12

Mi corazón parecía a punto de pararse.

—Yo soy…

—Hey, ¿qué hacéis aquí? —preguntó alguien desde la entrada del callejón, y me paré en seco.

Me eché hacia atrás y casi se me salió el corazón del pecho cuando vi a Henry parado a unos metros de nosotros.

Joder, había estado a punto de confesar que la semihumana era yo delante de Henry, un miembro de la Elite.

—No hay nada como tener que explicar lo obvio —contestó Ren ásperamente—. Estamos hablando. Ya sabes, eso que hacen dos personas, o a veces más, o a veces incluso uno solo, a ser posible sin que te interrumpan.

Le miré de reojo.

Henry avanzó por el callejón. El color de sus mejillas empezaba a parecerse al de su pelo.

—Kyle me advirtió de que eras un listillo. Veo que no exageraba.

Ren esbozó una sonrisa burlona.

—¿Pasa algo?

—Kyle necesita hablar contigo. —Me miró y pareció decidir que carecía de importancia, porque volvió a centrarse en Ren.

Yo levanté las cejas.

—Pues ahora mismo estoy ocupado. —Ren cruzó los brazos—. Iré a ver a Kyle cuando…

—Es una orden —le interrumpió Henry, y también cruzó los brazos—. Así que lo que estés haciendo tendrá que esperar.

Pensé por un momento que Ren iba a seguir desafiándole. Su forma de apretar los dientes parecía indicarlo, igual que el brillo de sus ojos. Era hora de intervenir.

—Puedo esperar —le dije tocándole el brazo—. Ve a ver qué quiere Kyle.

—Joder —masculló Ren en voz baja, y comprendí que lo último que le apetecía era hablar con Kyle—. Luego hablamos, ¿de acuerdo?

Asentí con la cabeza y le solté el brazo.

—El tiempo corre, tío —comentó Henry.

Ren no le hizo caso. Me agarró por la nuca, bajó la cabeza y me atrajo hacia sí, y yo no me resistí, adivinando que no pensaba ocultarles nuestra relación a los recién llegados, aunque no sabía si eso era bueno o malo.

Acercó la boca a mi oído y me susurró:

—¿Estás bien?

Yo no estaba del todo segura.

—Sí, estoy bien.

Dudó un momento. Luego me besó en la mejilla. Pensé que se conformaría con eso, pero luego me besó en los labios, apasionadamente. No fue un beso tierno, ni pudoroso, y casi se me olvidó que Henry estaba a nuestro lado.

—Me parece que acabas de dejarla embarazada —comentó Henry, carraspeando.

Ren levantó lentamente la cabeza sin apartar sus ojos de los míos.

—Creo que será mejor que mantengas la boca cerrada si quieres seguir usándola para respirar o comer.

Puse unos ojos como platos. Ay, Dios.

No oí lo que contestaba Henry porque Ren volvió a besarme rápidamente, y luego salimos los tres del callejón.

—Mándame un mensaje cuando acabes —le dije a Ren.

—Sí.

Miré a Henry, que seguía comportándose como si yo no existiera.

—Adiós, Henry —dije.

Rezongó algo. Ren me lanzó una media sonrisa y yo puse cara de fastidio. Me despedí de él moviendo los dedos, di media vuelta y eché a andar en dirección contraria al cuartel general. Esperé a llegar a la esquina de Royal y entonces me detuve y me apoyé contra la pared.

—Qué mierda —murmuré, inclinándome, mientras trataba de asimilar lo que había estado a punto de hacer—. Qué puta mierda.

Tenía el estómago revuelto. Había estado a punto de confesarle a Ren que era la semihumana, lo tenía en la punta de la lengua cuando apareció Henry. Seguía queriendo decírselo, pero aquello era como recibir el indulto del gobernador segundos antes de la ejecución.

Hice una mueca.

Era terrible verlo así, pero seguramente también era la forma más realista de afrontar la situación. Pero lo cierto era que no ayudaba nada.

Me quedé allí unos segundos, tratando de calmarme. Nadie me prestaba atención. Seguramente pensaban que iba a vomitar. Por suerte ya se me había pasado el mareo cuando me incorporé y miré a mi alrededor. Solté un suspiro y eché a andar hacia Bourbon.

