24

El cuarto día me comí el almuerzo, aunque no fue muy agradable comer mostaza teniendo el labio partido. Faye me trajo un sándwich poco después de la una. No se quedó a charlar, y eso me fastidió porque sentía curiosidad por ella y quería saber por qué era tan amable conmigo. No íbamos a hacernos grandes amigas, claro, pero saltaba a la vista que no era como las demás. Sin embargo, lo único que me dijo antes de salir fue que no debería haber atacado a Breena.

Y tenía razón, no debería haberla atacado, pero en fin…

De todas las cosas de las que podía arrepentirme en la vida, no creo que ésa estuviera entre las treinta primeras.

No sé por qué me puse a pensar en Val. ¿Cómo me trataría ella si no hubiera muerto y yo estuviera aquí? ¿Se portaría bien o mal conmigo? En parte quería creer que trataría de ayudarme, pero me daba cuenta de que en realidad sabía muy poco sobre Val.

Pensar en ella hacía que me doliera todo.

Acababa de comerme el sándwich cuando se abrió la puerta del dormitorio. Me puse en guardia al ver que era Drake. Llevaba unos pantalones de lino que no le quedarían bien a casi ningún hombre, y la camisa medio desabrochada. Estaba descalzo.

Al verle así vestido empecé a ponerme nerviosa. Se había pasado por mi habitación la noche anterior para gritarme por haber agredido a Breena y para decirme que se alegraba de que ya no estuviera «sucia». Supuse que Faye no le había dicho que no me había depilado.

—¿Me echabas de menos? —preguntó al detenerse delante de la cama.

Resoplé.

—No, ni lo más mínimo.

—Si tuviera sentimientos, tampoco me importaría.

Poniendo los ojos en blanco, me desplacé hasta el borde de la cama y apoyé los pies en el suelo. No tenía mucho espacio para moverme, pero no me gustaba estar en la cama cuando Drake se encontraba en la habitación. Cada vez que entraba, yo me levantaba.

—¿Te gusta el vestido que elegí para ti?

No me lo había preguntado antes.

—No —contesté meneando la cabeza.

—No me sorprende. —Se rió y, moviéndose a la velocidad del rayo, me agarró por la barbilla y me echó la cabeza hacia atrás—. ¿Sabes?, Valor podría haberte dejado la cara mucho peor.

Valor (qué nombre tan irónico, en su caso) era el antiguo que me había dado una bofetada el día anterior.

—Ya hemos tenido esta conversación —contesté apartando la barbilla.

Me parecía despreciable que hubiera consentido que me abofetearan, sólo que me abofetearan, nada más.

—Y lo repito: voy a matar a Breena.

—No me parece probable.

Entorné los ojos y cerré los puños.

—¿No me crees capaz?

Esbozó una sonrisa torcida e inclinó un poco la cabeza hacia delante. El pelo moreno le resbaló por los hombros.

—¿Serías capaz de matarla por haber tocado a tu macho humano?

—Sería capaz de matarla por lo que le forzó a hacer —repliqué—. Porque no fue algo consentido. Si lo hubiera sido, entonces no tendría problema con ella.

—¿Cómo sabes que no fue consentido? —me espetó Drake.

Contuve la respiración.

—Lo sé porque… porque esto no lo es. Porque Ren no habría querido que se alimentaran de él. Porque…

—¿Y crees que a ti te desea de verdad, aun sabiendo que eres una semihumana?

Tensé los hombros. Preguntarme si Ren todavía me quería no era una de mis prioridades desde que estaba cautiva.

—Permíteme hacerte una pregunta. —Se sacó la llave del bolsillo—. ¿Cómo crees que atrapamos tan fácilmente a tu hombre?

—Dudo que fuera fácil.

Una sonrisa burlona se dibujó en sus labios. Tensé los músculos cuando me retiró el pelo del cuello con una mano.

—Fue el lunes pasado —dijo.

Sentí una opresión en el pecho. Tal y como me temía, había sido el lunes, cuando le dije a Ren que era una semihumana. Él desapareció esa misma noche, la madrugada del martes, y luego, el miércoles, apareció Drake haciéndose pasar por él.

—No fui yo quien atrapó a tu macho. —Me quitó la banda metálica del cuello y la dejó sobre la cama—. Fue Breena.

No me atreví a moverme, a pesar de que ahora tenía cierta libertad de movimientos. Drake seguía agarrándome del pelo y estaba muy cerca. Cuando habló, su aliento fresco me acarició la mejilla.

