Capítulo 8
No le quedó más remedio que aceptar las
flores, total estaban preciosas, haciendo un remedo de sonrisa las
puso en la primera mesa de la sala que encontró disponible y sin
pensarlo cogió la tarjeta.
“Por favor acepte mis
disculpas nuevamente, no comenzamos cómo debíamos y debo cambiar
eso.
Espero se sienta mejor
y me perdone, como también espero le guste este humilde regalo, eso
sería un gran alivio para mí. Con el
respeto que usted se merece.
Dr. Maximilien
Stewart”
Aurora había leído la tarjeta en voz alta y
a la vez con asombro, eso jamás se lo imaginó. No podía cerrar la
boca como tampoco dejaba de ver las flores y la tarjeta.
—Vaya doctor, que osado —se dijo caminando
hacia la cocina otra vez estornudando al mismo tiempo—. Si le
dijera la clase de resfriado que tengo gracias a usted me mandaría
la florería completa.
Negó moviendo la cabeza de un lado a otro y
prefirió terminar de preparar sus macarrones.
Pasado el almuerzo subió a su habitación
para ducharse y salir rumbo a la clínica de su doctora, necesitaba
que le inyectara adamantium de ser posible con tal de que se le
quitara el fuerte resfriado que tenía. Era fan de la famosa
franquicia de super héroes desde que era niña y obviamente, los
chicos “X” —y en especial el de “las garras”— eran sus favoritos.
Preparó su bolso llevando el cheque que debía depositar después y
sintiéndose un poco más viva, luego de arreglarse salió rumbo a la
clínica.
La doctora Alicia Cuéllar era una mujer de
estatura mediana, piel blanca, cabello rubio nórdico, algo
rellenita y que ya pasaba los cincuenta y tantos. Había sido su
médico de cabecera desde pequeñas, de hecho todas las hermanas
Warren habían llevado su control con ella desde que eran niñas,
siendo que la mujer no tenía una especialidad en pediatría sino
sólo en medicina general y tratamientos a nivel celular, pero era
una eminencia en el campo con años de respaldo y prestigio y eso no
se podía discutir por eso las chicas Warren le confiaban su salud a
ciegas.
—Aurora querida me alegra volver a verte —le
mujer la recibió feliz en su consultorio, rodeando su escritorio y
abrazándola.
—A mí también me alegra mucho verla doctora.
¿Qué tal la familia?
—Pues muy bien gracias a Dios, Michael está
de viaje, ya sabes como es mi marido cuando de convenciones médicas
se trata, hace tres días que está en Brasil y mis hijas pues cada
quien en lo suyo. Lauren feliz recién casada, todavía no regresa de
luna de miel y Dorothy preparándose para una tanda de exámenes que
debe de presentar antes de que el año escolar termine.
Aurora sonrió y se sentó frente al
escritorio de su doctora, Alicia de ascendencia latina se había
casado con otro colega con quien recién había celebrado sus bodas
de plata y en ese mismo Mayo, se le había casado su hija mayor de
la que le había hablado, siendo que de ambos eventos —como era de
esperarse— la encargada fue Aurora.
—Me alegra.
—Cuéntame ¿y tus hermanas? ¿Cómo está
Minerva? Sé que hace poco se cumplió otro año del aniversario
luctuoso de Leonardo que en paz descanse.
—Están bien, Minerva ha sobrellevado esto
con entereza y ahora gracias a Dios, el libro que escribió será
publicado por una editorial.
—Eso es maravilloso, el libro debe de ser
precioso, quiero leerlo.
—Todavía falta mucho para eso, el caso es
que debe trabajar junto a su asesor editorial en él y… pues debido
a eso tuvo que viajar a Chicago.
Aurora prefirió no hablar de más en cuanto a
la relación de su hermana con Rick, era posible que la sociedad de
Ontario no estuviera preparada para eso ya que ella y Leonardo
fueron una pareja muy querida en la ciudad y a ella, la admiraban
por el luto que le había guardado esos dos años desde que lo
perdió.
—Me alegro por ella.
—Y Ariadna anda por Europa en asuntos de
trabajo.
—Me alegra que Ari se esté divagando en el
maravilloso viejo mundo, desgraciadamente lo que pasó… —la mujer se
detuvo y suspiró, no quería parecer indiscreta—. No es secreto para
nadie, los Farrell deseaban que se celebrara la boda de sus hijos
pero con todo lo que ha pasado…
Aurora bajó la cabeza frotándose la nariz
con una toallita de papel mentolado, el asunto le apenaba
mucho.
