30

Faye me estudió con la mirada un momento.

—No os traicionará. —Tink abrió la puerta de su lado—. A mí me ha tenido en casa todo este tiempo y no se lo ha dicho a nadie. Ren Tin Tin no se enteró de que existía hasta que entré en la cocina desnudo con la tranca colgando y…

—Voy a darte un puñetazo —le interrumpió Ren—. Y te va a doler.

Tink ya había salido del coche.

—No diré nada —le dije a Faye—. Lo que dice Tink es cierto. No le hablé a nadie de él hasta que Ren… Hasta que le descubrió por accidente.

Pasó otro segundo. Luego, Faye hizo un gesto afirmativo.

—De acuerdo.

Tink abrió mi puerta desde fuera y yo oí que Dane le susurraba a Kalen:

—¿Desnudo?

Me alegré de que Ren ya estuviera fuera del coche.

Salí e hice una mueca de dolor cuando mis pies tocaron el suelo. Empezaba a notar el dolor, y era un fastidio. Cada vez que daba un paso, tenía la sensación de que caminaba sobre ascuas ardientes.

Dane se acercó a la puerta mientras Kalen se sentaba al volante del todoterreno. Arrancó y se alejó de allí, y Dane apoyó una mano en el edificio. La puerta metálica se sacudió y comenzó a desplazarse hacia un lado.

—El hechizo se desvanecerá dentro de unos segundos —dijo Ren, colocándose a mi lado—. Cuando estés dentro, verás cómo es esto en realidad.

Esperé sin tener ni idea de lo que iba a encontrarme, hasta que Dane abrió un hueco lo bastante grande para que pasáramos por él. Entró él primero, seguido por Tink, que se detuvo nada más pasar para esperarme.

—¿Puedes andar? —me preguntó Ren.

Yo en realidad no quería caminar, pero dije que sí con la cabeza. Me puse en marcha, sintiendo a Ren a mi espalda. Faye fue la última en cruzar, y se encargó de cerrar el muro metálico a nuestra espalda. Al principio sólo vi una oscuridad turbia, una especie de chatarrería, pero luego el aire se estremeció y brilló como si un millar de luciérnagas levantaran el vuelo. Un telón de chispas deslumbrantes cayó de repente, dejando al descubierto lo que había en realidad al otro lado.

—Dios mío —susurré.

Estábamos en un patio precioso, en un jardín salido directamente de un cuento de hadas. Los árboles se elevaban hasta el firmamento. De sus ramas colgaban farolillos de papel que alumbraban el camino. Había por todas partes enredaderas y plantas a las que no parecía haber afectado el frío. Allí hacía más calor, diez grados más, como mínimo. Aquel lugar parecía mágico, casi irreal.

—Es alucinante, ¿verdad? —dijo Ren en voz baja—. La primera vez que estuve aquí, no podía creer lo que veían mis ojos. Que esto hubiera estado aquí todo el tiempo. —Me miró—. Lo que escribió Merle en sus diarios es cierto, Ivy. Llevan aquí mucho tiempo, y hay lugares como éste escondidos por todas partes.

—Dicho así suena un poco siniestro —comentó Faye—. En realidad, no estamos por todas partes. Nos escondemos en muchos lugares, sí, pero lo hacemos por seguridad.

—Así es Ren, siempre tan agorero. —Tink se adelantó, con los brazos oscilando junto a los costados—. No es muy simpático, que digamos. En mi opinión le faltan habilidades sociales. O puede que simplemente sea un poco corto.

Ren suspiró y pareció ponerse a contar en voz baja.

Crucé los brazos y les seguí por el sendero flanqueado de hierba, hasta una carpa contigua a la parte de atrás del edificio, que ya no era una antigua fábrica abandonada.

Allí no reinaba el abandono; al contrario. No faltaban ladrillos y las ventanas estaban intactas. Una pared entera era de cristal. Había unas puertas cristaleras que estaban abiertas de par en par, y a través de ellas pude ver el interior iluminado.

Tink ya estaba dentro cuando crucé la carpa, pasando junto a numerosos sillones con mullidos cojines de aspecto confortable. Sentí un aroma delicioso a café y vainilla cuando entré en una estancia que me recordó al vestíbulo de un hotel.

Del alto techo colgaban lámparas doradas, y el edificio tenía que ser más grande de lo que parecía por fuera, porque el techo tenía dos pisos de altura. Había sillones por todas partes, algunos alrededor de las chimeneas y otros delante de grandes televisores que en ese momento estaban apagados.

Al seguir avanzando vi que había una cafetería y seguramente me quedé boquiabierta de asombro.

