18
Ren —susurré, mirándole, casi sin poder creer que estuviera allí.
De pronto me acordé de la primera vez que le vi.
Estaba tumbada en los escalones del cuartel general, sangrando por culpa de una herida de bala, y pensé que estaba alucinando. Ren me recordó a uno de esos ángeles pintados en los techos de las iglesias antiguas. Sonaba ridículo, pero el perfil clásico de su mandíbula y esas facciones como labradas a cincel armonizaban a la perfección. Incluso su pelo ondulado era como el de aquellos ángeles pintados que siempre me habían fascinado. Había visto a muchos tíos buenos en mi vida, sobre todo desde que vivía en Nueva Orleans. La ciudad era a veces un crisol de belleza física, pero Ren podía compararse con cualquier fae, y eso era mucho decir.
En ese momento, al verle delante de mí como un ángel vengador, me acordé de ello.
El corazón me latía tan deprisa que me sentí mareada y dije lo primero que se me pasó por la cabeza.
—¿Dónde has estado?
Se acercó hasta quedar a la sombra de la estatua de Jackson, a mi lado.
—Por ahí.
—David te ha estado llamando. Y yo también. Creía que…
Respiré hondo intentando calmarme, pero una energía nerviosa se había apoderado de mí. Hallarme delante de él ahora que sabía que era la semihumana resultaba muy estresante.
—Al principio pensé que habías desaparecido por lo que te conté sobre mí. Y luego temí que te hubiera atrapado el príncipe… Dios mío, ni siquiera te he contado lo del príncipe. —Hice una mueca—. Iba a contártelo, te lo juro, pero te fuiste cuando te dije que era la semihumana y luego no he tenido ocasión de decírtelo.
—Ivy…
—He visto dos veces al príncipe. Apareció aquí, al lado del parque, la primera vez que salí de casa, y también se presentó cuando seguí a Val —expliqué precipitadamente, ansiosa por contárselo todo antes de que dijera otra palabra—. Fue él quien mató a Val, Ren. La lanzó desde la azotea como si fuera un… —Respiré hondo—. Como si fuera basura. Luego viniste a verme y pensaba contarte la verdad, pero nos interrumpió Henry. No podía seguir ocultándotelo ni un minuto más, así que te lo dije y entonces desapareciste…
—Ivy. —Sus manos, frías por el aire de la mañana, se posaron en mis mejillas.
Yo me callé. Ren me estaba tocando. Me estaba tocando, a pesar de lo que sabía.
—No pasa nada.
Debía de haber oído mal.
—No entiendo.
Esbozó una sonrisa torcida.
—¿Qué es lo que no entiendes?
Quería tocarle, pero me daba miedo cómo podía reaccionar, así que cerré los puños.
—Soy la semihumana, Ren —dije en voz baja—. Soy una… una abominación.
Ladeó la cabeza.
—No, nada de eso.
Contuve el aliento.
—No lo dices en serio.
—Sí.
La incredulidad se apoderó de mí.
—Pero eso no tiene sentido. Tú sabes lo que significa ser una semihumana. Ni siquiera soy completamente humana. El príncipe quiere dejarme embarazada para tener un bebé que siembre el apocalipsis…
—Preferiría que dejaras de decir eso. —Frunció el ceño.
—Pero es la verdad. —Di un paso atrás y él dejó caer los brazos—. Sigo siendo Ivy, claro, pero también soy esa… esa cosa, y tú viniste a Nueva Orleans a buscar a la semihumana. ¿Por qué dices que no pasa nada? Y más aún después de lo que le pasó a tu amigo cuando eras pequeño. Y ahora que Kyle y Henry están aquí, miembros de la Elite que saben que Val no era la semihumana… ¿Cómo puedes decir que no pasa nada?
Su mirada de color esmeralda recorrió mi cara.
—Porque yo voy a arreglar las cosas.
Lo dijo con tanta sencillez que casi le creí. Abrí la boca, pero no supe qué decir, así que me limité a sacudir la cabeza. No entendía cómo iba a solucionarlo.
