17

Acabé mi informe, que no era más que un resumen genérico de los acontecimientos que desembocaron en la muerte de Val, bajo la mirada vigilante de Miles. Conseguí no prestarle atención, y no darle una patada en la cabeza antes de marcharme, y procuré olvidarme de mi conversación con él. Tenía otras cosas de las que preocuparme.

Por ejemplo, Ren.

El príncipe.

Y el hecho de que mi útero era una especie de bomba de relojería andante.

Cogí un taxi para ir a la antigua zona industrial, a casa de Ren. Mientras subía en el ascensor, parecido a una jaula, barajé los distintos escenarios que podían presentárseme. No se me ocurría qué hacer en caso de que Ren no estuviera en casa, como no fuera recorrer las calles buscándole, sin mucha esperanza de encontrarle. Llevaba tres años viviendo en Nueva Orleans y sabía que sus calles podían tragarse a la gente sin que quedara de ella ni rastro. Y si Ren estaba en casa… Seguramente me pondría a llorar de alegría, le daría un abrazo y luego huiría avergonzada. Si estaba en casa y no contestaba a mis llamadas ni a las de David era porque no quería que le encontraran.

Tenía el corazón desbocado cuando me acerqué a su puerta. Me detuve cuando estaba a punto de llamar. El miedo me dejó petrificada. Era absurdo. Podía enfrentarme a una pandilla de faes rabiosos, ¿y me daba miedo llamar a la puerta de Ren?

Puse los ojos en blanco.

Toqué con los nudillos en la puerta de acero, di un paso atrás y esperé… y esperé. Llamé otra vez y esperé otros cinco minutos. Nada. O bien no estaba en casa, o me había visto por la mirilla y no quería abrir. En todo caso, empecé a notar calambres en el estómago.

Me di por vencida y regresé al ascensor. Intenté no dejarme vencer por la angustia que me atenazaba el estómago. Necesitaba concentrarme y, como estaba cerca del Flux, decidí que podía ir allí. Valdría la pena ver la cara que pondría David cuando me viera.

Tardé unos quince minutos en llegar a aquel tramo de calle compuesto por edificios recientes y antiguas naves industriales reconvertidas en bares de copas y restaurantes. Saltaba a la vista que algo grave había ocurrido en el Flux. Las luces rojas y azules de las sirenas iluminaban la calle, proyectando sus destellos sobre las ventanas relucientes de los edificios cercanos.

Aflojé el paso al acercarme a la zona. La entrada al club estaba acordonada con cinta policial amarilla. Varios agentes mantenían a raya a los periodistas. Recorrí al gentío con la mirada, pero no vi a David ni a ningún otro miembro de la Orden. Acordándome de la puerta trasera en la que Ren y yo vimos al fae hablando con la policía, rodeé la muchedumbre de curiosos y los coches y me dirigí al callejón.

Al dejar atrás los bancos de piedra y los maceteros, me detuve y me asomé a la esquina. Había varios todoterrenos negros bloqueando las puertas. Había una entrada trasera que utilizaban el personal y los proveedores. Dudaba que pudiera alcanzarla fácilmente, pero…

—Hola.

Sofoqué un grito y me giré bruscamente. Glenn estaba detrás de mí, con los ojos marrones muy abiertos y las cejas levantadas.

—Santo cielo, ¿eres un ninja o qué? —exclamé—. No te he oído acercarte.

—A eso se le llama sigilo —contestó con una sonrisa—. A mí se me da bastante bien.

—Ya lo creo.

Se detuvo a mi lado.

—¿Qué estás haciendo?

Me volví hacia la zona de carga.

—Confiaba en poder colarme por detrás, a ver qué demonios está pasando ahí dentro.

—Es como una película de terror.

—¿Has entrado?

Asintió con un gesto.

—Vine en cuanto David dio el aviso. Nunca he visto nada igual. En serio. —Levantó una mano y se la pasó por el cráneo—. No hace falta que te cueles. Dentro sólo hay miembros de la Orden y unos cuantos policías que conoce David.

—Mierda —murmuré.

Tenía que haber pasado algo muy gordo si la mayoría de los policías estaban fuera, y dentro de la discoteca sólo había miembros de la Orden y unos cuantos polis que conocían nuestra existencia y la existencia de los faes.

—Vamos.

Glenn me condujo a las puertas donde estaban aparcados los todoterrenos.

—¿De dónde eres? —le pregunté, dándome cuenta de pronto de que sabía muy poco sobre él.

Me miró por encima del hombro.

—Eres la segunda persona que me pregunta eso.

