35. DINERO PIN
Volvemos al queo del Dode con unas bebidas. Sick Boy ha comprado una botella de absenta y todo, lo que me parece un poco chungo, ya que quien queremos que se ponga palla es Dode, no todos. Sick Boy mira con repugnancia la foto de los hunos en la pared y yo me dejo caer en plancha en el gran sofá de cuero. Eso se llama descansar los pies, ya lo creo.
El Primo George parece encantado ante la perspectiva de que se presenten unas pibitas sexys, y si soy perfectamente sincero, quizá no fuera la cosa peor del mundo. Aunque, ¿sabes?, creo que Sick Boy sólo lo dijo para asegurarse de que volviéramos a casa.
Aunque no se lo digáis al Primo, pues esas no son las palabras que ese nota de la costa occidental quiere escuchar. «¿Dónde están las tías esas, Simon? ¿Les va la marcha…?».
«Que te cagas», asiente Sick Boy. «Están dotadas de un excelente espíritu deportivo. Hacen porno casero y todo», cacarea el pavo más chungo del corral mientras Dode pone los ojos en blanco y frunce los labios. El Pavo Chungo me hace un gesto de asentimiento, y a continuación se lleva la mano a la boca en un movimiento de bla, bla, bla, mientras empieza a llenar los vasos de absenta.
«Eh», empiezo yo, a modo de distracción, «cuéntanos, Dode, ¿cómo es que te llaman Primo Dode?», mientras observo cómo Sick Boy le echa disimuladamente éxtasis líquido en el vaso a Dode. La verdad es que a mí no me van estas cosas, tío. Dicen que si le echas demasiado a un gachó se le puede parar el corazón como si tal cosa, tío, como si tal cosa. Aunque parece que Sick Boy sabe lo que se hace; es como si lo midiese cuidadosamente a ojo.
Dode está más que contento de relatar la historia y complacer mi curiosidad. «La historia que hay detrás es que un amigo mío, allá en Glasgow, que se llama Bobby, llama “primo” a todo el mundo». Sick Boy le pasa su copa. «El tío habla así desde que éramos criajos en el Drum», dice, echando un trago. «Después unos cuantos parroquianos del centro, durante las noches de marcha, que no estaban al loro, no paraban de oírle hablar del Primo Dode…, así que terminé quedándome con el mote», suelta, dándole sorbos a su vaso.
Muy pronto los ojos de Dode empiezan a cerrarse y ni siquiera se da cuenta cuando el Pavo Chungo quita la cinta del grupo ese de amigos suyos y la cambia por una de los Chemical Brothers. «Porno casero…», dice arrastrando la voz, y se arrellana en el sofá mientras se le cierran los párpados, y acto seguido está K. O.
Yo y Sick Boy vamos directamente a por los bolsillos del gachó, y pensé que me sentiría mal, porque en realidad Dode no es mal tío. Pero nah, tío, el viejo gen del chorizo entra en acción y me entra el subidón y registro al pavo a más no poder, pero Sick Boy suelta: «A la mierda, déjalo», indicando el fajo de billetes que le he sacado del bolsillo.
Y tiene razón, tío; me estaba volviendo un poco codicioso, pensando que el tío no notaría la desaparición de unos cuantos billetes en un fajo tan robusto. Aunque sé lo que quiere Sick Boy, la tarjeta del Clydesdale, que hallamos y confiscamos.
Bajamos las escaleras hasta el cajero a las 11.57 de la noche e introducimos el número, ninguno de los dos sorprendidos lo más mínimo al ver que funciona, retirando 500 libras esterlinas, y volviendo a hacer exactamente lo mismo a las 12.01. «Cómo son los weedgies, ¿eh?», se carcajea un poco Sick Boy, añadiendo afectuosamente: «Capullos empanaos».
«Ya, y que sigan así», le digo yo.
«Desde luego», dice Sick Boy, entregándome la mitad del fajo, pero deteniéndose un poquito antes de desrizármelo en el cazo. «Nada de jaco, colega. Le compras un regalito a tu señora, ¿eh?».
«Ya, claro», le digo. Ahora el nota incluso pretende decirme cómo gastar la guita, tío, y eso no es legal. Pero sienta bien, como en los viejos tiempos, Sick Boy y yo, chanchulleando que te cagas, y eso me recuerda que en aquel entonces éramos buenos, tío. Éramos los mejores. Bueno, puede que no tanto como algunos tíos de los que me acuerdo, claro está. Ahora me siento fatal del todo por el Primo Dode porque en realidad no es mal tío, hasta es casi colega, pero lo hecho, hecho está, ¿sabes? Y no debería darse tantos aires y tal, con ese rollo de la supremacía protestante y tal. Si vas de prepotente alguien te pondrá en tu sitio. Sick Boy también debería tenerlo en cuenta; ¡pero oye, tío, ahora empiezo a hablar como Franco!
Pero volvemos al piso de Dode y volvemos a meterle la tarjeta dentro de la cartera y la cartera en el bolsillo. Sick Boy prepara un café solo; deja que se enfríe y después obliga a Dode a bebérselo a sorbitos. La cafeína le reanima y estira las piernas, golpeando la mesita del café y derribando algunas de las copas.
«¡Tranqui, tronco, tranqui!».
«Te quedaste K. O., Dode», se ríe Sick Boy mientras nuestro weedgie favorito, totalmente desconcertado, se incorpora y se frota los ojos.
«Ya…», dice Dode mientras empieza a orientarse. «La absenta esa es la hostia, por cierto», gruñe, y mira el reloj que hay en la repisa de la chimenea. «Joder, tempus fugit, ya lo creo».
«Típico esquivajabones», dice Pavus Vomitus, que es como mi nuevo nombre en latín para ese Pavo Chungo, «¡para el palique ya tienen aguante, pero cuando se trata de poner manos a la obra son incapaces de aguantar el ritmo de los muchachos de Leith!».
Dode se incorpora dando bandazos y llega tambaleándose hasta el lote de bebidas con gesto desafiante. «¿Queréis ver lo que es beber? ¡Os voy a enseñar yo lo que es beber!».
Yo y el Pavo Más Chungo intercambiamos una miradita rápida, esperando que Dode vuelva a perder el conocimiento antes de quedarse sin dinero.