IV. MADRES E HIJAS
«Los modales hicieron al hombre», escribió el poeta William de Wykeham. Ah, pero ¿quién hizo los modales? Quizá podemos aventurar que «la Madre hizo los modales», por supuesto con una pizca de experiencias tempranas y una buena cantidad de herencia genética. Los relativos roles de «naturaleza» versus «crianza» han provocado muchos amargos argumentos en los círculos científicos en los últimos años. Pero las llamas de la controversia se han apagado ya, y se acepta generalmente que, incluso en los animales inferiores, el comportamiento adulto se adquiere a través de una mezcla de genética y experiencia adquirida por el individuo a lo largo de la vida. Cuanto más complejo es el cerebro de un animal, mayor es el papel que la enseñanza puede desempeñar en el modelado de su comportamiento, y más variaciones podemos encontrar de un individuo a otro. La información obtenida y las lecciones aprendidas en los años de la infancia, cuando el comportamiento es flexible al máximo, parecen tener una particular significación.
Para los chimpancés, cuyos cerebros se parecen más a los de los seres humanos que a los de cualquier otra especie, la naturaleza de las primeras experiencias puede tener mucha influencia en la conducta del adulto. En mi opinión es particularmente importante la disposición de la madre del niño, su posición en la familia, y si hay hermanos mayores, su sexo y personalidad. Una infancia segura lleva a la confianza en sí mismos y a la independencia cuando se llega a la edad adulta. Una vida temprana desordenada puede dejar secuelas permanentes. En libertad, casi todas las madres cuidan de sus hijos con relativa eficiencia. Pero incluso se dan casos de diferentes tipos de técnicas de educación. Sería difícil encontrar dos hembras que hubiesen podido recibir trato más distinto durante los primeros años que la hija de Flo, Fifi, y la hija de Passion, Pom. De hecho, Flo y Passion son los dos extremos opuestos de una escala: la mayoría de madres tienen su lugar entre estos dos extremos.
Fifi tuvo una maravillosa y despreocupada infancia. La vieja Flo era una madre altamente competente, afectiva, tolerante, juguetona y protectora. Figan formaba parte de la familia cuando Fifi estaba creciendo, sumándose a los juegos cuando Flo no estaba de humor, y solía transigir con su hermana menor en sus infantiles discusiones. Faben, el primogénito de Flo, acostumbraba también a estar por allí. Flo, que era la hembra dominante cuando la conocí, era muy sociable. Pasaba bastantes ratos con otros miembros de la comunidad y tenía una relajada y amigable relación con la mayoría de los machos adultos. En este ambiente social Fifi se convirtió en una pequeña enérgica que confiaba en sí misma.
La infancia de Pom, en comparación con la de Fifi, fue poco agradable. La personalidad de Passion era tan distinta de la de Flo como la tiza del queso. Cuando yo la conocí por primera vez, a principios de los años sesenta, era incluso una solitaria; no tenía compañeras hembras cercanas, y en aquellas ocasiones en que se encontraba en un grupo con machos adultos su relación con ellos era inquieta y tensa. Era una madre fría, intolerante y brusca, y rara vez jugaba con su pequeña, particularmente durante los dos primeros años de vida. Y Pom, como era la primera cría en sobrevivir, no tenía hermanos para jugar durante las largas horas en que ella y su madre permanecían en su casa. Pasó una época difícil durante los primeros meses, por lo que se convirtió en una pequeña ansiosa y enmadrada, siempre temerosa de que su madre se fuera y la dejara atrás.
Así pues, no es sorprendente que Pom y Fifi reaccionaran de modo distinto ante los diversos desafíos que una joven hembra debe afrontar cuando tiene que crecer en libertad.
Todos los jóvenes chimpancés se trastornan y deprimen durante el difícil tiempo del destete, cuando la madre impide a la cría, con creciente frecuencia y determinación, tanto mamar como montar en sus espaldas. Esto sucede normalmente al cuarto año. Durante unos cuantos meses Fifi se mostró sensiblemente menos alegre y juguetona; pasaba cada vez más tiempo sentada en estrecho contacto con su madre, mirándola pensativa y melancólica. Pero pasó su depresión rápidamente y por aquel tiempo nació su hermano Flint, que le seguía en edad, y volvió a ser la Fifi chispeante, enérgica y segura de sí misma.
