Al vencedor (1982)

«To the Victor»

No veo a menudo a mi amigo George, pero cuando lo hago siempre le pregunto por Azazel, el pequeño demonio al que asegura que puede llamar. Por supuesto, insiste en que no es un demonio, sino un ser procedente de un mundo de avanzada tecnología.

—Un anciano y calvo escritor de ciencia ficción —me dijo George— ha señalado que una tecnología lo suficientemente adelantada con respecto al observador, sería para este indistinguible de la magia[23]. Eso es lo que pasa con mi pequeño amigo Azazel. Sólo mide dos centímetros de estatura, pero puede hacer cosas realmente sorprendentes. Por cierto, ¿cómo te has enterado de su existencia?

—Escuchándote.

—Nunca menciono a Azazel —replicó George fríamente y con cara de desaprobación.

—Excepto cuando hablas —dije—. ¿Qué ha estado haciendo últimamente?

George expelió un gemido aromatizado de cerveza desde lo más hondo de su ser, y dijo:

—Has tocado un punto que me llena de tristeza. Mi joven amigo Theophilus nos tiene muy preocupados, a Azazel y a mí.

Alzó su jarra de cerveza y dio un largo trago.

Mi amigo Theophilus —siguió George—, al que nunca te habrás encontrado, pues se mueve en círculos bastante más elevados que los sórdidos ambientes que tú frecuentas, es un joven refinado que admira profundamente las graciosas facciones y la divina estructura de las mujeres —cosas a las que yo, afortunadamente, soy inmune—, pero carece de la capacidad de inspirar reciprocidad en ellas.

—No puedo entenderlo, George —me decía Theophilus—. Tengo un buen cerebro. Soy un excelente conversador. Soy ingenioso, amable, razonablemente atractivo…

—Sí —dije yo—, tienes ojos, nariz, boca y barbilla, todo ello en el lugar y número habituales.

—Y además —añadió— soy increíblemente avezado en la teoría del amor, aunque no haya tenido muchas ocasiones de ponerla en práctica. Sin embargo, parezco incapaz de atraer la atención de esas deliciosas criaturas. Observa que parecen estar por todas partes, a nuestro alrededor, y sin embargo ninguna de ellas hace el menor intento de entrar en contacto conmigo, pese a que estoy aquí sentado con la más genial de las expresiones en mi rostro.

Mi corazón sangraba por él. Le conocía desde niño; una vez le sostuve a petición de su madre, que acababa de darle de mamar hasta la saciedad, mientras esta se reabrochaba la blusa. Este tipo de cosas crean fuertes vínculos.

—¿Serías más feliz, mi querido amigo —le pregunté—, si se fijaran en ti?

—Eso sería el paraíso —respondió simplemente.

¿Podía yo negarle el paraíso? Le planteé la cuestión a Azazel, que, como de costumbre, se mostró reticente.

—¿No podrías pedirme un diamante? —me dijo—. Podría hacerte una buena piedra de medio quilate reordenando los átomos de un trocito de carbón… Pero irresistible para las mujeres… ¿Cómo puedo hacer una cosa así?

—¿No puedes reordenar algunos átomos en él? —sugerí, tratando de colaborar—. Quiero hacer algo por él, aunque sólo sea en memoria del impresionante equipamiento nutricional de su madre.

—Bueno, déjame pensar. Las increíblemente simples formas de vida de este miserable planeta vuestro recurren a la comunicación química como forma de estimular el afecto mutuo. La polilla hembra emite una substancia denominada feromona, que la polilla macho puede detectar con ardor a un par de kilómetros de distancia.

—Nunca he sido una polilla macho, pero si tú lo dices…

—Y también los seres humanos poseen feromonas —prosiguió Azazel, ignorándome—. Desde luego, con vuestra costumbre actual de bañaros continuamente y perfumaros con aromas artificiales, sois escasamente conscientes de esta manera natural de inspirar sentimientos. Tal vez pueda alterar la constitución bioquímica de tu amigo, de manera que produzca una cantidad inusual de una feromona inusualmente eficaz cuando la imagen de una de las desgarbadas hembras de vuestra repelente especie incida en su retina.

