23

Me quedé mirando el plato de pollo asado, inhalando su delicioso aroma a hierbas. Olía de maravilla. Debería tener hambre. Lo último que había comido había sido un plato de sopa la noche anterior, hacía casi veinticuatro horas, pero la sola idea de comer hacía que se me revolviera el estómago.

Sería seguramente por la cadena que rodeaba mi cuello. Cada vez que tragaba, me acordaba de que estaba cautiva. Sólo me la quitarían esa noche, cuando me permitieran ducharme. Me permitían ir al baño periódicamente, pero se limitaban a desenganchar la cadena de la cama y dejaban la puerta del cuarto de baño abierta.

Miré con rabia el plato de comida y me dieron ganas de arrojarlo contra la pared. Iba a volverme loca en aquella habitación, preguntándome angustiada qué estaría pasando fuera, en el mundo real.

¿De verdad Ren estaba a salvo? El príncipe me lo había prometido, pero eso no significaba que estuviera bien. ¿Brighton había encontrado a Merle y a ese supuesto grupo de faes bondadosos? ¿Tink se encontraba bien, o habría prendido fuego a mi apartamento sin querer, presa del pánico? ¿Sabía lo que me había pasado? ¿Y qué habría pasado con David y el resto de la Orden? Ya tenían que haberse enterado de la desaparición de Henry y de mi secuestro. Ni siquiera sabía si Henry o Kyle creían de verdad que yo era la semihumana, o si Drake me había mentido.

Tenía tantas preguntas y tan pocas respuestas…

Estiré las piernas y me aparté un rizo grasiento de la cara. Drake sólo me había hecho una visita desde que me había llevado a ver a Ren. El día anterior. La cosa no había ido bien. Yo había tratado de… portarme bien. Ganarme su confianza era mi única oportunidad de escapar, pero aquel tipo me sacaba de quicio.

Al pasear la mirada por la habitación, vi lo de siempre. No había ninguna vía de escape. Mi única posibilidad de escapar era quitarme la cadena del cuello y salir de allí de algún modo. Ignoraba dónde estábamos, pero si salía tendría una oportunidad de huir. Allí dentro no tenía ninguna.

Me puse tensa y levanté las rodillas cuando se abrió la puerta del dormitorio. Entraron dos faes, las dos hembras. A una ya la conocía. Era aquella mujer de cabellera plateada que había puesto cara de horror al verme frente a la celda donde tenían encerrado a Ren. Me había traído la comida la noche anterior y esa mañana, junto con el príncipe y otro antiguo. Se llamaba, casualmente, Faye, o eso me había parecido.

No sabía quién era la otra, la de cabello oscuro, tan bella y esbelta como todos los demás. Rara vez había visto a un fae de pelo oscuro, pero combinaba maravillosamente con su piel plateada. Vestida con vaqueros ceñidos y una camiseta de tirantes también ceñida y casi transparente, tenía unos pechos perfectos a pesar de que no llevaba sujetador. Lo sabía porque se le transparentaban los pezones.

Faye miró mi plato intacto.

—No has comido.

No contesté, porque ¿para qué?

La otra cerró la puerta de la habitación y se metió la mano en el bolsillo de los vaqueros.

—Bueno, hemos venido para que te duches, así que has perdido tu oportunidad de comer.

—Puede comer después, Breena. —Faye se mantuvo un poco apartada—. El príncipe no quiere que se muera de hambre.

Descolgué las piernas de la cama.

—¿Tú eres Breena?

Sus labios rojos y carnosos esbozaron una sonrisa desdeñosa cuando me miró.

—Sí.

Me puse en pie lentamente.

—Algún día te mataré.

—¿Ah, sí? —Se encogió de hombros—. Me apuesto algo a que sé por qué.

La rabia me caló hasta los huesos.

—Seguro que sí.

—Te dije que no era prudente que vinieras —le dijo Faye con un suspiro—. El príncipe le habló de ti. No lo ha olvidado.

—Eso esperaba yo. —Breena hizo una pausa; sus ojos azules claros rebosaban malicia—. ¿Y sabes qué otra persona no va a olvidar mi nombre? Mi pequeña mascota humana.

—Para, Breena —le advirtió Faye, lanzando una ojeada a la puerta.

