14

Ay, Dios mío.

Ya estaba. Ya lo había dicho. Había dicho la verdad, una verdad demoledora, allí parada, delante de un edificio que seguramente era un bar.

Ren levantó las cejas y entreabrió los labios carnosos. Pasaron unos segundos durante los cuales el corazón no dejó de latirme estruendosamente en el pecho.

—¿Qué? —dijo por fin—. Ivy…

—Soy yo. —La voz me temblaba tanto como las manos—. No me enteré hasta más o menos una semana después de luchar con el príncipe. No…

—Para —dijo levantando las manos—. No sé por qué crees eso, y me da igual lo que haya dicho Kyle. Val era la semihumana. Es lo más lógico.

—No, no lo es. —Di un paso atrás, tragando saliva con esfuerzo.

Las lágrimas se me agolpaban en la garganta, pero tenía que dominarme. Respiré hondo, a pesar de que me ardía la garganta.

—Lo que ha dicho Kyle es cierto. Si Val hubiera sido la semihumana, no la habrían puesto en peligro esa noche para abrir la puerta. Ni habría estado aquí esta noche. Habrían hecho todo lo posible por protegerla, para que estuviera disponible para… para el príncipe. No era ella.

—Está bien. De acuerdo. —Se pasó la mano por el pelo alborotado—. Entiendo lo que dices, y sé que has estado sometida a mucha tensión, pero…

—No es eso, Ren. No me estás escuchando. No es una teoría descabellada que acabe de inventarme. Ni siquiera yo entiendo cómo puede ser. Dijiste que mis padres estaban enamorados y que no había ninguna prueba de que hubieran estado con otras personas. Puede que fuera como lo que pasó con tu amigo. No sé qué ocurrió, pero soy yo. —Cerré los puños—. Soy yo.

Se quedó mirándome y respiró hondo.

—Eso es imposible.

Dejé escapar el aire bruscamente, le agarré de la mano y tiré de él hasta llegar a un callejón bien iluminado que daba a un patio. Olía ligeramente a moho y a fluidos corporales sospechosos, pero era el sitio más íntimo que había por allí.

Miré hacia la entrada del callejón y vi pasar gente, ajena a lo que sucedía a escasos metros de distancia.

—Sé que debería habértelo dicho en cuanto me enteré, pero… Confiaba en que no fuera necesario, en no tener que decírselo a nadie, y sé que fue un error, pero… —Volví a mirarle. Me miraba fijamente—. No puedo seguir mintiéndote. No puedo, estando ellos aquí. No puedo hacerte eso. No quiero que te pille desprevenido.

Abrió los labios y respiró hondo otra vez.

—Lo siento —murmuré—. Debo de darte asco.

Meneó lentamente la cabeza.

—¿Asco? Tú jamás podrías darme asco.

Una chispa de esperanza se encendió dentro de mí. ¿Quería decir que me aceptaba, aun sabiendo lo que era? ¿Que no iba a entregarme y que…?

—No sé qué te ocurre, pero podemos resolverlo. —Se acercó a mí y levantó una mano—. Tratar de llegar al fondo de la cuestión, descubrir por qué piensas eso.

Una oleada de decepción apagó mi esperanza. No me creía. Dios mío…

—Te lo demostraré —dije.

Frunció el entrecejo, preocupado.

—Cariño, no tienes que demostrarme nada.

Sentí una punzada de dolor en el pecho cuando me incliné para sacar la estaca de espino de debajo de la pernera del pantalón. Me incorporé y me giré un poco para que nadie pudiera verme desde la acera. Ren me miró con sorpresa y se lanzó hacia mí, pero llegó tarde. Me hice un corte en la mano, en el mismo sitio donde me había cortado la otra vez. El aire se me escapó entre los dientes cuando levanté la mirada y la clavé en él, sabiendo ya cómo se iba a comportar mi sangre. Burbujearía y chisporrotearía, y aunque apenas había luz en el callejón Ren lo vería. Vería que aquello no era normal.

Dio un salto atrás, tropezó, y yo deduje que rara vez perdía así el equilibrio. Se puso pálido y su boca comenzó a moverse sin emitir sonido.

Yo tragué saliva con esfuerzo y cerré la mano al tiempo que bajaba la estaca de espino.

—Soy la semihumana, Ren.

