Capítulo 32
Aurora era un desastre.
Intentó escurrirse el agua de la ropa, era
la segunda vez que pasaba el mismo episodio frente al veterinario,
quien disimuladamente la observaba otra vez. Vaya que esa escena
podía generar fantasías.
Luego de atender rápidamente a los
cachorros, el médico le indicó su habitación para que se duchara y
cambiara. Aurora evitaba maldecir todo porque lo que había pasado
le parecía el colmo y peor, teniendo un compromiso a sólo un par de
horas que cumplir. Muy solicito, Maximiliano sacó de su closet un
conjunto de pijama celeste en seda que era de él mismo y preparando
su baño, le indicó a la chica usar todo lo que estimara conveniente
aunque oliera a puras fragancias masculinas.
Aurora le agradeció y sujetándose el cabello
con una pinza que siempre andaba en su bolso procedió a meterse a
bañar, pero lo que realmente le preocupaba era su ropa
mojada.
—Gracias —dijo con desgane mientras se metía
al baño, más apenada no podía estar.
—Estaré en la cocina preparando unos
bocadillos, tranquila y usa todo con confianza —le hizo ver
él.
Asintiendo se metió cerrando la puerta del
baño, mientras Maximiliano salía de la habitación algo apenado
también, la visión de Aurora en ese estado hacía que su mente
volara.
La chica se bañó con rapidez usando las
esencias del doctor, dejó que el agua tibia la mojara pero al
sentir la fragancia del gel no pudo evitar que su mente no lo
trajera de regreso, sentir ese perfume sobre su cuerpo era como
sentirlo a él mismo masajeándola. Aurora no podía evitar excitarse
al imaginar a Maximiliano ahí junto a ella compartiendo la ducha,
besándose, tocándose y sin saber cómo, su imaginación la llevó más
allá hasta el momento en que hacían el amor. Lo estaba pensando, su
mente estaba con él y en el deseo de que la poseyera y sentir al
menos, la mitad del placer que sintió en la madrugada. Volvió a
imaginarlo desnudo junto a ella, deleitándose en tocar sus brazos,
sus hombros, su pecho, su espalda y… por qué no, complacerlo
también como él lo quería en su sueño, ¿estaba dispuesta? Abrió los
ojos y prefirió enjuagarse y salir de la ducha antes de dejar sin
agua a medio edificio. Luego de secarse se puso la pijama y la
sensación de saberla de él, hizo que se abrazara y suspirara entre
la seda mordiéndose los labios. Como pudo secó un poco sus zapatos
ayudándose de papel sanitario y usando unas pantuflas de él mismo
se calzó, cogió toda su ropa mojada y saliendo de la habitación lo
buscó en la cocina.
—Ya estoy mejor —le dijo al verlo muy
concentrado cuando preparaba unos emparedados de jamón endiablado
que a ella le despertaron el apetito.
—Y me alegra. —Maximiliano la miró y le dio
toda su atención a la visión que tenía frente a él, no sólo era a
otra Aurora que le pareció aún más bonita y natural con el cabello
recogido por la pinza sino que el verla en su pijama, lo excitaba
más porque sabía que debajo de la seda sólo estaba lo que él
deseaba, un perfecto cuerpo femenino desnudo. Se encontró con ella
al escucharla.
—¿Tienes lavadora y secadora? —preguntó ella
para disimular, el no tener “nada” debajo de esa seda le apenaba
mucho más y no sabía cómo disimular la “libertad” que sentía en su
cuerpo y que la seda se encargaba de acariciar.
—Sí claro, aquí adjunto está el cuarto de
lavado —le indicó la puerta—. Úsalas sin problemas ¿y tus
zapatos?
—Los dejé en el baño, los medio sequé con
papel.
—Iré por ellos, aquí atrás del refrigerador
el calor los hará secar mejor.
—Gracias.
Aurora caminó hacia la lavadora, era
necesario lavar la ropa en vez de ponerla de un solo a secar, podía
generar algún olor extraño y no le iba a sorprender que el radar de
Raissa lo detectara.
Metió todo de un solo sin remedio ya que lo
que menos tenía era tiempo así que al encenderla, la máquina
comenzó a hacer lo suyo.
—Ven a comer algo —le dijo Maximiliano que
preparaba todo en la isla de su cocina.
—Ya voy —suspiró ella abotonándose bien la
camisa, sus pechos estaban expuesto ya que el sostén también estaba
en la lavadora.
Se encontró con él y se sentó.
—Tómate esto —le dio él una pastilla y un
vaso de jugo.
