57. CLARINETE
Fue estupendo volver a ver a Mark y estuvo guay que me animase un poco con lo del libro. Iba tan espitoso cuando llegué a casa, que aunque estaba un poco destrozado, saqué el manuscrito y repasé el último capítulo otra vez. Era como si Rents me hubiese inspirado, tío. La última parte va del jaco y del sida y tal, y de todos los gachos que fueron aniquilados; de los venaos totales y los mendas decentes, los tíos como Tommy.
Y después de revisarlo no lo podía creer, tío, porque ahí estaba, acabado. A ver, la ortografía no es gran cosa, pero eso lo pueden arreglar; no quiero que esté demasiado pulido, porque así no les dejas a los pobres tipos de la editorial nada que hacer cuando toque preparar la edición.
Me di cuenta de que casi había amanecido y quería bajarme a la oficina de Correos y enviarlo a la editorial esa, la que saca todas las movidas esas de historia de Escocia. Después iba a ver a Ali y contarle lo del dinero, contarle que íbamos a hacer reservas para Disneylandia, para el crío y tal, ¿sabes? El otro día lo intenté en el Port Sunshine pero estaba liada y yo iba pedo y no podía hablar como es debido. Quería que me marchara. Pensé que era demasiado tarde para irme a la cama e iba como una moto, así que puse la cinta de los Alabama y bailé un poco de solateras.
Luego me bajé a la papelería a buscar un gran sobre acolchado, y después derechito a la oficina de Correos. Le di un beso al paquete antes de echarlo al buzón.
¡De puta madre!
Pensé que lo mejor sería echar una cabezadita, ¡y después coger a Ali y a Andy cuando ella vaya a buscar al enano al cole y contarles las noticias de Disneylandia! ¡Y puede que no vayamos al de París, sino al de Florida! La verdad es que tomar el sol allí estaría guay, sobre todo en vista del tiempo de mierda que hace aquí. Terry Lawson me contó que estuvo allí y que molaba.
Entonces pienso: vale, ahora tengo derecho a una pequeña celebración, ¡porque ya está, ya he terminado el libro! ¡Sí! Todas mis deudas pagadas, el riñón cubierto, Ali, Andy y yo en Disneylandia dentro de nada. Sólo un par de cervecitas y tal. Así que pienso, ¿y dónde ir a celebrarlo? Porque en Leith hay que andarse con cuidado, tío, porque Leith no es Edimburgo para nada. Hay montones de pubs en Leith y encontrarás compañía, quieras o no, y puede que no sea la más indicada. Hay que tener cuidado con quién celebras.
Desde Junction Street doy la vuelta y subo por el Walk, pasado Mac’s Bar. Miro al otro lado de la calle, donde el Central Bar, y luego más arriba del Walk; sé que más allá están el Bridge Bar, EH6, el Crown, el Dolphin Lounge, el Spey, el Caledonian Bar, el Morrisons, el Dalmeny, el Lorne, el Vicky, el Alhambra, el Volley, el Balfour, el Walk Inn o Jayne’s, como se llama ahora, el Robbie’s, el Shrub, el Boundary Bar, el Brunswick, el Red Lion, el Old Salt, el Windsor, el Joe Pearce’s, el Elm…, y esos son los primeros que se me vienen a la cabeza, y sin salir del propio Walk, sin contar las bocacalles ni nada de eso. Así que no, tío, no, todos los garitos del Walk albergan la perspectiva de una sesión de priva de aúpa. Lo mismo pasa con Duke Street y con Junction Street e incluso con las Constitution y Bernard strasser. De manera que me encamino hacia donde debería beber un literato de Leith: hacia el Shore, más moderno, tranquilo y yupi, tío.
Aquí abajo las cosas tienen otra pinta; está todo reurbanizado; ahora los muelles albergan bares y restaurantes elegantes en montones de almacenes reconvertidos por yupis. Decían en el periódico que expulsaron a las prostis de donde curraban a causa de las quejas de los residentes. A mí me parece una injusticia total, porque siempre han trabajado allí y esos notas saben cómo es un sitio antes de instalarse.
Me meto en un bar grande, como todo revestido con paneles de madera, y me pido una de esas Guinness frías. Me asomo al exterior, donde las gaviotas dan vueltas, y veo que ha entrado al puerto un crucero.
El caso es que estoy sentado ahí cuando aparece Curtis. «Me pareció verte entrar. Me di-di-dije…», y al pobre gachó se le pone cara de tarado y empieza a parpadear, «… Sp-Sp-Spud no entraría en este sitio».
Pues en fin, tío, cometí un gran error. Después de haberme puesto como una cuba con Rents anoche, aún llevo la priva dentro del cuerpo y después de unas pocas pintas empiezo a sentirme un poco bolinga. Curtis también está de celebración, porque ha estado en una especie de orgía con las chavalas de la película esta que está haciendo Sick Boy. No me gusta nada pensar que Ali trabaja en ese pub con ellos de por medio. A veces pienso que él podría intentar convencerla para que tomara parte, se involucrase en todo eso, y la sangre se me hiela. Porque es capaz de hacer que la gente haga cosas que normalmente no haría. Pero Ali no, tío, nah, mi Ali no. Y no tenía ninguna gana de acercarme al cole para verla a ella y a Andy apático y aturdido, así que le pillo un poco de speed a Curtis e intento ponerme las pilas.
