Capítulo 25
Bowring
Nueva York, 14 de diciembre de 2014
Bowring estaba inquieto frente a la joven. No comprendía cómo era posible que ella supiese todo lo que le había sucedido durante el día. La conversación con su vecino, el incidente con el jarrón. Era imposible.
—¡¿Cómo sabes todo eso?! —vociferó.
La joven sonrió y negó con la cabeza.
—Veo que la ha encontrado —preguntó.
—¿Qué?
—La nota de Katelyn. Veo que la tiene. Es usted un tipo… brillante.
Bowring bajó la mirada y miró que la nota se estaba deshaciendo entre sus dedos.
—Susan Atkins sin duda era una chica especial —continuó—. Pero tenía su destino. Ella lo ha contado muchas veces en televisión. Su lucha por la supervivencia bajo el frío de Canadá y el amor que creció en su interior por su captor. Lo llaman... ¿Cómo es? Sí, eso es. El síndrome de Estocolmo. Es curioso cómo funciona la mente. Hace lo que sea por sobrevivir. El amor es tan mágico que si estás a punto de morir, aparece de la nada para que encuentres un motivo por el que vivir. Aunque sea hacia la persona que está a punto de matarte.
—Confiesa de una vez. ¿Has asesinado tú a Susan Atkins?
—¡Oh, Dios santo, no! Sigue usted muy perdido. Quiere comprenderlo todo demasiado pronto. No conseguirá más respuestas de mí. Conecte los hilos, inspector. Tiene muchas más pistas de las que cree. Si no se rinde, encontrará el camino más pronto de lo que piensa.
—¡Ya está bien de juegos! —gritó Bowring. Todas las dudas que tenía sobre la chica estaban explotando al unísono en su interior—. No hay ningún camino. Solo una pobre chica asesinada de la manera más macabra posible. Y eres la única sospechosa de su muerte. La asesinaron anoche, horas antes de que aparecieses aquí. Las horas encajan. ¿Cuál es tu coartada? ¿Qué hiciste anoche antes de entregarte?
—Sus horas también encajan, inspector. Dígame, ¿qué hizo anoche? ¿Acaso no podría ser usted también sospechoso? ¿Qué nos distingue a usted y a mí, aparte de que yo sí conozco la verdad?
—Déjate de estupideces. Anoche estuve en casa. Lo que nos distingue es que yo nunca asesinaría a nadie. Me hice agente del FBI para detener a gente como tú.
—No se infravalore, inspector. Usted es como todo el mundo. Llegado el momento, con las condiciones adecuadas, al límite de su mente, todo el mundo apretaría el gatillo.
Bowring permaneció en silencio. Él nunca había tenido que disparar para detener a ningún sospechoso. Había conseguido ascender gracias a una carrera plana y constante, sin sobresaltos, sin pisotear a nadie y haciendo siempre lo correcto. A su alrededor había visto estrellas fugaces en el cuerpo que crecían gracias a la resolución de casos clave: la detención de un asesino en serie, el cierre de un caso mediático, pero el brillo del éxito siempre desaparecía a los pocos meses y se difuminaba con la misma rapidez con la que había surgido.
—Si lo que quiere es encontrar a Katelyn, le aseguro que el tiempo juega en su contra, inspector. Debe apresurarse. El tiempo la está matando.
—¿Está viva? ¿Katelyn Goldman está viva? Dios santo, ¿dónde está?
—No lo sé, inspector. Sé que debe ponerse en marcha. Ahora. Corra. Usted sabe dónde buscar. No desaproveche la oportunidad de salvar a Katelyn.
Aquella última frase explotó con fuerza dentro del corazón de Bowring. Significaba que tal vez pudiera hacer algo por esa chica que tanto significaba para él y a la que, en realidad, apenas conocía.