—¿Y qué es?
—No quiero ser el causante de un resfriado
otra vez —sonrió. Aurora también lo hizo, se tomó la pastilla, el
jugo de durazno le supo riquísimo con el hielo.
—Y aquí están los emparedados. —Maximiliano
los sacaba de la tostadora.
—Ummm… que rico —se saboreó ella al mismo
tiempo que sujetaba uno y lo ponía en su plato.
—Pruébalos, espero te gusten, pican algo,
¿te molesta?
—No, para nada, me gusta la comida con algo
de picor —le dio una mordida al primero después de soplarlo por lo
caliente—. Ummm…. Que bien sabe.
Se alcanzó una servilleta para limpiarse la
boca.
—Me alegra que te gusten —sonrió complacido
mordiendo uno también mientras se sentaba frente a ella—. Tienen
una salsa especial por eso saben un poco diferentes.
—Pues tendrás que decirme que salsa usaste
para comprarla. —Aurora le daba otra mordida—. Me encanta el sabor
que tienen.
—No es una ya fabricada, yo mismo la hice
con algunas combinaciones.
—¿Qué? —lo miró asombrada, si al hombre le
gustaba la cocina definitivamente era perfecto.
Él asintió ruborizado mientras seguía
comiendo.
—¿Es alguna receta secreta? —insistió
ella.
—No, no tan secreta, es sencilla, no es
ninguna ciencia —sonrió.
—Pues si no es secreta tendrás que darme la
receta porque me encanta, podría hacerme adicta a ella —mordió otro
pedazo, por muy sencillo le parecía una delicia culinaria.
—Cuando quieras —la miró él bebiendo un poco
de jugo.
Comiendo y haciéndose compañía, disfrutaron
el momento que la vida les daba por alguna caprichosa
casualidad.
Luego que terminaran de comer Aurora quiso
ayudarle a levantar todo de la isla pero él no la dejó, por lo que
entonces se dirigió al cuarto del lavado, pasó su ropa a la
secadora y sólo restaba esperar que estuviera lista.
—¿Te ayudo con los platos? —le preguntó ella
entrando de nuevo a la cocina.
—No, no te preocupes, me encargaré después
—le contestó él limpiando un poco la isla.
Se detuvo a observarlo, Maximiliano era un
hombre completo en el buen sentido de la palabra que encajaba
perfecto en su perfil de “hombre ideal” tenían mucho en común y eso
le agradaba, el que fuera algo hogareño era ganancia también para
ella. “Sería un marido perfecto” recordó
las palabras de Margy y sacudió la cabeza. Se acercó al ventanal
del comedor, la vista de la ciudad en el atardecer era
preciosa.
—¿Te gusta? —le preguntó él al escucharla
suspirar acercándose a ella.
—Tienes una preciosa vista panorámica —le
contestó cuando sintió su hombro rozar con el pecho del médico, se
mordió los labios y giró la cabeza.
—La mejor —susurró él mirándola a ella sin
parpadear, el que su camisa de pijama fuera de botones eso le
avivaba las fantasías y más notando como sus pechos sobresalían por
la seda. Toda la prenda se marcaba perfectamente al cuerpo de
Aurora haciendo que él pudiera apreciar todo de una mejor manera,
incluyendo sus pezones erguidos.
La cercanía entre ambos los hacía
estremecer, Aurora evitaba volver a pensar en su sueño ya que
estaban casi en la misma posición cuando el mismo comenzó y
Maximiliano, que tenía esa boca a escasos centímetros se moría por
probarla. Cada uno deseaba algo del otro pero cada uno tampoco
quería incomodar al otro, no adivinaban lo que deseaban aunque
rogaran por ello. Si no lo decían jamás lo iban a saber.
—Si hace una semana me hubiesen dicho dónde
estaría hoy no lo habría creído —murmuró ella mirándose a través
del cristal de sus lentes.
—Hace una semana nos conocimos —susurró él
sujetándole una mano y acariciándole la mejilla—. Si me lo hubieran
dicho tampoco lo habría creído.
Se miraron un momento en silencio, la
atracción era inevitable. Aurora hacía alarde de su fuerza para
evitar temblar pero no fue consciente del despertar de sus senos
que el médico si pudo observar bien, los pezones comenzaban a
sobresalir de la seda y él tragó al verlos.
—Aurora… —dijo él tratando de controlarse al
mismo tiempo que le quitaba la pinza para dejar caer su cabello—.
