6
El príncipe se levantó y se marchó. Se fue andando por Decatur como si estuviera haciendo turismo vestido con unos pantalones de piel, a más de veinte grados centígrados. Creo que entró en Jackson Square. Quizá fuera a ver la estatua de Andrew Jackson. O puede que cruzara otra vez la calle para probar unos buñuelos con café mezclado con achicoria.
Yo me quedé allí sentada, estupefacta y casi con ganas de echarme a reír. Aunque no fuera una risa de la buena, sino más bien un poquitín histérica.
¿Qué acababa de ocurrir?
Intenté entender la conversación, pero quizá lo más inesperado de todo había sido que el príncipe se levantara sin más y se marchara. No había intentado obligarme a ir con él. Ay, Dios, ¿tendría Tink razón? ¿Iba a intentar seducirme? Se me revolvió el estómago y puede que hasta me diera una arcada. ¿Por eso se había limitado a intentar asustarme pero no había intentado nada más?
Yo sabía que tenía que decir algo. Era mi deber informar a David de que el príncipe andaba suelto.
Me levanté del banco, respiré hondo y volví a ponerme las gafas de sol. ¿Qué podía decir? ¿Cómo iba a explicar que había visto al príncipe pero que no había intentado hacerme daño? Podía resultar creíble si yo fuera cualquier otro miembro de la Orden, pero yo le había perseguido, había luchado con él cuerpo a cuerpo y me había dejado hecha unos zorros. Podía alegar que el príncipe no me había visto. No era del todo imposible.
Me puse de los nervios mientras esperaba a que Decatur se despejara de tráfico. Lo mejor que podía hacer era mantener la boca cerrada, pero no podía hacerlo. Tenía que avisar a los otros miembros de la Orden de que el príncipe deambulaba por la ciudad. Era un asunto de seguridad prioritario, pero no se trataba sólo de eso. También era mi deber: un deber que me habían inculcado desde el nacimiento y del que no podía escapar.
La Ivy que aún no sabía que era semihumana habría hecho lo correcto, y yo seguía siendo la misma de siempre.
Mientras cruzaba la calle, pensé en mandar un mensaje a Ren, pero no lo hice. Todavía no. Primero tenía que ocuparme de un asunto, del problema que me había impulsado a salir de casa, y no tenía nada que ver con los buñuelos.
Me dirigí al noreste por Decatur y torcí a la izquierda en Saint Phillips, encaminándome al cuartel general de la rama de la Orden en Nueva Orleans. La caminata de veinte minutos consiguió que mi corazón se refrenara un poco, pero no alivió la sensación de angustia que iba apoderándose de mí.
Cuando la tienda de regalos Mama Lousy apareció ante mi vista, noté enseguida que algo iba mal. La tienda estaba cerrada, lo nunca visto teniendo en cuenta que era domingo. En realidad, Mama Lousy era una tapadera de la Orden en la que se vendía falsa parafernalia vudú y unos pralinés riquísimos. Jerome, un miembro de la Orden ya retirado y muy gruñón, solía atender al público. Confié en que no le hubiera pasado nada. Podía ser un auténtico capullo, pero también era un encanto.
Dylan estaba fuera, apoyado contra la pared de color burdeos, junto a la puerta que llevaba al piso de arriba. Con su camiseta gris de cuello redondo y sus vaqueros oscuros, parecía sólo un tipo un poco raro. O sea que, a ojos de un transeúnte cualquiera, se fundía perfectamente con su entorno. Llevaba gafas de sol y tenía los musculosos brazos cruzados sobre el pecho.
Aminoré el paso cuando volvió la cabeza hacia mí y dijo:
—Vaya, pero si estás viva.
Enarqué una ceja al pararme delante de él. Los miembros de la Orden no eran muy simpáticos que digamos, seguramente porque caíamos como moscas, tan deprisa que no nos daba tiempo a conocernos unos a otros. Lo de Val había sido distinto. Desde el momento en que la conocí fue amable conmigo. Los demás, en cambio, pasaron de mí. Por eso, entre otras cosas, me había dolido tanto su traición.
Con Ren había sido distinto.
Él era amable y cariñoso, pero también había querido ligar conmigo desde el momento en que me vio, me lo había dicho él mismo, así que…
—¿Por qué está cerrada la tienda? —pregunté.
—Jerome está acatarrado y David ha pensado que no tenía sentido traer a nadie para que abriera —explicó Dylan.
Era lógico. No había muchos miembros retirados de la Orden por aquellos contornos que estuvieran dispuestos a ir a atender al público.
—Me alegro de que no le haya pasado nada.
Miré hacia la tienda en penumbra. Había varias calaveras de mentira encima de un montón de cajas de pralinés.
—¿Te preocupaba ese carcamal? —Dylan se echó a reír—. Ese sobreviviría hasta a una guerra nuclear.
Tensé los labios.
—Seguramente. Bueno, ¿y qué haces tú aquí?
—Los faes saben dónde estamos desde que esa zorra trajo aquí al príncipe. —Apoyó un pie contra la pared—. Hay que guardar la puerta.