Me miró fijamente. Sus preciosos ojos verdes parecían llenos de horror y de otra cosa, de una emoción descarnada que no supe identificar.

—Lo siento. Lo siento muchísimo. No podía seguir mintiéndote. Y menos estando ellos aquí. No te pido que mientas por mí, ni que hagas nada o dejes de hacerlo —añadí atropelladamente—. Odio hacerte esto, porque te quiero… —Contuve el aliento bruscamente. Ay, no. Se me habían escapado aquellas dos palabras. El espanto se apoderó de mí—. Ren…

—¿Qué? —susurró.

Yo tenía el corazón en la garganta. No podía repetirlo. No podía volver a decir esas palabras.

Su expresión cambió, y su mirada atónita se deslizó desde mi cara a mi mano.

—¿Me dices que eres esa… esa cosa y luego me dices que me quieres?

Ay, Dios mío.

—¿Cómo es…? ¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta? —preguntó.

Crucé los brazos sin saber qué decir. Notaba la presión de la estaca de espino en el costado. Ren me recorrió de nuevo con la mirada, meneando la cabeza.

—Tú…

Yo casi no podía respirar. Sólo conseguía tomar pequeñas bocanadas de aire que no parecían servirme de nada. Sentía una especie de desgarro en el pecho que sólo había experimentado una vez con anterioridad.

—Ren, no es…

—No puedo. —Levantó una mano para hacerme callar—. Ahora mismo no puedo asimilar esto.

Se me saltaron las lágrimas.

—Tengo… tengo que hablar con David —agregó.

A mí se me paró el corazón. Juro por Dios que se me paró el corazón en el pecho. Cuando volvió a hablar, su voz sonó ronca y rasposa:

—Tengo que contarle lo que pasó con el caballero.

Pestañeé lentamente, entendiendo por fin.

—¿No vas a…?

—No puedo. —Respiró hondo—. No puedo enfrentarme a esto ahora mismo.

Aquella sensación de desgarro se intensificó, abriendo dentro de mí un vacío que yo sabía que jamás podría llenar. No dije nada cuando se alejó y me dejó en el callejón.

No me fui a casa inmediatamente. No sé por qué. Estuve varias horas caminando sin rumbo, temiendo que Kyle o que otros miembros de la Orden salieran de un salto de algún carruaje de caballos de los que circulaban por las callejuelas, o de dentro de algún vehículo con los cristales tintados, y me secuestraran mientras recorría el Barrio Francés.

Pero no fue así.

No quería que se presentaran en mi apartamento para detenerme, estando Tink allí. Quizá por eso no me fui derecha a casa. Pero al final me cansé de caminar y, consciente de que debería haber llegado a casa hacía horas, decidí regresar.

Me crucé una vez con Dylan y otra con Jackie, otro miembro de la Orden, pero ninguno de los dos susurró «semihumana» ni intentó matarme. Ren no se lo había contado a nadie todavía o, si lo había hecho, aún no habían tomado medidas. Ni siquiera me importó que Dylan o Jackie le dijeran a David que seguía en la calle. Tenía problemas mucho más acuciantes.

Cada vez que oía un chirrido de neumáticos o que alguien se acercaba a mí por detrás, me ponía en tensión. Y eso no era bueno. Estaba hecha un lío, y me pasé toda la noche oscilando entre la furia y la tristeza. No me encontré con ningún fae contra el que pudiera descargar mi tensión, lo cual fue una pena, porque me daban ganas de liarme a puñetazos con la gente inocente con la que me cruzaba por la calle. Tenía ganas de golpearles en la garganta al pasar. Aquella marea de emociones turbulentas era casi insoportable. Y cuando me di cuenta de lo horrible que sería ir por ahí golpeando a personas al azar, me sentí fatal y fue aún peor.

Entonces me acordé de Val y el dolor se intensificó.

Y luego pensé en Ren y se me volvió a partir el corazón. Le quería, estaba enamorada de él y… Dios, seguro que ahora me odiaba.

Miraba constantemente mi teléfono mientras deambulaba por las calles, y ni siquiera sabía por qué. Sólo una mínima parte de mí creía que podía recibir un mensaje o una llamada perdida de Ren, una parte muy pequeñita y muy tonta de mi ser. Naturalmente, nunca había nada, pero aquella parte tan insignificante neutralizaba todo lo demás.

