Al general no le gustan los congresos
Precisamente por eso hay que seguir organizándolos, porque al general (ponga usted el nombre, los hay de sobra en América Latina) no le gustan los congresos, y más que los congresos en sí lo que no le gusta al general es que los asistentes vuelvan a sus respectivos países y hablen de esos congresos, escriban y difundan los detalles y las conclusiones de cada congreso. En este mismo momento hay una cantidad de personalidades políticas y jurídicas, profesores, periodistas y escritores que están diseminando en todas las formas posibles los trabajos de la Conferencia Internacional sobre el Exilio y la Solidaridad en América Latina de los años 70, realizada del 21 al 27 de octubre en las ciudades venezolanas de Caracas y Mérida. El general ha tomado desde hace mucho las medidas necesarias para que esos informes no brinquen sobre las alambradas que cercan el país bajo el nombre de fronteras (ponga usted el nombre de los países, es fácil), pero la libertad y las palabras que la enuncian y la defienden son más ágiles de lo que el general quisiera, y los resultados de ésta y de otras conferencias se abren paso contra viento y censura, contra miedo y marea. Usted, lector, puede ser uno de sus trampolines; a veces basta una carta cuyo sobre se adorne inofensivamente con el membrete de una ferretería o de un hotel de turismo; las ondas cortas de la radio no tienen nada de cortas cuando quieren, y el ingenio vuela con más seguridad y precisión que las palomas mensajeras.
Mínimos puntos de referencia: Del Tribunal Bertrand Russell II, que condenó moral e inapelablemente a las dictaduras del Cono Sur en el período 1973-1976, surgió la Fundación Internacional Lelio Basso por el Derecho y la Liberación de los Pueblos, que a su vez dio origen a una Liga Internacional con el mismo cometido, y al llamado Tribunal de los Pueblos, instituido en Bolonia en mayo de este año. Infatigable hasta el día de su muerte, Lelio Basso ansiaba la celebración de una gran conferencia que, en tierra latinoamericana, examinara los problemas de toda naturaleza que plantea el exilio de centenares de miles de argentinos, chilenos, uruguayos y paraguayos dispersos en el mundo, y su deseo se vio realizado por los esfuerzos conjuntos de la Fundación y de dos universidades venezolanas: la Central y la de Los Andes, con sede en Caracas y Mérida. La conferencia contó con la participación de figuras tales como Hortensia Buzzi de Allende, Franfois Rigaux, presidente de la Liga, José Herrera Oropeza, Louis Joinet, Piero Basso, Ernesto Cardenal, Mario Benedetti, Carlos Droguett, Eduardo Galeano, Guillermo Toriellos, León Rozitchner, Antonio Skármeta, Luis Suardíaz, Ángel Guerra, Pierre Merteus, André Jacques, Ruth Escobar, Domitila Barrios, Armando Uribe, Silvia Berman y Roberto Guevara, para citar algunos de los muchos juristas, sociólogos, psiquiatras y escritores que examinaron el problema del exilio desde sus más diversos ángulos: político, científico, económico y cultural.
Personalmente tiendo a mirar con mayor atención al público que llena la sala que a los que ocupan el estrado, y esta vez me fue dado comprobar el interés y la participación de los venezolanos, en su gran mayoría jóvenes universitarios de Mérida y Caracas. Si los numerosos exiliados que residen en Venezuela siguieron muy de cerca los debates de las plenarias y las comisiones, los estudiantes lo hicieron con igual pasión, mostrando que los problemas de la solidaridad latinoamericana los tocaban de lleno y los movían a conocer más de cerca algo que muchas veces se reduce a lugares comunes y a frases más o menos retóricas. Fui a la conferencia con la noción precisa, que ya había adelantado en otras reuniones, de que el exilio no puede ni debe ser entendido en términos solamente negativos, puesto que eso es precisamente lo que buscan las dictaduras al exiliar a muchos de los mejores representantes de los pueblos sometidos por ellas, y aceptar la regla usual y tradicional del juego es darles las cartas del triunfo. Confieso que temía una visión negativa de conjunto, una deploración indignada frente a la diáspora, un análisis clínico de una enfermedad sin remedio. No fue así, muy al contrario, pues desde las primeras intervenciones se vio que la gran mayoría de los participantes (oradores y público) sostenían una noción positiva y dinámica del exilio, proponían y fundamentaban las bases para hacer de él un arma de combate, la antesala de un retorno ganado por la superación de angustias y traumatismos legítimos pero estériles. Eduardo Galeano resumió mejor que nadie este punto de vista al decir: «La nostalgia es buena, pero la esperanza es mejor». Porque la esperanza, así entendida, cesa de ser negativa y se convierte en fuerza, en creación, y sólo ella puede llevar a que cada exiliado haga el balance de errores y fracasos y a partir de él luche por dar el máximo de sí mismo en su terreno político, profesional o artístico.