Estaba desconcertado. Sabía que no tenía ninguna pista para seguir avanzando en el caso de Katelyn. Lo único nuevo era la irrupción de aquella joven tan enigmática y que parecía saber demasiado. En su casa había llegado a tener una copia del dosier descriptivo del expediente de Katelyn. Se lo había llevado para releerlo una y otra vez por si tenía alguno de esos momentos de lucidez en los que el culpable se dibujaba de la nada en la mente del investigador, pero, por más que lo había intentado, por más horas que había dedicado a releer los informes y las declaraciones, a remirar las fotografías y las grabaciones de las cámaras de seguridad, nada se había dibujado en su mente. Tenía toda la información en una caja de cartón que vagaba de vez en cuando de la sala de archivos del FBI a su casa y de su casa a la sala de archivos. Había noches que se acostaba pensando que al día siguiente tal vez conseguiría dar un paso diminuto para encontrarla, pero tales avances nunca sucedían. Poco a poco, Bowring perdió la esperanza de salvar a Katelyn, y un día, hacía algunos meses, tuvo un arrebato de frustración y acabó tirando a la basura toda la información que tenía del caso. Esa misma noche volvió al cubo de la basura para recuperarla, pero el servicio de recogidas ya había pasado por su casa y se encontró el cubo vacío.
De repente, un par de golpecitos sonaron en la puerta. Bowring volvió la cabeza y vio a Leonard asomarse:
—Jefe, menos mal que le encuentro. Ha llegado un paquete para usted —dijo mientras mostraba una caja de cartón con varios sellos de correos.
La joven sonrió levemente al observar a Leonard entregarle el paquete a Bowring. Leonard la miró de reojo, como si intentase apartar la vista de aquellos ojos oscuros que parecían querer penetrar en el fondo de su alma.
—¿Un paquete? ¿No puede esperar?
—Parece que es urgente, jefe.
—Dios santo, ¿no ves que estoy ocupado, Leonard?
—Lo sé, lo sé. Pero el mensajero ha dicho que era de vital importancia que lo abriese cuanto antes. Pensé abrirlo yo mismo, pero no me parecía correcto.
—Debería abrirlo, inspector Bowring —intervino la joven con una voz dulce que flotó por toda la habitación.
Bowring volvió la vista hacia ella y comprendió que el contenido podría ser importante para el caso. Observó el paquete. Tenía sellos de varias zonas del país. Quebec, San Francisco, Nuevo México, Nevada y Nueva York. Era imposible que un paquete recorriese ese itinerario para llegar a Nueva York. O bien era un paquete perdido que había ido pasando de oficina en oficina, o bien alguien había estado enviándose el paquete de una punta a otra para despistar y dificultar su seguimiento. Sin duda era enigmático, pero su corazón le pedía respuestas y aquella caja parecía tener alguna.
Bowring se levantó y se dirigió hacia Leonard, que aún sostenía el paquete entre las manos.
—Jefe, tenga cuidado —dijo al tiempo que bajaba la caja y la apoyaba en el suelo.
—Tranquilo, no hay una bomba ni nada por el estilo. Lo habrían detectado los controles de seguridad de la entrada.
Leonard no respondió y dio tres pasos hacia atrás, por si acaso. Bowring se agachó ante la atenta mirada de la joven, que observaba la escena con una sonrisa tranquila dibujada en los labios. Bowring se sacó un juego de llaves del bolsillo del pantalón y clavó una en la cinta adhesiva que mantenía cerradas las solapas de la caja. Arrastró la llave a lo largo del paquete, rompiendo la cinta con el gesto, y levantó una de las tapas. Al ver lo que era, cogió la caja y la volcó sobre el suelo.
Un montón de folios y fotografías se desparramaron encima de los pies de Bowring. Leonard miraba incrédulo al inspector. La joven sonrió al ver a Bowring perder los nervios. Este seguía agitando la caja para cerciorarse de que no quedaba nada en el interior.
—No puede ser —susurraba el inspector mientras empezaba a esparcir los papeles por el suelo y se arrodillaba para verlos mejor—. No puede ser.
—¿Qué es eso, jefe? —inquirió Leonard intentando comprender la desesperación de Bowring.
—¡No puede ser! —gritó.
—¿Jefe? —Leonard se acercó y le tocó el hombro para que saliese de su momentánea obsesión y volviera a levantarse—. ¿Qué pasa? ¿Qué papeles son esos?
—Es la copia del expediente de Katelyn. Los papeles que tiré hace unos meses.