Capítulo 39
Esa mañana durante el desayuno Aurora
parecía estar en las nubes y sus hermanas la notaron, con cariño
acariciaba su floreado bonsái y también al otro enanito que
Maximiliano le había dado; el pequeño bambú le hacía compañía
también y cuidándolos como si fueran bebés los acicalaba.
“Dormí delicioso aunque
el vacío en mi cama por tu ausencia fue una tortura, gracias
por regalarme la mejor noche de mi
vida.”
Fue el mensaje con el que él le dio los
buenos días y ella se mordía los labios al recordar.
“Lo mismo digo,
superaste mis expectativas, también me regalaste la mejor noche de
mi vida.”
Así le había contestado.
Aurora era ajena a lo que Minerva y Diana
decían, era obvio que hablaban de ella pero la mente de la chica
sólo estaba en su médico y en la noche que le había dado, una que
jamás iba a olvidar.
Después de salir de la tina se vistieron con
el albornoz para secarse, ella debía vestirse para volver a su casa
pero justo en ese preámbulo en el que ella decidía vestirse, él con
su encanto la sedujo otra vez y entre besos y caricias se
despojaron de las prendas y desnudos volvieron a entregarse. Eso
sirvió para que ella no se quedara con las ganas de algo que ya
tenía pendiente y era darle a él también sexo oral, lo hizo y
descontrolándose ambos dieron rienda suelta en esa cama hasta
volver a alcanzar un nuevo clímax. Cuatro, cuatro orgasmo había
tenido la chica y se sentía tan feliz como si se hubiera ganado la
lotería, sus besos suaves, largos, profundos e intensos la
dominaban y como adicción podía depender de ellos, su médico era
para ella el hombre perfecto. Descansaron un rato en la cama
aprovechando hablar un poco más y conocerse, al mismo tiempo que
allí se comían el postre que estaba reservado. Él le confesó que en
efecto, la pelea en la que casi pierde la vista había sido por una
mujer y debido a eso, comenzó a entrenar más fuerte en las artes
marciales y el boxeo cuando se recuperó. Aurora también le hizo ver
que aunque Greg le pisara los talones a ella no era más que su
pasado, que ya tenía oficialmente una orden judicial para alejarse
de ella y que nunca jamás volvería a tener algo con él y aunque el
médico seguía teniendo la duda del por qué ese odio de la chica —ya
que ella no decía nada más— se daba por bien servido con lo dicho y
confiando en que sólo sería de él, Maximiliano puso en sus manos
las llaves de su vida y no sólo —literalmente— le había dado una
copia de las llaves de su apartamento para que ella llegara cuando
lo quisiera, sino que también como lo dijo para evitar preocupación
la escoltó en su camioneta por la noche cuando regresaba a su
casa.
Sólo sabiendo que llegaba sana y salva él
estaría tranquilo y así fue, al abrirse el portón y entrar en su
auto sólo así el regresó a su apartamento. Esos gestos de interés y
preocupación la halagaban a ella, sentir que le importaba a alguien
la hacía feliz.
—¡Aurora! —le gritaron sus hermanas al mismo
tiempo.
—¿Qué? —la hicieron volver de golpe a la
realidad.
—Estás igual que Ariadna aquella vez en el
jardín. ¿Qué te pasa? —inquirió Minerva.
—Obvio, ésta ya se enamoró del veterinario y
lo sigue negando —dijo Diana terminando su cereal—. ¿Ahora si te
animas a probarlo? —sonrió con picardía como siempre levantando
ambas cejas.
Aurora sonrió notando su rubor, sus hermanas
la desconocían al verla así, no era difícil adivinarlo. Todas
sonrieron.
—Nos debes tu historia de anoche —le dijo
Minerva levantándose y preparándose para irse—. Gracias a Dios es
viernes, así que hoy traigo la pizza y nos cuentas todo, ¿está
bien?
Aurora bajó la cabeza. ¿Cómo iba a hablarles
de su “noche de sexo” a sus hermanas? Para empezar no le iban a
creer nada pero había disfrutado la mejor noche de su vida y hasta
la misma Ariadna la envidiaría. Al momento sonó el teléfono de la
sala y Minerva salió a contestar.
—Dijiste que me ibas a dar buenas noticias
Aurora, así que más te vale —le dijo Diana poniendo su plato en el
lavatrastos.
—¿Y qué quieres escuchar? —sonrió volviendo
a acariciar su bonsái.
—Sabes bien qué es lo que quiero oír, por
cierto te estoy consiguiendo el evento de la academia.
Estoy insistiendo en eso y espero que cedan,
te lo digo para que te prepares, será algo grande.
—Gracias y ¿para cuándo es?
—En dos semanas.
—¿Tan pronto?
—Sí, en la noche te diré más o menos de lo
que se trata para que tengas una idea —sujetó su bolso.
—Pues ya me dio curiosidad.
—Y ojalá te lo den por el pago. —Diana se
movió con gracia al ritmo de vals y en puntillas a la vez que
flexionaba las rodillas—. Sé que quieren algo grande y lujoso, al
muy estilo vienés.
Las chicas sonrieron y se prepararon para
salir.
—¿Cómo? —escucharon que Minerva dijo
preocupada, ambas se miraron y salieron a la sala.
—¿Qué pasa? —preguntó Aurora.
—Es Jackie —le señaló bajito y se volvió a
ella—. Gracias por avisarnos Jackie, de verdad gracias.
Intentaremos comunicarnos con Ariadna, cualquier cosa no dejes de
avisarnos a nuestros móviles privados, anota el mío.
Cuando terminó de hablar, se llevó una mano
a la boca y se sentó en el sofá.
—Por Dios Mina, dinos que pasa —insistió
Diana.
—Se trata de Ariadna, Jackie dice que… —se
detuvo sin poder asimilarlo.
—¿Que qué? —Aurora comenzó a desesperarse
llevándose las manos al pecho por su gemela.
—Dice que su propio jefe intentó abusar de
ella la tarde del miércoles en Roma —contestó Minerva sin poder
creerlo.
—¡¿Qué?! —las mujeres se tuvieron que
sujetar entre ellas.
—Parece que Ariadna fue llevada a una
clínica en Roma después de eso ya que estaba inconsciente, allá
pasó esa noche y ayer por la tarde fue dada de alta.
—¿Pero y dónde está? —preguntó Aurora
mientras Diana comenzaba a marcar su número.
—Según Jackie y por las declaraciones allá y
gracias a uno de los otros supervisores que se puso en contacto ya
que hasta la embajada americana deberá meter las narices… Parece
que Ariadna está siendo protegida por un magnate italiano, un
pintor famoso allá, dicen que él impidió el ataque y que gracias a
él es que ella no fue abusada en su habitación de hotel.
—Ay que bello príncipe en armadura que la
rescató pero a ese maldito viejo miserable, ¡yo le corto los
huevos! ¿Pues cara de qué le ven a mi hermana? —inquirió Diana
furiosa esperando que la chica contestara pero nada, el teléfono
parecía descargado—. Ay!!! Que no contesta.
—¿El mismo jefe? —insistió Aurora tratando
de asimilarlo—. ¿No sería ese malnacido el que la atacó en Francia
también?
—Puede ser, pero al menos esta vez hay un
príncipe de cuento como dice Diana que la rescató gracias a Dios
—Minerva miró su reloj—. Chicas yo debo irme, se me hace tarde,
llegando a la revista intentaré llamarla o mandarle un email.
—Yo igual, se me hace tarde —dijo Diana—.
Tengo dos horas seguidas de clases esta mañana pero dejaré
encendido mi móvil, quien sepa algo primero me manda un mensaje por
favor.
—Yo puedo quedarme un poco más, llamaré a
Amy o a Rebecca para avisar, me siento tan nerviosa que no tendré
cabeza ni para manejar, necesito saber de Ariadna.
—El problema es que no hay manera de saber
de ella —le dijo Minerva dirigiéndose a la puerta—. Le mandaré un
email en cuanto llegue, si está siendo protegida por ese hombre ya
debe de estar mejor y es Roma, no va a decir que hay problemas de
redes. ¿Cómo es posible que no nos haya llamado?
Las chicas se despidieron y Aurora se quedó,
intentó llamar a Ariadna y nada, miró el reloj y supo que allá eran
como las tres o cuatro de la tarde.
—Maldición Ariadna, ¿por qué no
contestas?
Cortó la llamada, iba a seguir insistiendo
pero decidió llamar a Rebecca a su móvil ya que era posible que su
recepcionista aún no llegara.
—Hola.
—Rebecca buenos días, te aviso que llegaré
un poco tarde, le dices a Amy o a cualquiera si preguntan por
mí.
—Está bien, ¿pasa algo?
—Luego te cuento, estoy haciendo unas
llamadas.
—Ok, nos vemos luego, bye.
—Gracias, adiós.
Cortó, estaba preocupada por su gemela y
volvió a ver su reloj, si en dos horas no sabía nada de ella
tendría que ponerse en contacto con la embajada italiana para
intentar localizar entonces al famoso pintor y que le diera cuentas
de su hermana. Sabía que quedándose en la casa no serviría de nada,
más que hacerle un agujero al suelo caminando en el mismo sitio
desesperada, así que tranquilizándose sujetó su bolso y salió de su
casa. Al momento que salía en su auto, un niño de unos diez años la
esperaba sentado en la acera.
—¿Usted es Aurora? —le preguntó, la chica se
detuvo.
—Sí.
—Un hombre llamado Maximiliano le manda a
decir que la espera en el parque de aquí cerca, dice que le urge
hablar con usted.
—¿Cómo? —ella se extrañó.
—La está esperando —el niño se alejó en
dirección contraria.
Aurora se estacionó del todo y esperó que el
portón se cerrara, luego sacó su móvil y le marcó.
¿Cómo era posible que no le dijera nada en
el mensaje que le mandó? Lastimosamente sólo le timbró dos veces y
la alerta de la batería baja le sonó, el móvil se apagó.
—Rayos —se molestó volviendo a guardar el
teléfono, ya lo cargaría llegando a la agencia.
