperaba a su pequeña carga. Mel tenía que hacer gran parte del recorrido por su cuenta.
La mayoría de los otros chimpancés, particularmente los machos adultos, eran sorprendentemente gentiles y tolerantes en sus contactos con el huérfano. Podía aproximarse sin temor a cualquiera de ellos para suplicar comida, incluso insistiendo para coger carne después de una matanza, cuando la tensión está al máximo entre los individuos. La presunción de Mel provocaba a lo sumo alguna suave amenaza que le llevaba invariablemente a coger una rabieta. Y a menudo tenía éxito en sus intentos de pedir un trozo.
Hacia finales de julio, Spindle y Mel se separaron. Mel estaba muy angustiado. Durante unos días siguió a uno u otro de los machos adultos, llegando incluso a saltar a sus espaldas en momentos de súbita excitación. Y luego encontró un sustituto temporal de Spindle. Increíblemente, fue Pax quien lo acogió.
Sucedió cinco años después de la muerte de Passion y cuando Pax tenía diez, pero era muy pequeño para su edad, como la mayoría de huérfanos que sobreviven a la pérdida de sus madres. Era aún inseparable de Prof; el lazo entre ambos era más estrecho que nunca. Jamás olvidaré ese verano y los días que pasé con los dos hermanos y el pequeño Mel. Prof casi siempre iba el primero mientras Pax, con Mel colgado a su espalda, seguía detrás de su hermano por caminos y torrentes. Incluso llevaba su carga a los árboles más altos. No pasó mucho tiempo antes de que Pax desarrollase el distintivo del servicio: una mancha blanca pelada a cada lado del abdomen. Aunque los tres parecían llevarse muy bien, después de unas semanas Mel se reunió con Spindle y ambos fueron inseparables durante muchos meses.
Un año después de perder a su madre Mel parecía un poco más saludable: sus brazos y piernas ya no eran como palillos; su barriga había disminuido y su pelo era más grueso y brillante. También estaba menos deprimido, se mostraba menos tímido y de vez en cuando se unía a otros jóvenes para jugar. Aunque la mejoría de su salud fue debida en parte al hecho de que le habíamos suministrado cierta medicación para los parásitos, hay pocas dudas de que Mel sobrevivió gracias al trato recibido de Spindle. Cuando tenía cuatro años, sin embargo, Mel empezó a pasar menos tiempo con su benefactor, y gradualmente, durante el año siguiente, el lazo entre ambos disminuyó.
Esto fue cuando Mel empezó a viajar con Gigi cada vez más a menudo. Y con ellos casi siempre estaba Darbi, cuya madre, Little Bee, había muerto en la misma epidemia que se llevó a Miff. Darbi tenía un hermano mayor y yo esperaba que la cuidase, pero aunque había pasado mucho tiempo con él durante las semanas siguientes a la muerte de su madre, los dos nunca se llevaron muy bien. En su lugar, Darbi se unió temporalmente a dos adolescentes, un macho y una hembra, antes de unirse a Gigi. Al correr el tiempo comenzó a ser habitual ver a Gigi, Darbi y Mel juntos, la gran hembra sin hijos al frente y los dos pequeños sin madre detrás.
La relación de Gigi con estos huérfanos es de naturaleza distinta a la que forjara con otras crías jóvenes en el pasado. En aquellos casos era Gigi la que deseaba la asociación: no sólo tenía que esforzarse en atraer a las propias crías, sino que también tenía que atraer a las madres. Ahora, sin embargo, han sido Mel y Darbi los que han elegido unirse a Gigi. Gigi les muestra un pequeño pero evidente afecto y sus amistosos contactos son, en su mayor parte, simples acicalamientos. Pero ella les proporciona el apoyo que necesitan en un mundo a menudo hostil. ¡Pobre del turbulento adolescente que intente la menor exhibición!: allí está Gigi para protegerles. Cuando están con ella pueden relajarse hasta cierto punto, sabiendo que ella tomará todas las decisiones en cuanto a recordar la ruta, los sitios para dormir, etc. Pero cuando Gigi está en celo y viaja con los machos, Mel y Darbi no siempre la siguen, prefiriendo quedarse solos, lejos de la excitación y la conmoción de los grandes grupos.
Estas dos crías han sobrevivido, pero la carga psicológica de sus experiencias nunca los abandonará. Cuando miras sus ojos parecen carecer del brillo y de la curiosidad de los jóvenes normales de su edad. En muchos aspectos se comportan como adultos: sus movimientos son deliberados y pasan mucho tiempo descansando y acicalándose solos. Raramente juegan, y cuando lo hacen no es con la exuberancia y agitado juego normal de su edad, sino lenta y tranquilamente. ¿Cómo se comportarán como adultos, ellos y cuantos han sufrido similares traumas en sus primeros años? No podemos obtener las respuestas sino esperando, esperando pacientemente, observando y registrando. Cuando llegué por primera vez a Gombe, los estudios de campo de más de un año de duración eran desconocidos. Louis Leakey predijo que tardaría unos diez años en empezar a comprender a los chimpancés. ¡Qué contento estaría si pudiera ver la investigación que surgió de su sabiduría, allá por la década de los cuarenta!