—Lo siento Aurora —continuó la mujer—. No
sabes cómo me duele la ruptura de Ariadna con Lucas, se miraban tan
bien juntos y para colmo este problema con él mismo… un buen amigo
mío es el médico de la familia y me dice que la señora Farrell está
un poco delicada de salud.
—Desgraciadamente Lucas sólo constató ser un
imbécil como la mayoría, una lástima por la familia pero yo doy
gracias a Dios de que mi hermana lo supiera a tiempo. Ariadna es
fuerte y se está recuperando, hace unos días hablé con ella y la
escuché bien, su viaje por Europa le está ayudando a divagarse, sé
que volverá siendo otra mujer.
—Y eso espero yo también, dile que no deje
de ir a Venecia, es una ciudad preciosa, yo la conocí en mi luna de
miel y casualmente queremos volver otra vez Michael y yo para
seguir celebrando nuestras bodas de plata.
—Se lo diré cuando vuelva a llamar aunque no
sé si pueda si anda en vías laborables. Conoció tres ciudades
francesas y aunque vaya a Italia creo que Venecia no está en su
itinerario.
—Pues qué lástima, tal vez se dé una
escapada. ¿Y Dianita cómo está? Preciosa con lo de la danza
supongo, la última vez que vino le dije que no se sacrificara
tanto, son sus pies los que más sufren. Le di una breve explicación
sobre lo que es nuestro sistema óseo y aunque tome todos los
suplementos que le recomiendo no son suficientes, dile que no abuse
por favor, el esqueleto tiene un límite y todo el peso sobre cae en
sus tobillos, pies y en la fragilidad de sus dedos.
—Ya sabe lo necia que es, yo le he dicho lo
mismo, pero allá ella y su cuerpo y por cierto, hablando sobre el
sistema óseo, ¿no tiene adamantium que me inyecte?
—¿Cómo? —la mujer sonrió con gracia al oír
eso.
—Sí, es que míreme y escúcheme, ando con una
gripa fuerte que me tiene mal desde ayer y ahora no soporto el
ardor en la garganta. Gracias a Dios no me ha dado fiebre, pero he
tomado todo lo que tengo en mi botiquín y nada, necesito algo más
fuerte. Mañana por la tarde viajo hacia Los Ángeles porque soy la
encargada de llevar a cabo un evento a la perfección para un
empresario extranjero y necesito estar bien.
—Aurora querida me encanta verte en esa
faceta de niña que aún tienes pero no abuses de la fantasía de tus
“super héroes” que una cosa es el cine y otra la vida real. No
tengo lo que quieres y aunque lo tuviera no te mataría al
ponértelo, además no es eso lo que mantiene sano al personaje, así
que acuéstate en la camilla para revisarte. Si lo que quieres es
una inyección no hay problema, tengo unas muy buenas que atacan los
síntomas del resfriado desde la raíz, te prometo que en menos de
veinticuatro horas te sentirás mucho mejor y para reforzar la
dosis, te daré otra ampolleta para que te inyectes mañana a esta
misma hora. Puedes ir a alguna farmacia que tenga una clínica y
solicitar que te la pongan o venir aquí otra vez antes de irte.
También te daré unas capletas para que el tratamiento oral te ayude
más, tómalas cada seis horas, te aseguro que de aquí al domingo ni
siquiera recordarás que tenías resfriado.
—Wow, eso me gusta —se acostó como le dijo
la doctora—. Lástima que no vine ayer, llegué mal de la agencia y
sólo quería ver la cama.
—Lo bueno es que no eres alérgica a los
antibióticos —decía preparando la inyección, el olor a alcohol
inundó el consultorio poniendo a Aurora un poco nerviosa—. Pero
siempre te haré una prueba preliminar. Al menos eres valiente con
las inyecciones, a Minerva y a Diana no les gusta y menos a
Ariadna.
—Minerva y Diana las pueden tolerar sólo si
ven la luz al final del túnel y como última opción pero Ariadna ni
drogada, desde pequeña les tiene terror.
—Sí lo recuerdo, pero en un caso extremo
deberá hacerlo o tal vez desmayada, estando inconsciente ni va a
sentir el pinchazo de la aguja.
Alicia limpió un poco de la piel del ante
brazo de Aurora con el algodón y procedió a aplicar la prueba de la
que hablaba. La chica sólo se limitó a tomar aire y a cerrar los
ojos, el líquido aceitoso era pesado, caliente y para colmo
provocaba un intenso ardor intravenoso.
Salió de la clínica algo adolorida pero con
la esperanza de sentirse mejor y caminando despacio para evitar
cojear subió a su auto y manejó rumbo al banco.
