80. CHANCHULLO N.° 18.753
Estoy destrozado. Es como si todo lo bueno hubiera desaparecido y todo lo que queda estuviese patas arriba. Mi madre llora por el contestador, preguntando cómo el periódico puede contar impunemente todas esas horribles mentiras acerca de su hijo. Rab se acerca, es obvio que esto le divierte, pero estoy demasiado jodido como para que me importe. Pero me acerco por casa de mi madre y casi la convenzo de que no es más que una invención de gente envidiosa y que ya está en manos de mis abogados.
Menuda interpretación; mi indignación requirió reservas de energía que no sabía que tuviera. Me marcho pensando en Franco, en cómo el muy gilipollas la cagó de esa manera tanto para mí como para él.
Vuelvo a casa para estar con Nikki, mientras pienso en quién puede haberme delatado. La lista en mi cabeza se repite: Renton: EVIDENTE QUE TE CAGAS; Terry: ESE CABRÓN POR PASAR DE ÉL; Paula: ARPÍA A LA QUE LE DIERON EL SOPLO RESPECTO A MIS ACTIVIDADES; Mo: QUERÍA QUEDARSE CON EL PUB; Spud: CABRONAZO YONQUI ENVIDIOSO; Eddie: VEJESTORIO ENTROMETIDO; Philip y su peña: ¡PEQUEÑOS HIJOS DE PUTA!; Begbie: «YO NO SOY UN PUTO CHOTA»: ME PARECE QUE ESA MUJER PROMETE DEMASIADO; Birrell: EL PRIMERO EN VENIR AQUÍ A CACHONDEARSE; Renton otra vez: UN TOQUE DE DESPEDIDA MALVADO DE PARTE DE ESE CABRÓN INFAME…
Llamo a Mel y a Curtis a Cannes, para contarles que pronto volveré a montar algo y que sólo necesito un poco de tiempo para lamerme las heridas y devolvérsela a una escoria que me la ha jugado. «Entonces me pondré en contacto. Pero hasta ese momento, id a por todas y coged la pasta donde podáis. Pero ojo con lo que firmáis», les advierto.
En el principio del Walk, compro unas flores para Nikki y me planteo llevarla a cenar esta noche al Stockbridge Restaurant porque ha sido mi puntal, antes de salir por patas hacia Londres. Cuando regreso, ella ha desaparecido; habrá salido a comprar algo para preparar la cena. Ni hablar, a la mierda la policía y los de aduanas, quiero salir y mostrarles a todos que no estoy vencido. Esto no ha sido más que un revés temporal.
Veo una nota sobre la mesilla del café.
Simon:
Me voy a visitar a Mark y a Dianne. No nos encontrarás, eso te lo garantizo. Prometemos disfrutar de la pasta.
Con cariño,
Nikki
P. D.: Cuando dije que eras el mejor amante que había tenido jamás, exageraba, pero no lo hacías mal cuando te esforzabas. Recuerda, todos fingimos.
P. D. 2: Como decías tú acerca de los británicos, ver cómo le dan por culo a la gente se ha convertido en nuestro deporte favorito.
La leí dos veces. Me miro en silencio en el espejo de la pared. Entonces, con toda la fuerza de que soy capaz, le pego un cabezazo a la imagen refleja del imbécil que veo en él. El cristal se rompe y se desprende del marco, estrellándose y haciéndose añicos contra el suelo. Bajo la vista para mirar los pedazos rotos y veo cómo la sangre gotea sobre ellos como si fuera lluvia. «¿Acaso existe un capullo viviente más estúpido que tú?», le pregunto lentamente al rostro ensangrentado que se ve en los fragmentos rotos. «Ahora encima siete años de mala suerte», me río.
Me siento en el sofá y vuelvo a coger la nota, dejando que tiemble en mi mano, luego hago una bola con ella y la arrojo al otro lado de la habitación.
¿Acaso existe un capullo viviente más estúpido?
Entonces se me viene a la memoria un rostro.
«François está maltrecho», me digo cruelmente a mí mismo, imitando a un traicionero senador romano de Hollywood de la película Espartaco. «Debo ir a verle».