Me costaba concentrarme en el trabajo, sobre todo porque no había faes a la vista y mi mente seguía rebotando de un lado a otro como una pelota de tenis en un tornado. No sabía de qué quería hablar Kyle con Ren. Seguramente se trataba de asuntos rutinarios de la Elite, pero yo había desconectado por completo después de que Kyle anunciara lo de la semihumana en la reunión. Debería haber prestado más atención.

Estuve dando vueltas por Bourbon y eran casi las ocho de la noche cuando me cansé de esperar a Ren. Iba a pasarme por un restaurante para comer algo rápido y estaba sopesando mis opciones cuando vi un destello de color fucsia cerca del cruce de Conti Street.

Una extraña sensación se apoderó de mí, como si reconociera instintivamente aquella imagen. La parte lógica de mi cerebro sabía que era improbable que se tratara de Val, porque habría sido una locura que se acercara por allí, pero por otra parte era evidente que Val estaba un poco loca.

Al llegar a Conti Street, miré a ambos lados. Alguien tropezó conmigo y farfulló algo en voz baja cuando torcí a la izquierda, hacia Bourbon. ¡Allí estaba! Reconocí la blusa fucsia. Contuve el aliento al encaminarme hacia allí. Había cada vez menos gente en la acera, y pude ver unos rizos de color caramelo, muy prietos.

Joder.

Era Val.

Mi intuición me decía que era ella y no una chica cualquiera con el pelo rizado. Me puse en tensión y apreté el paso, manteniéndome junto al borde de la acera mientras la seguía. Siguió caminando por Bourbon y casi había llegado a la esquina de Bienville cuando miró hacia atrás.

Se me paró el corazón. Aunque había casi una manzana de distancia entre nosotras, tuve la sensación de que nuestras miradas se cruzaban. Se giró rápidamente y echó a correr a toda velocidad.

Yo la seguía, sorteando a la gente, lo cual no era fácil a aquella hora de la noche, pero no pensaba dejar que escapara. Con el corazón latiéndome a toda prisa y el bolso golpeándome en la cadera, corrí tras ella.

No tuve tiempo de llamar a Ren ni a ningún otro miembro de la Orden y, sinceramente, tampoco me parecía prudente enfrentarme a Val delante de otras personas. Dado que se había pasado al bando de los faes, tenía que saber que yo era la semihumana.

Esquivé a un grupo de estudiantes que estaban viendo cómo un borracho cruzaba la calle tambaleándose, y estuve a punto de perderla de vista al llegar a Iberville. Pensé que había tomado esa calle, pero luego la vi algo más adelante, todavía en Bourbon, acercándose a Canal.

Maldita sea, qué rápida era.

No podía permitir que cruzara Canal. Desde allí podía subirse a algún tranvía e irse a cualquier parte. Así que apreté el paso. Me dolía el estómago, lo que me recordó que hacía pocos días que había estado a punto de morir, pero ignoré el dolor y seguí adelante.

Acorté rápidamente la distancia que nos separaba, pero entonces torció a la izquierda, hacia Canal, y echó a correr. Sin previo aviso, se metió en uno de los hoteles. Yo la seguí, pillando por sorpresa al botones, que no supo qué hacer.

La música y las risas resonaban en el vestíbulo del hotel. Me giré rápidamente, mirando en todas direcciones. Enfrente de los ascensores se cerró una puerta, y comprendí automáticamente que era ella.

Joder, había subido por las escaleras.

Dios, iba a tener que darle un puñetazo en la cara solamente por eso.

Reuniendo toda mi fuerza de voluntad, abría la puerta y empecé a subir a todo correr. Al llegar al descansillo del primer piso, levanté la vista y la vi dos plantas más arriba.

—¡Val! —grité—. ¡Para!

No se detuvo.

Por supuesto que no.

Sabía cuánto odiaba yo las escaleras. Subirlas corriendo era para mí como tumbarse delante de un enorme tranvía y dejar que te pasara por encima.

Cuando iba por la mitad de la escalera, tuve que agarrarme a la barandilla y hacer un esfuerzo por seguir subiendo. ¿Cuántas plantas tenía aquel hotel? ¿Cien? Justo cuando pensaba que iban a fallarme las piernas, sentí que una ráfaga de viento fresco inundaba el aire estancado y agobiante de la escalera. Doblé un recodo más y vi que la puerta de la azotea estaba abierta de par en par y que el picaporte, oxidado, estaba hecho añicos en el suelo de cemento sucio.

