38. CHANCHULLO N.° 18.744
Ha sido una agradable sorpresa, como es habitual tratándose de una llamada al móvil blanco. Por supuesto, el revolcón con Nikki fue excelente, pero estaba por medio el síndrome del primer polvo: por bueno que sea, siempre hay un elemento de compulsión que uno no puede dejar de encontrar desagradable. Más tarde, cuando me disponía a marcharme, me preguntó si estaba jugando con ella. Como comentario era más juguetón que serio, o quizá su brevedad estuviese destinada a ocultar algo de más peso a la vez que servía de indicador. No importa, porque es igual que en cualquier otro deporte: los más dotados saben que uno siempre se concentra más en el propio juego que en el del adversario. Así que sonreí enigmáticamente y no le respondí. Que les den a los progres que no paran de parlotear acerca de la «sinceridad» en las relaciones: vaya un aburrimiento tan colosal. No: las relaciones son una cuestión de poder y ahora es el momento de dejar enfriar las cosas con ella. Se vendrá abajo antes que yo, lo sé, y ese será un momento dulce. Le digo que he cambiado de teléfono y le doy el número del móvil rojo. El mejor momento es ese: cuando borras el número del móvil blanco y lo metes en el rojo.
Fue una bien rara cuando me pilló mirando las estrellas en la puerta de su casa. Le solté aquella cita de una canción de Nick Cave y pensé que me estaba llamando cabrón.[32] No me di cuenta que se refería a Kant el filósofo. Incluso llamé a Renton para cerciorarme. Él opina que Cave levantó esa línea palabra por palabra de un libro de Kant. ¿En qué clase de mundo estamos cuando tus letristas favoritos te decepcionan con unos plagios tan chapuceros?
Sí, el revolcón fue excelente. Su grado de forma física, potencia y flexibilidad es impresionante y eso significa que tendré que controlarme el peso y seguir haciendo visitas al gimnasio. Pero el subidón que me proporciona no es nada en comparación con el que me pega al entrar en la papelería Barr’s al principio de Leith Walk y comprar la primera edición del News. La noticia sale en la página seis con una foto del menda y otra del jefe de policía Roy Lester, un tipo sorprendentemente joven con un bigote que hace que parezca un extra de los Village People. Me acerco al lado, al Bar de Mac, para tomarme una Beck’s mientras leo con avidez:
LA CRUZADA ANTIDROGA DE UN
PROPIETARIO DE PUB EN LEITH
Barry Day
El propietario de un pub en Leith le ha declarado la guerra a los implacables traficantes de drogas asesinas como el éxtasis, el speed, la marihuana y la heroína. Simon Williamson, vecino de Leith y nuevo propietario del Port Sunshine Tavern de Leith, se sintió asqueado cuando descubrió a dos jóvenes tomando pastillas en su bar. «Pensaba que lo había visto todo, pero aquello me dejó pasmado. Lo que ya me superó fue la falta de pudor y el descaro con que lo hacían. La llamada cultura de la droga está en todas partes. Hay que detenerla. He visto de cerca la capacidad que tiene de destrozar la vida de la gente. Propongo algo más que una campaña, propongo una cruzada moral. Ya va siendo hora de que los empresarios obremos en consonancia con lo que pensamos». El señor Williamson regresó a su Leith natal hace poco tras una temporada en Londres. «La verdad es que me dan pena muchos de los jóvenes de ahora, que no tienen otras oportunidades que las que ofrece una vida al margen de la ley. A fin de cuentas, soy un ser humano. Pero llega un momento en que hay que decir basta y quitarse los guantes de seda. Hay demasiada gente sentada en habitaciones sombrías compadeciéndose de sí misma…».
Excelentes noticias para un tal Simon David Williamson. La fotografía presenta a un Williamson de aspecto muy serio en la barra, con el subtítulo: La amenaza de la droga: Simon Williamson teme por la juventud de Edimburgo. Pero lo mejor de todo es el editorial que acompaña al periódico:
Leith puede enorgullecerse de tener un empresario local con principios, Simon Williamson, cuya nueva iniciativa marca el comienzo de una lucha de base contra la plaga que ha infestado nuestra comunidad. Aunque tales problemas sean internacionales y en modo alguno se limiten a Edimburgo, las iniciativas locales pueden desempeñar un papel decisivo en su erradicación. El señor Williamson encarna el nuevo Leith, progresista y orientado hacia el futuro, pero al mismo tiempo en posesión de un sentido de la responsabilidad hacia la gente de «toda la vida», en particular los jovencitos víctimas de los malvados traficantes, cuyo único objetivo es destrozar y destruir vidas jóvenes. Los granujas deberían tener presente, no obstante, que el lema de Leith es «Persevera» y que eso es exactamente lo que está haciendo Simon Williamson. El News apoya sin reservas su campaña.
