Polonia y El Salvador: mayúsculas y minúsculas

Sé muy bien, puesto que lo estamos viviendo a cada instante, lo que representa el drama de Polonia para la conciencia de los hombres libres. También sé hasta qué punto la multiplicación de situaciones que podríamos llamar análogas en el sentido de opresión, violación de derechos humanos y rechazo de las vías auténticamente democráticas, se sucede cronológicamente en las primeras páginas de los periódicos y los espacios informativos de la radio y la televisión. Parece lógico que las noticias sobre los sucesos más inmediatos en ese plano desalojen en todo o en parte las que provienen de procesos iniciados hace mucho, como es el caso en lo que toca al Cono Sur y a los países centroamericanos. Incluso eso que se da en llamar «la ley de la fatiga» influye lamentable pero fatalmente en esta sucesión de Stop the press que rige los mecanismos informativos. ¿Pero es que las cosas deberían ser siempre así? ¿Hay que resignarse pasivamente (iba a decir estúpidamente, y como se ve también lo digo) a ese mecanismo tan parecido al de los cines donde nos cambian la película cada tantos días? Los lectores y telespectadores, ¿seguiremos siendo, sine die, las ovejas que pastores vestidos de agencias noticiosas o de comentaristas llevan allí donde les da la gana, so pretexto de que el pasto está más crecido y es más verde?

Hace unas semanas escribí para Le Monde un artículo que agitó bastantes plumas, teléfonos y comentarios personales; su tema era muy concreto, pues se refería a la escasa e incompleta información que recibe actualmente el público francés acerca de la terrible situación que impera en El Salvador y las amenazas que pesan sobre Nicaragua y Cuba por parte del gobierno norteamericano. Hacía notar cómo las informaciones provenientes de los países en cuestión son presentadas en general de la manera más sucinta posible, mientras que aquellas tocantes a los mismos problemas pero difundidas por Washington a través de sus agencias noticiosas, ocupan un espacio mucho mayor, lo que naturalmente desequilibra cualquier juicio de valor que pueda formarse el público francés. Si un funcionario o portavoz de Ronald Reagan se expide abundantemente sobre estas cuestiones (y ya sabemos cuál es la distorsión de las ideas y del lenguaje en esos casos), será inútil que los dirigentes más calificados de Nicaragua, por ejemplo, den a conocer en detalle la posición de su país, puesto que cualquier entrevista o cualquier discurso se convertirán en un pedacito de columna tipográfica que no servirá para sostener ni el codo, o en un brevísimo comentario televisado porque ya va a empezar el partido de rugby y no se puede perder más tiempo.

Esto es un hecho: lo padecemos diariamente en todos los países que se jactan de su libertad de información. Pero a eso se agrega lo que mencioné al comienzo: el desplazamiento de problemas cruciales por otros que, sin duda también importantes, invaden la actualidad precisamente por eso, por ser los más actuales, un poco como el bebé recién nacido deja en la penumbra a los hermanos mayores hasta que un nuevo bebé lo desaloje a su turno. Si sólo se tratara de eso, podría comprenderse por el hecho de que lo sucesivo es siempre más aceptable que lo simultáneo para la inteligencia. Pero lo que realmente sucede es mucho más grave, porque la inflación de la temperatura informativa, el vocabulario igualmente desaforado que se aplica a situaciones no siempre comparables en una escala objetiva de valores, hace que lo ocurrido en Polonia, para ir al grano, sea recibido en Francia, España o Italia como una tragedia frente a la cual la de El Salvador pasa a ser en la memoria colectiva lo mismo que en la prensa o la televisión: algo mucho menos importante.

Los ejemplos sobran: en las últimas veinticuatro horas, mientras por una parte los diarios franceses anuncian con enormes letras la muerte de mineros y otros resistentes polacos, en números de dos cifras, unas pocas líneas a pie de página informan que el ejército salvadoreño asesorado por los Estados Unidos ha matado por lo menos a mil campesinos calificados de «subversivos». Que nadie venga a decirme que no es el número lo que importa, puesto que soy el primero en saberlo, y cada obrero polaco que cae es para mí como si cayera muerto a mis pies. Pero a la vez, y por razones que no siempre tocan directamente a la suerte del pueblo polaco sino en muchos casos al miedo, a los intereses, a las complicidades, a la esperanza de ver derrumbarse un socialismo que enfrenta crisis más que penosas, ocurre que ciertas muertes son deploradas a toda página mientras que aquéllas cuya significación es vista como mucho más lejana y más mediata entran en el dominio de las noticias de pequeño formato, para especial satisfacción de la junta salvadoreña y de sus asesores norteamericanos.