Salí bruscamente a la azotea y la vi enseguida en el centro, de espaldas a mí. Se había puesto el sol y la luz de la luna se vertía por el suelo, entre las profundas sombras de las máquinas de aire acondicionado que cubrían gran parte del tejado.

Me detuve, agotada, y me llevé una mano al costado.

—¿Escaleras? —dije con voz chillona—. ¿En serio?

—Confiaba en que no me siguieras. —Se volvió lentamente para mirarme—. Odias las escaleras.

—No me digas —contesté casi sin respiración, preguntándome si iba a desmayarme—. ¿Cómo has roto el pomo de la puerta?

—De una patada —contestó—. Ya sabes que tengo mucha fuerza en las piernas.

Sí, tenía unas piernas de acero. Mientras respiraba hondo, tratando de recuperar el aliento, me fijé en ella, en aquella chica que había sido mi mejor amiga. Nos miramos la una a la otra unos segundos, sin decir nada. Luego, fue ella quien rompió el silencio.

—Tenías que seguirme, ¿verdad? —Se apartó los rizos de la cara y dejó caer las manos, meneando la cabeza—. No podías fingir que no me habías visto y seguir a lo tuyo, ¿verdad?

Yo la miraba fijamente.

—Qué pregunta más tonta.

Me miró con expresión burlona y desdeñosa.

—Estabas en la calle, donde cualquier miembro de la Orden podía verte. ¿Y te sorprende que te haya visto? —pregunté.

—He tenido mucho cuidado —contestó, y la manga de la blusa resbaló por su hombro—. No me había visto nadie hasta ahora.

Yo mantuve las manos junto a los costados, sin dejar de mirarla.

—¿Qué hacías en el Barrio Francés?

—Eso no voy a decírtelo, Ivy.

—Claro, cómo no —mascullé cuando volvió a mirarme a los ojos.

El dolor de su traición me brotó dentro del pecho como un horrible hierbajo.

—¿Por qué?

—Por qué ¿qué? —preguntó.

—No finjas que no sabes de qué estoy hablando. —Di un paso adelante, y se puso alerta—. ¿Por qué lo hiciste? ¿Cómo pudiste traicionarnos así?

Apretó los labios, pero no contestó.

—Murió gente, Val. Gente que conocías. Personas con las que trabajabas, que confiaban en ti —añadí, y la amargura de su traición dio paso a la ira—. Estuve a punto de morir, Val. Yo, tu mejor amiga. La persona que confiaba…

—No quería que te pasara nada —respondió de pronto, y cerró los puños junto a los costados—. Pero me seguiste, Ivy. Nos seguiste a mí y al príncipe. ¿Quién cojones hace eso?

—¡Yo! —grité—. Creía que te tenían bajo su control, que te estaban manipulando. Por eso te seguí. Te seguí porque estaba preocupada por ti, y por tu culpa casi me matan.

—Pero no te mataron, ¿verdad?

—Eso no es lo que importa, idiota.

Puso los ojos en blanco con expresión de fastidio.

—¿Se puede saber por qué estamos aquí, hablando de esto? Sé que has recibido orden de matarme o entregarme, pero por lo visto tienes intención de quedarte aquí hablando y matarme de aburrimiento.

—¡Quiero saber por qué coño lo has hecho! Ni siquiera me importa la Orden —reconocí, y se me quebró un poco la voz por la emoción—. ¡Es a mí a quien le has hecho esto! Quiero saber por qué.

Se encogió de hombros y noté que quería apartar la mirada, pero sabía que no podía hacerlo.

—Tú no lo entiendes.

—Tienes razón —repliqué—. Has conseguido que mataran a tus padres, Val. ¿Lo sabías? Los han ejecutado por tu culpa.

Se sobresaltó.

—Eso es muy… triste.

—¿Triste?

Se le inflaron las aletas de la nariz.

—Santo cielo, Ivy, hay que hacer sacrificios. De todos modos, tuvieron una vida larga y feliz.

Me quedé boquiabierta.

—No puedo creer lo que estoy oyendo.

—Pues deberías.

—¡Deja de hablar con rodeos! —Yo empezaba a perder la paciencia.

—Dios mío, Ivy, ¿de verdad estás contenta trabajando para la Orden? Nuestro tiempo en este mundo es limitado, ¿y tú quieres pasarlo poniendo en peligro tu vida todos los días por un grupo de gente que se mata literalmente a beber? ¿Levantándote cada mañana sabiendo que hay un cincuenta por ciento de probabilidades de que te maten ese mismo día y a cambio de qué? De nada.