Cerré los puños.

—Eres repugnante.

—A Ren no se lo parecía —replicó al tiempo que sacaba la llave—. Sobre todo cuando acercaba mi boca a su piel, cuando nuestras lenguas se entrelazaban y su…

Me lancé hacia ella con un chillido. Me esquivó fácilmente, saliendo fuera de mi alcance, y la cadena tiró de mi cuello.

—Parece que te sientes orgullosa de forzar a otra persona —le grité.

—¿Quién dice que le forcé? —Soltó una risa siniestra—. Puedo ser muy, muy persuasiva.

—Y yo voy a matarte —le prometí.

Breena resopló.

—Mi mascota tenía un tatuaje alucinante. Yo dibujaba esas enredaderas con la punta de la lengua.

—¡Cállate!

Me invadió la rabia, mezclada con una amarga punzada de celos. Era absurdo concederle a Breena ese poder, pero no pude refrenarme. Yo sabía que lo que hubiera pasado entre ellos no había sido responsabilidad de Ren. Yo no habría hecho lo que había hecho con el príncipe de haber sabido que no era Ren, y todavía me avergonzaba recordarlo, pero Breena me estaba sacando de quicio.

—Dame la llave —ordenó Faye.

Breena se la pasó sin quitarme ojo.

—Sabía a hombre y a sal. No es mala combinación. Puede que le haga una visita.

—No vas a tener ocasión —repliqué mientras Faye se acercaba a mí.

La miré de repente. Se detuvo y me miró con desconfianza, levantando las manos.

—Voy a quitarte la cadena para que puedas ducharte. Nada más.

En cuanto me liberara, cogería la cadena y se la echaría al cuello a Breena.

—Por favor, no —dijo Faye mirándome a los ojos como si me hubiera leído el pensamiento—. Si la agredes o causas algún problema, vendrá un macho. ¿Entiendes?

Yo cerré tan fuerte la boca que empezó a dolerme la mandíbula.

—Se quedará aquí mientras te duchas —explicó Faye en tono casi suplicante, lo cual me sorprendió—. Y tú no quieres eso, ¿verdad?

—No —contesté con esfuerzo.

—Entonces, por favor, no le hagas nada —dijo en voz baja—. No estuvo con él tanto tiempo. Se alimentó de él, pero nada más.

—Tú sigue diciéndole eso, a ver si así duerme mejor por las noches. —La risa de Breena tintineó como una campanilla.

—Ignórala —insistió Faye—. Sólo quiere que te enfades y que te castiguen. No le hagas ese favor.

Respiré hondo y sentí que el aire me quemaba los pulmones.

—¿Y a ti qué más te da?

Faye desvió la mirada y no respondió. Yo no entendía de verdad qué le importaba a ella que tuviera que desnudarme delante de un batallón de faes machos, pero tenía razón. No quería que entraran mientras me duchaba, y la verdad era que estaba deseando darme una ducha.

—De acuerdo —dije.

Faye pareció aliviada, pero Breena sonrió como si hubiera ganado una batalla. Yo esbocé una sonrisa agria, porque después de ducharme y volver a vestirme ya no tendría nada que perder y pensaba hacerle pagar por lo que había dicho.

Faye desenganchó la cadena, pero sujetó el extremo.

—¿Lista?

Asentí.

Entramos en el cuarto de baño y Breena nos siguió. Yo intenté ignorarla, pero fue posiblemente una de las cosas más difíciles que he hecho en mi vida, sobre todo cuando se puso a hablar otra vez.

—Tienes que dejar la puerta abierta —dijo con una mueca burlona.

Faye puso mala cara.

—No es necesario —les dije—. ¿Qué voy a hacer aquí dentro?

—No me fío de ti. —Breena me dio un empujón en el hombro al pasar a mi lado y se sentó en el borde de la bañera cruzando elegantemente las piernas.

Me puse tensa mientras Faye abría la banda metálica que ceñía mi cuello y me la quitaba. Me toqué enseguida la piel y tragué saliva con cuidado. Faye se acercó a la ducha y abrió el grifo para regular la temperatura.

—Desnúdate —ordenó Breena.

