22
Ren! —grité abalanzándome hacia él.
Drake agarró la cadena y tiró de mí. El metal se me clavó en la tráquea. Cogí la cadena e intenté que aflojara la presión.
—¿Te he dado permiso para que te acerques a él? —preguntó.
Una oleada de odio se apoderó de mí, más poderosa de lo que creía posible. Ren respiraba entrecortada y lentamente. Estaba vivo, pero la red de venas que se veía bajo su piel estaba extrañamente ennegrecida. No tuve que preguntar qué le habían hecho para que se hallara en ese estado.
Sin apartar los ojos de Ren, luché por respirar y dije con esfuerzo:
—Por favor, por favor, deja que me acerque a él.
El príncipe tardó siglos en contestar, o eso me pareció. Luego, sentí que la cadena se aflojaba.
—Espero no tener que arrepentirme. Si me desobedeces, será él quien pague las consecuencias.
Odiando al príncipe con toda la fuerza de mi ser, me acerqué a Ren y me arrodillé sobre el suelo de madera arañada.
—Ren —susurré, poniéndole la mano en la mejilla.
Le levanté la cabeza con cuidado. Tenía unas ojeras profundas y oscuras, pero seguía siendo la cosa más bella que había visto nunca.
—Dios mío, Ren…
—No te compadezcas de él —dijo Drake al acercarse—. Breena se ha encaprichado de él y ha sido muy… cariñosa.
Yo no sabía quién era Breena, pero a ella también iba a matarla. Le retiré el pelo de la cara y le besé en la frente.
—Qué romántico —comentó Drake con sorna.
Cerré los ojos para no sentir el escozor de las lágrimas, pero no podía dejar de ver los arañazos y las marcas de mordiscos. Ignoraba qué le habían hecho aquella tal Breena y los demás, pero estaba claro que no era nada bueno.
—Lo siento —susurré, apoyando la mejilla en su cabeza—. Lo siento mucho.
De pronto respiró hondo y alzó los hombros y, al apartarme yo, abrió los ojos. Dios mío, aquellos ojos tan bellos sí eran los suyos. Parecían un poco apagados y un poco desenfocados, pero eran sus ojos. Se me saltaron las lágrimas cuando me miró. ¿Cómo podía haberme dejado engañar por el príncipe?
Compuse una débil sonrisa.
—Hola.
—¿Ivy? —murmuró.
—Soy yo. —Le acaricié la mejilla y noté su barba de varios días.
Exhaló otro suspiro.
—No… no deberías estar aquí.
Sentí una opresión en el pecho.
—Tú tampoco.
Cerró los ojos y se apoyó contra mí. Sus labios se movieron, pero no emitió ningún sonido. Yo no sabía cuál era su estado mental, pero no podía ser bueno. Me dieron ganas de destrozar la habitación. Ignoraba si recordaba algo de nuestra última conversación, o si me odiaba por ser lo que era y por la situación en que le había metido, pero no me importaba. No soportaba verle así.
—Te dije que estaba vivo —dijo Drake—, pero que siga estándolo depende únicamente de ti.
Besé a Ren en la sien y miré al príncipe. Estaba a menos de un metro de nosotros, con mi cadena colgando de la mano.
En cuanto le miré, sonrió con frialdad.
—Le dejaré marchar si tú te entregas.
Me quedé petrificada, sin saber si había oído bien.
—¿Qué?
—Le soltaré ahora mismo si aceptas estar conmigo.
Abría los labios para tomar aire. Su oferta resonó en mi cabeza, pero estaba demasiado horrorizada para sopesarla. No podía hablar en serio.
—Si no, no puedo prometerte que Breena no vuelva a… hacerle gozar como otras veces —añadió Drake.
Di un respingo.
—No —gruñó Ren levantando la barbilla. Miré su cara magullada—. No puedes…
—Sí puede —le interrumpió Drake—. Si quieres que viva, puedes.
—Esto es… es coacción —murmuré, mirándole.
—No, si decides entregarte a mí libremente.
Sentí una náusea mientras le miraba. Hablaba absolutamente en serio. Para salvar a Ren, tenía que entregarme a él… y posiblemente acabar con el mundo al tener un bebé que abriría todas las puertas del Otro Mundo.
—Puedes elegir —dijo el príncipe—. Si te sometes, liberaré a este humano. O bien puedo entregárselo a Breena, pero te garantizo que no durará ni una noche.
En realidad, no tenía alternativa.
No podía dejar morir a Ren. Aunque él me odiara, no podía hacerlo. La Orden le necesitaba. El mundo le necesitaba para luchar contra los faes y los antiguos. Yo le necesitaba vivo.
Ren se movió, tratando de echarse hacia delante, pero cayó de lado. Le agarré antes de que chocara contra el suelo. Estaba aturdida, pero sabía que no podía permitir que siguieran haciéndole daño. Tenía que haber otra alternativa. Necesitaba tiempo.
Tiempo.
Necesitábamos tiempo.
De pronto se me ocurrió una idea y me agarré a ella como si fuera el único salvavidas en todo el océano. Si conseguía sacar de allí a Ren y ganar algún tiempo, tal vez encontrara la manera de salir de aquel embrollo.