Las conclusiones de la Conferencia se alinearon dentro de esta perspectiva. Si muchas de ellas reiteraron la condenación de las represiones de los movimientos campesinos, obreros y sindicales y la institucionalización de la contrarrevolución bajo las formas de dictaduras militares y de las llamadas «democracias viables, restringidas o protegidas» que hacen la delicia del pensamiento liberal, y si una vez más volvió a estigmatizarse la tortura como forma de terrorismo de gobierno que busca la destrucción política de sus víctimas, también se buscaron y encontraron nuevas líneas de fuerza para abrir todavía más el campo de la lucha contra las dictaduras. Así, la Conferencia creó un nuevo concepto del terror y la tortura al calificarlas de «enfermedades endémicas» en el ámbito de países como Argentina, Bolivia, Chile, Haití, Paraguay y Uruguay, y señalarlas enérgicamente a la atención de los organismos internacionales de la salud tales como la OMS y la Oficina Panamericana de la Salud. Esta noción, aparentemente metafórica, fue defendida científicamente en la comisión médico-psiquiátrica, y habrá de tener una incidencia considerable en la órbita de acción de las organizaciones aludidas. De la misma manera, en un terreno práctico, la Conferencia exigió de los colegios médicos y de odontólogos, así como de los organismos de trabajadores de la salud, que investiguen y sancionen a los médicos, psiquiatras, psicólogos y dentistas que directa o indirectamente participan en la concepción y la aplicación de la tortura y en la creación de un clima de terror en muchos países de América Latina. Las «escuelas de tortura» organizadas y asesoradas por los Estados Unidos en territorio latinoamericano fueron denunciadas ante las Naciones Unidas, con todas las pruebas del caso, como ya lo había hecho en su día el Tribunal Bertrand Russell.
Este muy breve resumen de una Conferencia positiva y fecunda debe completarse con su párrafo final, que reproduzco textualmente: «(La Conferencia) exige a los países de acogida el respeto de los derechos humanos de los exiliados, el respeto de su estatuto jurídico, laboral, social y cultural, así como de sus derechos de asociación y de libre expresión política respecto a sus países de origen». Nada de formal tiene este párrafo, pues una cosa es el entusiasmo y la solidaridad de quienes participaron en la Conferencia, y otra la frecuente hostilidad, desconfianza y discriminación que se manifiestan en los medios oficiales, comerciales y profesionales de muchos países de acogida, y que acentúan penosamente las duras condiciones en que debe moverse y sobrevivir la inmensa mayoría de los exiliados.
Alguna vez —y no vacilo en repetirlo— me tocó hacer una referencia directa a esta actitud en España, recordándole al pueblo español la acogida sin restricciones que tuvieron en América Latina los exiliados españoles víctimas del franquismo. Esto, desgraciadamente, puede extrapolarse a otros países de acogida. Al general no le gustan los congresos, pero hay muchos gobiernos considerados como democráticos, muchas gentes y muchos intereses a quienes tampoco les gusta que se les digan verdades elementales. Parecería que a algunos de nosotros nos toca reiteradamente esa tarea, qué le vamos a hacer; como siempre, nuestros lectores dirán la última palabra.
(1979)