La depresión de Pom, sin embargo, parecía que iba a continuar eternamente. Fue interesante comprobar cómo algunas veces, durante el primer año de vida de su hija, la actitud de Passion hacia ella se dulcificaba: se hizo más paciente y juguetona. Y Pom, probablemente como resultado directo de ello, comenzó gradualmente a experimentar menos ansiedad. Pero estos signos de mejor bienestar psicológico desaparecieron durante el trauma del destete. Fue, claramente, una experiencia más perturbadora para Pom que para Fifi, a pesar de que Passion, para sorpresa mía, se mostraba notablemente tolerante. Casi siempre respondía a las peticiones de Pom para que la acicalara y le permitía incluso montar en su espalda sin demasiadas protestas. Desde cuatro semanas antes teníamos la seguridad de que ya no tenía leche. Permitía a Pom sentarse junto a sí, con un pezón en la boca, mientras mantenía los ojos cerrados a veces hasta veinte minutos. Pero nada parecía ayudarla. Sin embargo, el hecho de que Pom fuera incapaz de lidiar con el destete se debió, casi con toda seguridad, al áspero trato recibido en su infancia. La única cosa que solía recibir de su madre era la leche: ahora, cuando ésta le era súbitamente denegada, volvió su primitiva sensación de inseguridad. Hasta unas semanas después, cuando Passion tuvo la siguiente cría, Pom no abandonó la costumbre de mamar.
Para todos los jóvenes chimpancés el nacimiento de un nuevo bebé en la familia señala el fin de una era, un importante escalón hacia su independencia, aunque tendrán que pasar entre tres y seis años antes de que empiecen a dejar a su madre y a moverse fuera, en el mundo de los adultos. Fifi tenía alrededor de cinco años y medio cuando Flint nació. Ahora que Flo tenía una tierna criatura que cuidar no podía dedicar toda su atención a Fifi. Pero lejos de trastornarse, Fifi estaba totalmente fascinada y contenta con el nuevo bebé, y durante sus dos primeros años dedicaba horas a jugar con él, acicalándole y llevándolo a cuestas en los desplazamientos familiares. Ahuyentaba celosamente a los otros jóvenes cuando querían jugar con él, al menos cuando era muy pequeño, y ayudaba a Flo a cogerle en situaciones potencialmente peligrosas.
Pom, al igual que Fifi, se mostró al principio curiosa y fascinada cuando Prof nació. Pero pronto, cuando pasó la novedad de su hermanito, volvió al estado depresivo en el que se encontraba antes del nacimiento. Y permaneció aletargada y lánguida durante los primeros años de vida de Prof y rara vez demostró gran interés por él. Incluso cuando, a los cinco meses, comenzó a andar a trompicones, situación que Fifi encontró irresistible, Pom continuó sin hacerla el más mínimo caso a Prof. Rara vez le transportaba, y cuando jugaban, lo que no era frecuente, Prof era quien solía iniciar el juego. Gradualmente, sin embargo, Pom superó su depresión y su hermano pasó a resultarle más atractivo. Empezó a transportarle y a jugar con el con más frecuencia. Se volvió asimismo muy protectora. Una vez, por ejemplo, Pom conducía a su familia a través del bosque y vio una gran serpiente enroscada junto al sendero. Emitiendo un pequeño aviso, «huu», subió al árbol balanceándose. Prof tenía entonces tres años y andaba trastabilleando detrás de su hermana, así que no vio la serpiente. De haberla visto tampoco hubiera pensado en un posible peligro. Tampoco pareció comprender el discreto aviso de Pom. Passion, que formaba la retaguardia, estaba muy lejos. De repente, cuando Prof estaba a pocas yardas de la serpiente, Pom, completamente asustada, se bajó, recogió a su hermanito y trepó hasta ponerlo en lugar seguro.
El siguiente trastorno importante en su vida de joven chimpancé hembra tuvo lugar cuando, aproximadamente a los diez años, se volvió por primera vez sexualmente atractiva para los grandes machos. Fifi estaba encantada con la nueva experiencia. Algunas veces, cuando un macho estaba muy evidentemente desinteresado por lo que ella tenía para ofrecer, se acostaba muy cerca y, esperando a pesar de todo, le miraba fijamente. O mejor dicho, miraba fijamente una parte de su anatomía que estaba, en lo que a ella concernía, desilusionadamente fláccida. Una vez ella llegó tan lejos que pellizcó el fláccido apéndice… con resultados altamente satisfactorios. Pronto se hizo evidente que los machos veían a Fifi como una pareja sexual deseable. No tenía el mismo sex appeal que Flo irradiaba en otro tiempo; pero en aquellos días era, después de todo, más joven e inexperta.
