Potasio en disminución[4]
Está claro que nadie le da importancia salvo la señora Fulvia, sobre todo porque los sábados hay una enormidad de trabajo y medio barrio pretende que le preparen las recetas, le vendan dentífrico y callicida, sin hablar de los nenes lastimados y los que vienen a pedir que les saquen la arenita del ojo o les pongan la inyección de antibiótico, por lo cual si verdaderamente hay una disminución del potasio en la farmacia de don Jaime no es cosa que éste o su empleada principal perciban con suficiente perspicuidad. A pesar de eso la señora Fulvia dale con lo del potasio, justo cuando entran dos monjas en busca de algodón y bicarbonato de soda mientras una señora más bien peluda insiste en recorrer el entero espigón de las cremas de belleza, como se ve don Jaime no está para perder tiempo y la señora Fulvia considerablemente afligida se retira a la trastienda y se pregunta si en todas las farmacias pasa lo mismo, si los farmacéuticos y sus empleadas principales son igualmente insensibles a la disminución del potasio.
El problema es que el potasio sigue disminuyendo en la farmacia y ya han dado las once y media, con lo cual el cierre del comercio a partir de mediodía hará imposible toda tentativa para restablecer el equilibrio. La señora Fulvia se anima a volver a la carga y decírselo a don Jaime, que la mira como si fuera una iguana y no solamente le ordena que se calle sino que se suba a los estantes de los colagogos para bajar el tubo de Chofitol que una señora de aire cadavérico reclama con pasión y receta médica. Parece mentira, piensa la señora Fulvia encaramada en una escalera más bien procelosa, o no se dan cuenta de la situación o les importa un real carajo, la santa Virgen me perdone.
Así llega el mediodía y en todas partes se oye el ruido de las cortinas metálicas guillotinando la semana, o sea que el cuerpo de los días hábiles queda tendido en plena calle y la cabeza del sábado y el domingo rueda hacia el interior de los comercios y las casas, de donde se sigue que la señora Fulvia debe encaminarse a la cocina para prepararle el almuerzo a don Jaime que no por nada es su marido, todo eso previo barrido de la farmacia según órdenes municipales, pero esta vez la disminución del potasio la perturba de tal manera que solamente atina a decirle a la empleada principal algo como «no se aflija demasiado, a lo mejor todo se arregla», frase que la empleada registra con una no disimulada tendencia a reírsele en la cara antes de sacarse el delantal y despedirse hasta el lunes.
Se diría que todo está en contra, piensa la señora Fulvia, no quieren entender, yo para qué me obstino, decime un poco. Pero nadie le dice nada porque don Jaime ya está delante de un Cinzano con fernet y no hay más que mirarlo para saber que se nefrega en el potasio cuando los sábados hay polenta con pajaritos y una botella de nebiolo.
«Habría que consultar la lista de las farmacias de turno», piensa la señora Fulvia revolviendo la polenta que ya está en la etapa tumultuosa del plop plop y no hay que descuidarse porque eso acaba siempre en el cielorraso, «a lo mejor encontramos alguna con sobreabundancia de potasio y entonces sería cuestión de entenderse entre colegas». Se dispone a decírselo a don Jaime pero antes de que pueda proferir la primera palabra le cae encima un «traéte el salame para ir haciendo boca», vocablos que la arrollan y la empujan cuchillo y plato playo y rodajitas porque a don Jaime le gusta cortado muy fino. Desalentada la señora Fulvia se sienta a la mesa y pela una rodaja de salame, la pasea por encima de la lengua antes de morderla y al final la propulsa hacia el proceso masticatorio con ayuda de pan y manteca. «Fue una buena mañana», dice don Jaime metido en la sección fútbol del diario. «Sí pero», interjecta la señora Fulvia sin pasar de ahí porque la polenta exige ingreso inmediato en la fuente y todos los cuidados conexos, pese a que cada vez le parece más imprescindible decírselo a don Jaime pero qué, imprescindible sí pero qué, a don Jaime pero sí, querido, aquí viene la ensalada. Me van a matar de angustia, piensa la señora Fulvia, el lunes a las nueve yo no sé lo que va a pasar cuando abramos, cada vez hay menos potasio, eso es seguro, habría que hacer algo antes. Lo malo es que todo se queda ahí como los platos vacíos o el primer bostezo de don Jaime, la vida en el fondo es eso, piensa la señora Fulvia, se llega hasta un borde y entonces nada, claro que lo más posible es eso, que no pase nada, pero está lo del potasio, hay disminución y ellos dale con las pastillas de goma y el laxante para la nena, no se puede seguir aceptando que no acepten, que se suban a los estantes y lean las recetas como si el potasio no hubiera disminuido, charlando con los clientes siempre locuaces en las farmacias porque se sienten un poco en lo del médico, el olor del eucaliptus da confianza y los delantales blancos, los frascos de colores. Hay duraznos, dice la señora Fulvia, si querés te pelo uno pero antes tendríamos que. Mandate un buen café a la italiana, corta don Jaime que ya está delante de la TV porque el partido empieza a las y veinte intactas.
Así llegará el lunes a las nueve, se dice la señora Fulvia moliendo el café, yo misma subiré la cortina metálica y seré la primera en ver la calle desde adentro, estaré ahí para recibir la semana en plena cara, ahí en la puerta viendo venir a la hija de los Romani o al gordo de la carnicería que los lunes amanece indigestado y necesita algo que le asiente los ravioles del domingo, la empleada principal empezará a explicarle a la señorita Grossi o a cualquier otra señorita que la pildora no es cosa de macana, don Jaime aparecerá con un guardapolvo almidonado y dirá como siempre otra semanita por delante y cincuenta y dos que hacen el año, frase que siempre regocija a la empleada principal, repetición exacta de cualquier lunes a las nueve salvo el potasio porque seguro que este lunes no será como los otros pero a ellos no les importa y entonces, entonces todo puede ser tan diferente, piensa la señora Fulvia secándose una lágrima y colando el café, yo creo que al final voy a conseguir decírselo pero qué, la cosa es que no entiendo lo que tengo que decirle, no entiendo la disminución del potasio, directamente no entiendo el potasio, no entiendo por qué no entiendo que a lo mejor no es importante, no entiendo que todo eso solamente me caiga a mí, me haga tanto mal a mí aquí sola, aquí con el café que se va a enfriar si no me apuro. Cabrera metió un gol de sobrepique, dice don Jaime, qué tipo fenómeno, che.