31. «… TENER CERCENADA UNA NALGA…»
Menuda factoría, nuestro piso en Tollcross. Hay porros de hachís y tazas de café circulando constantemente. Rab y yo estamos trabajando en el guión. Dianne está al lado, metida en las notas para su tesis, disfrutando de nuestras risitas a medida que vamos picando el uno junto al otro en el ordenador. De vez en cuando echa un vistazo a la pantalla y nos brinda ronroneos de aprobación y alguna que otra sugerencia valiosa. En un rincón, Lauren, que también está haciendo un trabajo, intenta avergonzarnos para que nos unamos a ella y hagamos el trabajo del curso. Evidentemente intrigada, se niega sin embargo a echarle un vistazo a nuestro guión. Rab y yo no paramos de vacilarle cuchicheando cosas como «mamada» y «por el culo» entre risitas, mientras Lauren se pone colorada, murmurando «Fellini» o «Powell y Pressburger». Dianne acaba por abandonar y recoge sus cosas. «Me voy, ya no aguanto más», dice.
Lauren nos mira con irritación. «¿A ti también te están molestando?».
«No», dice Dianne con expresión arrepentida, «es que cada vez que echo una miradita me pongo cachonda. Si oís unos ruidos de motor y unos jadeos saliendo de mi habitación sabréis lo que estoy haciendo».
Lauren hace un mohín de abatimiento, mordiéndose el labio inferior. Si tanto le molesta, ¿por qué no se va también a su habitación? Para cuando hemos terminado e impreso el borrador, de unas sesenta páginas, su curiosidad puede más que ella y se acerca. Mira el título y aprieta el mando página abajo, leyendo con creciente incredulidad y aversión. «Esto es horrible…, es asqueroso…, es obsceno… y ni siquiera de una forma chula. No tiene el más mínimo mérito. ¡Es una mierda! No puedo creer que hayáis sido capaces de escribir una porquería tan degradante y oportunista…», profiere. «¡Y tienes previsto hacer estas cosas con gente, con desconocidos, vas a dejar que te las hagan!».
Casi me siento en la obligación de decirle que todo menos el sexo anal, pero en lugar de eso me pongo de lo más altiva, y replico con una cita que me aprendí de memoria por si se presentaba una ocasión semejante. «Querría saber qué es peor, si ser cien veces violada por piratas negros, tener cercenada una nalga, padecer una carrera de baquetas en Bulgaria, ser azotado y ahorcado en un auto de fe, ser disecado, remar en una galera, pasar, en fin, todas las miserias que hemos pasado», digo mirando a Rab, quien se suma al unísono, «¿o vivir aquí sin hacer nada?».
Lauren menea la cabeza. «¿Qué bazofia me estás contando ahora?».
Rab interviene. «Es Voltaire, en Cándido», explica. «Me sorprende que no lo sepas, Lauren», le dice a nuestra chica, que se estremece de nerviosismo y enciende un cigarrillo. «¿Qué fue lo que contestó Cándido?», dice Rab alzando un dedo y nuevamente declaramos a la vez: «¡He ahí una gran pregunta!».
Lauren sigue retorciéndose en la silla, sin saber dónde meterse, con expresión iracunda, como si le estuviéramos tomando deliberadamente el pelo, cuando no se trata más que de las vibraciones del guión.
«Bonitas flores», dice Rab, como tratando de apaciguar el ambiente, mirando mis rosas. «Vi otro ramo de flores frescas en la basura». Sonríe con descaro. «¿De qué va el rollo?».
Lauren le lanza una mirada, pero yo capto lo inocuo del comentario, lo que me hace pensar de inmediato que fue Sick… Simon. Desde luego, podemos descartar a Rab de nuestra línea de investigación.
Nos quedamos levantados hasta que abren los comercios, repasando el borrador y haciendo enmiendas. Si Rab y yo estábamos cansados y nerviosos respecto a bajarlo a Leith y enseñárselo a los demás, salimos del piso muy animados por los comentarios de Lauren. Fuimos a una copistería e hicimos que imprimieran y encuadernaran varias copias. Sólo al sentarnos en un café para desayunar me di verdadera cuenta, entre la euforia por haber terminado y la fatiga, de lo disgustada que se había quedado Lauren. En un repentino acceso de culpa, pregunto: «¿Crees que deberíamos subir a ver cómo está?».