Miré a mi alrededor.

—¿Ah, sí?

—Sí. Ren también me lo preguntó.

—Ah —dije otra vez, en voz más baja.

Una bonita sonrisa apareció en su rostro.

—Soy de Nueva York. Me está costando un poco acostumbrarme a este sitio.

—Yo nunca he estado en Nueva York, pero siempre he querido ir. —Rodeamos uno de los coches—. Nací en Virginia.

—Entonces, ¿los veranos aquí son tan duros como me han dicho? —Abrió la puerta y la sujetó para que yo entrara—. Yo creía que a estas alturas del año haría más calor. Tengo la sensación de estar todavía en el norte.

—Sí. El tiempo está un poco raro.

Glenn pasó a mi lado y me condujo por un pasillo estrecho con varias puertas, algunas cerradas y otras abiertas. Una sala de descanso. Una puerta en la que ponía «Gerente». Un almacén que estaba abierto, con botellas de licor por todas partes.

—No sé qué habrás visto hasta ahora. Imagino que cosas muy raras, como todos, pero esto… —Se interrumpió al detenerse ante una puerta gris con una pequeña ventana—. Sí, esto es otra historia.

Sin saber qué me esperaba, crucé la puerta que me abrió Glenn y di un par de pasos antes de pararme en seco. El horror se apoderó de mí, dejándome sin la capacidad de hablar, o incluso de pensar.

Las luces del local, encendidas, centelleaban como diamantes. Vi a David junto a Miles y Henry. Dylan y Jackie estaban cerca de lo que habían sido los rincones más oscuros del local. Había también varios detectives mirando hacia arriba, y no tuve más remedio que preguntarme si alguna vez habrían visto algo así.

Había gente colgada del techo.

Humanos.

Sus cuerpos se mecían como ramas al viento.

Había gente tirada por el suelo.

Cadáveres abandonados como desperdicios.

Algunos estaban desnudos, y otros completamente vestidos. Parecían trabajadores del club. Los hombres vestían pantalón negro, y algunos llevaban aún la camisa blanca del uniforme. Otros tenían el pecho desnudo. Unas cuantas mujeres llevaban vestidos negros muy ceñidos.

El cadáver que tenía más cerca era el de una mujer. Aún tenía puesto un zapato de tacón alto en el pie. No sé por qué, pero me puse a buscar con la mirada el otro zapato. Aún no entiendo por qué me parecía de pronto tan importante encontrarlo, pero lo busqué y lo busqué, y entonces vi a alguien a quien reconocí.

Era la camarera a la que había visto la noche que Ren y yo estuvimos en el Flux. Estaba sirviendo a Marlon y al antiguo cuya sangre había abierto las puertas. Yo había sospechado entonces que la chica sabía perfectamente lo que eran, por la cautela con que se comportaba y porque pareció saber que el antiguo iba a alimentarse de ella cuando la agarró. Ahora estaba muerta en el suelo, helada y con la vista fija en los focos.

Estaban todos muertos: decenas y decenas de humanos. Algunos colgaban del techo. Otros estaban tirados en el suelo, o entre las sillas y las mesas.

Y de todos ellos se habían alimentado hasta no dejarles más que la piel pálida y las venas ennegrecidas.

Llegué a casa la madrugada del martes, muy tarde. Tink estaba dormido, o al menos eso deduje, porque tenía la puerta cerrada y no se oía nada dentro de su habitación. Yo, en cambio, estaba demasiado alterada para poder dormir.

Me senté en la esquina del sofá, envuelta en una suave manta de felpa. La tele estaba puesta, con el volumen al mínimo, pero no le prestaba atención.

No podía quitarme de la cabeza lo que había visto en el club.

No podría olvidar aquella imagen mientras viviera. Glenn tenía razón: había visto muchas cosas raras y espeluznantes, pero ninguna como aquélla. Tantas muertes sin sentido…

Incluso David estaba afectado, y no porque fuera imposible ocultar al público el asesinato de tantas personas. Los detectives de la policía informarían oficialmente de que se trataba de un suicidio colectivo o algo así relacionado con una secta, pero la gente no era tonta. Sin duda algunos sospecharían, pero de todos modos nunca creerían la verdad si la supieran.

Yo había oído decir a Kyle que había visto algo parecido en Dallas, donde los faes se habían vuelto contra los humanos que les servían sin razón aparente, alimentándose de ellos hasta aniquilarlos. También en aquel caso la policía atribuyó los hechos al suicidio colectivo de los miembros de una secta, debido a que un cometa no había aparecido o algo así.