—¿Quieres decir que olerá?

—En absoluto. Será un olor prácticamente imperceptible a nivel consciente, pero en las hembras de la especie provocará un profundo y atávico deseo de acercarse y sonreír. Probablemente eso estimulará en ellas la emisión de sus propias feromonas, y supongo que lo que suceda a continuación será automático.

—De lo que estoy seguro —dije— es de que el joven Theophilus pondrá lo mejor de su parte. Es un muchacho despierto, lleno de empuje y ambición.

El tratamiento de Azazel resultó efectivo, como comprobé en mi siguiente encuentro con Theophilus, en la terraza de un bar.

Me llevó unos segundos verle, pues lo que inicialmente atrajo mi atención fue un grupo de jóvenes mujeres que formaba un círculo compacto. Afortunadamente, a mí las jóvenes no me perturban, pues ya he alcanzado la edad de la discreción, pero era verano y ellas iban vestidas con una calculada insuficiencia de ropa que yo —como es propio de un hombre discreto— estudié discretamente.

Sólo después de varios minutos, durante los cuales noté la tensión que estaba actuando sobre un botón de una determinada blusa y especulé sobre la posibilidad de que… Pero me estoy alejando del tema. Sólo después de varios minutos me di cuenta de que no era otro que Theophilus quien se hallaba en el centro de aquel círculo de mujeres. Sin duda el calor de la tarde acentuaba su potencia feromónica.

Me abrí camino a través de aquel cerco de feminidad mediante una serie de guiños y sonrisas paternales, más algún que otro golpecito en el hombro, me senté junto a Theophilus en una silla que una atractiva joven me cedió con un mohín petulante, y dije:

—Theophilus, mi joven amigo, qué visión tan encantadora y sugestiva.

Entonces me di cuenta de que en su rostro había una leve sombra de tristeza.

—¿Qué es lo que no va bien? —pregunté.

Habló sin apenas mover los labios, en un susurro tan bajo que casi no le oí.

—Por lo que más quieras, sácame de aquí.

Por supuesto, yo soy, como sabes, un hombre de innumerables recursos. Fue cuestión de un momento para mí levantarme y decir:

—Señoritas, mi joven amigo, con motivo de una inexcusable urgencia biológica, ha de hacer una visita al servicio de caballeros. Si son tan amables de esperar un momento, estará de vuelta enseguida.

Entramos en el pequeño restaurante y salimos por la puerta de atrás. Una de las jóvenes, con unos bíceps que destacaban de forma un tanto inquietante, y con una expresión de desconfianza igualmente inquietante, había dado la vuelta hasta la parte de atrás del restaurante; pero la vimos a tiempo y pudimos meternos en un taxi. Nos persiguió, con sorprendente rapidez, a lo largo de dos manzanas.

Una vez a salvo en la habitación de Theophilus le dije:

—Evidentemente. Theophilus, has descubierto la forma de atraer a las mujeres. ¿No era ese el paraíso que buscabas?

—No del todo —respondió Theophilus, mientras se relajaba lentamente con ayuda del aire acondicionado—. Se protegen unas a otras con su mera presencia. No sé cómo sucedió, pero súbitamente se me acercó, hace algún tiempo, una joven y me preguntó si no nos habíamos visto en Atlantic City. Nunca en mi vida —añadió con indignación— he estado en Atlantic City. Y acababa de negar esa posibilidad, cuando se acercó otra afirmando que yo había dejado caer mi pañuelo y quería devolvérmelo. Entonces llegó una tercera y me dijo: «¿Quieres trabajar en el cine, muchacho?».

—Lo que tenías que haber hecho era elegir a una de ellas —le dije—. Yo hubiera escogido a la que te ofrecía trabajar en el cine. Es una vida suave, y hubieras estado rodeado de suaves actrices.

—Pero es que no podía escoger a «ninguna» de ellas. Se miraban las unas a las otras como halcones. En cuanto me mostraba atraído por una de ellas, las demás empezaban a tirarle del pelo. Estoy tan sin mujeres como siempre.