Cuando Pom, a su vez, pasó a ser sexualmente atractiva para los machos adultos por primera vez halló en ello, lo mismo que Fifi, una nueva y placentera experiencia y apremiaba a cualquier macho que diera muestras de interés. Pero mientras Fifi permanecía tranquila y relajada cuando cumplía con las demandas sexuales de los machos, Pom se agachaba antes que ellos, tensa y nerviosa, y escapaba al llegar el momento de la relación. Desarrolló un comportamiento extraño, neurótico. Solía suceder, por ejemplo, que cuando iba a saludar a un macho, emitía estrepitosa y frenéticamente jadeos de sumisión y, agazapándose ante él, manoteaba cerca de su cara marchándose después. Los machos se mostraban irritados por esta conducta y a veces la amenazaban o incluso la atacaban. Y así, en un círculo vicioso, ella iba aumentando su nerviosismo y su tensión. No era sorprendente que Pom estuviera lejos de ser la popular pareja sexual que Fifi había sido cuando tenía su misma edad.
La hembra adolescente de chimpancé, igual que sucede en la especie humana, pasa por una fase infértil característica entre la menarquía y la primera concepción. Para ambas, Fifi y Pom, este periodo duró unos dos años, durante los cuales unos diez días al mes estaban en celo y eran sexualmente atractivas y muy receptivas a los machos adultos. Estos meses fueron claramente beneficiosos para Fifi. Aunque Flo acompañaba algunas veces a su hija cuando iba en busca de compañía masculina, era ya vieja, así que Fifi solía salir sin ella. De este modo aprendió cómo moverse en la sociedad de adultos sin el apoyo de una madre de jerarquía superior. Como maduraba socialmente y confiaba más y más en sí misma, completó su evolución y pasó a ser más fuerte; más capaz de salir adelante cuando, por fin, se convirtiera a su vez en madre.
Sin embargo Fifi, a la vez que se convertía en progresivamente independiente y mundana, volvía siempre a reunirse con su madre después de cada periodo de coqueteo con los machos. Y así, continuaba siendo parte importante de la familia cuando en 1968, Flo dio a luz su último bebé. Tristemente, el pequeño Flame vivió sólo seis meses, pero durante este tiempo Fifi, siempre que tenía oportunidad —cuando no estaba sexualmente preocupada con los machos— disfrutaba llevando al pequeño, acicalándole y jugando tranquilamente con él, adquiriendo así una experiencia adicional en habilidad materna. Hacia el final de sus dos años de infertilidad, Fifi copulaba frecuentemente con uno u otro de sus machos pretendientes en los alrededores de los límites de la comunidad. Allí la pareja permanecía —si el macho podía conseguirlo— separada de los demás machos, mientras duraba el estado de Fifi. Durante tales asociaciones es cuando los machos pueden tener la suerte de engendrar un descendiente. De hecho, es completamente cierto que el primer hijo de Fifi no fue engendrado por un macho de su propia comunidad, sino por uno de los machos de Kalande, en el sur, ya que Fifi efectuó un buen número de visitas a su territorio obedeciendo al peculiar impulso de vagabundear, de entrar en contacto y emparejarse con machos desconocidos que hemos observado en la mayoría de hembras durante la adolescencia tardía. Y parece que ella concibió durante una de estas excursiones. Una vez preñada, Fifi volvió a su propio territorio. Su relación con Flo y Flint, de siete años, pasó a ser más íntima, ahora que sus impulsos sexuales estaban, de momento, aquietados.
La adolescencia de Pom fue más turbulenta. Por aquel entonces el lazo entre ella y su madre era muy fuerte; en algunos aspectos más que el que había entre Fifi y Flo. Puesto que Passion siempre defendería a su hija durante las riñas con otras hembras de la comunidad, Pom se había vuelto enérgica y agresiva en su trato con ellas. Cuando Passion no estaba cerca, las otras solían desquitarse luchando contra Pom. Pero si Passion estaba lo bastante cerca como para escuchar los gritos de Pom, corría para defenderla y madre e hija, juntas, castigaban a la hembra culpable. Y Pom muchas veces también intentaba ayudar a su madre de la misma manera.