Moví la mandíbula, apretando los dientes.

—Nos pagan muy bien.

—¿Por salir a defender a esos imbéciles, sabiendo perfectamente que en un momento u otro acabarán matándonos? —Estiró el brazo hacia el borde de la azotea—. No. No nos pagan suficiente. Y tú sabes perfectamente que no podemos irnos sin más. Nacimos para esto, el universo nos la jugó, nos tocó la china desde nuestro nacimiento.

Tenía razón en que no podíamos dejarlo sin más. Dejar la Orden no era fácil, aunque no fuera del todo imposible.

—Además, sé que no eres feliz —prosiguió—. Por eso vas a la universidad…

—Sí, voy a la universidad, pero no he traicionado a nadie —repliqué, anonadada—. Si estabas tan insatisfecha, podrías haberte marchado.

Soltó un bufido.

—Podría haberlo hecho, pero… Tú no sabes nada, Ivy. Ves el mundo de una manera, pero no tienes ni idea de cómo se ve desde el otro bando.

—¿Desde el otro bando? —repetí, desconcertada.

—No tienes ni idea de lo que son capaces los faes, y no me refiero a que puedan apoderarse del mundo. Bueno, sí, pero… Digamos simplemente que, cuando pruebas a ser una fae, ya no hay vuelta atrás.

—¿Lo dices en serio?

—Y cuando se alimentan… —Se lamió los labios—. Es mejor que un chute de heroína.

—¿Has…? —No tenía palabras.

—No me mires así, como si te diera asco. Cuando pasó, no fue como estaba previsto. Me acorralaron en una cacería, Ivy, hace muchos meses. Pero él no me mató. Ni siquiera sé por qué. Quería… jugar con la comida, supongo. Pensé que iba a morir, pero él me llevó a ver a Marlon.

—¿A Marlon… el antiguo?

Marlon Saint Cryers era un antiguo que llevaba una vida pública muy notoria en calidad de empresario. Yo había estado a un paso de él en el Flux.

Val asintió.

—Llegamos a un acuerdo. Él no me mataría si les ayudaba a encontrar a los miembros de la Orden que custodiaban las puertas. Me pareció que debía aceptar el trato, teniendo en cuenta que me gusta vivir y quería seguir respirando. Así que lo acepté. Pero pasado un tiempo dejé de sentir que lo hacía por obligación, Ivy. Empecé a ver cómo iba a terminar todo esto. Van a ganar ellos, Ivy. Sobre todo ahora que el príncipe está aquí. Al final se apoderarán del mundo, ¿y sabes qué? Que yo prefiero estar en el bando ganador. Además, como te decía, los faes saben muy bien lo que hacen.

La miré horrorizada.

—Pero ¿tú te estás oyendo? ¿Te gusta que se alimenten de ti? Santo cielo, ¿se puede saber qué te pasa?

—No lo entenderás hasta que des con uno que no quiera hacerte daño. Y no tiene por qué doler. Es como un orgasmo de cuerpo entero. Créeme. —Se encogió de hombros—. Hay cosas peores por ahí.

—No, qué va. —Entonces, de pronto, lo entendí—. Ese tío nuevo con el que estabas saliendo. Es un fae.

—¿Ahora te das cuenta? —preguntó con sorna.

—¿Es Marlon? —No contestó, y tuve que hacer un esfuerzo para no darle un puñetazo—. ¿Le has estado pasando información, has hecho que mataran a gente y nos has traicionado a todos para poder seguir viva y que ese tío te folle y se alimente de ti? Por Dios, Val.

Avanzó y se detuvo a pocos pasos de mí.

—Sé lo que eres —dijo en voz baja—. ¿Cómo te atreves a sermonearme sobre lo que está bien y lo que está mal? Eres la semihumana. Y dentro de poco te estarás tirando al príncipe.

Me lancé hacia delante, encarándome con ella.