Maravilloso. Apuro la copa y vuelvo al piso, donde me preparo una enorme raya para celebrarlo. Mi campaña. Adoran a los esforzados. Me remonto a Malcolm McLaren y los Pistols. Pues bien, Malcolm, ese viejo y desgastado manual tuyo está a punto de ser modernizado.
Decido coger un taxi hasta casa de mi madre. Cuando llego allí, está absolutamente encantada. «¡Estoy tan orgullosa de ti! ¡Mi Simon! ¡En el Evening News! ¡Con todo lo que tuve que pasar con las drogas esas!».
«Ha llegado la hora de las compensaciones, mamá», le explico, «sé que en el pasado no he sido lo que se dice un angelito, pero ha llegado la hora de enmendarse».
Echándole miradas de pertinaz suficiencia a mi viejo, cita del periódico. «¡Todo por los jóvenes! ¡Sabía que acabaría yendo por el buen camino! ¡Lo sabía!», le canturrea triunfalmente a mi padre, a quien no parece convencerle lo más mínimo su entusiasmo mientras permanece sentado, impasible, observando las carreras. Siempre las tiene puestas, aunque ahora ya no apueste nunca.
De modo que por qué no restregárselo por la cara al viejo cabrón. «También tengo nueva novia, mamá, y esta es un poco especial», le cuento mientras me da otro abrazo. «Ay, hijo…, ¿has oído eso, Davie?».
«Hmm», gruñe el viejo bribón, levantando la vista para mirarme con escepticismo. Los poseedores de un abono de los Bellacos Trotamundos siempre reconocerán un rostro conocido en la Tribuna de los Sinvergüenzas. No importa, pater, Simon David Williamson sigue estando capacitado para cumplir. David John Williamson, por otra parte, es un nombre del pasado, hecho polvo y amargado que no ha logrado otra cosa que darle a una mujer santa y buena una vida infernal durante años.
Me acuerdo que cuando era niño le admiraba muchísimo y, seamos justos, era cariñoso conmigo. Me llevaba a todas partes, incluso a casa de sus amiguitas. Solía sobornarme para que no se lo contase a mi madre. Cierto, en aquel entonces siempre me trataba bien. Los otros chavales solían decirme: «Ojalá mi padre fuera más como el tuyo». Pero de repente, en cuanto llegué a la pubertad y empecé a interesarme por los chochos, se acabó. Era un competidor al que había que evitar y minar en todo momento. No le sirvió de mucho, de todas formas, porque para entonces ya iba de un lado para otro. «¿Has escogido algún ganador imaginario, papá?», le pregunto.
«Uno o dos», dice a regañadientes; sólo se esfuerza por mostrarse cortés porque ella está en la habitación. Si estuviéramos solos, se limitaría a dejar el periódico, mirarme fijamente y gruñir: «¿Qué es lo que has venido a buscar aquí?». Esa sería toda la puta bienvenida que me brindaría.
Mi madre sigue dale que te pego con mi chica especial, y de pronto me doy cuenta de que en realidad no estoy seguro respecto de quién hablaba, sólo que necesito una en mi vida. ¿Quiero decir Nikki, tras la aventura de anoche, o Alison, que va a venir a trabajar al bar, o será la weedgie regordeta en quien pienso? Probablemente. Parece que no pueda ver más allá del chanchullo. Si este sale bien, será la obra de un genio. Quienquiera que se convierta en mi nueva dama, lo va a tener crudo con mamá. «Siempre y cuando cuide de mi chiquitín y no intente llevarse a mi bambino», ronronea amenazadora ante la ramera invisible.
No me quedo demasiado tiempo; a fin de cuentas, tengo que dirigir un bar. Pero apenas he salido por la puerta cuando suena el móvil verde; es Skreel, que tiene información que darme. «Ya me he ocupado del tema», me cuenta.