Mi corazón sangraba por él; le dije:

—¿Por qué no organizas una eliminatoria? Cuando estés rodeado de mujeres, como hoy, diles: «Queridas, me siento profundamente atraído por todas y cada una de vosotras. Por tanto, os ruego que os pongáis en fila por orden alfabético para que todas podáis besarme por turno. La que lo haga de la forma más refinada será mi huésped esta noche». Lo peor que puede pasar es que recibas un montón de besos ávidos.

—Mmmm… ¿Por qué no? —dijo Theophilus—. Al vencedor corresponde el trofeo, y me encantaría ser el trofeo de la vencedora adecuada. —Se pasó la lengua por los labios y luego practicó dando unos cuantos besos al aire—. Creo que podré hacerlo. ¿Te parece que será menos fatigoso si les pido que mantengan las manos a la espalda mientras me besan?

—No creo que sea conveniente. Theophilus, amigo mío —le dije—. Deberías poner algo de esfuerzo por tu parte. Pienso que no poner barreras a las efusiones será la mejor regla.

—Tal vez tengas razón —dijo Theophilus con la expresión de alguien con amplia experiencia en tales asuntos.

Por esa época tuve que salir de la ciudad por motivos de trabajo, y no volví a ver a Theophilus hasta un mes después. Fue en un supermercado, y él estaba empujando un carro moderadamente lleno de compras. La expresión de su cara me alarmó. Parecía un hombre acosado.

Cuando me aproximé a él, emitió un grito ahogado; entonces me reconoció y dijo:

—¡Gracias a Dios! Había temido que fueras una mujer.

Me estrechó la mano. Le pregunté:

—¿Todavía tienes el mismo problema? ¿No pusiste en práctica lo de la prueba eliminatoria?

—Lo intenté. Eso fue el problema.

—¿Qué sucedió?

—Bueno…

Miró a su alrededor y se metió en un pasillo lateral. Satisfecho al ver la zona despejada, me habló en voz baja y apresurada, como alguien que sabe que hay poco tiempo y la discreción es fundamental.

—Lo preparé todo —me dijo—. Les hice llenar instancias con todos los datos: edad, marca de dentífrico empleado, referencias… lo normal en estos casos, y luego fijé la fecha. Como lugar del torneo elegí el salón de baile del Waldorf Astoria. Me hice con un amplio surtido de protector labial y contraté los servicios de un masajista profesional con un tanque de oxígeno para mantenerme en forma. Sin embargo, el día antes del torneo se presentó un hombre en mi apartamento… He dicho un hombre, pero más bien parecía un montón de ladrillos animado. Medía dos metros de alto por uno y medio de ancho, y tenía unos puños como martillos pilones. Sonrió, mostrando unos colmillos impresionantes, y dijo:

»—Señor, mi hermana es una de las que competirán en el torneo de mañana.

»—Cuánto me alegro de oír eso —dije yo, ansioso de mantener la conversación en un terreno cordial.

»—Mi hermanita —prosiguió—, una delicada flor de nuestro recio y ancestral árbol genealógico, es la niña de los ojos de mis tres hermanos y yo, y ninguno de nosotros podría soportar la idea de que fuera eliminada.

»—¿Se parecen a usted sus hermanos, señor? —le pregunté.

»—En absoluto —respondió apenado—. Con motivo de una enfermedad infantil, yo he sido débil y escuchimizado toda la vida. Mis hermanos, sin embargo, poseen una hermosa estatura viril —añadió alzando la mano hasta una altura de unos dos metros y medio.

»—Estoy seguro —dije febrilmente— de que su encantadora hermana tiene excelentes posibilidades.

»—Me encanta oírle decir eso. Poseo una notable capacidad premonitoria, supongo que como compensación de mi insignificancia física, y estoy seguro de que mi hermanita ganará la competición. Por alguna extraña razón, ella siente una juvenil pasión hacia usted, y mis hermanos y yo nos sentiríamos desolados si resultara eliminada. Y en ese caso… —Sonrió de una forma aún más colmilluda que antes y, lentamente, hizo crujir uno tras otro los dedos de su mano derecha, haciendo un ruido como de huesos al romperse. Nunca había oído el sonido de un hueso al romperse, pero una súbita intuición me dijo que debía de ser como aquel.