Arrancó de nuevo y salió en dirección al
parque en mención que sólo estaba a unas cuadras de su casa.
—Me extraña que quiera verme para hablar,
tengo entendido que va para Cucamonga —hablaba con ella misma—.
¿Qué querrá que no puede esperar?
En ese momento su sexto sentido la alertó,
si Maximiliano querría buscarla la esperaría en la agencia ya que
seguramente él antes de irse a Rancho Cucamonga debía de ir a la
clínica, eso comenzó a inquietarla. Llegó al parque y se estacionó,
a simple vista no había nada fuera de lugar, de hecho no había
nadie, se quedó un momento adentro de su auto, el silencio matutino
le parecía aterrador. ¿Qué nadie salía ya a
correr por las mañanas? —pensó, sacudió la cabeza y tomando
valor salió de su auto, lo cerró y se quedó un momento junto a la
puerta. Miró hacia todas partes pero no había nada, a lo lejos al
otro lado fue que alcanzó a ver a alguien andar en bicicleta pero
nada más.
Igual ese silencio podía ser relajador, así
que encaminándose decidió esperar un momento sentada en una de las
bancas a unos cuantos metros adentro del parque, se sentó a la
sombra y esperó.
“Él no me citaría aquí,
ya conoce mi casa pudo haber ido directo a buscarme. Max no sabe de
este parque, de haberme citado me habría llamado” —insistía en
sus suposiciones que comenzaban a ponerla nerviosa.
No lo pensó más.
—No, esto no es de él —se dijo con
determinación poniéndose de pie automáticamente, no iba a perder su
tiempo.
—Buenos días, gracias por venir —una voz
masculina la hizo brincar.
Se giró para verlo con hastío, no podía ser
otro que Greg que había recurrido a lo más bajo para citarla.
—Lo sabía, ¿Cómo te atreves a utilizar el
nombre de otra persona? que bajo has caído.
Ella le dio la espalda pero el corrió a
detenerla.
—Porque sólo así pareces ceder.
—Déjame en paz.
—No, esta vez no te vas sin que me escuches,
si esta es la única manera de verte y tenerte cerca pues que así
sea.
Aurora se apartó de él con enojo, después de
su noche con Maximiliano no quería molestarse por nada pero
teniendo a Greg en frente le era imposible.
—Tú y yo no tenemos nada de que hablar, nada
tenemos que decirnos —le dijo ella apretando los dientes, todavía
tenía las secuelas de la golpiza con Alonso y si la colmaba sería
ella la que podía terminar golpeándolo también.
—Si tenemos que hablar y mucho, no puedo
permitir que me sigas odiando de esa manera.
Regresé a Ontario por ti Aurora, vine porque
quiero recuperarte.
—Es muy tarde, vete, ya hay una orden contra
ti, me estás acosando y eso es un delito, vete y lo olvidaré.
—Primero escúchame, si aún después me
deshechas lo aceptaré pero no puedo permitir que…
—Es tarde Greg, ¿puedes aceptarlo? muy
tarde, entiéndelo, ya tengo una relación, ¿puedes respetar
eso?
—¿Con quién?
—Que te importa —quiso avanzar y él la
detuvo otra vez.
—Dímelo, ten el valor al menos.
—¿Valor? ¿Un cobarde como tú hablando de
valor? No me provoques. Lárgate.
—Nada va a detenerme Aurora —sentenció—.
¿Crees que no puedo partirle la cara al otro?
—No te atrevas —sintió que el corazón se
instalaba en su garganta, Greg sabía de Maximiliano también, no
debía olvidarlo.
—¿Te preocupa tanto? —le notó el
semblante.
—Eres un estúpido, ¿sabes a quien golpeaste
la otra noche? —se fue por la tangente para proteger al
médico.
—¿A otro de turno?
Aurora quiso golpearlo, buscaba provocarla y
lo estaba logrando.
—Ese “de turno” como le llamas es miembro de
una de las más prestigiosas familias —le contestó controlándose—.
Así que agradece que él no te denunció sino estarías
detenido.
—¿Prestigiosa familia? —Sonrió con burla—.
¿Acaso no hay uno de sus parientes ya en la cárcel?
Aurora abrió los ojos evitando tragar.
—Sí querida Aurora, investigué todo, ¿me
crees tonto? Creo que estos “Farrell” ya no gozan de prestigio
gracias a que tienen a un asesino como pariente. ¿Qué crees que
harán si quien se presenta ante las autoridades soy yo y les digo
que un miembro de ellos me dejó así? ¿Crees que dudarán de que se
trate de un mal de familia?
—Te atreves a hacer eso y seré yo, la que va
a hundirte.
—¿Hundirme? —Volvió a sonreír—. ¿Sabes cómo
me complacería eso? Hundiéndote primero en esto —se sujetó el
miembro.
—¡Cerdo! —ella retrocedió pero él volvió a
detenerla.
—¿Acaso ya no te acuerdas? —le susurró al
oído.
—¡No me toques! —lo empujó asqueada.
—Fui el primero Aurora, eso nunca vas a
olvidarlo —le recordó él con semblante victorioso.