—¿Estás bien? —preguntó Ren en voz baja, a mi lado.

No se había apartado de mí desde que habíamos entrado. Llevaba la camisa remangada y vi el tatuaje que tenía en el brazo. Era el mismo tatuaje que tenía Drake cuando se hizo pasar por él, pero no sé por qué el suyo me pareció de pronto algo distinto. Más auténtico. Más suyo.

—¿Ivy?

Al darme cuenta de que estaba esperando una respuesta, me obligué a hacer un gesto afirmativo a pesar de que en realidad no estaba bien. Todo aquello me desbordaba. Tenía la impresión de haber caído por la madriguera del conejo y de que en cualquier momento aparecería un gato y se pondría a hablar conmigo como si me hubiera tomado un tripi.

—¿Qué es… qué es este sitio? —pregunté, y me di cuenta de que me temblaba la voz.

Faye me miró, con su larga melena plateada perfectamente peinada, sin un pelo fuera de su sitio.

—Es una especie de refugio. Cerca de un centenar de faes viven aquí.

Abrí los labios y contuve la respiración, dejando colgar los brazos.

—¿Un centenar de faes…?

—Hay sitio para más. Hay una tienda al final de ese pasillo. —Señaló a mi izquierda, más allá de la cafetería—. Y tenemos una cafetería.

Sentí el impulso de preguntarle si servían humanos o comida normal, pero por suerte me refrené y no hice aquel comentario absurdo. Pero me quedé con las ganas.

—Ivy necesita ducharse y descansar. —Tink me agarró de pronto de la mano—. ¿En qué habitación puede quedarse? Creo que la que da al jardín le gustaría. Y además no está muy arriba, sólo en el séptimo piso.

¿Había tantos pisos? Pero, claro, en aquel lugar vivían más de cien faes. El hechizo que lo protegía tenía que ser superpoderoso.

Faye arrugó el entrecejo, pensativa.

—La habitación del jardín está bien —dijo.

—Vale. —Tink empezó a tirar de mí hacia mi derecha—. Vamos. Hasta luego, chicos.

Miré a Ren. Estaba junto a Faye, con los brazos cruzados y los dientes apretados, pero sus ojos verdes tenían una expresión tan triste que me dolió mirarlos. Con un nudo en la garganta, di media vuelta y dejé que Tink me llevara a los ascensores.

No dijo nada al pulsar el botón del séptimo piso, pero me dio la mano. Se me hizo raro, pero en el buen sentido. Había algo de reconfortante en aquel gesto.

—Este lugar… es como un hotel —dije cuando se abrieron las puertas.

—Eso dijo también tu novio. —Entramos en el ascensor y las puertas se cerraron sin hacer ruido. Tink me miró—. No hace falta que te duches si no quieres, pero la verdad es que estás bastante sucia. Tienes los ojos fatal y estás toda manchada de tierra.

—Puedo ducharme —contesté secamente.

—También he pensado que querrías pasar un rato a solas, porque son como las dos de la mañana y estos faes se levantan al amanecer. Y son un montón, Ivy. Un montón. Los hay a patadas.

—Qué… tranquilizador.

—Pero son buenos. Te lo prometo. Algunos están un poco nerviosos ahora mismo, por Ren, no por mí.

El ascensor se detuvo y Tink me condujo a un amplio pasillo. Torció a la izquierda y me llevó a una habitación en cuya puerta ponía «Jardín».

—A mí me adoran. Verás, en el Otro Mundo los duendes somos… somos la pera. Así que aquí soy la pera suprema.

Fruncí el ceño, preguntándome si se daba cuenta de cómo sonaba aquello.

Abrió la puerta de una habitación espaciosa que me recordó a un estudio diáfano. A un lado había una cama bastante grande, una mesilla de noche y una cómoda, y al otro un pequeño sofá delante de una tele. Había también una nevera y un microondas, aunque no cocina. Una puerta conducía al cuarto de baño.

Me giré lentamente, abrumada y dolorida, y un poco descolocada por todo lo sucedido.

—¿Cómo… cómo ha pasado todo esto?

Tink pareció comprender a qué me refería.

—Es una larga historia, Ivy Divy.

—Necesito saberlo. Necesito entender qué ha pasado mientras estaba en… en ese sitio —expliqué—. ¿Cómo acabasteis aquí? ¿Cómo han conseguido que Ren se fíe de ellos? ¿Brighton y Merle están…?

—Te lo contaré todo, pero quizá deberías ducharte primero. Y luego quizá deberías echarte un rato —añadió—. ¿Vale? Muy bien, me alegra que estés de acuerdo.

