13

El príncipe se quedó quieto un momento, y a mí me recordó a una de esas estatuas de los tejados, hechas de mármol y carentes de vida y calor. Sólo su cabello del color de la noche se movía con la brisa, agitándose sobre sus facciones labradas a cincel.

Retrocedí instintivamente, y en ese momento me di cuenta de que no llevaba armas en las manos. Había estado peleando con Val, y no había sacado ninguna arma. Lo que había dicho era cierto: no tenía valor para matarla.

Pero en ese momento tenía otras cosas más urgentes en las que pensar.

El príncipe había vuelto, y yo me acordé de otra cosa que había dicho Val. Sólo necesito ganar un poco más de tiempo… Val sabía que el príncipe iba a venir.

—Bruja —siseé.

—Sabía que vendría —dijo en voz baja.

La furia bulló dentro de mí como lava.

—Me dan ganas de pegarte otra vez.

—Chicas —murmuró el príncipe al erguirse en toda su impresionante estatura—. ¿Qué es lo que dicen los humanos? ¿Para qué luchar cuando se puede hacer el amor?

—Qué original —respondí, separando los pies para afianzarme en el suelo.

Una sonrisa burlona se dibujó en los labios casi perfectos del príncipe cuando se bajó de la cornisa de la azotea. Iba vestido casi igual que el día anterior. El viento agitaba su camisa, pegándola a su pecho y sus abdominales.

—Tu cabello sigue siendo horriblemente llamativo, incluso de noche.

Me quedé mirándole con las cejas levantadas.

Se acercó unos pasos y levantó la barbilla, dilatando las aletas de la nariz.

—Huelo tu sangre.

—Esto se pone cada vez mejor —mascullé yo.

El príncipe ladeó la cabeza.

—Se me ocurren muchas maneras de hacer que la noche mejore.

Puaj.

Val se acercó a él y yo me puse en tensión.

—No te acerques —le advertí.

Ella levantó una ceja.

—Ya me he acercado a él, nena. Mucho, además, tú ya me entiendes.

Sí, la entendí perfectamente.

Y me dieron ganas de vomitar.

Pero no entendía por qué seguía intentando protegerla después de lo que había hecho.

—¿Por qué estás sangrando? —preguntó el príncipe. Como no respondí, miró a Val—. Explícate.

—Estábamos peleando —contestó ella de inmediato con timidez.

Yo nunca la había oído hablar así. Val no era tímida; todo lo contrario.

—Me ha atacado —añadió—. He tenido que defenderme.

El príncipe enarcó una ceja.

—Tenías que traérmela. No darle una paliza.

—Bueno, yo no diría que me ha dado una paliza —mascullé.

No me hicieron caso, y vi que Val empezaba a mover los dedos con nerviosismo.

—No tenía previsto que me viera esta noche. Ya sabes lo que estaba haciendo en el Barrio Francés. Lo que me habías pedido.

—¿Qué estabas haciendo? —pregunté yo, pero esta vez tampoco me hicieron caso.

El príncipe se giró un poco hacia Val, lo que me dio cierta ventaja. Me agaché lentamente y metí la mano bajo la pernera del pantalón.

Val cambió de postura, apoyándose primero en un pie y luego en el otro.

—Te dije que debíamos darle tiempo, pero te prometí…

Desenganché la estaca de espino mientras el príncipe decía:

—Prometiste traérmela, pero no entiendo cómo pensabas lograrlo usando los puños.

Yo tampoco entendía por qué Val le había prometido algo que tenía que ver conmigo, pero mantuve la boca cerrada y me incorporé.

—Voy a cumplir mi promesa. Sólo necesito tiempo. Ivy es complicada, Drake. —Val tenía los ojos muy abiertos—. Sólo necesito más tiempo.

¿Drake? ¿El príncipe se llamaba Drake? Tomé nota de aquel dato y de pronto salté hacia él.

Levantó una mano sin mirarme siquiera. Choqué contra un muro invisible, caí suavemente hacia atrás y mis botas resbalaron en el pavimento.

—No tienes permiso para dirigirte a mí con tanta familiaridad.

—Lo lamento —se apresuró a susurrar Val—. Tenéis razón. Me he excedido.

Yo, que por fin había dejado de resbalar, no pude permanecer callada más tiempo.

—¿Acabas de disculparte por tutearle? ¿Por tutearle? Pero ¿es que estás fumada o qué? Además, que quede claro que Val no va a atraerme al lado oscuro. Eso es imposible. Así que no sé qué te habrá prometido, pero olvídalo. —Avancé, y me alegré al ver que nada me lo impedía—. No puedes utilizarla a ella para conseguirme, Drake.

Giró la cabeza hacia mí y sonrió. Me dio un vuelco el estómago, y no en el buen sentido.

—A ti tampoco te he dado permiso para tutearme.

Abrí los brazos en cruz.

—Mira cómo tiemblo. Me importa una mierda que no me hayas dado permiso.

—Ivy —susurró Val—, para.

La fría sonrisa del príncipe se ensanchó.

—Vaya, mi pajarito no sabe cuándo parar. Tiene suerte de ser necesaria. Tú, en cambio… —Fijó la mirada en Val—. Tú no eres tan afortunada.

Sucedió tan deprisa que no le vi moverse. Val estaba a su lado, de pie, y un instante después el príncipe estaba de nuevo sobre la cornisa y Val había desaparecido. Se oían ruidos procedentes de la calle. Cláxones. Chirridos de neumáticos. Y el viento, que parecía gemir y chillar.

Me quedé allí parada unos segundos, presa del pánico.

—¿Has…?

—Era un problema para ti, ¿verdad? —preguntó Drake sin ninguna emoción—. Me he encargado de ella.

¿Se había encargado de ella? Le miré horrorizada.

—Pero ¿cómo…? Te estaba ayudando.

—Como tú misma has dicho, no podía utilizarla para conseguirte. —Encogió sus anchos hombros—. Era prescindible. Tú, no.

Ay, Dios mío.

—Te traicionó. Y yo te he vengado.

Ay, Dios mío.

Drake se acercó a mí y yo levanté la estaca de espino.

—No te acerques.

Bajó la mirada y suspiró.

—¿Recuerdas lo que pasó la última vez que me amenazaste con un arma?

Sentí un escalofrío, porque lo recordaba perfectamente, pero aun así me mantuve en mis trece.

—¿De veras crees que eso va a impedirme pelear contigo?

—No —contestó—. Por lo visto, no escarmientas.

Apreté con fuerza la estaca y eché una ojeada a la cornisa.

—Puede que no, pero ahora mismo no me preocupa que puedas hacer daño a nadie. Estamos solos.

—Por eso precisamente deberías extremar la prudencia. —Levantó la barbilla y los mechones oscuros de su pelo rozaron sus hombros—. Podría hacerte lo que quisiera y nadie podría impedírmelo, ni siquiera tú.

Un escalofrío me recorrió la columna vertebral. Pasaron unos segundos. Luego, volvió a aparecer su sonrisa gélida.

—Adiós. Por ahora.

El aire pareció distorsionarse a su alrededor y en un abrir y cerrar de ojos se transformó de nuevo en cuervo. Desplegó sus grandes alas, pasó volando por encima de la cornisa y se perdió de vista.

Respiré hondo, temblorosa, y bajé lentamente la estaca.

Me acerqué corriendo a la cornisa, apoyé la mano en la fría piedra y me incliné hacia delante. El viento agitó los mechones sueltos de mi pelo, apartándolos de mi cara. Ni siquiera sé por qué me molesté en mirar. Ya sabía lo que iba a ver.

Allí, sobre el techo de un todoterreno oscuro, yacía Val, con los brazos y las piernas torcidos y dislocados.

Estaba muerta.

El instinto se apoderó de mí, embotando mis sentidos. Sabía que tenía que alejarme del hotel sin que me vieran, y no iba a ser fácil hacerlo teniendo en cuenta que había entrado en el vestíbulo persiguiendo a Val, la mujer que ahora yacía muerta en la calle.

Ay, Dios.

Sentí un nudo de emoción en la garganta mientras bajaba corriendo las escaleras. Me metí en uno de los pasillos del hotel y me encaminé al ascensor. Por suerte no hacía falta tarjeta para usarlo. Me recogí el pelo hacia arriba y me hice un moño flojo. En el vestíbulo, la gente se agolpaba alrededor de la puerta giratoria de cristal. Me abrí paso como pude, salí a Canal y me dirigí a la derecha, sin hacer caso de los ruidos: de lo que veía la gente, de las exclamaciones de horror, de las sirenas. Cuando regresé a Bourbon, saqué mi teléfono. Iba a llamar a Ren, pero como no me había mandado ningún mensaje comprendí que seguía ocupado. Embotada todavía por la impresión, decidí no molestarle. Sabía que tenía que informar de lo ocurrido, así que busqué el número de David y pulsé la tecla de marcar mientras avanzaba por la calle sin mirar por dónde iba.

David contestó al cuarto pitido.

—¿Qué?

Siempre contestaba así. «¿Qué?» Ni siquiera era una pregunta, sino una exigencia. Por algún motivo, oír algo tan familiar consiguió aflojar un poco el nudo que notaba en el estómago.

—Soy Ivy.

—Ya me lo figuraba: lo ponía en la pantalla —contestó con sorna—. ¿Qué ocurre?

Una mujer mayor se fijó en mí y puso cara de preocupación. Me pasé la manga por la nariz sin darme cuenta de que había sangrado.

—Val está muerta.

El taco que soltó me resonó en los oídos.

—Necesito más detalles. Y rápido.

—La he visto en Bourbon y ha echado a correr. La he seguido hasta la azotea de un hotel de Canal —expliqué en voz baja mientras seguía andando por la calle—. No sé qué estaba haciendo en el Barrio Francés, no quiso decírmelo. Nos peleamos y… —Me quedé un momento sin respiración porque no podía contarle toda la verdad, ¿y en qué me convertía eso? Ya aclararía todo aquel embrollo más adelante—. Se ha tirado desde la azotea.

—Mierda —masculló David.

Tomé aire, pero seguía costándome respirar.

—No la he matado yo. —David no contestó, y ni siquiera sé por qué seguí hablando—. Le he preguntado por qué estaba haciendo todo esto, por qué nos ha traicionado. Y…

—Da igual, Ivy. El porqué no importa. Lo hecho, hecho está. Fue ella quien decidió —respondió con un suspiro profundo—. ¿Sigue en Canal?

Se me revolvió el estómago.

—Sí.

—Voy a mandar a alguien. Llama a Robby. Avísales de que es de los nuestros. —Hizo una pausa—. Tómate el resto de la noche libre.

Me detuve en medio de la acera. Una mujer tropezó conmigo, y yo le lancé una mirada, avisándola de que no dijera una palabra.

—¿Por qué? Estoy bien. Puedo…

—Estabas muy unida a ella. Acabas de verla morir. Me da igual lo que digas. Tienes el resto de la noche libre. Apártate de las calles o tampoco trabajarás mañana —dijo David—. Hablo en serio. Es una orden.

Eché a andar otra vez, apreté los dientes y enseguida me arrepentí de haberlo hecho porque me dolió la mandíbula.

—Muy bien.

—Voy a necesitar que te pases mañana por aquí para que rellenes el informe —dijo—. No lo olvides.

No me apetecía nada hacerlo. Colgué, pero no había dado ni cuatro pasos cuando sonó mi teléfono. Era Ren.

—Hola —dije.

