39. «… CUESTIÓN DE TETAS…»
Lauren ha regresado de Stirling. Me pregunto qué habrá ocurrido en el hogar paterno para producirle una inyección tan vigorosa de espíritu de convivencia. Casi se disculpa conmigo por ser una entrometida a la vez que sostiene, por supuesto, que me equivoco. Afortunadamente, suena el teléfono y es Terry, que nos invita a tomar un almuerzo líquido. Quiero ir, ya que dentro de dos días tenemos un compromiso para filmar escenas de sexo, así que quizá sea buena idea llegar a conocerle mejor. Tuve que convencer a Lauren un poco, ya que quería celebrar nuestro hermanamiento recién descubierto fumando un porro y riéndonos con el telediario antes de acudir a la clase de esta tarde. No obstante, insistí, e incluso logré que se pusiera un poco de rímel y de lápiz de labios, y nos dirigimos al centro.
Justo cuando me dispongo a salir, suena el teléfono otra vez; ahora es mi padre. Me siento culpable por mis actividades de la otra noche en el hotel mientras él está dale que te pego con Will; sigue negándose por completo a aceptar que un hijo suyo pueda ser maricón. ¿Cuál es la diferencia entre sus dos hijos? Ambos chupan pollas, pero su hija lo hace para ganarse la vida. Apenas puedo esperar a colgar y salir.
El Business Bar es uno de esos lugares que está a mitad de camino entre un club y un pub, con una cabina de DJ y unas torres en una esquina. Está a tope porque corre el rumor de que N-Sign va a hacer un bolo aquí; al parecer es un viejo amigo del hermano de Rab, Billy, y de Juice Terry. Terry nos presenta a Billy, que está bastante bueno. De hecho, cuando miro a Rab, me da la impresión de que es una versión desleída de su hermano. Billy sonríe y estrecha nuestras manos con un ademán que resulta bastante caballeroso y un tanto anticuado sin resultar en absoluto afectado. Se le ve tan en forma y tan saludable, que confieso que me produce una inmediata reacción hormonal, pero vuelve a meterse detrás de la barra, demasiado ocupado como para que se pueda flirtear con él.
Terry intenta ligar con Lauren, quien se encuentra muy incómoda. Llega un momento en que le dice que mantenga las manos quietas. «Perdona, muñeca», dice Terry levantando las manos hacia el cielo, «pero es que soy un gachó de tipo táctil, eh».
Ella arruga la cara y se marcha al excusado para tomarse un descanso. Terry se vuelve hacia mí y dice tranquilamente: «Habla con ella. ¡Pero qué neuras le dan! Si alguna vez hubo una tía necesitada de una buena ración de polla… Lo que yo te diga».
«A decir verdad, estaba un poco más tranqui antes de que empezaras», le tomo el pelo, pero me resulta muy difícil discrepar con él. Si alguien estuviera follándose a Lauren, ella estaría en deuda con él, porque efectivamente la tranquilizaría un poco. Dispone de demasiado tiempo y lo único que hace es frustrarse, ponerse ansiosa y preocuparse por chorradas. Las chorradas de los demás.
«¿Ese que está en la mesa de la esquina no es Mattias Jack?», le pregunta Rab a Terry.
«¡Sí!… Perdón, ¡ja! Billy me contó que la semana pasada estuvieron aquí Russell Latapy y Dwight Yorke. Donde hay futbolistas hay chochos», sonríe Terry. «Pero qué me dices de estas dos, Rab, ¿acaso no son un par de sueños?». Ahora rodea mi cintura con un brazo y extiende el otro, como invitando a Lauren, que ya se aproxima, a sumarse. Sin embargo, ella se mantiene a distancia de él y mira el reloj. «Me voy a clase».
Rab y yo captamos la indirecta. Apuramos nuestras copas, dejando a Terry bebiendo alegremente con Billy en la barra. Al salir, sonrío: «Nos vemos el jueves».
«No veo llegar el momento», grita con entusiasmo Terry.
«Disculpad por toda esa mierda», dice Rab mientras subimos por el North Bridge pasando por delante del nuevo Scotsman Hotel.
Aunque hace un día soleado, hay un viento fuerte y ruidoso que me está desarreglando completamente el pelo. «Ha sido divertido. Deja de disculparte por tus amigos, Rab; sé cómo es Terry y me parece cojonudo», le digo, atusándome el cabello y tratando de colocármelo detrás de las orejas. Veo cómo Lauren, que está dándole bocados a un KitKat, hace acopio de valor y arruga la cara ante el viento, maldiciendo y parpadeando rápidamente al metérsele en el ojo una partícula de polvo. Pienso en que ahora toca el seminario de Bergman y casi estoy tentada de no ir, ya que en esta asignatura estoy adelantando. Me aguanto y me siento culpable por aburrirme, mientras que Rab y Lauren están totalmente absortos. Después no me apetece quedarme por ahí; Rab se larga y Lauren y yo volvemos a casa, donde Dianne ha preparado algo de pasta.