Ren alargó el brazo hacia mí.
—Ivy…
Levanté una mano para hacerle callar.
—Me llamaste «cosa» cuando te dije que te quería, y luego me dejaste plantada en la calle. Y no es que te critique por eso. Bueno, sí, fue una mierda, sobre todo porque después desapareciste, pero es cierto que te solté la noticia a quemarropa, y entiendo que necesitaras tiempo para asimilarlo, pero no sé por qué…
Ren se movió muy deprisa: me agarró por la nuca y, antes de que me diera cuenta de lo que ocurría, su boca estaba casi pegada a la mía.
—No debí reaccionar así, pero estaba en estado de shock —dijo—. He tenido tiempo para pensarlo y estoy seguro de que todo se va a arreglar.
Era como si mi cerebro se hubiera bloqueado y hubiera perdido todas sus facultades, porque oía lo que estaba diciendo, pero no podía asimilarlo. Una parte de mí muy pequeña confiaba en que Ren aceptara que yo era la semihumana, pero al mismo tiempo sabía que era una ingenuidad esperar que así fuera. Teníamos grabado a fuego nuestro deber desde la cuna. Para un miembro de la Orden, cumplir con su responsabilidad era lo esencial, y más aún en el caso de Ren, que formaba parte de la Elite.
Yo podía hacerme ilusiones, pero la realidad… la cruda realidad no ofrecía escapatoria.
—¿Tienes hambre? —preguntó.
Yo pestañeé.
—¿Qué?
—¿Te apetece comer algo? —Ren se echó hacia atrás y esbozó una sonrisa.
Me quedé mirándole, pasmada.
Su sonrisa se hizo más amplia, pero no vi aparecer sus hoyuelos. Estiró el brazo y me cogió de la mano.
—Vamos a comer.
Estaba tan perpleja que dejé que me llevara fuera del parque, al Café du Monde, cruzando la calle. Nos pusimos a la cola y me quedé allí parada, sintiendo patéticamente cómo su mano fresca rodeaba la mía. Cuando levanté la vista, le sorprendí mirándome y comprendí que no había dejado de hacerlo desde que había dicho mi nombre.
—¿Es una especie de broma? —pregunté.
Frunció el entrecejo.
—No creo, porque yo no le veo la gracia por ningún sitio.
Yo tenía un nudo en la garganta cuando susurré:
—Vale, entonces, ¿es un plan o algo así? ¿Vas a fingir que no pasa nada y a entregarme luego a los miembros de la Elite?
Negó con la cabeza, se inclinó hacia mí y acercó los labios a mi oído.
—No es ninguna trampa, Ivy. Y la Elite nunca te pondrá las manos encima.
Fui a responder, pero la garganta se me había cerrado del todo, así que sólo conseguí hacer un gesto afirmativo con la cabeza y me quedé mirando hacia delante con los ojos llenos de lágrimas. ¿De verdad estaba pasando aquello? ¿Ren estaba allí y me había perdonado? ¿Todo se había arreglado y nos íbamos a comer unos buñuelos?
Por lo visto, sí. Pedimos buñuelos para llevar y una botella de agua para compartir. Había una mesa libre en la terraza, otra novedad que atribuí a la simple presencia de Ren.
Le vi abrir la caja de los buñuelos y sacar uno. Todo aquello era increíblemente surrealista. Tenía la sensación de que iba a despertarme en cualquier momento y a descubrir que era un sueño.
Tardé varios minutos en poder hablar sin que se me quebrara la voz. Y hasta cuando conseguí encontrar un tema normal del que hablar, mi voz sonó ronca.
—¿Has… has hablado con David?
Negó con la cabeza.
—Luego le llamaré. Ahora mismo no es lo prioritario.
Abrí los ojos como platos.
—Si te oyera decir eso, no le haría ninguna gracia.
—Me da igual. —Esbozó otra rápida sonrisa.
No le daría igual cuando David le echara la bronca.