Quise decirle que seguramente un solo miembro de la Orden no podría detener a un antiguo, pero deduje que no iba a hacerle mucha gracia mi comentario.
—Es lógico —murmuré, echando mano de la puerta.
—Oye. —Dylan me detuvo cuando me disponía a entrar—. Me alegro de que estés bien.
Le miré, sorprendida. Sólo vi mi reflejo en sus gafas de sol.
—Y siento ese mal rollo con Val —añadió—. Sé que erais muy amigas. Tiene que ser muy duro.
Agarré con fuerza el picaporte.
—Sí, lo es —reconocí volviéndome hacia él—. ¿Tú sospechaste algo?
—No, hasta que David me pidió que la vigilara, y no vi nada que me pareciera sospechoso.
Y David le había pedido que vigilara a Val porque Ren le dijo que sospechaba que era la semihumana.
—Lo raro es que yo la vi matar faes, Ivy. —Se rió sin ganas—. Es alucinante, ¿no? ¿Trabajaba para ellos y aun así los mataba?
—Supongo que tenía que mantener las apariencias. —Me volví hacia la escalera, apenada—. Luego te veo.
—Sí —contestó.
Me apoyé las gafas de sol sobre la frente y empecé a subir aquellos peldaños en los que había estado a punto de desangrarme cuando un antiguo me disparó con una pistola que hizo aparecer de la nada. Un antiguo cuya existencia David se había negado a admitir.
La escalera olía siempre a azúcar y a pies, una mezcla asquerosa. Dudé al llegar al descansillo del primer piso. Un miedo irracional se apoderó de mí, formando una bola de plomo en mis tripas. La última vez que había cruzado aquella puerta, había encontrado a Harris muerto en el suelo, con la mirada fija en el techo.
Respiré hondo, pulsé el timbre y miré la pequeña cámara. No sabía quién estaba de guardia en la puerta. Si no había nadie, tenía llave y podía…
La puerta se abrió de repente y apareció Ren. Me quedé de piedra al verle allí.
—Eh…
Se apoyó contra el quicio de la puerta.
—Creía que ibas a pensar lo que te dije, Ivy.
Fruncí los labios.
—Veo que no lo hiciste.
—Sí que lo hice —contesté.
—Y también creía que no ibas a salir a nada relacionado con el trabajo, y sin embargo aquí estás.
Eh…
—¿Vas a dejarme entrar?
Suspiró al apartarse. Le lancé una mirada al entrar. Luego miré el suelo. Habían quitado la alfombra beis. Era lógico, teniendo en cuenta que seguramente la sangre de Harris la habría empapado hasta llegar a la tarima.
—Eh… —Noté la garganta extrañamente ronca mientras miraba el suelo—. Quién hubiera imaginado que aquí había tarima. ¿Por qué la tenían tapada con esa alfombra tan cutre?
Ren me agarró de la nuca, de una manera muy distinta a como me había agarrado el príncipe. Me hizo volverme hacia él y abrí la boca para hablar, pero acercó su cara a la mía y me besó.
No fue un beso suave, pero sí dulce y largo. Abrí los labios y, al notar el sabor a chocolate de su lengua, empecé a sonreír. Ren me pasó el brazo por la cintura y me apretó contra sí. Yo le rodeé impulsivamente el cuello con los brazos. Él ladeó un poco la cara para besarme la comisura de la boca.
Yo estaba un poco jadeante cuando me soltó.
—Me ha parecido que te vendría bien una distracción.
—Ah —susurré yo.
Metió la mano entre mis rizos.
—No estoy dentro de tu cabeza, cariño, pero sé en qué has pensado al mirar el suelo.
Cerré los ojos y apoyé la frente contra su pecho.
—Yo vi lo mismo la primera vez que entré aquí —añadió—, y lo veo cada vez desde entonces. Pero no es a Harris a quien veo en el suelo. —Bajó la cabeza cuando yo posé las manos sobre su cintura. Sabía que se refería a mí—. Me digo constantemente que cada vez será más fácil.
—¿Y lo es?
—No.
—Vaya, eso es muy alentador —murmuré yo.
Ren se echó hacia atrás y yo le miré.
—¿Qué has estado haciendo? —preguntó.
—Nada, en realidad. He ido a comprar buñuelos pero…
Estuve a punto de decirle la verdad, la tenía en la punta de la lengua. Díselo, me ordenaba Ivy la Buena. Cierra el pico, me decía en cambio una vocecilla que se parecía curiosamente a la de Tink.
—¿Qué?
Bajé la mirada.
—Había muchísima gente.
Tink se pondría contentísimo.
—¿Y por eso no has comprado buñuelos? —preguntó Ren.
Se abrió una puerta y nos separamos al oír un suspiro de irritación. Me di la vuelta. Me alegré hasta cierto punto de ver a Miles Daily, el lugarteniente de facto. Digo que me alegré en cierto modo porque estaba segura de que no le caía bien y de que había pensado que la traidora era yo.