Bajé las manos, mirándola con rabia. Su sonrisa satisfecha se hizo más amplia.

—O te quitas tú la ropa o te la quito yo.

Faye suspiró.

—Breena…

—No lo digo en broma —insistió ella.

Me hormigueaba la piel de rabia y exasperación. En parte deseaba que tratara de desnudarme, pero por otro lado no quería que el cuarto de baño se llenara de faes mientras me duchaba. Breena ya me había alterado bastante. Le había hecho cosas a Ren (y con Ren) y ahora pretendía intimidarme. No pensaba darle pie.

Agarré el bajo de mi camiseta sucia, me la quité y se la lancé a Breena. La cogió al vuelo, pero su sonrisa se borró cuando soltó la prenda.

—Qué monada. ¿De verdad llevas un sujetador con margaritas?

Sí, lo llevaba. Me desabroché los pantalones, me los bajé por las caderas y los muslos y me los quité. El cuarto de baño empezaba a llenarse de vapor.

—¿Braguitas rosas? —preguntó Breena en tono burlón—. ¿Cuántos años tienes?

—Que te jodan —repliqué mientras me desabrochaba el sujetador. Noté que me ardían las mejillas al bajarme los tirantes.

—¿Qué te parece si voy a follarme a tu novio? —respondió Breena.

Voy a matarla. Me temblaron las manos cuando dejé caer el sujetador al suelo. Voy a matarla, me repetía para mis adentros mientras me quitaba las bragas.

—No entiendo qué ve en ti —comentó Breena enarcando una de sus cejas morenas—. Tus tetas no están mal, pero el resto… Has hecho bien saltándote la cena.

—Cállate, Breena. —Faye le lanzó una mirada de reproche—. Cállate.

Breena no le hizo caso.

—Uy, mira. Tienes un tatuaje en el mismo sitio que tu novio. Qué monada.

Me puse tensa. Ren tenía el tatuaje (el símbolo de la libertad que llevábamos todos los miembros de la Orden) en el bajo vientre, casi en el pubis, lo que significaba que tenía que haberle visto sin pantalones. Sintiendo un nudo en el estómago, luché por respirar. Nuestras miradas se encontraron. Los ojos pálidos de Breena me retaban descaradamente.

—A la ducha, Ivy. —Faye me tocó el brazo con delicadeza—. Anda, dúchate.

Me ardía la piel, y tuve que hacer un enorme esfuerzo para darme la vuelta y meterme en la ducha. El agua caliente me produjo un escozor en la cadera. Faye cerró la puerta de la ducha, pero era de cristal transparente, de modo que no disponía de ninguna intimidad. Sentía tanta vergüenza que me movía con torpeza y cogí bruscamente el bote de champú.

Breena no paró de hablar mientras me duchaba. Habló de lo viva que se sentía después de alimentarse de Ren, y de cómo flexionaba él los músculos bajo sus manos. Luego habló de cómo serían las cosas cuando el príncipe me dejara «preñada» y yo tuviera a su hijo. Yo sería apartada y ella ocuparía mi lugar. Por lo que pude deducir, conocía íntimamente a Drake.

Qué tópico.

Yo no le hice caso y me concentré en el placer de lavarme, aunque me dieron ganas de hacerle tragar el bote del gel. Tendría que esperar una oportunidad más favorable, así que me tragué mi sentimiento de humillación y refrené mi ira mientras acababa de ducharme. La puerta se abrió una vez y me ofrecieron una maquinilla desechable. Me quedé mirándola y luego miré a Faye.

Sus mejillas plateadas se sonrojaron.

—Él quiere que te afeites.

—Quiere… —Yo sabía por qué. Asqueada, traté de controlar una arcada—. No. Ni hablar.

—Qué asco —masculló Breena—. Los humanos son tan peludos…

¿Acaso los faes no tenían pelo en los mismos sitios que nosotros? No tenía ni idea y, francamente, tampoco me interesaba. No pensaba afeitarme.

—No voy a hacerlo —dije.

Faye pareció mirarme casi con aprobación, pero pensé que debían de ser imaginaciones mías. Asintió con un gesto y se apartó de la ducha. Yo quería estar limpia, pero si dejando de lavarme y de depilarme conseguía mantener alejado al príncipe, no me importaría estar todo lo sucia que fuera humanamente posible. Cuando acabé, Faye me pasó una toalla.