»—Tengo la impresión de que su premonición debe de ser acertada, señor. ¿Tiene usted una fotografía de la damisela, para que me sirva de referencia?

»—La tengo —dijo, y me mostró una en un marquito. Mi corazón se fue a pique.

—Debe de haber algo de cierto en lo de la premonición —siguió Theophilus—, pues la joven en cuestión ganó la competición. Hubo casi un tumulto cuando se anunció el resultado, pero la propia ganadora despejó la sala con sorprendente rapidez. Desde entonces hemos sido, desgraciadamente (o más bien «afortunadamente»), inseparables. De hecho, está aquí, en la carnicería. Come mucha carne… a veces cocida.

Miré a la chica en cuestión y enseguida reconocí en ella a la que había perseguido nuestro taxi a lo largo de dos manzanas. Indudablemente, era una joven dotada de gran determinación. Admiré sus sólidos bíceps, sus poderosos abdominales y sus recios arcos supraciliares.

—Tal vez, Theophilus —le dije—, sea posible reducir tu atractivo para con las mujeres a su anterior nivel insignificante.

—No sería prudente —suspiró Theophilus—. Mi novia y sus desmesurados hermanos podrían malinterpretar esa pérdida de interés. Además, tiene sus compensaciones. Por ejemplo, puedo ir a cualquier hora de la noche por cualquier calle de la ciudad, por peligrosa que sea, y me siento totalmente seguro si ella está conmigo. El más insoportable policía de tráfico se convierte en la dulzura misma si ella se le acerca. Y además es extrovertida e innovadora en sus demostraciones de afecto. No, George, acepto mi destino. El quince del mes próximo nos casaremos y ella me llevará a la nueva casa que sus hermanos nos han proporcionado. Han hecho una fortuna en el negocio de la compactación de coches usados, gracias a su escasa inversión en maquinaria; usan las manos. Sólo que a veces añoro…

Sus ojos se habían posado involuntariamente en la frágil figura de una joven rubia que venía caminando por el pasillo hacia nosotros. Ella le miró a su vez y un temblor súbito sacudió todo su ser.

—Disculpe —le dijo la joven con voz musical—, pero ¿no nos hemos visto recientemente en un baño turco?

Mientras hablaba, se oyeron unos firmes pasos detrás de nosotros, y una potente voz de barítono dijo:

—Theophilus, querido, ¿te está importunando esta… cosita?

La media naranja de Theophilus clavó los ojos en la joven rubia, que comenzó a temblar de terror.

Rápidamente me interpuse entre las dos mujeres (con considerable riesgo para mi persona, por supuesto, pero es bien sabido que soy valiente como un león), y dije:

—Esta dulce criatura es mi sobrina, señorita. Al verme desde lejos, ha venido en esta dirección para depositar un casto beso sobre mi frente. Que ello la llevara también en la dirección de su querido Theophilus ha sido una mera coincidencia.

La expresión de sospecha que había notado en la amada de Theophilus en nuestro primer encuentro apareció nuevamente.

—Ya —dijo en un tono totalmente carente de la cordialidad que yo hubiera deseado percibir—, en ese caso, me gustaría verles marcharse. A los dos.

Me pareció que era prudente hacerlo. Cogí del brazo a la joven y nos fuimos, dejando a Theophilus con su destino.

—Oh, señor —dijo la joven—, ha sido tan amable y valeroso… De no haber sido por su rápida intervención, sin duda estaría llena de rasguños y contusiones.

—Lo cual sería una lástima —dije galantemente—, pues un cuerpo como el suyo no está hecho para los rasguños. Ni para las contusiones. Ha mencionado usted un baño turco. ¿Por qué no tomamos uno juntos? En mi apartamento, por ejemplo. Tengo uno… o, al menos, un baño americano, que es prácticamente lo mismo. Después de todo, al vencedor…