Recuerdo claramente un incidente de este tipo. Yo había seguido a Pom toda la mañana y estaba observando cómo ella y otra hembra, Nope, buscaban termitas. En ese momento escuchamos unos jadeos y luego unos gritos cosa de un kilómetro al oeste, lejos, por el valle. Ambas hembras se volvieron hacia los ruidos, pero mientras Nope volvió a comer, Pom siguió mirando hacia el oeste. Después de unos momentos hubo otra explosión de gritos. Nope no prestó atención, pero Pom emitió un pequeño gemido de temor, tocó a Nope, y siguió mirando al lejano grupo. Un minuto después llegó el enloquecido grito de un chimpancé atacado. Instantáneamente, con un grito de miedo, Pom desapareció corriendo en dirección a los ruidos. Por suerte para mí, el camino era bueno y no me quedé atrás. Corrimos durante unos cuatro kilómetros y entonces, mientras yo me enredaba en unas parras, vi a Pom junto a su madre, rascándola. Tanto Passion como Prof, que permanecía en lo alto de un árbol, estaban sangrando por unas heridas recientes, sin duda recibidas durante los ataques que acabábamos de oír. Un macho adulto cargó sobre nosotros, golpeó a Passion y a su hija y, tras el ataque, dejó a la familia a solas.
Incluso en los periodos en que Pom estaba en celo e iba en busca de gratificación sexual, Passion acostumbraba acompañarla. Y si Pom viajaba por su cuenta con los machos, solía volver pronto a la tranquilizadora compañía de su madre y del pequeño Prof. Hasta su sexto celo no vemos a Pom durmiendo junto a un grupo de machos lejos de su familia.
Al contrario que Fifi, Pom rara vez entraba en cortejos, y la razón, al menos en parte, era su inusualmente íntima relación con Passion. Recuerdo bien una calurosa tarde de septiembre de 1976. Al mediodía había encontrado a Pom acompañado, como era usual, por su madre y por su hermano. Con ellos estaba Satán, que intentaba desesperadamente conducir a Pom hacia el norte. Pero Pom no quería ir con él. Una y otra vez, con el pelo erizado y ojos amenazantes, Satán sacudía la vegetación y se iba en la dirección elegida, volviéndose para comprobar si ella lo seguía o no. Una y otra vez Pom desoía estas llamadas. En varias ocasiones Satán, exasperado, se contoneaba junto a Pom, amenazándola. Y cuando esto sucedía Pom avisaba a Passion gritando. Entonces Passion, aunque era muy vieja, apartaba al gran macho y profería un grito compuesto de enojados —y seguramente exagerados— alaridos. Una vez Satán atacó a Pom e inmediatamente Passion, con furiosos ladridos, apartó por sí misma al asaltante de su hija golpeándolo con los puños. Probablemente Satán se sorprendió tanto como yo. Dejó a la hija y se volvió hacia la madre, aunque sólo efectuó un semiataque. Passion y Pom se rascaron mutuamente durante un buen rato mientras Satán, ceñudo, se sentaba a su lado. Después de aquella vez sólo intentó dos ataques más de esta clase para imponer su deseo, y cuatro horas después de encontrarse con ellas, abandonó y se marchó en solitario. ¡Pom había estado bien protegida!
El nacimiento del primer bebé es, para la madre, un suceso de épica significación. Y en el caso de Fifi el nacimiento también tuvo para mí la misma significación. En realidad, durante los ocho meses del embarazo de Fifi estuve casi tan impaciente (aunque no tanto) como durante mi propio embarazo, cuatro meses antes. ¿Iba a ser, como yo predecía, el mismo tipo de madre que Flo? Vimos por primera vez el bebé en mayo de 1971 cuando tenía sólo dos días. Recordando las salvajes aventuras sexuales de la adolescencia de su madre ¡lo llamamos Freud! Tal como esperábamos, Fifi fue desde el principio una madre relajada y competente. Como Flo antes que ella, era tolerante, afectiva y juguetona. También mostraba aspectos del singular comportamiento de su madre.