Me pongo un vendaje en torno a la cabeza y me ato un pañuelo viejo alrededor. A continuación me dirijo hacia la Royal Infirmary en busca del pabellón de cuidados intensivos. Fuera, paso por una tienda de artículos de papelería del hospital y pienso en una tarjeta, pero en su lugar compro un grueso rotulador negro.
Recorro un largo y desierto pasillo, en esta parte victoriana del edificio, pensando en toda la miseria y los tormentos que habrán tenido lugar en esta casa del dolor. Noto una sensación de opresión en el pecho y el lugar me resulta frío. Han edificado un reemplazo moderno en Little France y están reduciendo la calidad del servicio aquí. Las luces parecen haberse debilitado mucho en este sector del hospital, y mientras subo por la escalera y mis zapatos chirrían ruidosamente en cada peldaño, me doy cuenta de que tengo miedo. Las cosas me dan vueltas en la cabeza y me aterra que haya podido recobrar la conciencia.
Cuando llego al pabellón, me siento más tranquilo. Parece que en un pabellón para seis personas, cinco vejetes que parecen acabados y Franco, que está ahí tendido inconsciente, sólo hay una enfermera de guardia. Tiene un aspecto inerte y amarillento, como si fuera ya cadáver. No le han enchufado a un respirador, pero a simple vista resulta difícil apreciar respiración alguna. Está enganchado a tres tubos. Dos que al parecer entran, para la solución salina y la sangre, y otro que sale para los meados.
Soy su única visita. Tomo asiento cerca de él. «Pauvre, pauvre, François», le digo a la figura aletargada envuelta en vendajes y yeso. En algún lugar ahí dentro se encuentra Begbie.
Está acabado del todo. Leo sus cuadros médicos. «Esto tiene muy mala pinta, Frank. La enfermera dijo: “Está muy mal, necesitará mucho tesón para salir de esta”. Yo le dije: “Frank es muy luchador”».
Miro la bolsa de plasma a la que está conectada un tubo que va a parar a sus venas. Capullo estúpido. Debería mear en una botella de leche y meter el tubo dentro. En vez de eso, cojo el rotulador y escribo unas líneas afectuosas en la escayola mientras charlo con él. «Me la volvió a jugar, Frank. La cagué, olvidé una lección muy importante: nunca se vuelve sobre el pasado. A otra cosa. Tienes que pasar a otra cosa o acabas como…, bueno, como tú, Frank. Me sienta bien verte así, Franco. Sienta bien saber que siempre hay algún capullo hecho polvo y lamentable que está peor que tú», digo con una sonrisa, mientras admiro mi obra: MARICONA.
«¿Recuerdas la primera vez que nos conocimos, Frank, la primera vez que me hablaste? Yo sí. Estaba jugando al fútbol en los Links con Tommy y otros chavales del bloque. Entonces aparecisteis vosotros. Creo que Rents y Spud entre ellos. Aún íbamos a la escuela primaria. Fue el fin de semana después de que los Hibs perdieran por 4 a 2 ante la Juventus. Altafini metió tres golazos de alucinar. Tú te acercaste y me preguntaste si era un puto espagueti. Yo te dije que era escocés. Entonces Tommy, que intentaba ayudar, va y suelta: “La que es italiana es su madre, ¿no, Simon?” Me cogiste del pelo y me lo retorciste mientras decías algo ingenioso, del estilo de “Arriba Escocia, joder” y “Esto es lo que hacemos con los asquerosos hijos de puta italianos”, mientras me llevabas a dar un humillante paseo, gritándome a la cara: “Durante la puta guerra fuisteis unos cagaos” y todo eso. Yo intentaba gritar que era de los Hibs, que les había estado animando como un loco cuando Stanton nos puso por delante en el marcador por 2 a 1. De nada sirvió, tuve que aguantar tu chulería insensata y brutal hasta que te aburriste y optaste por otro blanco. Y adivina quién te daba cuerda en aquella ocasión, animándote a ser el hijo de la gran puta, la crueldad brillándole en la mirada. Sí, Renton lucía una sonrisa más ancha que Victoria Dock, el muy cabrón».