Asimov: Cuentos Completos
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
nota_edicion.xhtml
volumen1.xhtml
0001.xhtml
0002.xhtml
0003.xhtml
0004.xhtml
0005.xhtml
0006.xhtml
0007.xhtml
0008.xhtml
0009.xhtml
0010.xhtml
0011.xhtml
0012.xhtml
0013.xhtml
0014.xhtml
0015.xhtml
0016.xhtml
0017.xhtml
0018.xhtml
0019.xhtml
0020.xhtml
0021.xhtml
0022.xhtml
0023.xhtml
0024.xhtml
0025.xhtml
0026.xhtml
0027.xhtml
0028.xhtml
0029.xhtml
0030.xhtml
0031.xhtml
0032.xhtml
0033.xhtml
0034.xhtml
0035.xhtml
0036.xhtml
0037.xhtml
0038.xhtml
0039.xhtml
0040.xhtml
0041.xhtml
0042.xhtml
0043.xhtml
0044.xhtml
0045.xhtml
0046.xhtml
0047.xhtml
0048.xhtml
0049.xhtml
volumen2.xhtml
0050.xhtml
0051.xhtml
0052.xhtml
0053.xhtml
0054.xhtml
0055.xhtml
0056.xhtml
0057.xhtml
0058.xhtml
0059.xhtml
0060.xhtml
0061.xhtml
0062.xhtml
0063.xhtml
0064.xhtml
0065.xhtml
0066.xhtml
0067.xhtml
0068.xhtml
0069.xhtml
0070.xhtml
0071.xhtml
0072.xhtml
0073.xhtml
0074.xhtml
0075.xhtml
0076.xhtml
0077.xhtml
0078.xhtml
0079.xhtml
0080.xhtml
0081.xhtml
0082.xhtml
0083.xhtml
0084.xhtml
0085.xhtml
0086.xhtml
0087.xhtml
0088.xhtml
0089.xhtml
0090.xhtml
ciencia_ficcion.xhtml
0091.xhtml
0092.xhtml
0093.xhtml
0094.xhtml
0095.xhtml
0096.xhtml
0097.xhtml
0098.xhtml
0099.xhtml
0100.xhtml
0101.xhtml
0102.xhtml
0103.xhtml
0104.xhtml
0105.xhtml
0106.xhtml
0107.xhtml
0108.xhtml
0109.xhtml
0110.xhtml
0111.xhtml
0112.xhtml
0113.xhtml
0114.xhtml
0115.xhtml
0116.xhtml
0117.xhtml
0118.xhtml
0119.xhtml
0120.xhtml
0121.xhtml
0122.xhtml
0123.xhtml
0124.xhtml
0125.xhtml
0126.xhtml
0127.xhtml
0128.xhtml
0129.xhtml
0130.xhtml
0131.xhtml
0132.xhtml
0133.xhtml
0134.xhtml
0135.xhtml
0136.xhtml
0137.xhtml
0138.xhtml
0139.xhtml
0140.xhtml
0141.xhtml
0142.xhtml
0143.xhtml
0144.xhtml
0145.xhtml
0146.xhtml
0147.xhtml
0148.xhtml
0149.xhtml
0150.xhtml
0151.xhtml
0152.xhtml
0153.xhtml
0154.xhtml
0155.xhtml
0156.xhtml
0157.xhtml
0158.xhtml
0159.xhtml
0160.xhtml
0161.xhtml
0162.xhtml
0163.xhtml
0164.xhtml
0165.xhtml
0166.xhtml
0167.xhtml
0168.xhtml
0169.xhtml
0170.xhtml
0171.xhtml
0172.xhtml
0173.xhtml
0174.xhtml
0175.xhtml
0176.xhtml
0177.xhtml
0178.xhtml
0179.xhtml
0180.xhtml
0181.xhtml
0182.xhtml
0183.xhtml
0184.xhtml
0185.xhtml
0186.xhtml
0187.xhtml
0188.xhtml
0189.xhtml
0190.xhtml
fantasia_azazel.xhtml
0191.xhtml
0192.xhtml
0193.xhtml
0194.xhtml
0195.xhtml
0196.xhtml
0197.xhtml
0198.xhtml
0199.xhtml
0200.xhtml
0201.xhtml
0202.xhtml
0203.xhtml
0204.xhtml
0205.xhtml
0206.xhtml
0207.xhtml
0208.xhtml
0209.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml