… Señor —dije—, en la rama de aquel árbol hay un cuervo, comprendo que tu majestad no puede rebajarse hasta mí. Pero yo necesito un signo. Cuando termine mi oración, ordena a este cuervo que emprenda el vuelo. Esto será como una indicación de que no estoy completamente solo en el mundo… Y observé al pájaro. Pero siguió inmóvil sobre la rama. Entonces me incliné de nuevo ante la piedra.

Señor —dije—, tienes razón. Tu majestad no puede ponerse a mis órdenes. Si el cuervo hubiera emprendido el vuelo, yo ahora me sentiría más triste aún. Porque este signo lo hubiera recibido de alguien igual a mí, es decir, de mí mismo; sería el reflejo de mis deseos. Y de nuevo no hubiera encontrado sino mi propia soledad.

Me prosterné y me volví.

Pero en aquel preciso instante mi desesperación se transformó en una inesperada alegría…

ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY