11. «… FEA…»

«Pero qué horror», digo, mofándome de mi imagen en el espejo. Observo primero mi cuerpo desnudo y después el de la modelo de la revista, levantándola e intentando calcular mentalmente las proporciones en relación con mi talla, comparando las formas y las curvas. Ni de coña es tan perfecto el mío como el suyo. Mis pechos son demasiado pequeños. Jamás saldré en la revista porque no soy carne de revista. No me parezco a ella.

NO ME PAREZCO UNA PUTA MIERDA A ELLA.

Lo más horrible que puede decirme un hombre es que tengo un cuerpo estupendo. Porque no quiero tener un buen cuerpo, un cuerpo estupendo, precioso, bello. Quiero tener un cuerpo lo bastante bueno para salir en las revistas y si lo tuviera saldría; si no salgo es porque no lo tengo. Se me está corriendo el rímel por las lágrimas; ¿y por qué lloro? Porque así no voy a ninguna parte, por eso.

NO SALGO EN LAS REVISTAS.

Y me dicen que tengo un cuerpo estupendo porque quieren follar conmigo, porque les excito. Pero si una de las chicas de esa revista quisiera tirárselos, ni me mirarían. De modo que aquí estoy y sé lo que estoy haciendo, sé que estoy luchando sin parar contra las imágenes negativas de perfección con las que me bombardean unos medios con los que estoy totalmente obsesionada. Y sé que cuantos más hombres se sientan estimulados por mí, más necesito compararme con otras.

Arranco la página de la revista y hago una bola con ella.

Debería estar en la biblioteca estudiando o preparando el trabajo en lugar de pasar la mitad de mi tiempo en los almacenes W. H. Smith’s ojeando desvergonzadamente este estante: Elle, Cosmo, New Woman, Vanity Fair, mirándolas todas; también las de los hombres, GQ Loaded, Maxim: me quedo boquiabierta ante todos esos cuerpos; escudriñando con empecinamiento su perfección aerografiada hasta que uno de ellos, sólo uno, me provoca una sensación de espantoso asco hacia mí misma que me dice que yo jamás seré así, que jamás tendré ese aspecto. Sí, claro, soy consciente a un nivel cognitivo, intelectual, de que esas imágenes son composiciones, que están retocadas, aerografiadas, que la foto definitiva es el resultado del empleo de maquillaje por parte del fotógrafo, mucha iluminación favorable y el derroche de carrete tras carrete de película. Y soy consciente de que la modelo, actriz o estrella del pop es una zorra hecha polvo y neurótica igualita que yo, que se caga y se mea en las bragas, a la que le salen erupciones de granos repletos de pus por efecto del estrés, que tiene halitosis crónica de tantas veces que ha regurgitado el contenido de sus tripas, que carece de mucosas nasales por toda la coca que ha esnifado para poder seguir ahí y que desprende una oscura y estancada descarga mensual. Sí. Pero la conciencia intelectual no basta, porque lo «real» ya no es lo «fáctico». El conocimiento real es emocional y reside en las sensaciones, y las sensaciones reales las engendran la imagen aerografiada, el eslogan y el videoclip.

NO SOY UNA FRACASADA.

Ya ha pasado casi un cuarto de siglo, el mejor cuarto, y no he hecho nada, nada, nada…

NO SOY UNA PUTA FRACASADA.

Soy la bellísima Nicola Fuller-Smith, con la que cualquier hombre en su sano juicio querría acostarse, porque mi belleza complementaría la más excelsa imagen de sí que podría tener.

Y ahora pienso en Rab, en ese disco de color castaño-ámbar en su ojo, y en cómo lo deseo cuando sonríe y en que él no me desea, joder, ¿quién se creerá que es?, debería sentirse complacido de que una preciosa chica más joven que él quiera…, no, una CHICA FEA, FEA, FEA, UNA PUTA REPULSIVA QUE TE CAGAS

La puerta. Me pongo la bata y voy a donde dejé mi trabajo, abandonado sobre la mesa del cuarto de estar, mientras unas llaves giran en la cerradura.

Es Lauren.

La pequeña, estúpida, menuda y bella Lauren, que tiene SEIS AÑOS menos que yo y que bajo esa ropa idiota y esas gafas tan bobas es una puta diosecilla de la carne y ni siquiera se da cuenta, al igual que la mayoría de los hombres que tiene a su alrededor, igualmente ciegos y estúpidos.

Esos seis años. Lo que daría la vieja fea de Nicola Fuller-Smith incluso por uno o dos de esos seis años que ella, la tonta del culo de Lauren Putamierda, desperdiciará sin haberse dado cuenta siquiera de que los tuvo.

Bee-Bee-Vejez, apártate de mí, joder.

«Hola, Nikki», dice entusiasta. «Encontré un texto estupendo en la biblioteca y…». Me mira por primera vez. «¿Qué te pasa?».

«No logro cogerle el tranquillo a este puto trabajo para McClymont», le digo. Ella se da cuenta de que mi libro y mis papeles están en el lugar exacto donde han estado durante la última semana o así. También ve las revistas sobre la mesa.

«Hay un nuevo sitio web de cine estupendo, con algunas críticas alucinantes, muy analíticas sin ser demasiado presuntuosas, si pillas por donde voy…», balbucea, pero sabe que no me interesa.

«¿Has visto a Dianne?», le pregunto.