—¿Qué pasa con Kyle y Henry? ¿Han…?
—Tampoco me preocupan. —Hizo una pausa, sosteniendo el buñuelo entre los dedos—. ¿Vas a comer?
Estaba desganada, pero aun así cogí un buñuelo y le di un mordisco. El azúcar glas salpicó por todos lados, pero el buñuelo, normalmente tan delicioso, no me supo a nada.
Ren dio un mordisco al suyo y puso cara de asco. Se giró y lo tiró a una papelera que había allí cerca.
—¿Le pasaba algo a tu buñuelo? —pregunté levantando las cejas.
Se sacudió el azúcar de los dedos.
—Sabía raro.
Mastiqué el mío, prestando atención.
—El mío está bien.
Ren se encogió de hombros.
—No me ha gustado.
—Eso es un sacrilegio.
Sonrió a medias.
—Se me ocurren cosas mucho más interesantes que podrían considerarse un sacrilegio, aparte de tirar un buñuelo a la basura.
Me acaloré al oír sus palabras, pero seguí dudando. Acabé de comerme mis buñuelos y bebí un trago de agua. Ren cogió la botella.
—¿Has terminado?
Me limpié la boca con una servilleta y asentí. Ren se bebió el resto del agua y tiró la botella a la papelera. Parecía todo demasiado sencillo, demasiado perfecto.
—¿Seguro que no te importa que sea… lo que soy, y todo lo demás?
Me miró a los ojos y me cogió de la mano, atrayéndome hacia sí.
—Ya te lo he dicho, Ivy. He estado dándole vueltas y… lo he asumido. —Hizo una pausa y acarició mi mejilla con la otra mano—. ¿No me crees?
—Sí. —Quería creerle—. Es sólo que… creía que ibas a sentir rechazo por mí. —Bajé la mirada hacia su pecho—. Que iba a darte repulsión.
—Eso es imposible. —Deslizó la mano hasta mi nuca y la apretó—. Ojalá no pensaras eso.
Yo me sentía como un disco rayado.
—Pero trabajas para la Elite. Tu deber es…
—Tratándose de ti, me da igual cuál sea mi deber.
Fui a decir algo, pero en ese momento bajó la cabeza y mis preocupaciones se desvanecieron cuando acercó sus labios a los míos. Ren iba a besarme, y yo creía que eso no volvería a ocurrir jamás. Que nunca volveríamos a estar así. Nuestros alientos se mezclaron y nuestras bocas permanecieron separadas unos segundos deliciosos antes de que me besara. Sabía a azúcar y a… a menta, y a medida que el beso se hacía más profundo, me atrajo hacia sí, y acabamos tan juntos que pensé que todo el mundo debía de estar mirándonos.
—Vamos a algún sitio. —Sus labios rozaron los míos—. Donde podamos estar solos.
A mí se me aceleró el corazón, porque supuse que aquello significaba que quería que nos dedicáramos a todas esas cosas sacrílegas de las que había hablado un momento antes. Teníamos tiempo. Hasta esa noche no teníamos que trabajar, pero Ren debía hablar con David.
—¿Qué me dices? —preguntó, besándome otra vez, y yo volví a distraerme—. Ahora mismo sólo deseo estar a solas contigo.
Yo también lo deseaba. Aunque fuera una locura, era lo que necesitaba. Lo que necesitábamos los dos.
—Tink está en mi casa.
—¿Qué?
—Bueno, siempre está allí, claro —añadí, dándome cuenta de lo absurdo que había sonado aquello—. Quería acompañarme, ayudarme a buscarte. Y creo que estaba siendo sincero, lo que es un gran paso —añadí atolondradamente.
De pronto tenía la sensación de que Ren y yo acabábamos de conocernos. Y quizá fuera cierto, ahora que por fin sabía lo que era yo. Ya no había ningún secreto entre nosotros.
—Quería esconderse en mi bolso, pero pensé que no convenía que me sorprendieran con un duende en el bolso.
Ren aguzó la mirada.
—No hace falta que vayamos a tu casa.
—¿A la tuya, entonces? —Al ver que asentía, procuré conservar la calma y no echarme a reír como una histérica—. ¿Dónde has aparcado?
—No he aparcado —contestó.
—¿No has traído el camión, ni la moto?
Dijo que no con la cabeza.
Le miré extrañada. ¿Por qué había cogido un taxi o el transporte público si tenía su propio vehículo?
—¿Has venido en taxi?
—No me apetecía conducir —contestó con una sonrisa, pero sin hoyuelos—. Tenía muchas cosas en la cabeza.
Era comprensible, pero no explicaba del todo por qué no había llevado su camión o su moto.
—Vamos a bajar por Decatur —dijo—. Así será más fácil coger un taxi.
Eso hicimos: cogimos un taxi para ir a su casa en la antigua zona industrial. Durante el trayecto fui yo sobre todo quien habló. Ren, en cambio, se limitó a… mirarme. No apartó los ojos de mí ni un segundo, y no exagero. Yo me retorcía en el asiento trasero del coche, acalorada y un poco nerviosa. Su silencio resultaba un poco chocante, pero debía de tener mil cosas bulléndole en la cabeza.
Cuando llegamos a su casa, pagó al taxista, subimos en el ascensor y un momento después, casi sin que me diera cuenta, estábamos en su piso.
Estaba tan distraída, tan absorta, que no le vi abrir la puerta. Todo aquello me parecía un sueño.
Ren tiró las llaves sobre la mesa baja, así que, evidentemente, había abierto la puerta.
—¿Quieres beber algo? —preguntó.
Sacudí la cabeza mientras me quitaba las dagas de la cintura y las colocaba sobre la mesa, junto a mi bolso. Luego me senté en el sofá.
—No, gracias.
—Estás nerviosa —señaló al dejarse caer a mi lado—. No quiero que estés nerviosa.
—¿Tanto se me nota?
—Sí. —Miró mi pelo recogido en un moño suelto—. Imagino que estos días han sido muy duros.
—¿Duros? —Me reí, pasando las manos por mis rodillas—. Es sólo que… No sé. No paro de pensar que esto es una especie de sueño. Qué tontería, ¿verdad?
—No, no es una tontería. —Se giró hacia mí y puso su mano sobre la mía—. Me despedí de ti sin darte la oportunidad de explicarte del todo. Desaparecí del mapa. Fue un error, sobre todo después de lo que le pasó a tu amiga.
—Sí, te portaste un poco como un… capullo.
Sus ojos brillaron como gemas.
—Reaccioné mal. Y me arrepiento, te lo aseguro.
—¿Sí?
—Más de lo que imaginas —contestó.
Respiré hondo, pero no me sirvió de mucho.
—¿Cómo vamos a solucionar este embrollo?
—No lo sé —contestó—. Pero estoy seguro de que encontraremos la manera.
Había tantas cosas que decir… Yo tenía la sensación de que mi cerebro giraba y giraba, repitiéndose constantemente, pero cuando Ren se inclinó y apoyó su frente contra la mía, cerré los ojos y me permití vivir aquel instante con el hombre del que me había enamorado.
Le agarré por los brazos y, no sé cómo, acabé tumbada de espaldas, con él encima. Las yemas de sus dedos se deslizaron por mi cara y por la curva de mi mandíbula. Me costaba respirar.
Ren acercó su boca a la mía. No fue un beso que empezara lentamente. Me mordió el labio inferior, haciéndome gemir. Cuando abrí los labios, aprovechó la ocasión. Todavía sabía a menta y, cuando nuestras lenguas se entrelazaron, pasé la mano por su pelo sedoso y revuelto.
Mil preguntas se agitaban en mi cabeza. Teníamos que hablar de tantas cosas…, pero en ese momento sólo podía pensar en saborearle, en sentir su cuerpo pegado al mío.