«Nah, eso sólo empeoraría las cosas. Dale un poco de tiempo», opina Rab.
Y eso me viene bien; desde luego no quiero volver. Porque me lo estoy pasando bien aquí con Rab. Disfrutando de los fuertes cafés solos, del zumo de tomate, los bagels, del hecho de que estamos aquí sentados con un guión sobre la mesa. Un guión que hemos realizado nosotros, celebrando que hemos logrado algo, Rab y yo; nos sentamos y lo hicimos. Y siento una gran intimidad con él, y pienso que quizá quiero que tengamos más momentos como este. Pero no se trata de algo sexual, como mi creciente obsesión por Simon; a decir verdad, en cierto modo resulta extrañamente asexual. «¿Qué crees que diría tu novia si supiera que te has pasado toda la noche en vela escribiendo pornografía con otra mujer?».
Rab se lo toma como lo que es. Toma distancia emocional respecto a mí, obviando la pregunta y sirviendo más café. Durante un rato se produce un silencio, y entonces él está a punto de decir algo, se lo piensa mejor, pagamos a medias, salimos del café y subimos a un autobús con destino a Leith.
Le imagino durante el camino hasta Leith; entonces llegamos al pub y ahí está. Simon Williamson. Los demás van llegando y van pasando. Ursula, vestida con un chándal que a una chica británica le quedaría horrible pero que de algún modo a ella le queda molón. Craig y Ronnie, los gemelos siameses; se me ilumina la cara al ver a Gina por primera vez desde que me ayudó. Me acerco y le pongo la mano en el hombro. «Muchísimas gracias por ayudarme aquella vez», le canturreo suavemente.
«Me vomitaste encima de la camiseta», dice ásperamente, y por un instante me asusto, pero su agresividad es superficial y sonríe. «No fue más que una palidilla. A todos nos pasa».
Entonces entra Melanie, abierta y amistosa, abrazándome como si fuéramos amigas que no nos hubiésemos visto en muchísimo tiempo. Me voy animando cuando les entregamos a todos una copia. «Recordad», les explico, «esto sólo es un borrador muy elemental. Se agradecerá todo tipo de comentarios».
Por lo menos el título capta su interés. Todos se ríen por lo bajo al leer en la página del título:
SIETE POLVOS PARA SIETE HERMANOS
Explico rápidamente el argumento. «La historia, más o menos, es esta: hay siete mozos en una plataforma petrolífera. Uno de ellos, Joe, cruza una apuesta con otro, Tommy, por la que se establece que cada uno de los siete “hermanos” tiene que acostarse con una chica mientras estén de permiso de fin de semana en tierra firme. Pero no sólo tienen que follar, sino que es preciso que sean satisfechas las conocidas predilecciones sexuales de cada uno. Por desgracia, dos de ellos quieren realizar otras actividades, de índole cultural y deportiva, y un tercero es virgen sin remedio. De manera que la apuesta está a favor de Tommy. Pero Joe tiene unas aliadas, Melinda y Suzy, que dirigen un burdel de alto standing, y que se las ingenian para dar con los siete polvos que metan a esos latosos hermanos en cintura de una vez por todas».
Simon asiente con entusiasmo, y se da una palmada en el muslo. «Suena bien. Suena pero que muy bien, joder».
Mientras los demás leen, Rab y yo optamos por bajar las escaleras y tomar una copa en el pub desierto y cerrado al público. Pasamos media hora charlando acerca del guión y de la universidad antes de volver a subir. Cuando abrimos la puerta, están todos sentados en silencio, anonadados. Por un momento pienso «no, por favor», pero después me doy cuenta de que nos miran con asombro.
De pronto, la risotada de Melanie extrae todo el aire de la habitación. Arroja el manuscrito sobre la mesa, incapaz de contenerse. «Es una pasada que te cagas», me dice con una sonrisa, llevándose la mano a la boca. «Estáis como un par de cabras».
Entonces interrumpe Terry, mirando a Rab. «Ya, no está mal, pero escucha, Birrell, esto no es un puto proyecto universitario. Tienes que correrte a base de acariciarte el rabo, no la barbilla. La vida real es así, colega».
Rab le lanza una mirada cargada de impaciencia. «Léelo, joder, Lawson. Son siete hermanos en una plataforma, hostias, terminan el turno y necesitan conocer a siete tías».