Yo necesitaba entender por qué estaba sucediendo todo aquello. Los faes sólo necesitaban a los humanos para alimentarse, pero contar con su ayuda en ciertos aspectos les era muy útil. ¿Para qué matarlos, y por qué ahora? Eran demasiados interrogantes.

Antes de marcharme del Flux, había cerrado los ojos de la camarera, y de vuelta a casa había llamado a Ren. No contestó, y esa vez no le dejé ningún mensaje.

Su cara se confundía con la de la camarera y viceversa, y en vez de verla a ella le veía a él, tendido boca arriba, con sus bellos ojos verdes fijos y desenfocados, sin vida. En cuanto aquella imagen se implantó por completo en mi cabeza, ya no pude sacarla de ahí.

Fueron pasando las horas y puede que me quedara dormida, porque tuve la sensación de que la mañana llegaba en un abrir y cerrar de ojos, y Tink estaba de pronto sentado en el brazo del sofá, a escasos centímetros de mi cara. Y no era Tink el pequeño. Ah, no. Era Tink el grandote… con pantalones.

Un modo estupendo de despertarse.

Me incorporé bruscamente y me eché hacia atrás, mirándole atontada.

—Estás… de tamaño normal.

Ladeó la cabeza.

—No sé por qué, pero eso me ha sonado ofensivo.

Bajé la mirada.

—Y te has puesto pantalones.

—¿Te gustan? —Se miró y asintió—. Me los he comprado en Amazon. Se llaman True Religion o algo así.

—¿Te… te has comprado unos vaqueros True Religion?

Tink me miró batiendo las pestañas de sus ojos azules.

—Costaban como doscientos dólares, así que supuse que eran buenos.

Los miré y me dejé caer otra vez en el sofá, hundiendo la cara en el cojín.

—Creía que te alegrarías de que no ande por la casa con la tranca colgando —dijo.

Cerré los ojos.

—Y yo que pensaba que había hecho bien… —Se quedó callado un momento—. Supongo que podría ir desnudo…

—No.

Hubo un momento de silencio.

—Creo que tengo una figura bastante atractiva cuando soy pequeño y cuando soy alto. Y también creo que la mayoría de las mujeres y muchos hombres estarían encantados de verme desnudo.

Cerré los ojos.

—Deberías estar contenta —añadió.

Hice una mueca.

—Porque soy bastante atractivo —prosiguió Tink—. Lo digo por si acaso…

—Ya te he entendido, Tink.

—Menos mal. —Otra pausa—. ¿Por qué estás durmiendo en el sofá?

No contesté.

Tink me tocó la pierna con la mano, y a mí me pareció muy raro porque tenía el tamaño de una persona normal.

—¿No te has reconciliado con Ren? Si es así, quizá te apetezca ver mi tranca.

Abrí un ojo.

—No quiero volver a ver tu tranca, Tink.

—Ah —contestó.

Pasaron unos segundos y luego dije con voz rasposa:

—Anoche mataron a un montón de gente. Se alimentaron de ellos hasta matarlos, y algunos cuerpos estaban colgados del techo.

—Ostras —dijo Tink—. Qué mal rollo.

—Sí —murmuré, respirando hondo—. Y además Ren ha desaparecido.

—¿Qué? —chilló, y yo me sobresalté.

Me senté y él se subió de un salto sobre la mesa baja (con sus dos metros de altura). Se quedó allí agazapado, al borde de la mesa, haciendo gala de un equilibrio prodigioso.

—¿Cómo que ha desaparecido?

Le expliqué lo que había pasado, omitiendo que le había dicho a Ren que era la semihumana, y concluí diciéndole que no sabía qué hacer.

Dio otro salto y se sentó sobre la mesa.

—No sé qué decirte. Porque, ¿quién sabe? Puede que esté por ahí lamiéndose las heridas. O puede que le haya capturado el príncipe. Las dos cosas tendrían sentido. Ren es su rival.

Me dio un vuelco el corazón cuando me levanté. No podía seguir sentada, ni quedarme en el apartamento ni un minuto más. Me dolían los músculos por haber dormido encogida en el sofá.

—Eso no es de gran ayuda —dije.

—Perdona. —Se levantó—. No se me da muy bien decir «lo siento» y que suene sincero, pero lo digo en serio.

Rodeé el sofá y me detuve junto a la puerta de la habitación.

—Vale, lo comprendo.

Tink me siguió.

—¿Es mal momento para hablar de lo de ese gatito que…?

Cerré la puerta a mi espalda y entré en la habitación. Me duché y me cambié en tiempo récord, me recogí el pelo mojado en un moño, cogí mis armas y volví a salir.

