20

Con el corazón desbocado, me llevé la mano derecha a la cadera, donde tenía sujeta la daga de hierro. Miró mi mano y luego me miró a los ojos. No le pasó desapercibido mi gesto.

Por supuesto que no.

Me invadió una sensación de horror al darme cuenta de lo que ocurría. Aquella… aquella cosa que tenía delante no era Ren. Como tampoco era Ren el de Jackson Square. Ni el que me había besado y tocado en el sofá. Me tembló la mano de repulsión. Parecía él, pero no lo era, y eso significaba que el verdadero Ren…

Dios mío.

El dolor me atravesó el pecho.

—¿Dónde está Ren?

Aquella cosa que tenía delante de mí levantó las cejas.

—¿De qué estás hablando? Me tienes delante.

—Tú no eres Ren. —Deslicé la mano debajo de mi camisa y agarré el mango de la daga.

—De acuerdo. —Levantó las manos—. No sé qué te ocurre, pero no me cabe duda de que podemos solucionar esto juntos.

Dios mío, hasta su forma de hablar era distinta. Aquella cosa hablaba con demasiada formalidad. ¿Cómo era posible que no lo hubiera notado antes? Desenganché la daga y me puse en guardia.

—¿Dónde está el verdadero Ren?

Salió de detrás de la isla y yo me puse en tensión.

—Ivy…

—No digas mi nombre —ordené, asiendo con fuerza la daga.

Dios, ¿cuándo había suplantado a Ren? Se me encogió el estómago como si lo atravesara un frío puñal. No. El que había luchado con el caballero tenía que haber sido él. Habíamos hecho el amor. Me habría dado cuenta si no fuera él, pero ahora no podía pensar en eso.

—Dime dónde está Ren o te juro que te haré sufrir antes de matarte, seas lo que seas.

Aquella cosa sólo podía ser un fae capaz de transmutarse, de cambiar de forma, pero, que nosotros supiéramos, ninguno había cruzado las puertas desde que se cerraron por última vez. Nunca habíamos atrapado a uno y, según la tradición, para que uno de ellos habitara en nuestro mundo, el humano cuyo cuerpo ocupaba tenía que estar en el Otro Mundo. Pero eso no era posible. Las puertas estaban cerradas.

Comencé a barajar los peores escenarios posibles al tiempo que separaba las piernas para afianzarme en el suelo.

—Más te vale empezar a hablar ahora mismo.

Levantó la barbilla y se me quedó mirando. Luego, una sonrisa gélida se extendió lentamente por aquel rostro idéntico al de Ren. Parpadeó y, cuando volvió a abrir los ojos, ya no eran de color esmeralda sino azules como el hielo. Contuve la respiración.

—Confiaba en que no me descubrieras tan rápidamente —dijo aquella cosa que llevaba la cara y el cuerpo de Ren—. Por desgracia, eres más lista de lo que creía.

Avanzó hacia mí y yo levanté la daga.

—Para —le ordené—. No te acerques más.

—¿Y qué vas a hacer para impedírmelo? —preguntó.

Abrí la boca para decirle que le cortaría una parte importante de su anatomía y se la haría tragar, pero en ese instante se abalanzó hacia mí. Me aparté en el último segundo y salté hacia atrás. Le lancé un golpe con la mano libre, pero me agarró de la muñeca.

—Podrías haber intentado apuñalarme, pero no lo has hecho. —Tiró de mí bruscamente y choqué contra su pecho, de puntillas—. Mientras tenga su aspecto, no podrás hacerme nada.

Tenía razón. Maldita sea. Aunque sabía que aquél no era Ren, le había lanzado un puñetazo, no había podido apuñalarle. Y había pagado un precio por ello. Me agarró de la otra muñeca y me la retorció. El dolor me atravesó el brazo. Me temblaron los dedos. La daga cayó al suelo.

Empecé a maldecir cuando el falso Ren me soltó. Di un paso atrás y levanté la rodilla intentando asestarle un golpe en una zona delicada, pero se anticipó a mi movimiento y se giró. Mi rodilla chocó contra su muslo.

Soltó un gruñido.

—Eso no ha sido muy amable, pajarito.

Pajarito. Levanté la mirada y un escalofrío recorrió mi espalda.

—Tú —susurré, y me embargó el horror al comprender lo que estaba sucediendo, lo que había estado a punto de hacer con él—. Drake.

El príncipe que se ocultaba tras el rostro de Ren sonrió.

Sentí un nudo de pánico en la boca del estómago. ¿El príncipe podía adoptar otra forma? Le había visto transformarse en cuervo, claro, pero ¿en humano? Ignoraba que fuera capaz de algo así, y no imaginaba que pudiera hacerse pasar por otra persona, por Ren. Pero nada de eso importaba en ese instante.