Miles levantó sus cejas oscuras al vernos.
—¿Interrumpo algo?
—¿Vas a cabrearte si digo que sí? —repuso Ren.
Me mordí el labio para disimular una sonrisa.
Miles puso cara de fastidio y volvió a la sala de la que acababa de salir. Aquél era seguramente el mayor despliegue de emoción que yo le había visto hacer. Nunca conseguía adivinar qué estaba pensando. Me resultaba todavía más difícil que deducir qué sentía o qué pensaba David.
Dentro de la sala, sobre la mesa ovalada, había varias dagas y carpetas. Una de las carpetas tenía escrito en la etiqueta Denver, Colorado. De allí era Ren. ¿Iba a venir alguien a quien conocía? Eso sería interesante.
A un lado de la sala había varios monitores de televisión. Evidentemente, Ren había estado allí con Miles. Me quedé mirando las carpetas.
—¿Qué estabais haciendo?
—Echar un vistazo a posibles candidatos. —Ren deslizó la mano por mi espalda antes de alejarse y regresar al despacho—. Bueno, eso estaba haciendo Miles. Yo sólo estaba dándole la lata.
—Qué razón tienes —masculló Miles.
Se detuvo delante de los monitores. Había más fuera, en la sala principal. La Orden tenía cámaras distribuidas al azar por todo el Barrio Francés y los barrios de alrededor.
Que yo supiera, no había ninguna cerca de Jackson Park, por suerte.
—¿Lista para volver al trabajo? —Miles escudriñó los monitores con semblante inescrutable.
Ren me miró.
Yo no le hice caso.
—Sí, creo que sí.
Ren entornó los párpados.
Yo seguí sin hacerle caso.
—Estupendo. Necesitamos a todos los efectivos disponibles patrullando las calles. —Miles se volvió hacia la mesa—. Puede que los faes se estén escondiendo de momento, pero sabemos que las cosas no van a continuar así. Es sólo cuestión de tiempo que vuelvan a aparecer. Tenemos que estar preparados.
Era el momento perfecto para que les contara lo del príncipe, pero mi lengua se negó a funcionar. Miré los monitores y estaba a punto de desviar la mirada cuando una de las imágenes captó mi atención. Entorné los ojos y me volví hacia el monitor de la izquierda, el de la última fila. Era una casa antigua, de antes de la guerra civil, lo cual no era nada raro porque en Nueva Orleans las había a patadas. Pero ésa yo la conocía.
—¿Estáis vigilando la casa de los padres de Val? —pregunté.
—Sí. —Miles cogió una carpeta y la abrió—. Desde la semana pasada.
Mierda. Eso significaba que no podía pasarme por allí. Pero de todos modos Val no era tonta. No se acercaría por allí. Yo seguía pensando en pasarme por el Twin Cups, un bar que había a escasas manzanas del Barrio Francés y que era en realidad un bar oculto dentro de otro bar. A Val le gustaba ir allí a relajarse después de trabajar. Había pocas probabilidades de que estuviera allí, pero por algún sitio tenía que empezar.
Miré a Ren. Me estaba mirando fijamente, con una media sonrisa remolona, y, al ver su expresión, pensé que no estaba muy enfadado conmigo por haber salido de casa. El problema era que iba a ser difícil quitármelo de encima mientras buscaba a Val y a sus padres.
Lo más probable era que la Orden todavía les estuviera interrogando, y había sólo un par de sitios donde podían tenerlos retenidos. El cuartel general no era uno de ellos. Miré de nuevo los monitores. Dos de ellos estaban apagados. Ambos conectaban con dos locales que tenía la Orden. Uno estaba en el Distrito de las Artes. El otro era una vieja mansión, posiblemente embrujada, cerca de los pantanos. Aquellos dos dichosos monitores me dirían dónde estaban los padres de Val sin tener que perder el tiempo o que me pillaran fisgoneando. Lo que haría cuando por fin descubriera dónde estaban aún estaba por ver.
De momento, estaba improvisando.
Apoyé las manos en el respaldo de una silla.
—¿Qué tal van las cosas con los padres de Val?
—Sus padres ya no nos preocupan. —Miles tiró la carpeta sobre la mesa.
Yo me quedé sin respiración.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Ya sabes lo que quiere decir.
Miles rodeó la mesa y cogió una daga. Se subió la manga y metió la daga en la funda que llevaba sujeta al antebrazo.
Yo miré a Ren. Su sonrisa remolona había desaparecido. Un músculo vibraba en su mandíbula. Ay, no, no. Volví a mirar a Miles, que estaba entrando en la sala principal.
—¿Confesaron algo?
—No. —Soltó un bufido—. Ninguno de ellos iba a reconocer que se había follado a un fae. Pero es igual. Eran un peligro, y cuanto antes encontremos a su hija, mejor. Con un poco de suerte aún no estará preñada. Lo dudo, pero hay que mantener la esperanza.
Ay, Dios.
Cerré los ojos con fuerza.
Había llegado demasiado tarde.