EL CLARO DE
LUNA DE GABRIELA
(TAL VEZ UNA CRIATURA,
O EL PUEBLO, ¿QUIEN SABE?)
«Se transformaron, no solamente la ciudad, el puerto, los pueblos y poblados.
Se modificaron también las costumbres, evolucionaron los hombres…»
(De la acusación del doctor Ezequiel Prado, en el juicio al «coronel» Jesuíno Mondoza)
CANTAR DE AMIGO DE GABRIELA
Oh, ¿qué hiciste, Sultán,
De mi alegre niña?
Palacio real le di.
Un trono de pedrerías.
Zapato bordado en oro.
Esmeraldas y rubí.
Amatistas en los dedos,
vestidos de diamantes,
esclavas para servir,
un lugar en mi dosel
y la llamé mi Reina.
Oh, ¿qué hiciste, Sultán,
de mi alegre niña?
Sólo deseaba la campiña,
coger las flores del bosque.
Sólo deseaba un espejo de vidrio,
para mirar.
Sólo deseaba del sol calor,
para bien vivir.
Sólo deseaba la luna
de plata, para reposar.
Sólo deseaba el amor
de los hombres, para amar.
Oh, ¿qué hiciste, Sultán,
de mi alegre niña?
En el baile real llevé
a tu alegre niña
vestida de realeza,
con princesas conversó,
con doctores platicó,
bailó danzas extranjeras,
bebió el vino más caro,
mordió una fruta de Europa,
entró en los brazos del Rey,
Reina más que verdadera.
Oh, ¿qué hiciste, Sultán,
de mi alegre niña?
Mandarla de vuelta al fogón,
a su huerta de guayabas,
a su danzar marinero,
a su vestido de percal,
a sus verdes chinelas,
a su inocente pensar,
a su risa verdadera,
a su infancia perdida,
a sus suspiros de lecho,
a sus anhelos de amar.
¿Por qué la quieres cambiar?
Ése es el cantar de Gabriela,
hecha de clavo y de canela.