Cuando llego al cole me siento guay, pero la mirada de Ali me dice enseguida que es uno de esos días en los que crees que te sientes bien pero en realidad estás destrozado. Lleva una chaqueta con capucha y forrada de piel que no he visto antes, y un jersey y leotardos y unas botas. Tiene una pinta guay. El chavalín está bien abrigado, con bufanda, gorro y todo eso.
«¿Qué quieres, Danny?».
«Hola, papá», me suelta el enano.
«¿Todo bien, compañero?», le suelto al chico y después le digo a Ali: «Tengo unas noticias guays. He conseguido algo de guita y quiero llevaros a Disneylandia…, a París…, ¡o a Florida si queréis! ¡Y he acabado el libro, ya se lo he enviado por correo a los mendas de la editorial! ¡Y ayer me encontré con Mark, con Rents y tal! Ha estado viviendo en Amsterdam pero salimos y nos tomamos unas cervezas. Cree que es una idea guay, el libro y tal…».
Pero su expresión no cambia para nada, tío. «Danny…, ¿qué me estás contando?».
«Mira, vamos al café y lo hablamos», le digo, sonriéndole al chaval. «Un batido en Alfred’s, ¿eh, amigo?».
«Vale», me suelta, «pero en McDonald’s. Tienen mejores batidos».
«Nah, tío, que Alfred sólo usa lo mejor, los batidos de McDonald’s son todo azúcar, son malos para la salud, tío, son malignos. La globalización y todo eso, tío, es un rollo perverso…». Y me doy cuenta de que estoy despotricando y que Ali me fulmina con la mirada, «… pero podemos ir a McDonald’s si eso es lo que quieres y tal…».
«No», dice Ali fríamente.
«¡Hala, mamá!», suelta el chavalín.
«No», suelta ella, «tenemos demasiadas cosas que hacer. La tía Kath nos está esperando y yo tengo que trabajar esta noche», dice. Después se vuelve hacia mí y se aproxima mucho; por un momento pienso que va a besarme cuando me cuchichea al oído: «Vas hasta el puto culo. ¡Aléjate de mi hijo cuando vayas puesto!». Después se da la vuelta, coge a Andy de la mano y se marchan.
Él se vuelve y me saluda con la mano un par de veces, y yo fuerzo una sonrisa y le devuelvo el saludo, esperando a tope que no pueda ver las lágrimas que llevo en los ojos.
Vuelvo al Shore. Está a rebosar y hay un grupo de jazz tocando. Estoy hundido, tío, me han sacado la vida. Me pregunto qué sentido tiene tener pasta cuando la gente con la que quieres gastarla no quiere estar contigo. ¿Qué es lo que tengo con ellos de todos modos?
Nah, tío, está todo jodido.
Echo un vistazo al grupo, a la chavala que toca el clarinete; es realmente buena, le saca un sonido tan hermoso que casi te entran ganas de llorar, tío. Entonces veo al viejo que hay en la barra, con una enorme sonrisa en la cara. En ese momento me estremece una idea horrible: toda la gente que hay en este bar, todos, incluso Ali y Andy, pronto estará muerta. Dentro de diez o veinte o treinta o cuarenta o cincuenta o sesenta o los años que lleve. Toda esa gente hermosa, tío, y todos los raros y horribles y chalados, ya no estarán aquí, ni siquiera existirán. En cosa de nada, la verdad.
Y a ver, ¿todo eso de qué cojones va y tal?
Vuelvo a subir a casa desde el Shore. No sé qué hacer. No llevo mucho en casa cuando Franco me llama por teléfono para quedar en el Nicol’s esta noche. Dice que tiene que hablar conmigo acerca de June. Puede que Franco se haya fijado en que ella tampoco tiene demasiado buen aspecto. Puede que a fin de cuentas al menda le importe. Me cuenta que Segundo Premio anda con él por ahí. Estará bien volver a verle y tal. «Estate ahí a las ocho. Ya te veré».
Así que estoy como pensándolo, aunque en este momento no valgo mucho como compañía y tal. Después suena otra llamada y es Chizzie el Bicharraco. Justo después de Franco además. A ver si va a tener algo que ver con los horarios carcelarios. Aunque a ese mal bicho de Chizzie lo he estado evitando. «Vaya pasada la otra semana, ¿eh? ¿No te apetece salir a tomar una copita, chaval?», me suelta.
«Nah, tío, me lo estoy tomando con calma, eh», le digo mientras pienso que en su compañía, al menos, no volveré a estar.
Se le pone una voz como nasal y asquerosa. «Vi a tu señora el otro día, chaval; era ella la que estaba trabajando detrás de la barra del Port Sunshine. Está bastante buena. Pero me dicen que habéis cortado, ¿no?».
Siento que se me hiela la sangre, tío. No puedo decir palabra.
«Estaba pensando en pedirle una cita algún día. Invitarla a cenar y eso. ¿Sé hacer que una tía se divierta o no? Otra cosa no sabré hacer, pero eso…».
El corazón me hace bum, bum, bum, tío, pero me río y me lo tomo a broma y después digo: «Eh, vale, saldré a tomarme una pinta. Me vendrá bien. Igual hasta volvemos a subir por el centro. Podríamos quedar en el pub Nicol’s, en Junction Street. Hay un par de tías buenas trabajando detrás de la barra. Dicen que a una le va el rollo y eso».
Él pica. «Así se habla, Murphy. ¿A qué hora?».
«A las ocho».
Pero yo no pienso ir a ese cagadero de Junction Street. No; yo me voy al Port Sunshine a ver cómo andan las cosas.