Simon mira de forma hostil a Terry, y a continuación se vuelve hacia nosotros con la mirada vidriosa y con aspecto de estar verdaderamente emocionado. «Esto es una puta genialidad, señores y señoras», dice, levantándose y tomando a Rab por el hombro y besándome en la mejilla antes de apoyarse en la barra y estirarse para servir unos JD enormes. «Aquí habéis metido toda la pesca. Me han encantado las escenas de sado y azotes. ¡Pero qué picantes!».
«Ya», le explico, totalmente eufórica, pero intentando mantener cierta serenidad ante sus comentarios, mientras que el cansancio guarro de la noche en vela empieza a dejarse sentir, «ya sabes, el mercado británico. ¿Es un fetiche muy británico? ¿Sus raíces culturales se encuentran en los colegios de pago y la cultura del Estado-nodriza?».
Rab asiente con entusiasmo. «También pone de manifiesto nuestra herencia de porno blando y la naturaleza represiva de nuestra cultura censora», dice, y de repente aumentan nuestras pretensiones. «No entiendo cómo Lauren pudo decir que no tenía ningún valor artístico».
«Déjate de arte, Birrell, a mí lo que me gustó es el trozo acerca del tío que está obsesionado con las mamadas», dice Terry guiñando un ojo y dejando que su labio inferior acaricie el superior.
Simon asiente con lentitud, y con un gesto adusto de satisfacción, con el entusiasmo de un verdugo, dice: «Ahora tenemos que hacer el casting».
«Yo quiero interpretar a todos los hermanos», dice Terry. «Ahora eso se puede hacer con efectos y cortes. Sólo hacen falta un par de pelucas distintas, unos disfraces, como gafas y tal…».
Todos nos reímos, pero con los nervios a flor de piel, pues sabemos que Terry habla absolutamente en serio. Simon menea la cabeza. «Nah, todos tenemos que interpretar algún papel, o cuando menos todos los tíos capaces de empalmarse delante de una cámara, claro está».
«Conmigo no habrá ningún problema», dice Terry, y se da una palmadita en el paquete con expresión satisfecha. A continuación se vuelve hacia Rab. «¡Te veo muy callado, Birrell! ¿No te apetece un papel pequeñín, ya que para uno grande no darías la talla?».
«Vete a tomar por culo, Terry», dice Rab con una sonrisa afectada, «es lo bastante grande, aunque media docena de nabos de medio metro aún andarían sobrados de espacio en tu puta boca».
«Sigue soñando, Birrell», se burla Terry.
«Niños, por favor», dice Simon con grandilocuencia, «quizá haya escapado a vuestra atención, pero hay damas presentes. Sólo porque vayamos a realizar una película pornográ…, eh, una película para adultos, eso no quiere decir que personalmente tengamos que ser unos ordinarios. Guardaos las guarrerías en la cabeza, y no las pongáis sobre la mesa».
Rab y yo estamos entusiasmados por nuestro logro. Mientras nos disponemos a marcharnos para subir a la uni y comprobar los resultados de nuestros trabajos, Simon se me acerca y me cuchichea al oído: «Toda mi vida has sido un espejismo, y ahora eres de verdad».
Sí, fue él quien envió las flores.
Vamos en el autobús de camino al centro y Rab no para de largar acerca de la película y del cine en general, pero tengo la cabeza en otra parte. Ya no puedo verle ni oírle; no puedo pensar más que en Simon. Toda mi vida has sido un espejismo, y ahora eres de verdad.
Soy de verdad para él, pero nuestra vida no lo es. Esto no es la vida real. Esto es el mundo del espectáculo. Cuando llego a la universidad, veo que McClymont me ha puesto un cincuenta y cinco. No es gran cosa, pero es un aprobado. Hay algunas notas semiilegibles.
Un buen trabajo, que queda deslucido por la irritante costumbre de adoptar la bastarda ortografía americana de nuestra lengua. Colour no se escribe color. No obstante, hace usted algunas observaciones pertinentes, pero no descuide la influencia de los emigrantes escoceses en la ciencia y la medicina, no todo se limitó a la política, la filosofía, la enseñanza, la ingeniería y la arquitectura.
Un aprobado. Ahora puedo olvidarme de esa parte del curso y de ese viejo y repulsivo hijo de puta para siempre.