Le expreso rápidamente mi eterna gratitud y, a continuación, sin perder un instante, llamo al bar, dejando a Mo y a nuestra nueva empleada, la encantadora Alison, que se las apañen, mascullando algo acerca de una conferencia del sector hostelero que se me olvidó mencionar. Me voy directamente a Waverley y me subo al tren con destino a Glasgow. Llevo el guión conmigo y repaso el orden de rodaje de las escenas. Primero haremos las escenas de sexo, limitándonos a rodar montones de ellas. Empezaremos con la orgía y de ahí nos remontaremos hacia atrás. Cuando me bajo en Villajabonosa, tengo una erección que queda chafada de inmediato (y gracias a Dios) cuando veo a Skreel esperándome en el andén. Parece lo que es, un hombre tan arrasado por el jaco que siempre tendrá ese porte traumatizado y esos ojos de alucinado. Esa es la gran diferencia, ese aspecto de intensa ruina que separa a los ex adictos de clase obrera de sus homólogos de clase media. Es la suma del caballo más la cultura de la pobreza y la carencia total de cualquier otra experiencia o expectativa. Eso sí, Skreel lo lleva mejor de lo que incluso el más optimista de los cabrones podría haber esperado. La fatal sobredosis de su amigo Garbo con mandanga de gran calidad debió espabilar mucho su mente. Ahora está limpio, bueno, tan limpio como pueda estarlo un esquivajabones. Pregunta por Renton, lo cual me consterna, y también por el viejo y célebre piojoso de la costa este. «¿Qué tal Spud, cómo le va?».
Sacudo la cabeza en un juicio sombrío acerca de un hombre que otrora fuera amigo pero a quien ahora podría describírsele como conocido apenas tolerado. No, eso es incorrecto, se parece más a un puto adversario. En mi opinión, Murphy debería venir a vivir aquí, no es más que un weedgie desplazado. «La verdad es que no ha avanzado mucho, Skreel. Puedes darle un consejo a alguien pero… A ver, que yo llevo años haciendo todo lo que puedo con él…». Hago una pausa, meditando acerca de este engaño, pero bueno, supongo que lo hice dentro de mi nivel de competencia, «todos lo hemos hecho», añado piadosamente.
Ahora Skreel lleva el pelo largo para ocultar esas orejotas que parecen puertas de taxi abiertas. La nuez se le menea detrás de una perilla rala y raída. «Lástima, es un tío majísimo».
«Spud es Spud», sonrío, casi saboreando la defunción del idiota mientras pienso en cómo yo y Alison… No, olvida eso. Lesley. Tengo una extraña y persistente sensación en el pecho y no puedo dejar de preguntar. «Lesley… ¿Todavía anda por aquí?».
Skreel me echa una mirada dubitativa. «Sí, pero no vayas a joderla».
Me sorprende que siga viva. Creo que la última vez que la vi fue en Edimburgo, poco después de que muriera la pequeña Dawn. Después oí que estaba en Glasgow, que andaba por ahí con Skreel y Garbo. Después oí que se había metido una sobredosis. Supuse que había acabado igual que Garbo. «¿Sigue enganchada?».
«Nah, déjala en paz. Está limpia y en orden. Casada, con un crío».
«Me gustaría volver a verla, por los viejos tiempos».
«No sé dónde para. La vi una vez en el Buchanan Centre. Ahora anda por el buen camino y se ha puesto las pilas», insiste. Se nota que quiere mantenerme alejado de Lesley, pero no importa, porque tenemos cosas más importantes de las que ocuparnos.
Además, aquí el representante de SDW no le ha fallado, desde luego. Entramos en el Clydesdale y el chaval al que señala detrás de la ventanilla parece perfecto: una percha obesa de porte indolente, unos ojos apagados, casi sedados, sentado tras unas gafas a lo Elvis Costello. Cuando esa zorra calentorra le tire los tejos, la sangre fluirá del cerebro a la entrepierna y estará a su entera disposición. Desde luego, Nikki hará que hable en idiomas que ni conoce, lleno de gratitud mientras le limpia el retrete con su cepillo de dientes. En efecto, este es mi chico. O más bien el de ella.
Me debe una por sacarla del lío aquel con los tres tipos trajeados anoche. Tenían aspecto de querer metérsela los tres a la vez. Estaba un poco desconcertada; ella, tan guay, pija y sexy. Este trabajo exige agallas y espero que sea tan lanzada como creo.
En cuanto a mí, apenas puedo esperar para empezar con la chica de mis sueños. Me siento tan Terry-Thomas-en-transatlántico-con-viuda-acaudalada,[33] que me toco debajo de la nariz para asegurarme de que no me haya crecido un bigotón. Mi chanchullo, mi película, mi ambiente.