—Acabo de enterarme de lo de Val. ¿Dónde estás?

—Eh… —Miré alrededor—. En Bourbon. Enfrente de Galatoire’s.

—Quédate ahí, nos vemos dentro de un rato.

—Ren —susurré con el corazón acelerado. Tenía muchísimas ganas de llorar—. Estás ocupado, eres un miembro de la Elite. No hace falta que vengas.

—Si tú me necesitas, es ahí donde tengo que estar —concluyó—. Enseguida estoy ahí, ¿de acuerdo?

Colgó antes de que me diera tiempo a responder, y tuve que respirar hondo para no derrumbarme. Miré a mi alrededor y, como no encontré ningún sitio donde sentarme, me apoyé contra la pared de color mostaza y esperé mientras aquel horrible ardor que notaba en el estómago me subía lentamente por la garganta.

Val había traicionado a la Orden. Casi había conseguido que me mataran, pero… también había sido mi mejor amiga, y ahora estaba muerta. Muerta en la calle por las decisiones que había tomado, por la confianza que había traicionado, por la fe que había puesto equivocadamente en quien no debía. No entendía cómo podía sentir tanto dolor por una persona que había hecho algo tan atroz y, sin embargo, lo sentía. Sus actos no disminuían mi tristeza.

Al contrario.

Ren tardó veinte minutos en llegar, cinco menos de lo que solía tardarse en recorrer esa distancia a pie, lo cual era impresionante. No dijo nada al verme apoyada contra la pared, y yo tampoco hablé, en parte porque me sentí enormemente aliviada al ver su pelo ondulado y revuelto, sus ojos verdes, cálidos y brillantes, y todo él, tan rebosante de vida.

Se acercó a mí y un segundo después estaba en sus brazos. Me estrechó con todas sus fuerzas, y no me importó lo que pensara de nosotros la gente que pasaba por la calle. Le rodeé con los brazos y me aferré a él. Subió y bajó una mano por mi espalda, y estuvimos así un rato muy largo, tan largo que pareció una eternidad.

—¿Estás bien? —Se echó hacia atrás y me rozó la frente con los labios—. Tienes la mandíbula un poco colorada.

—Estoy bien —contesté con voz ronca.

Me pasó el brazo por los hombros y me apretó de nuevo contra su pecho.

—Lo siento, cariño.

Clavé los dedos en su camisa.

—Yo no la he matado, Ren. Ha sido…

—Da igual cómo haya sido —dijo, pero no daba igual. Le estaba ocultando tantas cosas…—. No quería que te enfrentaras a ella. Es demasiado duro —añadió—. Sé cómo te sientes.

Abrí los ojos lentamente. Ren sabía, en efecto, cómo me sentía. Más o menos. Su mejor amigo no le había traicionado porque ni siquiera sabía que era un semihumano, pero Ren se había situado inadvertidamente en el bando enemigo al preocuparse por él, por alguien a quien quería.

Y ahora estaba haciendo lo mismo, sin saberlo.

Me acordé de lo que había sucedido unas horas antes. Había estado a punto de confesarle la verdad, pero me había detenido a tiempo. La aparición de Henry y lo que acababa de suceder con Val no cambiaba nada. Me aparté de él y me aclaré la garganta.

—Entonces, ¿qué quería Kyle?

Observó mi cara y me apartó unos cuantos rizos sueltos.

—Hablar de la semihumana y hacer planes para tratar de averiguar dónde se esconden los faes, a ver si podemos capturar a alguno y que nos dé una pista. Pero si Val ha…

El corazón comenzó a latirme con violencia otra vez. No sabía cuántos faes estaban al corriente de que la semihumana era yo, pero probablemente eran muchos. No había escapatoria. Lo que acababa de sucederle a Val me lo había dejado claro.

—Val no era la semihumana, Ren.

Frunció el entrecejo.

—Sé que Kyle cree que…

—La semihumana soy yo —susurré.