—Primero, yo no voy a tirarme al príncipe porque tengo mejor gusto para los hombres. Y, segundo, yo no elegí ser lo que soy, Val. No me desperté de repente y decidí ser una puta cobarde y traicionar a toda la gente que confiaba en mí, porque eso es lo que eres tú, básicamente. Una puta cobarde que jode a todo el mundo…

Se abalanzó sobre mí, y mi paciencia se agotó de golpe, como si hubiera pulsado un interruptor. Agaché la cabeza, di un salto hacia atrás y le lancé un puñetazo. No fallé. La golpeé en la mandíbula con los nudillos, echándole violentamente la cabeza hacia atrás.

Se tambaleó y giró la cabeza hacia mí. Movió la mandíbula.

—Zorra.

—Te mereces eso y más.

Respiró hondo.

—Tú sabes que no puedo matarte, y yo sé que no me…

Le asesté otro puñetazo en la cara. Sentí una punzada de dolor en los nudillos, pero esa vez no retrocedió. Se lanzó hacia mí como un tigre. Caí de espaldas y me quedé sin respiración al chocar contra el suelo.

—No es agradable que te peguen, Ivy. —Me agarró por los hombros e hizo amago de levantarme.

Pero no iba a permitírselo. Moviendo las caderas, la rodeé con las piernas y la tiré al suelo antes de que le diera tiempo a pestañear. Apoyé una mano sobre su pecho para sujetarla.

—Tú sabes que no puedes ganarme en una pelea, Val.

—No sé si quiero pelearme contigo, si me agarras así la teta —contestó.

—Yo no te estoy agarrando…

Me lanzó un puñetazo a la mandíbula. Caí de lado y vi las estrellas unos instantes. Joder, sí que sabía pegar.

Se levantó de un salto.

—Me lo has puesto casi demasiado fácil.

—No me digas. —Apoyé las manos en el suelo y le asesté una patada a las piernas, haciéndole perder el equilibrio—. ¿Qué te ha parecido eso, zorra?

Chilló al caer y yo me levanté de un salto. Val solo estuvo en el suelo un segundo. Se levantó y se abalanzó hacia mí con el ímpetu de un jugador de fútbol americano. Chocamos contra una máquina de aire que se tambaleó, chirriando.

Levanté la pierna para propinarle un golpe en sus partes bajas, pero se anticipó y le di en el costado. Reaccionó lanzándome un gancho al estómago y yo me doblé por la cintura, gimiendo, y me aparté de la máquina de aire.

Val me agarró por detrás y me pasó un brazo por el cuello.

—Esto ya resulta aburrido. ¿Por qué no te estás quieta de una puta vez y…?

Revolviéndome, la agarré del brazo y aproveché el impulso para hacerle una llave y lanzarla por encima de mi hombro. Cayó al suelo con un gritito muy gratificante. Me erguí sobre ella, jadeando.

—No puedo creer lo que estás haciendo, Val. Y tú sabes que no puedo permitir que salgas de aquí.

—¿Y qué vas a hacer? —preguntó, todavía en el suelo—. Sé que no vas a matarme. No tienes valor para hacerlo. Así que vas a intentar entregarme, pero no pienso permitirlo. Sólo necesito ganar un poco más de tiempo.

—¿Qué…?

Se levantó de un salto, como una ninja, y me dio un cabezazo. Empezó a sangrarme la nariz y sentí una oleada de dolor. Me giré, lanzándole patadas. Se retiró y luego se abalanzó sobre mí y me agarró del pelo. Chillé al sentir una quemazón en el cuero cabelludo.

—¿Vas a tirarme del pelo? —dije entre dientes, agarrándola del brazo—. Eso es un golpe bajo, Val.

—¿Crees que es lo peor que he hecho?

—No, sé que hay mucho más.

Clavé las uñas en su muñeca y apreté hasta que dio un grito y me soltó. Salté hacia atrás, me giré y le asesté otra patada. Trató de esquivarla, pero le di en la cadera y cayó clavando una rodilla en el suelo.

—Te estás regodeando demasiado en…

Un viento helado fustigó la azotea, y sentí que me ardían los arañazos de la cara. Val se puso tensa y se levantó lentamente. Retrocedió, apartándose de mí. Abrí la boca, pero un gran pájaro se posó en ese momento en el borde de la azotea.

Era un cuervo.

Un cuervo enorme, de plumaje negro y lustroso. Pero no era un pájaro normal, eso estaba claro.

Me dio un vuelco el corazón y sólo pude pensar «otra vez no» mientras el aire parecía agitarse en torno al pájaro. Un segundo después, apareció el príncipe agazapado donde antes estaba el cuervo.