Tink se levantó del sofá.

—¿Ya te vas? Pero si son como las nueve de la mañana…

—Lo sé. —Fui a recoger mi bolso—. Pero no puedo quedarme en casa. Necesito salir.

—¿Y qué vas a hacer?

Era una buena pregunta. Había estado pensándolo mientras me duchaba. En el cuartel general teníamos información secreta acerca de la posible localización de varias células de faes: casas donde sospechábamos que vivían faes. Las manteníamos vigiladas, pero no las habíamos atacado porque no estábamos seguros al cien por cien de que sus habitantes fueran faes. Estaba en un tris de ponerme a llamar a esas puertas.

—No irás a hacer ninguna tontería, ¿verdad?

—No. —Recogí mi bolso y me lo colgué del hombro—. Sólo voy a salir.

Tink se inclinó sobre el respaldo del sofá.

—Puedo ir contigo.

Levanté una ceja mientras recogía mis llaves.

—Así no. Aún no he tenido tiempo de comprarme una camisa, pero puedo hacerme pequeño y meterme en tu bolso —propuso.

—No voy a meterte en mi bolso.

Cruzó sus brazos supermusculosos sobre su pecho superdefinido.

—Podría funcionar. Puedo ayudarte a buscar a Ren.

Me acerqué a la puerta.

—Puede que la próxima vez. —Me detuve, pensando en algo que debería haber hecho hacía tiempo—. Encárgame en Amazon un teléfono nuevo, uno que tenga contestador.

Tink arrugó la nariz.

—¿Por qué? Yo no uso el teléfono de casa.

Exhalé ruidosamente por la nariz.

—Lo sé, pero así podré llamarte y dejarte mensajes. Avisarte si voy a llegar tarde o si tengo algún problema.

—Ah. —Miró el techo—. Buena idea. Apuesto a que puedo encargarlo y que esté aquí dentro de una hora. Voy a ver.

Se dirigió a la cocina y no pude evitar fijarme en lo bajos que llevaba los pantalones y en que tenía un… ¡Ay, Dios, no! Parpadeé rápidamente mientras Tink se rascaba la cabeza.

—Acabo de darme cuenta de que nunca he usado el teléfono fijo para llamarte. Así podría haberte seguido la pista. ¿Cómo no se me habrá ocurrido antes?

—Imagino que ya no tendré esa suerte —mascullé yo—. Pídelo, por favor.

Me marché antes de que pudiera convencerme de que le llevara conmigo, lo cual no le sería difícil, porque en el fondo tenía ganas de llevarle en el bolso. Con la cantidad de cosas que estaban pasando, era un buen as que guardar en la manga.

Recurrí a Uber para ir al Barrio Francés y me dejaron en Decatur. Pasé frente al Café du Monde, crucé la calle y entré en el parque.

Era todavía temprano cuando eché a andar por el camino, y el parque estaba relativamente tranquilo. Había un montón de ranas dispersas por la hierba y, si hubiera hecho un par de grados menos, me habría salido una nube de vaho de la boca al respirar.

Necesitaba un plan que no consistiera en ponerme a llamar a puertas al azar. Podía volver al cuartel general y leerme los informes acerca de los posibles escondrijos de faes. Si conseguía encontrar a un fae que no se suicidara nada más verme, tal vez pudiera dar con el príncipe, encontrar a Drake.

Me paré delante de la estatua de Jackson y crucé los brazos. Tal vez por eso había ido hasta allí. Quizá, en el fondo, había ido al parque porque allí había visto al príncipe una vez. Tink tenía razón. Estar allí, tratar de hacer salir al príncipe, era una estupidez, pero no me cabía duda de que, si Ren había desaparecido, tenía que ser por culpa del príncipe.

Si le había sucedido algo, jamás me lo perdonaría a mí misma. Todavía no había superado mi mala conciencia por lo que le sucedió a Shaun por mi culpa. Había tomado una serie de decisiones que condujeron inevitablemente a su muerte, junto con la de mis padres adoptivos, Holly y Adrian.

Miré la estatua de Jackson exhalando un suspiro. Sabía que no había hecho nada a propósito, aparte de acercarme a Ren, pero no quería volver a pasar por lo mismo. No quería…

—Ivy…

Se me paró el corazón. Reconocí aquella voz. La conocía. Temiendo en parte que fueran imaginaciones mías, me volví lentamente. Me quedé sin aliento, y la emoción estalló dentro de mí como una bengala.

Ren estaba detrás de mí.