Alto fanal presente
Un día en que le pedí que se preocupara un poco más de su salud continuamente amenazada, Lezama me respondió que eso no era un problema para él puesto que ya había arreglado cuentas con la muerte, y los dos sabían lo que les quedaba por hacer.
Ahora que está hecho, pienso en el anverso de la medalla, me digo que pocos poetas supieron arreglar tan maravillosamente sus cuentas con la vida. Cuando lo vi hace tres meses en La Habana, Lezama me mostró el grueso manuscrito de los poemas escritos en estos últimos años, y me aseguró que la segunda parte de Paradiso estaba prácticamente terminada. Con la publicación de esos textos culminará una de las tentativas más extremas de la creación humana, iniciada hace cuatro décadas y librada simultáneamente en el campo de la poesía, la narrativa y la reflexión. Aprehender en su unidad central una obra tan gigantesca es una tarea que la crítica latinoamericana está muy lejos de haber asumido, pero que llegado el día mostrará mucho de lo que aún se nos escapa en nuestra búsqueda de una identidad y de una definición auténticas, es decir revolucionarias frente a los estereotipos y las alienaciones que nos condicionan todavía.
En apariencia inclinado hacia lo más remoto de un pasado universal, entre real y mítico, Lezama buscó incansablemente las raíces del presente cubano, del hombre cubano, y al hacerlo iluminó los subsuelos mentales, las capas profundas de toda América Latina. Y eso es futuro y no pasado, eso es misión y no juego gratuito, eso es trabajo revolucionario y no literatura elitista. Si yo me viera forzado a releer tan sólo una novela latinoamericana, esa novela sería Paradiso. Y en esta hora en que me duele Lezama, en que no volveré a golpear en su ventana de la calle Trocadero, me consuela saber que ese libro es un libro nacido en la tierra y de la tierra cubana, alto fanal de belleza y de anuncio y de llegada.
1976