Me quedé mirándole con la clara sensación de que me estaba ocultando algo. Seguramente muchas cosas.

—Voy a traerte algo de ropa. Te he traído algo de casa porque sabía que te encontraríamos. Sólo tengo que ir a buscarla. Hay una bata en la puerta. No es la tuya, pero es más bonita. Y no tiene agujeros. —Se paró en la puerta—. Ay, y voy a traerte una llave.

Me paré, conteniendo la respiración.

—¿La puerta tiene cerradura?

Ladeó la cabeza.

—Puedes cerrarla con llave cuando estés dentro o cuando salgas, pero no es necesario.

Tragué saliva y dije:

—Ah, vale.

Se quedó mirándome un momento y dijo con extraña seriedad:

—Aquí no estás prisionera, Ivy.

Cerré los ojos, respirando por la nariz. Luego asentí y me obligué a entrar en el cuarto de baño. Cerré la puerta, me acerqué al pequeño plato de la ducha y abrí el grifo. Mi cerebro funcionaba a mil por hora cuando me quité el vestido destrozado y me metí debajo del agua caliente. Me concentré en los dolores y los pinchazos que sentía mientras me duchaba, y en quitarme de encima la suciedad y la sangre. Luego cerré el grifo, me sequé y cogí la bata. Tink tenía razón. Aquella bata gris y esponjosa era mucho más bonita que la mía.

No me miré al espejo al salir del baño.

Tink no había vuelto aún. Me acerqué a la cama y me senté. Había una montaña de almohadones junto al cabecero. Miré a mi alrededor, pasando las manos por la bata. Aquella habitación no se parecía nada a la de Drake, pero aun así se me encogió el estómago.

—Ya no estoy allí —susurré.

Seguí repitiéndomelo una y otra vez mientras me recostaba en los almohadones. Sí, estaba en otra casa llena de faes, y en otro dormitorio, pero no era lo mismo. No se parecía nada a aquello, y además…

Oí que llamaban y un instante después se abrió la puerta y entró Tink llevando una de mis bolsas de viaje, que rara vez usaba. Se acercó a la cómoda y dejó la bolsa encima. Me pareció que también llevaba en las manos varias dagas y estacas, pero no presté atención a ninguna de esas cosas.

Tink llevaba colgada una especie de bandolera, como esas en las que las mamás llevan a sus bebés recién nacidos. ¿Qué demonios…?

—Te he traído algunas armas, pero no dejes que los otros faes las vean. —Las colocó sobre la cómoda como yo las tenía en casa, y me pareció ver que la bandolera se movía—. El hierro les da pavor.

—Es lógico —murmuré entornando los ojos—. Tink…

—Te he traído unos vaqueros y unos jerséis y, bueno, también tuve que traerte braguitas, así que estuve revolviendo en tu ropa interior… —Oí un sonido procedente de la bandolera, una especie de gemido—. Y la verdad, guapa, deberías comprarte unos tangas, porque lo de llevar calzoncillos de chico está muy pasado de moda.

Fruncí los labios.

—Eh, Tink, ¿qué llevas ahí?

—Ah, ¿esto? —Sonrió con nerviosismo y se pasó la mano por el pelo, alborotándose algunos mechones rubios—. Pues, ¿te acuerdas de que antes de que te raptara el príncipe del Otro Mundo te dejé un mensaje? No, seguramente no te acuerdas.

¿Me había dejado un mensaje?

—Ni siquiera sé si lo recibiste.

Se acercó a la cama y volví a oír aquel sonido. Dentro de la bandolera se movió algo, algo pequeño, y Tink se detuvo a mi lado.

—No lo compré en Amazon. Bueno, la bandolera sí, pero a Dixon no. —Metió la mano dentro de la bandolera y sacó una bolita de pelo gris. La sostuvo en alto y dijo—: Dixon, te presento a Ivy.

La bola de pelo maulló patéticamente.

Yo me quedé de piedra.

Lo que Tink tenía en la mano era un gatito, un gatito adorable. Un gatito que yo le había dicho que no podía tener en casa y, sin embargo, allí estaba, y encima lo llevaba de acá para allá en una bandolera. Se sentó y depositó la bolita de pelo gris sobre la cama.

El gatito maulló otra vez, dio unos pasos por la cama y luego se subió por mi pierna, cubierta con la bata, y se sentó en mi regazo. Era todo gris, excepto la punta de la cola, que parecía haber mojado en pintura blanca.

—Necesitaba una mascota —alegó Tink—. Y todavía no la he matado por accidente, así que todo va viento en popa.

