Los sufrimientos del autor (1957)
«The Author's Ordeal»
(con disculpas para W. S. Gilbert)
Bullen sin cesar los argumentos en tu sesera;
de ciencia ficción son los argumentos, urdidos con alegría y finura,
argumentos que se agolpan tercamente en tu mollera
hasta que irremediablemente le conducen a la locura.
Cuando sales con tu chica, no oyes ni una palabra;
en el concierto vuelas sin distinguir las notas;
conduciendo tu automóvil te pasas una luz roja
(además, rozas un Ford, rompiendo tu faro sano);
el jefe te cuenta un chiste y, con aire de despiste, dices una bobada
(y él piensa que eres tontín, y tal vez un borrachín).
Si te ocurren cosas tales, no son fuerzas sobrenaturales;
si escribes ciencia ficción, esa es tu condenación.
Pues tu mente hirviente es sorda y ciega a lo existente,
siendo el espacio su euforia y las estrellas su gloria.
Comienzas con una nave que se pierde en viaje a Cástor
y descubre acongojada una galaxia inmensa y alejada.
Inventas con entusiasmo canallescas criaturas
tan malvadas y embusteras que a todos meten pavura.
Nuestros héroes gallardos se enfrentan a las hordas empeñadas
en hallar nuestra galaxia y esclavizar la raza humana.
Como la historia debe estar vibrante de tensión,
los terrícolas son cuatro, los enemigos legión.
Los héroes apresados comparecen ante líderes malvados.
«¿Dónde está la Tierra?», les inquieren, mas los hombres
resisten con coraje, y el lector vive sus nombres.
Pero aguarda un instante, falta algo: una doncella
buena y pura (aun así apetitosa) y de atuendos, ligera.
Siendo ella tripulante, es apresada al instante,
y esos monstruitos viscosos la examinan lujuriosos.
Despierta deseos carnales con sus formas tan sensuales,
pero terminas pronto esta sección para eludir la objeción
de que los reptílicos seres no pueden interesarse en mujeres.
Amarran a la niña, empuñan sus azotes, profieren amenazas,
nuestros airados hombres rompen las ligaduras con sus manazas,
cada héroe terrícola abate a puñetazos docenas de enemigos,
y de pronto despiertas con la mente en remolino.
No sabes dónde estás
ni donde aparcaste el coche,
estás desaliñado,
totalmente despistado,
y la gente murmurando
te mira los calcetines (pues uno te está faltando),
pensando qué locura,
que tremenda chifladura,
y del brillo de tus ojos
y tus actos impulsivos deducen
que estás chalado de aquí hasta que seas anciano.
Mas ya terminó el suplicio
que causó tanto desquicio,
pues en el blanco papel
hay palabras en tropel,
y llega la diversión:
has concluido otro cuento de ciencia ficción.