—¿Cómo sé que no estás mintiendo? ¿Cómo voy a saber que le has soltado y que está a salvo?
—Te doy mi palabra. —Los ojos de Drake centellearon con una expresión de triunfo—. Una vez dada, sólo puede romperla la muerte.
Era cierto. Yo no tenía ni idea de por qué los faes estaban ligados de esa forma a sus promesas, pero no podían incumplirlas. Ni siquiera un príncipe o una reina.
—¿Y prometes liberarle inmediatamente y no hacerle más daño?
—Sí.
—Ivy, no. No puedes —gruñó Ren.
Me dolió no hacerle caso, pero en ese momento no podía escucharle.
—Necesito tiempo.
El príncipe ladeó la cabeza.
—Necesito tiempo para… para estar contigo —dije con esfuerzo mientras Ren se tensaba a mi lado—. No puedo hacerlo sin más. Yo no funciono así.
Drake entornó los ojos.
—No…
—Sólo te pido tiempo. Si no me lo concedes y sigues haciendo daño a Ren, encontraré un modo de poner fin a esto y volverás al punto de partida. Tendrás que buscar otra semihumana.
Agarró con fuerza la cadena y la sentí alrededor de mi cuello.
—¿Cuánto tiempo?
—Un mes.
—No. Una semana —replicó.
No era tiempo suficiente para que encontrara una manera de salir del atolladero.
—Cuatro semanas.
—Eso es un mes. —El príncipe suspiró—. Dos semanas.
—Tres —contesté—. Necesito tiempo para acostumbrarme a esto. Para sentirme cómoda.
—No necesitas sentirte cómoda. Sólo tienes que dejar que te fecunde.
Hice una mueca.
—Sí, vale. Por eso necesito tiempo, porque dices cosas así mientras tengo una cadena al cuello, y me dan ganas de vomitarte en la cara.
El príncipe hizo una mueca de asco.
—Eso es repugnante.
—Exacto —le espeté—. Necesito tiempo.
—Hijo de puta —gruñó Ren, tirando de sus cadenas. Había entreabierto los ojos y la rabia había coloreado sus mejillas—. No vas a tocarla. —Los músculos de sus brazos y sus hombros se marcaron—. Voy a matarte. Maldito hijo de puta, voy a acabar contigo.
El príncipe le lanzó una mirada desdeñosa.
—¿Tres semanas y te someterás a mí?
Se me revolvió el estómago, pero asentí.
—Dilo —ordenó.
—Tres semanas y me… someteré a ti —contesté entre dientes.
El príncipe sonrió, enseñando unos dientes blancos y horriblemente afilados.
—Trato hecho.
Dio media vuelta y gritó algo en un idioma que no entendí. Se abrió la puerta y un antiguo de pelo corto entró en la habitación.
—Soltadle.
—Espera —dije—. Prométeme que no le haréis más daño y que le liberaréis, y que me concederás tres semanas. Prométemelo.
Un músculo se movió en su mandíbula. Mi corazón latía con violencia.
—Necesito oír cómo me lo prometes.
—Ivy… —Ren abrió las manos y las cerró compulsivamente.
—Prometo que será liberado sin que se le cause más daño y que te concederé tres semanas, ni un día más, para que te acostumbres a esto —dijo Drake.
El collar pareció oprimirme más el cuello cuando susurré:
—Trato hecho.
—¡No! —exclamó Ren—. Ivy, no puedes…
—No pasa nada —le dije tocándole la mejilla—. Lo tengo todo controlado, ¿vale? Confía en mí. —Antes de que pudiera responder le besé en la boca—. No pasará nada —añadí.
Intentó tocarme, pero Drake tiró de la cadena y no tuve más remedio que ponerme en pie y retroceder. Ren, que tenía las manos atadas, se contuvo, y su expresión de dolor me rompió el corazón en mil pedazos.
—No lo hagas —dijo con voz grave—. No merezco que lo hagas. No puedes… no puedes hacerlo.
—Claro que lo mereces —le dije—. No podría vivir si… —Apreté los labios y le sostuve la mirada mientras Drake salía de la habitación—. Te quiero —dije.
Caminando hacia atrás, mantuve la mirada fija en su cara hasta que las lágrimas cubrieron mis ojos y sólo pude oír el ruido que hicieron sus cadenas cuando luchó por ponerse en pie.
—Pase lo que pase, te quiero —añadí.
El antiguo se puso delante de mí, impidiéndome verle, pero le oí gritar:
—¡No se te ocurra tocarla, cabrón! ¡Te haré pedazos! ¡Ivy, no!
Respiré hondo, entrecortadamente, cuando la puerta se cerró, ahogando las amenazas de Ren, y un segundo después choqué de espaldas con la pared y el príncipe se inclinó hacia mí. A nuestro lado, un humano gemía en un catre.
El príncipe acercó su cara a la mía.
—Si se te ocurre engañarme o hacerme alguna jugada, sufrirás tanto que desearás la muerte, pero no te dejaré morir hasta que tu cabello se vuelva blanco y tu piel se arrugue —dijo con mortífera calma, en voz baja—. Y ésa es una promesa que no pienso incumplir. ¿Entendido?
Me estremecí al pensar en los humanos a los que había visto colgando de las vigas del Flux.
—Entendido.