—Consiguió que se fijara en ella y no le resultó difícil atraerle —me dijo.

Cerré los puños.

—Ren vio a través de su hechizo de seducción. Nuestro deber consiste en perseguir a los faes cuando los vemos.

—¿Y cómo sabes que sólo estaba cumpliendo con su deber? Breena es preciosa y tú… Bueno, tú tienes este pelo. —Lo levantó—. No sé muy bien cómo calificarlo.

—Vaya, gracias.

Se rió y soltó mi melena rizada, pero no retrocedió. Apoyó la mano en mi hombro y me sentía agobiada por su presencia.

—Le dejó inutilizado muy fácilmente —prosiguió—. Imagino que estaba distraído.

Claro que lo estaba, y no por la razón que creía Drake.

—Sé lo que intentas y no va a dar resultado.

—¿No? —Deslizó la mano desde mi hombro a mi nuca y me obligó a echar la cabeza hacia atrás para mirarle a los ojos—. ¿Y sabes también que cuando nos alimentamos podemos leer el pensamiento? ¿Ver el interior de esa persona? ¿Fragmentos de su personalidad, sus deseos y sus anhelos?

No, eso no lo sabía.

Sus ojos eran como estanques de hielo azul.

—¿Cómo crees que pude convencerte durante un tiempo de que era Ren?

—Sólo durante unas horas —le recordé.

Me apretó el cuello con más fuerza.

—Si no nos hubieran interrumpido, habría conseguido lo que quería.

Sentí una oleada de vergüenza y de rabia. Traté de apartarme, pero me retuvo.

—Descubrí ciertas cosas sobre él cuando me alimenté, como sin duda hizo Breena. —Hizo una pausa—. Una de las cosas que averigüé sobre tu macho humano fue que estaba preocupado por esos dos hombres, Henry y Kyle.

Genial. Pero ahora mismo ése no era uno de mis mayores problemas.

—Deberías darme las gracias por haber eliminado al menos a uno de ellos —añadió, y yo cerré la boca con fuerza—. Hice lo que tu hombre no podía hacer.

—Ser capaz de matar a alguien a sangre fría no es precisamente una virtud —repliqué.

—En eso no estoy de acuerdo. —Me soltó y dio un paso atrás—. ¿Sabes qué más descubrí?

Yo crucé rápidamente la habitación para poner la mayor distancia posible entre los dos. La puerta estaba cerrada, y yo sabía que no podría escapar de él. No sabía por qué me había soltado, pero no iba a quejarme. Necesitaba conservar la calma, porque mi única oportunidad de salir con vida de allí era ganarme su confianza.

—¿Qué? —pregunté.

Esbozó una tensa sonrisa.

—Tu macho humano no está seguro de lo que siente por ti. Se siente dividido. Le importas, pero al mismo tiempo detesta una parte de ti, tu mitad no humana. No puede reconciliar esas dos mitades.

Respiré hondo y un nudo se formó en mi garganta.

—¿Por qué habría de creer lo que dices? —pregunté con voz ronca.

—Porque he estado dentro de tu cabeza y tú también tienes esos miedos —contestó—. Temes que sienta así, y tienes razón. Eso es lo que siente.

Me puse a pasear de un lado a otro delante de la cómoda, cruzando los brazos. El nudo que notaba en la garganta era cada vez más grande.

—¿Por qué quieres estar con alguien que no te acepta tal y como eres, por completo? —preguntó.

Era una pregunta magnífica, que yo misma me hacía a menudo. Exasperada, empecé a pasearme por la mullida alfombra que rodeaba la cama. Cada vez me parecía más improbable ser capaz de mantener la calma.

—¿De verdad crees que decirme estas cosas va a servir de algo?

—Sí.

Cerré los puños.

—Pues te equivocas.

—Hicimos un trato, así que, en resumidas cuentas, da igual, ¿no te parece? —contestó—. Te quedan diecisiete días.

Me estremecí.

—Prefiero que me mates a que me lo recuerdes.

—Creía que no querías morir.

Se dejó caer en el sillón que había junto a la ventana y se acomodó en la postura de siempre, con los muslos separados y los hombros echados hacia atrás. Drake convertía cada sillón en un trono, y aquello me fastidiaba enormemente.

—Cuando estabas tendida de espaldas, después de que te diera esa paliza, ¿no querías vivir? ¿Has cambiado de idea?