Me sobresalté cuando sus dedos fríos se deslizaron por mi vientre y mi costado, hasta la tira de mi sujetador. Separó sus labios de los míos y los deslizó por mi cuello. Con los ojos cerrados, eché la cabeza hacia atrás para dejarle el campo libre. Cerró la mano sobre la copa de mi sujetador y yo arqueé la espalda. Levanté las caderas instintivamente y empecé a restregarme contra él.
Me detuve un momento y abrí los ojos pestañeando. No parecía él, lo cual era muy extraño, porque normalmente no podía ocultar lo interesado que estaba, y siempre estaba interesado. ¿De verdad estaba excitado o sólo quería…? Dios mío. Intenté no pensarlo, pero le puse las manos en el pecho.
—¿Quieres… quieres que vayamos más despacio?
—¿Parar? —Cambió de postura, metiendo una pierna entre mis muslos y golpeando ese punto con sorprendente precisión—. No, nada de eso.
—No estás…
Su boca me hizo callar, y volvió a besarme como antes, sin apenas dejarme margen para pensar.
Siguió tocándome. Sus manos ya no estaban frías, y la siguiente vez que di un respingo fue porque metió los dedos por debajo de las copas de mi sujetador.
—Increíble —murmuró mientras deslizaba la otra mano por mi cadera.
Me instó a moverme, y no hizo falta que insistiera. Comencé a mover las caderas, a restregarme contra su muslo al tiempo que metía las manos por debajo de su camisa.
Apartó su boca de la mía.
—¿Quieres…?
De pronto llamaron a la puerta. Giró la cabeza y miró por encima del respaldo del sofá. Pasó un segundo y luego me miró a los ojos.
—Ignóralo.
Decidí hacerle caso.
Ren retiró a un lado una de las copas de mi sujetador. Los golpes en la puerta se hicieron más insistentes. Su pulgar rozó mi pezón.
Siguieron aporreando la puerta, y de pronto oímos una voz.
—¡Ren! Si estás ahí, necesito que abras la dichosa puerta enseguida.
Yo reconocí vagamente aquella voz y saqué las manos de debajo de su camisa.
—Deberías abrir —dije en voz baja.
Dejó escapar un gruñido gutural al apartarse de mí. Aquel gruñido daba un poco de miedo, pero también era excitante, aunque yo no estuviera del todo segura de que estuviera muy centrado en lo que estaba pasando.
Se levantó rápidamente. Yo me incorporé y me coloqué el sujetador para que no se me saliera un pecho. Luego me bajé la camisa. Ren estaba junto a la puerta cuando miré por encima del respaldo del sofá. Abrió, y enseguida comprendí por qué había reconocido aquella voz.
Henry entró enseguida, rozando a Ren. Al verme en el sofá esbozó una sonrisa burlona y desdeñosa, y tuve la sensación de que estaba a punto de escupir en el suelo.
—Vaya, esto explica por qué no contestabas al teléfono.
Ren cerró la puerta y se volvió hacia él.
—¿Dónde diablos te habías metido? —preguntó Henry con aspereza—. Kyle dijo que eras de fiar, que podíamos contar contigo. Pero de momento con lo único que se puede contar es con que te pases el día follando.
Yo levanté las cejas.
—Hola, Henry.
Se giró hacia mí, dándole la espalda a Ren.
—Conque no sabías nada de él, ¿eh?
Esbocé una sonrisa tensa, pero decidí que no me apetecía explicarle que no había tenido noticias de Ren hasta una hora antes, aproximadamente. La actitud de aquel tipo empezaba a no gustarme nada.
—Esto es una mierda —soltó Henry, mirándome como si hubiera visto la escena que acababa de interrumpir y le diera asco.
Yo me sentí insultada.
—Ren —añadió—, no puedes estar…
Su cuello se giró bruscamente a la derecha. Yo me incorporé y me aparté del respaldo del sofá al ver las manos de Ren a ambos lados de su cabeza. Luego apartó las manos y Henry se desplomó y cayó al suelo con un ruido ensordecedor.
Ren le había roto el cuello.