—¿Dónde está Ren? —grité, apartándome de él.

Me giré violentamente para poner distancia entre nosotros. Me incliné hacia atrás, lanzándole un puñetazo con la mano libre, conseguí que me soltara el brazo.

—Qué agresiva —dijo, riendo.

Di un salto atrás sin dejar de mirarle y eché mano de mi otra daga.

—¿Dónde está? —pregunté otra vez.

—Está un poco… ocupado en estos momentos.

Empuñé la daga, tratando de que no me temblara la mano.

—¿Qué quieres decir?

Siguió sonriendo mientras se acercaba.

—¿Está vivo? —Como no respondió, estuve a punto de perder el control—. ¡Contesta!

—La última vez que pregunté, sí. —Se encogió de hombros—. Claro que eso puede cambiar en cualquier momento.

Dios mío. El pánico que bullía dentro de mí amenazaba con paralizarme.

—Más te vale que esté vivo.

Una mueca desdeñosa reemplazó a su fría sonrisa.

—¿Y si no lo está?

No respondí. Mi instinto me pedía a gritos que huyera, que me alejara todo lo posible del príncipe, pero era mi único lazo con Ren… si es que de verdad estaba vivo.

—Tienes que admitir que ha sido impresionante —dijo Drake—. Si no hubiera sido por el maldito café, no te habrías dado cuenta.

—Me habría dado cuenta.

Y era cierto. Con un poco de suerte, me habría dado cuenta antes de que las cosas fueran más lejos. Pero debería haberlo notado enseguida. Había visto indicios de que aquél no era Ren desde el momento en que apareció en Jackson Square. Su forma de hablar. El hecho de que no hubiera querido conducir. Su sabor a menta (ay, Dios). La frialdad de sus caricias.

Y el hecho de que hubiera matado a Henry sin contemplaciones.

—¿Te habrías dado cuenta cuando tuviera mi lengua metida en tu boca y estuviera penetrándote? —preguntó—. Porque si te hubiera follado, habría sido yo quien te follara y no esta criatura patética.

No pensé. Reaccioné por pura furia y me lancé hacia él, dibujando un gran arco con la daga. Se apartó de un salto, pero cuando estoy enfadada soy muy rápida. Le acerté en el pecho, rasgándole la camisa y haciendo brotar la sangre oscura y rutilante. Podía parecer Ren, pero no era él. Me preparé para asestarle otro golpe.

Dejó escapar un sonido que hizo que se me erizara el vello de la nuca. Lanzó las manos hacia mí en el instante en que bajaba la daga y salí despedida hacia atrás. Choqué contra la pared pero no solté la daga y, antes de que me diera tiempo a moverme, el príncipe se echó sobre mí.

Me agarró de la muñeca derecha y me oprimió el brazo y el cuerpo contra la pared.

—Te habrías dado cuenta de que era yo cuando empezaras a correrte —dijo, casi rozando con los labios la curva de mi cuello—. Y antes has estado a punto, ¿verdad que sí?

Una furia cegadora inundó mis sentidos.

—Creía que era Ren. me das asco.

—Sigue intentando convencerte de eso. —Mordió el lóbulo de mi oreja y yo volví a gritar.

—Suéltame —gruñí.

—No, nada de eso. —Bajó la cabeza y respiré hondo, temblorosa.

Pasó un instante. Luego, Drake levantó la cabeza y un escalofrío gélido recorrió un lado de mi cuello.

—Deseas este cuerpo y esta forma. No entiendo por qué, pero si es lo que hace falta…

La única arma de que disponía era mi cabeza, así que la estrellé contra su mandíbula. El dolor del golpe me cegó un instante. Drake maldijo violentamente y retrocedió. Yo eché el brazo hacia atrás y le lancé la daga, sabiendo que no le mataría pero que al menos le haría algún daño.

Se le clavó profundamente en el pecho. El príncipe soltó un exabrupto y agarró la empuñadura. Extrajo la daga de su pecho y la lanzó contra la pared con tanta fuerza que la punta atravesó los azulejos. El mango empezó a vibrar.

Ay, mierda.

Inclinándome, intenté coger la estaca de espino. Rocé con los dedos su superficie lisa un segundo antes de que una mano me agarrara del pelo. El príncipe tiró de mí hacia un lado con tanta fuerza que resbalé por el suelo de la cocina. Un dolor ardiente me recorrió la cadera.

Drake me agarró por la bota y me levantó la pierna, tan alto que mi espalda chocó con el suelo. La pernera de mi pantalón se rasgó unos centímetros cuando tiró de ella. Agarró la estaca de espino y la lanzó al otro lado de la habitación. Golpeó la pared cerca de la nevera y cayó al suelo. Drake soltó mi pierna.