Un día, cuando Freud tenía solo dos meses, un estudiante me dijo: «¿No era eso lo que Flo solía hacer?». Y allí estaba Fifi columpiando a Freud cogiéndolo por un pie mientras le hacía cosquillas, tal como Flo acostumbraba a hacer con Flint. Hasta entonces nunca habíamos visto otra madre jugando de esa manera. Fifi lo había intentado, de pequeña, cuando jugaba con el pequeño Flint, pero entonces sus piernas eran demasiado cortas. Ahora imitaba a Flo a la perfección. Durante el primer año de vida de Freud, Fifi continuó pasando la mayor parte de su tiempo con su madre, pero, para nuestra decepción, Flo mostró poco interés por su nieto. A veces lo miraba y, a medida que crecía, lo toleraba cuando alguna vez se colgaba de sus pelos. Pero por aquel entonces, Flo ya estaba realmente vieja; apenas le quedaba energía para sostener su frágil cuerpo día tras día y ninguna para lujos como jugar con el pequeño de su hija. Freud sólo tenía quince meses cuando su abuela murió.
¿Y qué fue de Pom y su primer bebé? Tenía casi trece años cuando nació Pan. Yo esperaba que le diese un trato muy similar al que ella recibiera, pero en este caso (afortunadamente para Pan) mis predicciones resultaron ampliamente equivocadas. Pom era una madre más atenta y tolerante que Passion. En realidad la primera vez que la vi con su bebé, sosteniéndolo cuidadosamente durante el viaje siempre que se soltaba, parecía actuar como una auténtica madre. Pero le faltaba algo: Pom no llegó a desarrollar el grado de cariño maternal que demostraba Fifi.
En realidad y en cierta manera, el comportamiento de Pom reflejaba el modo cómo había sido educada en su infancia. Encontró dificultades para acunar a Pan cuando éste era pequeño, o simplemente no se molestó en hacerlo. A menudo, cuando estaba sentada en un árbol, el pequeño se le resbalaba del regazo y se quedaba colgando de ella, agitándose salvajemente, pataleando mientras intentaba volver a su posición inicial. Sólo cuando se quejaba Pom miraba abajo y, al parecer sorprendida, lo volvía a colocar sobre su regazo. Raramente cuidaba de que Pan no se cayese y a menudo después de unos minutos, resbalaba de nuevo y se repetía la secuencia. Pom, como Passion, acostumbraba a desplazarse sin comprobar si su hijo la seguía; pero a diferencia de Passion, Pom casi siempre se volvía con rapidez al primer gemido de dolor. Parecía esperar que Pan siempre fuese capaz de seguirla, pero enseguida se daba cuenta de cuándo no podía hacerlo. Pom, como Passion, no era una madre juguetona, pero Pan no sufría, ya que Pom pasaba la mayor parte de su tiempo con Passion y su nuevo hijo, Pax. Y Pax, tan sólo un año mayor que Pan, era un compañero de juegos perfecto.
A pesar de haber resultado una madre mejor de lo que esperaba, Pom perdió su tercer hijo. Yo presencié el fatal accidente que le llevó a la muerte. Fue durante una de aquellas violentas tormentas de una mañana de agosto en la que las rachas de viento arrasaban el valle, agitando las copas de los árboles y causando grandes estragos. Durante media hora estuve tendida boca arriba mirando a Pom y Pan, mientras éstos comían el fruto de la palma aceitera a metro y medio de altura. Pan casi tenía tres años; ya era capaz de pelar la fruta, aunque prefería la que le daba su madre semimasticada. Durante cierto tiempo permaneció fuertemente agarrado al cabello de Pom, hecho un manojo de nervios a causa de la violencia del viento, como les ocurre a muchos chimpancés. Pero luego se mostraba valiente y aventurero y se iba a jugar más lejos a pesar del vendaval. De pronto una furiosa ráfaga azotó violentamente la espesura y Pan, como un muñeco, fue barrido de lo árboles. Parecía casi flotar en el aire, con los brazos y las piernas extendidos como un águila, como tendido en un colchón flotante e invisible. Cuando golpeó el suelo, dura roca tras el fiero sol del verano, hizo un ruido sordo. Un momento después, dos estranguladas gritos que herían el corazón y luego el silencio.