De más está decirte lo que siento al estar cerca de ti, no sabes
cómo he luchado para… verte cómo quieres ser vista pero… es una
labor titánica para mí. Sé que no puedo ocultar mi interés, me
gustas y mucho pero… sé que no me ves igual y seguramente yo no
tenga el derecho de… sacudir tu tranquilidad y la vida que tienes
hecha.
Por alguna razón Aurora no se extrañaba de
esas palabras si ella en el fondo aunque no lo quisiera reconocer,
también sentía algo.
—Max… —quiso agregar algo pero no pudo
porque él la calló poniendo el índice en sus labios.
—No digas nada, ven, vamos a la sala —le
pidió él llevándola de la mano. Ella lo acompañó.
Aurora notó que emocionalmente él no estaba
bien, no era desconcertante pero la asustó, intuía que algo más
había en él y no sabía si estaba segura de averiguarlo y
desilusionarse.
“Dios por favor que no
me diga que es gay, él no por favor” —rogó en sus
pensamientos, no quería volver a pasar por algo así. Sería el colmo
de su mala suerte.
Se sentaron juntos en el sofá luego de que
él pusiera la pinza en la mesa central.
—Aunque sea sólo amistad pienso que no hay
nada como la honestidad en cualquier tipo de relación para que
funcione —le dijo él luego de exhalar, parecía llevar algún
peso.
—Pienso lo mismo —le contestó ella mirándolo
a los ojos.
—¿Y el callar? —le preguntó él—. ¿Piensas
que hay honestidad en callar?
Aurora se asustó cuando él hizo esa
pregunta.
—No sé a qué te refieres con eso.
—A ocultar las cosas.
Se estremeció, era obvio que a nadie le
gustaba que le ocultaran las cosas. ¿Qué sabía él de ella para que
le preguntara eso?
—Depende… —contestó evitando tartamudear—.
Creo que hay cosas que una persona debe guardarse sólo para sí, si
algo tengo claro es que no todos son de ayuda cuando saben tus
problemas y si hay algo que odio, es que para todo la gente ponga
excusas. Sé que no es fácil callar pero tampoco creo en que haya
solución hablándolo, algunas veces el asunto se pone peor y es ahí
cuando dices “mejor no hubiera dicho nada”
Maximiliano meditó en las palabras de Aurora
y sabía que tenía razón.
—Sé que no se puede confiar en las personas
y muchas veces, en las que crees que te pueden ayudar son las
primeras en darte la espalda, ¿en quien confiar entonces? —continuó
él.
—Me alegra que nos entendamos —le dijo
ella.
—¿Y podremos ambos confiar en el otro?
Ella tensó los labios.
—Estás hablando con una de las personas más
desconfiadas que existen Maximiliano —le hizo ver resignada—. Hay
cosas de mí que ni siquiera mis hermanas saben, ¿por qué habría de
saberlas alguien ajeno?
—Supongo que por la misma necesidad de
querer por fin liberarse de un peso y confiar en alguien. Hay
momentos en que necesitas hablar —se reclinó en el sofá
exhalando.
Aurora poco entendía la actitud extraña del
médico, lo cierto del momento es que él tenía algo que deseaba
hablar con alguien y si Aurora era la que debía dar el primer paso
para demostrarle que podía confiar en ella, entonces iba a
hacerlo.
—Max… —le sujetó la mano, él reaccionó y la
miró—. Mi vida ha estado regida por mi personalidad reservada y el
trabajo, en ese mismo orden, pero el que sea así no significa que…
que no conozca de relaciones amorosas. Han sido malas experiencias
para mí y por eso las evito, sé que no lo haré lo que resta de vida
y… llegará el momento en que deba meditarlo con más
profundidad
pero… aún no sé si estoy preparada para
calentarme la cabeza otra vez.
—¿Calentarte la cabeza? —Hizo un mohín en
vez de sonrisa acariciándole la mano—. ¿Así le llamas a tener una
relación?
—Gracias a la experiencia sí —se encogió de
hombros.
—¿Y si fuera algo diferente? ¿Y si alguien
te demostrara lo contrario?
Volvió a encogerse de hombros, eso lo
dudaba.
—Greg… —comenzó a decir, no estaba de más
abrirse un poquito—. Fue una de las peores experiencias que he
conocido, no tienes idea de lo que siento al verlo, me transforma,
si el amor cambia a la gente puedo decirte que el odio
también.
—Dicen que odiar a alguien es como sujetar
una brasa al rojo vivo, esperando que el otro se queme cuando el
daño te lo haces tú mismo, ¿sabías eso?