—No vas a clavarme eso.

Maldita sea.

Me di la vuelta y me puse en pie de un salto. Agarré la taza de café que había sobre la encimera y se la lancé. La esquivó sin esfuerzo. La cerámica se estrelló contra la pared, manchándolo todo de café.

—¿Eso es todo lo que sabes hacer? —preguntó riendo.

Me lancé a por la estaca, pero me agarró por la cintura y solté un grito de rabia. Le clavé las uñas mientras me arrastraba fuera de la cocina. Pataleé y volqué de una patada la lámpara metálica negra, que cayó al suelo y se abolló.

—¿Por qué te resistes, Ivy? Sabes que no puedes ganar.

Mierda.

Me quedé quieta. Drake no se lo esperaba y aflojó un poco la presión de los brazos, así que aproveché para darle un pisotón y un codazo en el estómago.

—Por los dioses antiguos, estás poniendo a prueba mi paciencia. —Tiró de mí hacia la derecha y me rodeó el pecho con el brazo, sujetándome con fuerza.

Entonces sentí que volaba.

Choqué contra el sofá y caí de bruces sobre los cojines del respaldo. Quedé aturdida un momento. Después, me giré para ponerme boca arriba y empecé a mover las piernas, pero Drake se me echó encima de pronto. Su mano me agarró por la garganta.

Me revolví, pataleando y asestándole puñetazos en los brazos. Levanté las caderas para apartarle de mí, pero pesaba mucho, no había forma de moverle. Su peso me oprimía el pecho, impidiéndome respirar. El instinto se apoderó de mí y comencé a forcejear frenéticamente. Intenté arañarle los ojos, pero mantuvo la cabeza echada hacia atrás.

Entonces aumentó la presión y sentí lo que no había sentido cuando estábamos en el sofá y pensaba que me estaba enrollando con Ren, a escasos segundos de pasar a mayores. Un terror distinto inundó cada una de mis células cuando acercó su boca a la mía, deteniéndose cuando nuestros labios estaban a punto de tocarse.

—Me gusta que te resistas.

Paré inmediatamente.

—Me das asco —le espeté.

—Es una lástima —murmuró—. Pero ya habrá tiempo para eso después.

Me obligué a estarme quieta y traté de respirar mientras le observaba. Parecía Ren. Tenía su misma voz aunque no hablara igual, pero no era Ren quien me estaba haciendo daño, quien iba asfixiándome poco a poco. No era Ren quien me estaba aterrorizando, quien me enfurecía y me revolvía las tripas.

Sólo se parecía a él.

Era la maldad más cruel envuelta en la belleza más íntima.

Recorrió mi cara con la mirada al tiempo que introducía la otra mano entre nuestros cuerpos. Cogió la parte delantera de mi camisa y durante un instante no supe qué se proponía. Luego agarró mi cadena. Dio un tirón. Me sentí impulsada hacia delante y un instante después el príncipe tenía en la mano mi collar: el ojo de tigre con el trébol dentro.

Abrí los ojos desmesuradamente.

—Voy a disfrutar de esto mucho más de lo que imaginas.

Acercó su boca a la mía y yo cerré los labios con fuerza.

—Cuánta resistencia —dijo al tiempo que me agarraba por la barbilla.

Clavó los dedos en mis mejillas, obligándome a abrir la boca. Sentí que aquel sabor a menta inundaba mi boca, pero Drake no intentó besarme.

Respiró hondo.

Todo mi cuerpo se sacudió cuando un ardor gélido bajó por mi garganta e invadió mi vientre. Se estaba alimentando. Dios mío, se estaba alimentando. Cada vez que aspiraba, me robaba energía, absorbía mi fuerza vital. Noté un peso en el estómago, un pinchazo agudo como el filo de una navaja. Aquella punzada me atravesó, y recordé vagamente que Val me había dicho que podía ser placentero, más aún que el sexo. A mí no me lo pareció: tuve la sensación de que estaba absorbiendo cada partícula de mi ser.

La oscuridad se agolpó a mi alrededor, cubriendo la luz y el sonido. Sentí entonces que no sólo me estaba robando la energía. Luché por seguir notando mi cuerpo. Había demasiadas cosas en juego, pero aquella quemazón me había invadido por completo. Traté de apartarme de ella, de encogerme y alejarme. Solté sus brazos y mi voluntad pareció desmoronarse y evaporarse, hasta que mi cuerpo quedó inerme y mis brazos cayeron hacia los lados. Vi cómo la negrura invadía las venas de mis manos, extendiéndose hacia fuera.

Y luego ya no vi nada.