Pero Franco se limita a quedarse ahí tirado, con su odiosa y retorcida boca de bobalicón bien cerrada.
«Todo iba a pedir de boca, Frank. ¿Alguna vez te has sentido así, Frank? ¿Qué estabas en forma, arrasando, y entonces llega algún cabrón que te lo quita todo haciendo trampas? Porque algunas reglas tiene que haber, Franco. Ni siquiera tú le harías eso a uno de los tuyos. Sé que yo no lo haría. Si llevas un negocio como está mandado, una operación de verdad, hace falta confianza. Yo me monto mis jueguecitos, Frank; tú nunca lo entenderás, pero yo soy más guerrero de lo que tú serás nunca. Creo en la lucha de clases. Creo en la guerra de los sexos. Creo en mi tribu. Creo en ese sector justo, inteligente y enterado de la clase trabajadora frente a las masas cretinizadas de encefalograma plano así como la mediocre y desustanciada burguesía. Creo en el punk rock. En el Northern Soul. En el acid house. En lo mod. En el rocanrol. También creo en el rap y en el hip-hop justicieros y precomerciales. Ese ha sido mi manifiesto, Franco. Rara vez, si es que alguna vez lo has hecho, has encajado tú en él. Sí, admiro tus instintos de forajido, pero el rollo matón-psicópata me deja frío. Sus groseras banalidades ofenden mi sentido del buen gusto. Pero Renton… yo pensaba que Renton compartía mi perspectiva, mi perspectiva punk. Pero ¿él qué es? Scruffy Murphy con cerebro y aún menos escrúpulos».
Me pregunto si este capullo podrá oírme. Ni de coña, este no se vuelve a despertar jamás, y si lo hace lo hará en plan vegetal total. «Estoy muy desilusionado, Frank. ¿Sabes lo que me quitó ese cabrón? Te lo diré en términos sencillos, para que tú me entiendas: sesenta y tantos mil de los grandes. En efecto, eso hace que tus tres grandes parezcan la bagatela que son en realidad. Pero el dinero no significa nada. Se llevó mis sueños, Frank. ¿Lo entiendes? ¿Lo pillas? ¿Hoo-laa? ¿Algún capullo en casa? No. Eso me parecía».
¿Alex McLeish?
El expediente disciplinario de Begbie es del todo lamentable y cuesta imaginar que alguien le dé una segunda oportunidad a estas alturas.
Estoy seguro de que cualquier persona consciente refrendaría tan juiciosos comentarios, Alex, y para serte franco, yo iría más lejos: yo acusaría a Francis Begbie de causar el descrédito de este deporte. Y hablando de ser Francos, oigamos lo que tiene que decir otro célebre Frank que también ejerce su oficio en Leith. ¿Franck Sauzee?
Eso es, como disen ustedes, bien ciegto. Monsieur Begbie es muy luchadog pego sin savoir faire. Pego no se le puede quitag la agresividad a su fogma de jugag, pues ya no seguía él mismo.
Sigo garabateando distraídamente sobre la escayola de Frank con el rotulador mientras paso el día con él. SOY UN COMEPOLLAS.
«Y sin embargo ayudé a ese hijoputa de Renton. Le mantuve alejado de tus putas garras. ¿Por qué? Quizá por aquella vez en Londres cuando te fuiste de la olla y me acusaste de estar conchabado con él. Me pegaste un puñetazo y me partiste un diente. Me desfiguraste. Tuve que ir a que me lo reconstruyeran. Ni siquiera recibí una puta disculpa. Pero cometí un error que te cagas al mantenerle alejado de ti. Nunca más. Le encontraré, Frank, y juro que si consigues salir de este coma y reparar tu cuerpo destrozado, serás el primero, sin excepción, en conocer su paradero».
Me inclino sobre el puto títere baboso. «Que te restablezcas pronto… Pordiosero. Siempre quise llamarte eso a la ca…». Y el corazón casi se me sale por la boca cuando algo me agarra de la muñeca. Bajo la vista y es su mano, que la tiene atenazada. Y cuando vuelvo a levantarla, tiene los ojos abiertos y esas brasas encendidas de animadversión se asoman directamente a mi ser interior, lastimado y penitente…