Tuve que hacer un enorme esfuerzo por seguir caminando, por seguir buscando faes y no derrumbarme en medio de Orleans Avenue, por no sentarme en el bordillo de la acera y romper a llorar. Nunca me sentí tan aliviada de que acabara mi turno y al mismo tiempo tan reacia a abandonar mi puesto, porque me había acostumbrado a que Ren volviera conmigo a casa.

Esa noche, sin embargo, no fue así.

Seguramente no volvería nunca.

Volví en taxi a Coliseum, aturdida, y cuando entré en mi apartamento la lámpara que había junto a la puerta estaba encendida. Tink había encendido también la vieja caldera, de modo que el apartamento no estaba helado, pero olía a polvo y a pelo chamuscado.

Me pasé la tira del bolso por encima de la cabeza y lo dejó sobre la silla, junto a la puerta. Miré por el pasillo y vi que la puerta de Tink estaba cerrada. No se veía luz por las rendijas. Entré en mi habitación y cerré la puerta sin hacer ruido. Dejé mi móvil sobre la mesilla de noche. No me desvestí. Me quité solamente las botas y las armas y las dejé sobre la cómoda. Todas, menos una. Me quité los pantalones, dejándolos en medio del suelo, y me metí en la cama con la estaca de espino, que coloqué junto a la almohada.

No dormí.

Seguí con los ojos abiertos, mirando la oscuridad sin ver nada. El dolor que sentía en el pecho parecía triplicarse cada vez que latía mi corazón.

Aunque sonara mal, en parte me arrepentía de habérselo contado a Ren. Si no se lo hubiera contado, estaría allí conmigo, haciendo todas esas cosas que me había susurrado al oído antes de que nos fuéramos a trabajar. Me estaría abrazando y me haría olvidar la suerte que había corrido Val. Me besaría en los labios y, aunque eso no cambiaría lo que yo era ni lo que tendríamos que afrontar, todo parecería mucho más… sencillo. No estaría sola. Estaríamos juntos.

Pero entonces estaría mintiéndole.

Cerré la mano con fuerza, sin hacer caso del dolor que me producía el corte. Había hecho lo correcto al decírselo, pero eso no significaba que no fuera doloroso, que no me hubiera afectado en lo más profundo. ¿Qué había dicho Ren?

Esa cosa.

Eso había dicho que era yo. Una cosa. Quizá no lo hubiera dicho en serio, quizá sólo había sido una forma atropellada de expresarlo, pero tenía razón. Ni siquiera era del todo humana. Era una cosa, y había sido una idiota.

¿Por qué me había engañado a mí misma creyendo que teníamos alguna oportunidad de seguir juntos? Debería haberme dado cuenta de que no era posible en cuanto descubrí que era la semihumana. Debería haber puesto fin a nuestra relación y haberme alejado de él. De hecho, no debería haberme enrollado con él. Siempre había sabido que aquello no terminaría bien. Me había resistido y había tratado de mantenerle a distancia, pero al final había cedido, y ahora me hallaba en aquella situación.

Cerré los ojos, tratando de respirar para contener la quemazón que me subía por la garganta y se agolpaba en mis párpados, pero no sirvió de nada. Se me saltaron las lágrimas y, en cuanto empecé a llorar, supe que no iba a poder dominarme. Las lágrimas se convirtieron pronto en sollozos que sacudían todo mi cuerpo. Me tapé la cara con las manos para sofocar el ruido.

Dios, era una sensación tan conocida para mí… Había sentido aquello mismo después de lo de Shaun. Aquello había sido distinto, porque había mucha culpa mezclada con el dolor, y Shaun había muerto. Por suerte Ren seguía vivo, pero lo que sentía en ese momento era igual de intenso.

Y me hacía trizas el corazón.

No conocía a Ren desde hacía tanto tiempo como a Shaun y, aunque Ren y yo habíamos tonteado mucho, en realidad sólo habíamos estado juntos una noche y una mañana. Había tantas cosas que no habíamos experimentado juntos… Y lo mismo había pasado con Shaun. Su vida había terminado por culpa de mis errores absurdos, antes de que tuviera oportunidad de vivir de verdad. ¿Y Ren?

Lo cierto era que lo nuestro había llegado a su fin antes de empezar, y yo no sabía por quién lloraba, si por mí misma o por lo que habíamos perdido, o si era por Val.