La comida está estupenda, excelente a decir verdad, pero casi me atraganto al verla a ella en la televisión. La sensacional medallista británica, como la llama Sue Barker, Carolyn Pavitt. Y Carolyn luce una sonrisa dentuda y un pelo teñido de rubio, que se está dejando crecer un poco. Está de lo más cursilona pero con un toque sutil de dinamismo que a John Parrot y a un futbolista invitado les pone los dientes largos. Espero que el equipo de Ally McCoist zumbe a esa tiparraca tonta y tetiplana y la dejen en evidencia como la imbécil que es. ¿«A Question of Sport»? ¿Qué coño sabrá ella de deportes? Debería llamarse cuestión de tetas. ¿Y las tuyas dónde están, eh, guapa?
Entonces vuelvo a mirar. Tiene tetas. La miro horrorizada y boquiabierta y me doy cuenta: ¡se las ha operado! La arpía sin tetas, medallista olímpica en gimnasia antídoto de la lujuria, además del rubio de bote y las fundas dentales, se ha puesto unos implantes de pecho en preparación para una nueva carrera en los medios.
Joder, yo conozco a esa puta tiparraca embustera e hipócrita…
Esta noche Dianne se marcha a casa de sus padres. Lauren y yo nos quedamos en casa a ver más televisión. Un programa cultural en el que un grupo de intelectuales discute el fenómeno de las novelistas japonesas semiadolescentes le pone de mal humor. Muestran una selección de fotografías de sobrecubierta en las que se ve a chicas jóvenes y guapas en imágenes casi de porno blando. «Pero ¿saben escribir?», pregunta uno de los entendidos. Un Profesor de Cultura Popular, completamente en serio, ladra con impaciencia: «No veo que eso tenga la menor importancia».
¡A Lauren eso le enfurece mucho! Fumamos algo de costo y nos entra la gusa. Yo me como otro plato de pasta y Lauren abre una botella de vino tinto. Sólo he tomado una segunda ración pequeña pero decido que ha sido una comida demasiado pesada y, pensando en la Polaroid que me sacó Severiano/Enrico, voy al retrete y la vomito, cepillándome los dientes y tragando un poco de leche de magnesia para calmarme las paredes estomacales.
Cuando regreso, observo comer a Lauren con envidia; para ser una chica tan menuda come muchísimo. Ella es como les gustaría ser a todas esas chicas del mundo del espectáculo que dicen que no son anoréxicas y que comen como caballos. No obstante, sabemos que mienten. Pero nuestra Lauren no. Siempre anda mordisqueando algo. El tinto no tarda en desaparecer y abrimos una botella de blanco. Es una noche relajante y resulta como en los viejos tiempos, yo y ella, solas, una noche de chicas en casa. Entonces llaman a la puerta y Lauren se incorpora del susto y a continuación pone mala cara. «No abras», me pide. Me encojo de hombros, pero la llamada es persistente.
Me levanto.
«Ay, Nikki, no…», suplica Lauren.
«Quizá sea Dianne; podría haberse dejado las llaves o algo». Abro la puerta y no es Dianne, claro está, es Simon y sonríe de oreja a oreja. Tiene un aspecto tan deslumbrante, está tan para comérselo, que tengo que dejarle pasar aunque sé que está jugando conmigo. Cuando entra en el cuarto de estar a Lauren se le cae el alma a los pies. «Olí la pasta», dice con una amplia sonrisa, mirando su plato casi vacío. «Es el espagueti que llevo dentro», dice radiante.
«Si quieres, hay. Ha sobrado bastante», le digo mientras veo cómo Lauren mira para el otro lado.
«Gracias, pero ya he comido», dice, y se da una palmadita en el estómago mientras posa su mirada en Lauren. «Bonito top», le dice. «¿Dónde lo compraste?».
Ella le mira, y por un momento pienso que va a decir: «¿Y a ti qué coño te importa?», pero farfulla: «Bah, sólo es de Next». Se levanta y lleva su plato a la cocina; después la oigo ir directa al cuarto de baño y me pregunto si era esa la reacción que Simon pretendía provocar con su comentario.
Como para confirmarlo, enarca las cejas y baja la voz. «A esa chica le hace falta arreglarse de qué manera», canturrea en un suave e impaciente tono de conspirador. «Aunque es una chica muy guapa. Eso se nota, incluso por debajo de toda esa ropa tan horrible que lleva. No será lesbiana, ¿verdad?».
«No lo creo», le cuento, casi riéndome.
«Lástima», dice meditabundo, con una sensación de remordimiento casi palpable.
Entonces sí que se me escapa una carcajada, pero él permanece impasible, así que especulo: «Cuando veo a Lauren, siempre me acuerdo del primer capítulo de Middlemarch, de George Eliot».