Yo estaba temblando cuando me dirigí hacia su cuerpo. Yacía tal como había caído, sobre su espalda. Sus ojos estaban cerrados. Vi arriba a Pom, súbitamente abandonada en el árbol. Estaba mirando fijamente hacia abajo, hacia el suelo. Muy lentamente, como asustada, bajó y se aproximó a su cría. Cautelosamente marchó hacia arriba con su cuerpecito. Para mi absoluta sorpresa él la cogió del pelo y la abrazó, como si ella se marchase lejos. Me había parecido que ya estaba muerto.
Durante las dos horas siguientes permaneció con su cría, acicalándola. Ninguna madre se habría mostrado más preocupada y solícita. Pan mamó largo rato; entonces se inclinó hacia Pom, con los ojos cerrados. Cuando se movió lo hizo lentamente; parecía casi aturdido. Me di cuenta de que al final había sufrido una conmoción cerebral. Pom cogió a su magullado hijo y lo transportó a un árbol alto para comer.
Desgraciadamente esto sucedió el mismo día que yo tenía que dejar Gombe. El barco estaba esperando y no pude seguir la tragedia hasta el final. Tres días más tarde, cuando Pom fue vista otra vez, Pan había muerto. Seguramente por lesiones internas o por fractura de cráneo, o por ambas cosas. Por extraña coincidencia tres semanas más tarde, en Dar es Salaam, un muchachito, el séptimo hijo del cocinero de un vecino mío, se cayó de un cocotero y quedó en el suelo igual que Pan, de espaldas. Fue conducido rápidamente al hospital, donde le encontraron fuertes lesiones internas, incluyendo el hígado roto. Le curaron lo mejor que pudieron, pero falleció poco después.
No sería correcto culpar del accidente enteramente a Pom, acusarla de negligencia. Podría sucederle a cualquier pequeño. Pero no puedo imaginar a Fifi perdiendo una criatura de esta manera. Fifi, igual que Flo antes que ella, igual que todas las madres chimpancé verdaderamente atentas, permanecen alerta ante cualquier peligro potencial. Con frecuencia «rescatan» a sus crías antes de que hayan comenzado a dar muestras de angustia o temor. Después de la muerte de Pan, comencé a observar cuidadosamente a Fifi cada vez que andaba por lo alto de una palmera con alguno de sus hijos en días de fuerte viento. La cría permanecía siempre cerca de ella. Aunque no podría determinar si se debía propiamente a la intervención de Fifi o a aprensión de la cría, en cualquier caso era lo mismo: si la cría era extremadamente cautelosa es probable que se debiera, al menos en parte, a que sus movimientos habían sido firmemente restringidos en circunstancias interiores.
Pom enfermó después de la trágica muerte del pequeño Pan; estaba tan aletargada y demacrada que creímos que no se recuperaría. Las relaciones que tenía ahora con su madre pasaron a ser tan íntimas que rara vez se separaban. Recuerdo que un día en que accidentalmente se separaron, Pom buscó a Passion durante casi una hora, gimiendo frecuentemente para sí, encaramándose de vez en cuando a los árboles altos y mirando desde aquellos puntos aventajados en todas las direcciones. Hasta cierto punto debían ayudarla las ocasionales vaharadas del olor característico de Passion, ya que, mientras viajaba repetidamente, se inclinaba y husmeaba el camino o cogía hojas y las olía cuidadosamente antes de dejarlas caer. Cuando madre e hija terminaron por reunirse, Pom, le precipitó sobre Passion con pequeños chillidos de excitación y placer, y ambas estuvieron acicalándose durante una hora.
Como hemos visto, las historias de las vidas de Fifi y Pom han seguido líneas bien distintas. Después de la muerte de su madre, Pom se fue volviendo cada vez más solitaria y acabó abandonando la comunidad. Fifi, en cambio, se convirtió en una de las hembras dominantes de su grupo, manteniendo una amistosa relación con los machos adultos y también con las otras hembras. Asimismo, ha llegado a ser la hembra con más éxito reproductivo de Kasakela hasta hoy. Puede que la mayor contribución de Flo a Fifi fuese genética, o quizás educacional, o la mezcla de ambas; en cualquier caso la receta funcionó. Y sus dos hijos mayores, que también recibieron el cincuenta por ciento de sus genes de su madre y fueron probablemente educados de la misma manera, se desarrollaron también con la receta de Flo. Particularmente el más pequeño de los dos, Figan, que durante un tiempo fue el macho más poderoso de la historia de Gombe.