Aurora lo miró tensando los labios y
levantando una ceja, no quería escuchar filosofía a menos que fuera
de su Cat.
—Con eso no quiero decir que no te entiendo,
claro que sí —continuó volviéndose a ella sin soltarle la mano—. Yo
también tuve una ex a quien no le debo nada más que… Se detuvo y
exhaló, como Aurora tampoco le era fácil hablarlo.
—Pero aunque te haya herido no la odias
¿verdad? —preguntó la chica—. Por más dolor que sientas no lo
haces, ¿sigues sintiendo algo por ella? Es la única explicación
para mí.
—No se trata de eso sino de que de nada
sirve que yo me desgaste en fuerzas odiándola, Aurora en esta vida
todo se paga, tarde o temprano.
—¿Y ella estará pagando ya? —No podía evitar
sentir molestia. ¿Cómo alguien podía haberle hecho daño a un hombre
tan dulce como él? Eso era un delito—. La gente sólo siente lo feo
que ha hecho cuando le hacen exactamente lo mismo.
Maximiliano suspiró, se paró un momento y
caminó hacia su pecera, exhaló mientras perdía su mirada en
ellos.
—Lo siento —se disculpó ella—. Creo que… no
tengo el derecho de saber, eso es algo muy tuyo y…
—Sólo supe que poco después de haberse
casado… comenzó a vivir las infidelidades de su marido y para colmo
en el peor momento cuando supo que se había embarazado —dijo él más
con
lástima que con añoranza. Aurora evitó abrir
la boca al escucharlo.
—¿Ella se casó con otro?
—Habían que tomar decisiones y… quien las
tomó fui yo —cerró los ojos apretando los puños.
Aurora no se equivocaba cuando presentía
algo y el peso del médico intuía que no era nada sencillo, se
levantó del sillón para encontrarse con él.
—Max… no sigas si te hace daño —le acarició
la espalda, él suspiró levantando la cabeza al sentirla.
—¿Te has preguntado alguna vez si el amor es
para ti? —Inquirió con un timbre de voz suave haciendo que Aurora
se estremeciera no sólo por eso sino por la pregunta en sí—. ¿Te
has preguntado si alguna vez el amor va a sonreírte?
“Todo el tiempo”
—pensó molesta al reconocerlo.
—Muchas veces —contestó ella sintiendo más
confianza—. No pasa un tan sólo día en que no me cuestione e
incluso me culpe si el problema soy yo. Es difícil saberlo cuando
todo ha salido mal.
Maximiliano le sujetó una mano y se giró a
ella.
—Dudo mucho que aún con tu carácter seas el
problema —sonrió mordiéndose el labio inferior,
ese gesto le gustó a ella—. Creo que… la
culpa sería de la incomprensión y falta de tolerancia por parte del
individuo.
Incomprensión, esa era la palabra y sumado a
la falta de tolerancia era el bingo o la lotería a la infelicidad.
Él —como ella— también había vivido algo parecido y sintió que
debido a eso podían entenderse, ¿hasta qué grado? Había que
averiguarlo.
—Greg es el pasado Max. —Aurora se atrevió a
sujetarle la cara para hacer que la mirara—. Ni así fuera el último
hombre sobre la tierra yo volvería con él, tengo suficientes
motivos para desecharlo de mi vida y anoche terminó de empeorar
todo. Me arruinó la reunión que tenía con un amigo, salió de la
nada en plena calle y sin medirse lo atacó.
—¿Cómo? —frunció el ceño con
preocupación.
—Ambos hombres se fueron a los golpes, fue
horrible, tuve que amenazarlo a él con echarle a la policía y a mi
abogado encima.
—Aurora debes tener cuidado —de la mano la
llevó de nuevo al sillón—. Me está preocupando tu situación, ese
tipo es peligroso.
—Más peligrosa soy yo si me busca y lo
sabe.
—¿Se trata de… de la persona por la que
preguntó tu hermana? —inquirió curioso pero disimulando.
—Sí y es… un tema extenso, el caso es que se
rehusó ir al médico anoche mismo y hoy por la mañana… sus padres lo
llevaron porque el malestar de los golpes no lo dejó dormir, tiene
un problema en la columna.
—Debió haber sido fuerte la pelea y siendo
así el otro tampoco estará bien.
—Del “otro” no me importa y no te preocupes,
ya hablé con mi abogado, mañana mismo se emitirá una orden de
alejamiento, si no la cumple tendrá serios problemas.
—Espero que tu amigo se recupere y no tenga
consecuencias que repercutan a futuro.