Lauren me mira con expresión dolida. «La última vez que la vi estaba en la biblioteca trabajando en su tesis. Está muy centrada», dice con un arrullo de admiración. Así que ahora tiene una nueva hermana mayor y yo tengo que aguantar a dos empollonas. Empieza a hablar, titubea y después sigue adelante de todos modos: «A ver, entonces, ¿cuál es el gran problema que tienes con el trabajo para McClymont? Antes eras capaz de hacerlos en un periquete».

Así que le cuento exactamente cuál es el problema. «El gran problema no es ni de comprensión ni de intelecto. Es de vocación; estoy haciendo una mierda que no me apetece hacer. La única forma de que estuviera satisfecha sería saliendo ahí, en la portada de las revistas», le digo, golpeando la mesita de café con el ejemplar de Elle, tirando al suelo unos papeles de fumar y algo de tabaco. «Y eso no va a suceder mientras siga haciendo trabajos sobre la emigración escocesa del siglo diecisiete para McClymont».

«Pero es contraproducente», dice Lauren arrastrando la voz. «Supongamos que salieras en la portada de la re…».

Lo dice tan imprevisto que lo único que pienso es: ¿cuándo cuándo cuándo cuándo cuándo? «¿De veras piensas que podría salir?». Pero ella no me contesta, no responde con lo que quiero y necesito saber. En lugar de eso, me suelta rollos que lo único que van a producirme es dolor, amargura y aburrimiento, porque harán que me enfrente a las verdades que tenemos que evitar a toda costa para poder sobrevivir en este mundo… «Te sentirías bien durante un tiempo y a la semana siguiente serías mayor y una chica más joven estaría ahí. ¿Cómo te sentirías entonces?».

Mientras la miro, a la vez que me recorre una frialdad de insecto, me entran ganas de gritar:

NO SALGO EN LAS REVISTAS. NO SALGO EN TELEVISIÓN. JAMÁS LO HARÉ HASTA QUE NO SEA UNA GORDA FRACASADA DE MIERDA HUMILLADA POR UN MARIDO GORDO FRACASADO DE MIERDA EN UN REALITY SHOW PARA DIVERSIÓN EMBOBADA DE OTROS GORDOS FRACASADOS IGUAL QUE YO. ¿ES ESE TU «FEMINISMO»? ¿ES ESE? PORQUE ESO ES LO QUE NOS ESPERA A MÍ Y A UN SINFÍN DE MUJERES EN EL MEJOR DE LOS CASOS A MENOS QUE TOMEMOS EL CONTROL DE VERDAD.

Pero en lugar de eso recobro la compostura y le digo: «Me sentiría estupendamente porque al menos habría estado ahí. Al menos habría logrado algo. De eso se trata. Quiero estar allí. Quiero interpretar, cantar y bailar. Yo. Quiero que vean que he vivido. Que Nikki Fuller-Smith ha vivido, joder».

Lauren me mira con expresión muy preocupada, como una madre mira a un crío que le dice «Hoy no me apetece ir al colegio…»: «Pero si tú vives…».

Pero ahora estoy despotricando, soltando chorradas estúpidas y, no obstante, del tipo en cuyo seno siempre ha de hallarse la verdad pura y dura. «Y después de hacer porno casero, quiero hacer porno de verdad, y después quiero producir o dirigir. Ser quien manda. Yo. Una mujer. Y te diré una cosa ahora mismo, el único negocio del mundo en el que tienes ese control en algún grado que valga la pena es el de la pornografía».

«Chorradas», dice Lauren mientras sacude la cabeza.

«De chorradas nada», le digo con firmeza. ¿Qué sabrá ella de pornografía? No la ha visto, nunca ha estudiado cómo se produce, nunca ha sido una obrera del sexo y ni siquiera ha visitado nunca un sitio web porno. «No lo entiendes», le digo.

Lauren recoge los papelillos y el tabaco y los vuelve a dejar sobre la mesa. «Hablas como si fueras otra persona, probablemente ese amigo de Rab», dice haciendo un mohín.

«No seas idiota. Y si te refieres a Terry, aún no me lo he follado siquiera», le digo, sintiéndome mal por hacerle semejante revelación.

«He ahí la palabra clave: aún».

«No sé si lo haré. Ni siquiera me pone», salto irritada. Hablo demasiado. Lauren lo sabe todo acerca de mí, casi todo, y yo no sé nada acerca de ella. Pero ella tiene sus secretillos y, por su bien, espero que sean interesantes. Lanzándome una mirada apenada, cambia el tono de su voz. «No sé por qué te sientes tan mal contigo misma, Nikki. Eres la chica…, perdón, la mujer más bonita que he conocido nunca».

«Ya, pues díselo al tío con el que acabo de hacer el ridículo», le espeto, pero empiezo a sentirme estupendamente por dentro. Es mi respuesta a la adulación: adopto un aire desdeñoso, pero experimento ese tirón nauseabundo en los músculos del rostro, involuntario, que me controla, y después el subidón en el estómago que se extiende a las extremidades de mis brazos y mis piernas. Para eso soy una incauta total.

«¿Y quién es él?», casi chilla Lauren, preocupada, mientras se toca la montura de las gafas.

«Ah, sólo un tío, ya sabes cómo son las cosas», sonrío, sabiendo muy bien que no lo sabe y ella está a punto de decir algo cuando escuchamos la llave de Dianne girando en la cerradura.

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