«Refréscame la memoria», solicita Simon, y añade: «Soy un tipo bastante leído, pero no se me dan demasiado bien las alusiones».
«La señorita Brodie poseía ese tipo de belleza que los vestidos más sencillos parecen poner de relieve, y su perfil, su figura y su porte se revestían de mayor dignidad en razón de la sencillez de sus trajes», cito.
Simon parece darle algunas vueltas a esto y decidir a continuación que no le impresiona. Eso hace que me sienta mal y que me odie a mí misma por ello. Debería mandarle a tomar por culo. ¿Por qué se me ha hecho tan importante de pronto el beneplácito de este hombre de dudoso carácter?
«Escucha, Nikki, tengo una propuesta que hacerte», dice en tono solemne.
Ahora la cabeza empieza a darme vueltas. ¿A qué se refiere? No le doy importancia. «Lo sé todo acerca de esa clase de propuestas», le informo. «Me tomé una copa con Terry. A la hora de cenar. No creo que resista hasta el jueves».
«Ya, es un gran día», dice él, meditabundo, «pero no, esto no tiene nada que ver. Me gustaría que me ayudases en la, eh, faceta financiera de las cosas. Es una cuestión estrictamente empresarial».
¿Estrictamente empresarial? ¿Después de lo de la otra noche? ¿Qué pretende decirme? Y entonces empieza a hablarme de este extraño plan suyo que suena tan emocionante, tan intrigante, que no me queda otro remedio que aceptar.
Sick Boy, qué duda cabe.
Sé que intenta jugar conmigo, con lo de las flores y todo eso, pero eso es exactamente lo que yo intento hacer con él. Toda la intimidad, toda la ternura de la otra noche, han desaparecido. Ahora sólo soy una socia, una estrella del porno. Estoy atravesando un campo minado y lo sé pero no puedo detenerme. Está bien, Sick Boy, jugaré a este juego durante todo el tiempo que tú quieras. «Hoy he conocido al hermano de Rab, Billy. Parece simpático», le digo, a la espera de alguna reacción.
Simon enarca una ceja. «Business Birrell», dice. «Es curioso, no supe que era hermano de Rab hasta la despedida de soltero. Se nota el parecido. Tuve un pequeño roce con él hace años, cuando acababa de abrir el Business Bar. Estaba allí con Terry, que iba vestido con mono de currante. Nos embolingamos un poco. Le dije a Business: “El boxeo es un deporte un poco burgués, ¿no?” Pretendía mostrarme irónico, pero creo que no se percató. De todos modos, nos prohibió la entrada», se ríe, al parecer con más desdén que celos por el hermano de Rab.
«Es un buen local el que tiene ahí abajo», sostengo.
«Sí, pero él no es más que el testaferro. El Business Bar es propiedad de los elementos con pasta que están detrás de Billy Birrell», brama con amargura. «Él no es más que un camarero de relumbrón. Si no me crees, pregúntaselo a Terry».
Puede que Simon no esté celoso de Billy pero desde luego lo está de su bar. Hay que reconocer que tiene un poco más de categoría que el Port Sunshine.
«Escucha, Nikki…», empieza Simon, «respecto a la otra noche…, me gustaría salir contigo alguna vez como mandan los cánones. El viernes me voy a Amsterdam a ver a mi viejo amigo Renton, por algo que tiene que ver con la mierda esta de la financiación. El jueves rodamos, así que después tocará borrachera. ¿Qué tienes que hacer mañana?».
«Nada», digo demasiado apresuradamente y con ganas de añadir «follar contigo» pero absteniéndome. Debo mantener la calma. «Bueno…, tenía pensado ir a la piscina municipal. Después de terminar mi turno en la sauna».
«¡Estupendo! Me encanta ese sitio, además, uso el gimnasio. Podemos quedar allí y después te llevo a cenar. ¿De acuerdo?».
Estoy más que de acuerdo. El corazón me late a mil por hora porque ahora lo tengo pillado. Es mío, y eso significa que, bueno…, ¿qué significa? Significa que es mi película, mi cuadrilla, mi dinero: lo significa todo.
Después de eso no se queda mucho rato, y Lauren reaparece, enormemente aliviada por su partida. «¿Qué quería?», pregunta.
«Ah, sólo me estaba dando algunos detalles acerca de la película», digo mientras me fijo en cómo arruga el rostro.
«Ese tío se adora a sí mismo, ¿verdad?».
«Desde luego. Cuando quiere meneársela, primero reserva habitación en un hotel», le digo.
Por primera vez en mucho tiempo las dos nos reímos al unísono y estrepitosamente.
Bueno, aún no le conozco tan bien, pero albergo fuertes sospechas de que para Simon la autoestima nunca ha sido excesivo problema. Pero ahora se trata de él y yo; inevitable e inexorablemente.