Se me puso la piel de gallina al salir de la ducha. Fue entonces cuando me di cuenta de que Faye sostenía en los brazos un montón de tela negra. Mi pelo mojado goteaba cuando me pegué la toalla al cuerpo.

—El príncipe quiere que te pongas esto —explicó Faye.

Esto resultó ser un vestido de noche negro, de manga larga y cintura alta, muy escotado. Sin necesidad de tocarlo, me di cuenta de que era increíblemente fino.

—¿Lo dices en serio? —pregunté y, cuando Faye dijo que sí con la cabeza, hice una mueca—. Podré ponerme algo más.

—O te pones esto o vas desnuda. —Breena se levantó ágilmente—. Tú decides.

La vi salir del cuarto de baño y miré a Faye. No entendía por qué se mostraba tan amable y servicial conmigo, pero confié en que me buscara otra cosa que ponerme.

—Por favor. No puedo… No puedo ponerme eso.

—Lo siento. —Y parecía sentirlo de verdad.

Su actitud volvió a sorprenderme.

La cadena y el collar metálico descansaban sobre la cama, esperándome. Frustrada, le quité el vestido de las manos. No había ropa interior, y deduje que era a propósito. Asqueada, le di la espalda a Faye.

Salió del cuarto de baño para que me vistiera con un poco de intimidad, y yo dejé caer la toalla y me pasé el vestido de seda por la cabeza. El bajo llegaba hasta el suelo, y los dedos de mis pies asomaban bajo la falda.

Sin ropa interior, me sentía desnuda.

Me saqué el pelo mojado de dentro del vestido, pero me negué a mirarme al espejo. El corpiño era tan ceñido que apenas dejaba nada a la imaginación, y el escote se abrió ligeramente cuando me incliné. Genial.

—¿Cuánto tiempo tarda una humana en vestirse? —preguntó Breena desde el dormitorio.

Me alisé el vestido pasándome las manos por los costados y compuse una sonrisa forzada al levantar la cabeza. Salí del cuarto de baño sorteando a Faye. Me acerqué a la cama con calma y me detuve a escasos centímetros de Breena.

—Con ese vestido, parece que vas disfrazada —dijo.

Sonreí más aún mientras la miraba. Breena me observaba expectante. Eché el brazo hacia atrás y le di un puñetazo en la cara con todas mis fuerzas.

Faye ahogó un grito de sorpresa cuando Breena cayó hacia atrás sobre la cama. No le di ocasión de recuperarse. Me senté a horcajadas sobre sus caderas, la agarré por la cabeza y le hundí los pulgares en los ojos.

—Voy a matarte —le dije, ignorando una punzada de dolor cuando me arañó los brazos a través de la tela del maldito vestido—. Puede que no ahora, pero algún día te mataré.

Breena chilló y se revolvió, pero yo la sujeté como un pulpo, esperando a que interviniera Faye. De pronto se abrió la puerta del dormitorio y un antiguo irrumpió en la habitación. Yo seguí clavándole los dedos a Breena, que chillaba de dolor, hasta que dos manos me agarraron por los hombros y me apartaron de ella. Caí de culo al suelo.

La banda de metal se cerró alrededor de mi cuello y la cadena se tensó, obligándome a levantarme. Breena se puso en pie de un salto. La sangre le goteaba por las comisuras de los ojos. Chillando como una loca, se lanzó hacia mí pero no llegó muy lejos.

Faye la agarró por la cintura y tiró de ella hacia la puerta abierta, sorteando la cama. Yo solté una risa histérica cuando el antiguo me lanzó de un empujón a la cama. Me agarré y me giré bruscamente hacia él. Estiró un brazo y me golpeó en la mandíbula con el dorso de la mano. Noté un estallido de dolor en la boca. Me toqué la barbilla e hice una mueca al ver que tenía las yemas de los dedos manchadas de sangre.

—Al príncipe no va a agradarle tu actitud —me advirtió, mirándome como si quisiera darme un coscorrón.

Con el labio todavía dolorido, le dediqué una sonrisa sanguinolenta.

—Ha merecido la pena.