*****
Ese jueves el asunto era muy diferente en
Toronto, Alonso Quintana trataba de concentrarse en un trabajo
sobre una tesis que debía iniciar pero dos cosas ocupaban su cabeza
sin dar cabida a nada más, una: la misma en la que no había dejado
de pensar desde que salió de L.A. y ese asunto tenía el nombre de
Aurora Warren y la segunda que era lo que realmente le preocupaba
era lo que pasaba con su familia; ya le habían avisado el asunto
con Lucas y era algo a lo que no daba crédito. El chico estaba
encerrado en su habitación tratando de trabajar en su ordenador y
en unas carpetas que debía terminar pero era imposible y antes de
hacer mal su tarea prefirió detenerse y pensar con claridad, una
cosa era su insomnio por Aurora y otra el problema familiar por lo
que estaba considerando seriamente volver a Ontario con la excusa
de apoyar a su familia y a la vez, tener la oportunidad de
acercarse más a la chica Warren. Se sentía realmente molesto con su
primo, no sólo por lo bruto que había sido en Cucamonga con Ariadna
sino por poner por el suelo el prestigio de los Farrell. Como
familia no sabía qué pensar en cuanto a él y los cargos por los que
se le acusaba, le era imposible creerlo asesino, podía ser todo lo
estúpido que como hombre era natural pero de eso a matar a una
chica era algo que no le entraba en la cabeza. Exhaló llevándose
las manos a la misma y se reclinó en su silla, no podía
concentrarse en su tarea teniendo tanto en qué pensar pero tampoco
podía quedar mal con sus compañeros de grupo, sus amigos sólo
sabían que tenía problemas familiares pero todavía no sabían a
ciencia cierta de lo que se trataba y estaba seguro que al saberlo
ellos, el asunto lo iba a avergonzar más y no podía evitar que lo
señalaran.
*****
El veterinario por su parte no podía ocultar
su ansiedad al no saber cómo habían sido recibidas sus flores,
intentaba limpiar personalmente unos estantes de metal que había
armado y que iba a necesitar en una de las habitaciones de su
clínica, pero no dejaba de pensar en la vecina que había conocido y
de quien no tenía ninguna noticia. Ya había llamado a la florería y
le dijeron que el pedido había sido entregado pero no sabía nada
más, o bien sus flores estaban adornando alguna mesa o escritorio
—lo cual prefería pensar— a que hubieran terminado en algún
basurero, reaccionó a eso último y sacudiendo la cabeza volvió a lo
suyo. Conociendo lo poco del carácter de su vecina no le extrañaba
lo segundo y que sus flores fueran ya historia pero de lo que
estaba seguro era de no quedarse con las ganas de saber, así que
armándose de valor marcó a la agencia después de averiguar el
número telefónico en el directorio y marcó, iba a hacerse pasar por
la florería.
—Warren & Smith agencia de eventos,
buenas tardes —le contestó una mujer al otro lado.
—Sí, buenas tardes —saludó un poco
nervioso—. Llamo de la floristería para corroborar que el arreglo
enviado a la señorita Warren fue recibido.
—Sí fue recibido.
—¿Por ella personalmente?
—Supongo que sí, se le reenvió a su casa ya
que por motivos de salud no se presentó a trabajar.
—¿Está enferma? —reaccionó delatando el
interés.
—¿Quién llama? —preguntó Amy.
—Un empleado de la florería, es que
necesitamos cerrar… el inventario de hoy y todavía no entregan el…
recibo donde confirme que el arreglo fue entregado —soltó el aire
sintiéndose tonto, desconocía completamente como se trabajaba en
una florería y peor, cómo hacían los inventarios.
—Pues yo le aseguro que fue entregado y que
ella misma lo recibió en su casa, no se preocupe, el documento le
llegará.
—Muchas gracias, sólo eso necesitaba
saber.
—A la orden.
Colgaron y Maximiliano exhaló más aliviado,
ella misma había recibido las flores y en su casa, sonrió un
momento pero luego tensó los labios otra vez, estando en su casa el
asunto era otro y con seguridad, sus flores sí pudieron ir a dar al
basurero sin siquiera darle el beneficio de la duda a la disculpa
de la tarjeta. Se reclinó en una pared y miró el techo.
—Creo que fue un error —se dijo con
desánimo—. No debí hacer eso, fue muy pronto, ni siquiera sé si le
gustan las flores, ¿qué habrá pensado de mí? Se las enviaron a su
casa, se enfermó por mi culpa, soy un desastre, nada arregla lo que
hice.
Sacudiendo la cabeza y resignado volvió a
sus estantes, era mejor no insistir con el asunto.