Tal vez estoy escribiendo esto por necesidad emocional, pero acaso por eso tendrá sentido. El drama del pueblo salvadoreño me toca más que nunca de cerca al enterarme de la desaparición (en octubre, pero sólo sabida ahora) de los dos hijos mayores del poeta y combatiente Roque Dalton, quien fuera asesinado en 1975 como consecuencia de un episodio aún mal conocido en el seno de su partido. Roque Antonio y Juan José Dalton participaron en un combate librado en la zona de Chilatenango, y al parecer fueron hechos prisioneros por el ejército; nada se ha sabido de su destino, aunque para imaginarlo basta pensar en el de casi todos los «desaparecidos», tanto en El Salvador como en la Argentina y otros países sometidos a dictaduras militares. Su suerte se suma a la de millares de combatientes del pueblo salvadoreño, y si los nombro aquí es porque ellos continuaban la lucha de su padre, de quien fui amigo, de quien amé la poesía y admiré la acción revolucionaria, y también porque quiero creer que están vivos y que la acción internacional puede contribuir a su reaparición. ¿Cómo olvidar que el número de desaparecidos y de muertos en condiciones casi siempre atroces ha seguido multiplicándose al mismo ritmo en que se multiplica la ayuda de los Estados Unidos a Napoleón Duarte y su ejército? Pero, claro, para saberlo hay que buscar casi siempre al pie de una página interior hasta encontrar algún eco de ese genocidio infinitamente monstruoso.

Que esta desinformación abunde en las publicaciones de la derecha, es obvio y comprensible; pero que la prensa democrática, de izquierda o simplemente liberal acepte o fije cuotas informativas aberrantes es algo que excede toda paciencia. Por eso vuelvo a mis preguntas iniciales, puesto que de su respuesta depende que salgamos un día de esa desinformación intencional o frívola, obligada en algún momento por el imperativo de la actualidad, pero mantenida después por razones casi siempre turbias. ¿Hasta cuándo los consumidores de la información vamos a seguir aceptando este juego en el que nos toca el papel más triste y más pasivo? Se protesta a gritos contra los alimentos en mal estado, pero nadie piensa que también las noticias suelen llegarnos en mal estado. Nos alzaríamos como un solo hombre si quisieran privarnos de nuestra cuota cotidiana de información, pero pocos somos los que nos rebelamos frente a la dictadura de esos periodistas y esas agencias que manipulan a su gusto el material que producen o reciben. Siempre les hemos tomado el pelo a los ingleses que, por cualquier cosa, envían cartas indignadas a sus periódicos. Pero ocurre que esos periódicos las dan a conocer, y que el peso acumulado de las protestas obliga a tener en cuenta la voluntad de los lectores. Si estamos tan dispuestos a ir en manifestación a ciertas embajadas y ciertos palacios de gobierno, ¿por qué no empezamos a manifestar epistolarmente nuestra repulsa de esa distorsión de que somos objeto diariamente? POLONIA con mayúsculas: muy bien. El Salvador con minúsculas: muy mal. Poner en minúsculas lo que exige mayúsculas es lisa y llanamente un crimen más, cometido esta vez por los mismos que denuncian los crímenes a toda página. Dentro de algunas semanas habrá una nueva noticia que reclamará mayúsculas, y Polonia irá a alinearse junto a El Salvador. ¿Hasta cuándo, hasta cuándo vamos a tolerarlo?

P. S.— En el momento en que termino estas líneas me llega el número de fin de año de LeMatin, diario democrático de París. En las páginas centrales: LAS IMÁGENES DEL AÑO 1981. Entre muchas otras, Tejero pistola en mano en las Cortes, atentados contra el Papa y Reagan, asesinato de Sadat, Mitterrand después del triunfo socialista, y toda una página con fotos de Polonia. También a gran formato: el triunfo de McEnroe sobre Borg, y el gol de Platini que asegura la victoria de Francia sobre Holanda. Tal es el resumen de 1981: como se ve, un país llamado El Salvador no existe en este planeta. Y lo terrible, lo insoportable es que no existe en este planeta porque no existe en Le Matin. ¿Seguiremos así, con los brazos cruzados?

(1982)