—Sí —susurré, cogiendo al gatito y levantándolo para mirarlo. Dejó escapar otro maullido encantador mientras contemplaba sus preciosos ojos azules.

—¿Estás enfadada, Ivy? Ya sé que me dijiste que no, pero… En fin, la verdad es que no tengo excusa. Hice lo que me apetecía.

Me acerqué el gatito a la cara y sonreí cuando estiró su patita y me plantó la zarpa en la nariz.

—No estoy enfadada, en serio. —Dejé al gato sobre la cama y se fue a investigar los dedos de Tink—. ¿Le has puesto Dixon por el personaje de The Walking Dead?

—Claro. —Se señaló clavando los pulgares en la camisa—. Soy el fan número uno de Daryl: me chifla.

Me reí, y mi risa me sonó ronca y extraña. No recordaba la última vez que me había reído de veras. Respiré hondo, trémula.

—¿Qué ha pasado?

Tink movió los dedos, jugando con el gatito.

—Quizá deberías contarle a Tink qué te ha pasado a ti.

Me mordí el labio y sacudí la cabeza.

—Yo… ¿No puedes contármelo tú primero?

Pensé por un momento que iba a protestar.

—Te fuiste el miércoles por la mañana y ya no supe nada más de ti. Luego, como una semana después, apareció Ren. Me dijo que te había secuestrado el príncipe. Que no sabía cómo rescatarte. Dijo que casi no se acordaba del tiempo que había pasado en la casa donde os tenían prisioneros, y que no tenía ni idea de cómo encontrarla.

Dios, ojalá a mí me pasara lo mismo. Habría sido un regalo, una auténtica bendición no tener recuerdos.

—Luego se presentó un fae en tu casa. Uno de los malos. Nos encargamos de él. Entre los dos. —Hizo una pausa, sonriendo con orgullo—. Estaba empeñado en matar a Ren. Dijo que iba a llevarle su cadáver al príncipe y que a cambio le darían una recompensa asquerosa, humanos para cenar o algo así. Pero, evidentemente, sus planes no salieron como esperaba.

Cerré los puños. Hijo de puta. Lo sabía. El príncipe no podía tocar a Ren, pero yo sabía que otros faes irían a por él para congraciarse con su líder.

—Hablamos de recurrir a la Orden, pero Ren sabía que no sería prudente, por lo que eres. Se lo dijiste.

Abrí la boca.

—No puedo enfadarme contigo por habérselo dicho. Sería absurdo, teniendo en cuenta que le capturaron y que se habría enterado de todos modos. Pero me mentiste. Cuando estabas tan triste y me dijiste que os habíais peleado, fue porque le habías dicho la verdad. Pero, en fin, eso ya no importa. —Mientras hablaba, el gatito se cansó de intentar subirse a sus dedos de un salto y volvió a encaramarse a mis piernas, resbalando sobre mi regazo—. El caso es que al día siguiente del ataque de ese fae, se presentó Kalen. ¿O era Dane? No sé. Se parecen todos tanto…

Levanté las cejas mientras acariciaba las orejas de Dixon.

—Dane, o puede que fuera Kalen, dijo que podía ayudarnos a rescatarte. Naturalmente, Ren intentó matarle. Fue bastante dramático, pero por fin Dane, o Kalen, mencionó el nombre de esa tal Merle, que, por cierto, es un encanto aunque esté como una cabra. Y Ren empezó a prestarle atención. Dane, o Kalen, dijo que tenían a alguien infiltrado que se pondría en contacto con nosotros cuando creyeran que podían intentar sacarte de allí —añadió—. Primero tratamos de encontrarte por nuestra cuenta. Salí de casa con Ren. Había muchísimo ruido. Se me había olvidado lo ruidoso que es este mundo. Pero no sabíamos dónde buscarte.

—¿Saliste con él a buscarme? ¿Con Ren? —pregunté.

Por lo menos ya sabía cómo habían conocido a aquellos faes. Seguía teniendo muchas dudas, pero las cosas empezaban a aclararse.

—Me extraña —añadí.

Se encogió de hombros.

—Tenía que encontrar a mi Ivy Divy.

Sonreí cuando el gatito estiró sus patitas. Que Tink hubiera salido de casa con Ren era algo muy serio, aunque él no quisiera reconocerlo.

—Gracias —le dije, exhalando un suspiro tembloroso. Sentí un hormigueo en la piel cuando me miró—. Gracias por buscarme y…

—No hay de qué —dijo—. Para eso están los amigos. Y nosotros somos muy amigos.

Volví a sonreír.

—Y para eso están también los novios, ¿no? Aunque yo no soy ningún experto. Actualmente no tengo novio, ni novia —añadió, y luego puso los ojos en blanco—. Ren no pensaba parar hasta rescatarte.

Contuve la respiración. ¿Novio? ¿Novia? Dios, sentí una opresión en el pecho y un ardor en la garganta, y no porque Valor hubiera intentado estrangularme.

—No sé si Ren es mi… Creo que sólo intentaba cumplir con su deber, Tink. Sabía que no debía quedarme allí.

Tink arrugó el ceño.

—No creo que sea sólo eso. Quiso asaltar esa casa desde el momento en que Dane, o Kalen, le dijo que tenían a alguien infiltrado. La Orden no sabe nada de esto.

Seguí acariciando a Dixon, cuyo cuerpecillo vibraba como un motor en miniatura. Las cosas no podían ser como antes, era imposible. Imposible.

—Aunque me duela en el alma decirlo, y sí, creo que tengo un alma llena de arcoíris y brillantina, creo que estás siendo injusta con Ren —añadió Tink y, si no hubiera estado sentada, me habría caído de espaldas—. No sé qué pasó exactamente entre vosotros ni lo que os ha pasado en esa casa, pero Ren… apenas ha dormido ni comido durante este tiempo. Te… te echaba de menos, Ivy. Estaba muy preocupado.

Observé cómo temblaba la zarpa de Dixon, que se había quedado adormilado, y pensé en lo que acababa de decirme Tink. Se me ocurrían un montón de razones por las que Ren podía haber tenido problemas para comer y dormir, aunque no recordara exactamente lo que le había sucedido. Y era lógico que estuviera preocupado. A fin de cuentas, mi útero era una bomba de relojería.

—¿Qué te han hecho? —preguntó Tink en voz baja.

Le miré a los ojos y las palabras se me agolparon en la punta de la lengua. Podía contárselo, pero no quería que se angustiara. Y tampoco estaba segura de qué podía contarle. Tenía la cabeza hecha un lío y aquella oscuridad que me invadía parecía haberse infiltrado en todas y cada una de mis células. Tenía frío.

—Muchas cosas —dije.

—No eres… —Bajó la barbilla y yo adiviné lo que iba a decir. No era la misma, no—. Sé… sé cómo pueden ser los faes. Sé lo crueles que pueden ser. —Cerró los ojos y yo me puse tensa—. Sé de lo que son capaces, pero también sé que… que tú eres fuerte. Saldrás de ésta.

Respiré hondo y de pronto sentí deseos de escapar de mi piel y convertirme en otra persona. Pero eso no era posible. Y aunque lo hubiera sido, no tuve ocasión de hacerlo: alguien llamó a la puerta y Dixon se despertó. Tink se levantó y fue a abrir.

Contuve la respiración, confiando en que fuera quien yo creía que era y al mismo tiempo rezando por que no fuera él. Pero sí, era Ren. Parecía haberse duchado y se había cambiado de ropa. Llevaba una camiseta gris de cuello redondo, muy ceñida, y unos pantalones de chándal de cintura baja. Iba descalzo.

Fijó de inmediato la mirada en la cama. Se detuvo nada más entrar y se quedó allí, inmóvil, sin desviar la mirada.

—Tengo sueño —anunció Tink de repente. Se acercó antes de que yo pudiera decir nada, recogió al gatito y se inclinó para darme un beso en la mejilla—. Hasta mañana.

Salió de la habitación con sorprendente tranquilidad, sin decirle nada a Ren al cerrar la puerta. No me cabía duda de que estaba preocupado por mi estado mental, y no era de extrañar.

Yo también estaba un poco preocupada.

Apoyándome contra el montón de almohadones, cerré los puños sobre la colcha mientras Ren se acercaba a la cama a paso lento.

Se sentó al borde y sus ojos, aquellos ojos tan verdes y cálidos, tan humanos, se clavaron en los míos. Me sorprendió de nuevo haberme dejado engañar por el príncipe, haberle confundido con él. Los ojos eran del mismo color, pero nada más. Cuando había visto a Ren en aquel lugar espantoso, tenía la cara magullada. Ahora no quedaba ni rastro de cortes o magulladuras, pero parecía atormentado. Lo vi en sus ojos.

Me di cuenta entonces de que era la primera vez que estábamos en un entorno estable y seguro, sin que ninguno de los dos estuviera atado o encadenado, desde que le había dicho que le quería y que era la semihumana.

Habían pasado tantas cosas desde entonces…

Demasiadas.

Y nosotros ya no éramos los mismos.