Aurora contuvo el suspirar pero no pudo
evitar sentirse mal, Maximiliano demostraba su gran corazón al
pensar en Alonso aún sin conocerlo y ella, se mordió la lengua para
ya no hablar de más.
¿Cómo decirle que Alonso la pretendía cuando
él acababa de decirle lo que sentía por ella también?
—¿Sabes por qué uso lentes? —continuó él a
la vez que se los quitaba frotándose los ojos un momento, ella
negó, lo más lógico era algún padecimiento genético—. Porque una
vez me fui a los golpes con otro que me aventajaba en musculatura,
fue una pelea fuerte también y aunque él quedó algo… mal en el
aspecto de su cara, yo me llevé la peor parte.
—¿Qué pasó?
—Me dio un golpe tan fuerte que mi cabeza
pagó las consecuencias, a traición me golpeó la nuca y perdí el
conocimiento, estuve dos días inconsciente y al despertar en el
hospital no veía nada lo cual fue algo duro no sólo para mí sino
para mis padres. Las tomografías no decían nada alarmarte al
principio pero luego un especialista me diagnosticó el problema en
el lóbulo occipital, lo que hacía que apenas pudiera distinguir
algo de luz, el médico también lo llamó “ceguera cortical” aunque
luego se descartó.
—Maximiliano lo siento. —Aurora sonaba
preocupada como si con la experiencia con Alonso la hubiera
revivido con el médico—. Debió ser duro, mucho, traumático. ¿Cuándo
te pasó eso?
—Recién comenzaba mi carrera, así que
imagínate mi tormento pero gracias a Dios a los tres meses de un
tratamiento intenso comencé a distinguir todo con más claridad.
Afortunadamente a pesar del traumatismo cerebral no perdí la
memoria por el golpe y el padecimiento pudo ser reversible. Dicen
que es un milagro y lo creo pero igual mi vista no volvió a ser la
misma y por eso, debo ayudarme de lentes y de un chequeo periódico
cada seis meses. Al menos agradezco volver a ver, ese es mi
agradecimiento a Dios cada mañana, ver la luz, los colores, la
belleza de las cosas, eso no tiene precio, me enfoco más en eso que
en odiar a alguien por haberme provocado esto. Volví a ver y esa es
una oportunidad que la considero inigualable, única y
privilegiada.
Aurora no pudo evitar que los ojos se le
llenaran de lágrimas, recibía una lección de vida de quien menos lo
esperaba y sin saber cómo ni el qué la movió, abrazó a Maximiliano
prendiéndose de su cuello y sin importarle parecer una tonta dejó
que sus lágrimas cayeran haciendo que él las sintiera en su
cuello.
—Aurora, ¿qué haces? —sonrió él
correspondiéndole gustoso.
—Perdóname por favor —sollozó sin soltarlo—.
Fui una estúpida que… —recordó cuando ella le preguntó si estaba
ciego el día que la bañó de agua y eso le dolía más. Entendió que
la ira hace que las personas no se midan al ofender y que el hacer
sentir mal a alguien, tampoco tiene reparo ni con una
disculpa.
—Ya tranquila, no tienes por qué
llorar.
—Te ofendí Max, ese día que me
mojaste…
—Ya por favor no recuerdes eso —le acarició
el cabello a la vez que suspiraba.
“Si tan sólo hubiera
una manera de compensarlo” —pensaba ella con
desesperación.
—Aurora… —él hizo que se sentara otra vez y
con ternura le secó las lágrimas con ambas manos—. Yo no voy a
dejar de agradecer por el día que te conocí, haya sido de buena o
mala manera lo hicimos y el verte… para mí fue… como…
“Si pudiera volver a
tener la ilusión de otra oportunidad” —pensó él pero no iba a
decirlo.
—La mejor de mis suertes, a pesar de la
circunstancia me hizo feliz conocerte —continuó él mientras
sujetaba sus lentes—. Como también me hace feliz que me abras un
poco tu corazón —le besó el dorso de la mano.
—¿Y decirte que también me gustas? —le
confesó ella impulsada quien sabe por qué.
Maximiliano abrió los ojos con asombro,
sintió que una corriente le atravesaba el cuerpo.
Se miraron y Aurora sintiendo que había sido
valiente al decir eso, sujetó los delicados lentes del médico y se
los puso al mismo tiempo que acariciaba su cara.
—Aurora yo… —él bajó la cabeza sintiendo que
no la merecía.
—Con o sin lentes me gustas y siento que
eres especial para mí —insistió ella.