—Sí. —Pasé otra vez delante de la cama, y el dichoso vestido pareció susurrar alrededor de mis tobillos—. Tu sola presencia hace que desee poder tirarme desde la ventana más alta de un edificio de cincuenta pisos, y que haya una acera de cemento debajo. O un foso. Un foso lleno de cocodrilos hambrientos.

Sonrió.

—Tus palabras pintan siempre unas escenas tan bellas, pajarito…

—Voy a pintar bellas escenas con tus intestinos —repliqué.

Drake se rió.

Yo le odié.

Con toda mi alma.

—Resístete todo lo que quieras. —Hizo un gesto desdeñoso con la mano al fijar la mirada en la ventana—. Hemos hecho un trato. Al final, te tendré debajo y plantaré mi semilla en tu vientre.

Torcí la boca, asqueada, y dejé de pasearme. Me dije a mí misma que debía callarme, pero mi boca se movió como si tuviera vida propia.

—Eso es lo más asqueroso que he oído nunca.

Se encogió de hombros elegantemente.

La ira, mi compañera casi constante, volvió a apoderarse de mí.

—¿De verdad crees que quiero estar contigo? —Abrió la boca—. No contestes —le advertí—. No te deseo, y desde luego no quiero tener un hijo tuyo.

Una sonrisa desdeñosa se dibujó en sus labios perfectos y su mirada pálida se clavó en mí.

—Bueno, eso ya lo veremos.

Me reí amargamente.

—No, nunca voy a desearlo, eso es imposible. Nunca jamás, como dice Taylor Swift en su canción.

Pareció desconcertado.

—Sé que no te serviré de nada una vez dé a luz al bebé del apocalipsis —añadí.

Suspiró.

—Me gustaría que dejaras de llamarlo así.

No le hice caso.

—En cuanto tenga al bebé del apocalipsis, me matarás. Me da igual lo bueno que creas estar, o lo prodigioso que creas que es tu rabo. No desearte es mi seguro de vida.

—Creía que querías tirarte por una ventana a un foso lleno de cocodrilos hambrientos.

Entorné los ojos.

—Quizá no esté dispuesta a cumplir nuestro acuerdo. A diferencia de los faes, yo no estoy obligada por mis promesas.

Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Yo tensé la espalda. Me sentí ofendida. Insultada. Era una luchadora impresionante, ¡y él me tenía tan poco miedo que iba a echarse una siesta!

—¿Sabes una cosa, pajarito? —dijo lentamente mientras tamborileaba con los dedos sobre el brazo del sillón negro—. Pienso quedarme contigo después. Me divierte cómo hablas. Puede que encargue una linda jaula para guardar a mi lindo pajarito pelirrojo.

Le miré boquiabierta.

—Deberías actualizar tu perfil en Match.com con esa información. Las mujeres harían cola para conocerte. No hay nada tan romántico como que te mantengan cautiva en una jaula.

Soltó una risa siniestra.

—Ah, qué graciosa eres.

—¡No soy graciosa! —Levanté la barbilla—. Estoy cabreada.

—¿En serio? —contestó con sorna—. Jamás lo habría adivinado.

Sentí una oleada de calor cuando la rabia volvió a adueñarse de mí.

—Voy a matarte. Encontraré la manera de hacerlo y te mataré por todo lo que le has hecho a Ren y por lo que me estás haciendo a mí.

El príncipe ladeó la cabeza.

—Y no es una advertencia —añadí—. Es una promesa que pienso cumplir.

Sus dedos se detuvieron, lo cual debería haberme servido de advertencia, pero estaba demasiado cabreada para darme cuenta de que me había pasado de la raya.

En menos de medio segundo se levantó del sillón y se puso delante de mí. No me dio tiempo ni a pestañear. La velocidad con que se movía nunca dejaba de asombrarme, ni de aterrorizarme.

Me agarró del brazo y me hizo girarme bruscamente. Apoyó la mano en el centro de mi espalda, pero no caí hacia delante. No, volé hacia delante. De un extremo a otro de la habitación. Estiré los brazos y mis manos se estrellaron contra la pared un segundo antes que mi cara.

El príncipe apareció a mi espalda en menos de un nanosegundo y me apretó contra la pared.

—Mi paciencia tiene un límite, pajarito. —Sentí su aliento gélido en la oreja—. Hay una cosa en la que no pareces haber reparado, y ya me he cansado de esperar que te des cuenta. Podría hacerte cosas mucho peores que acabar con tu vida. Va siendo hora de que aprendas la lección.

Ay. Mierda.