Visiones de Robot (1990)
«Robot Visions»
Supongo que debo empezar explicando quién soy yo. Soy un miembro muy joven del Grupo Temporal. Los Temporalistas (para aquellos de ustedes que han estado demasiado ocupados intentando sobrevivir en este duro mundo del 2030 para prestar atención a los avances de la tecnología) son los actuales aristócratas de la física. Se ocupan del más espinoso de los problemas —el de moverse a través del tiempo a una velocidad diferente de la constante progresión temporal del Universo—. En definitiva, están intentando desarrollar los viajes en el tiempo. ¿Y qué estoy yo haciendo con esta gente, cuando ni siquiera soy físico, sino meramente un…? Bien, meramente un meramente. A pesar de no estar cualificado, fue de hecho una observación mía hecha hace algún tiempo lo que inspiró a los Temporalistas a elaborar el concepto TVEET («Trayectorias virtuales en el tiempo»). ¿Saben? Una de las dificultades de viajar a través del tiempo es que la base del viajero no permanece en un lugar relativo al Universo como un todo. La Tierra se mueve alrededor del Sol; el Sol alrededor del centro galáctico; la Galaxia alrededor del centro de gravedad del Grupo Local… Bien, ya se hacen una idea. Si uno se desplaza un día en el futuro o en el pasado —sólo un día— la Tierra se ha desplazado unos 2,5 millones de kilómetros en su órbita alrededor del Sol. Y el Sol se ha desplazado en su viaje, arrastrando a la Tierra con él, y así ha ocurrido con todo lo demás.
Por consiguiente, uno debe moverse a través del espacio así como a través del tiempo, y fue mi observación lo que condujo a una línea de argumento que mostraba que esto era posible; que uno puede viajar con el movimiento espacio-tiempo de la Tierra no de forma literal, sino de un modo «virtual» que permitiría al viajero del tiempo permanecer con su base en la Tierra allí donde fuese en el tiempo. Sería inútil que intentase explicarlo matemáticamente si ustedes no tienen una preparación Temporalista. Limítense a aceptar la cuestión. Fue asimismo una observación mía lo que llevó a los Temporalistas a desarrollar una línea de razonamiento que mostraba que viajar en el pasado era imposible. Los términos clave de las ecuaciones deberían aumentar más allá del infinito cuando los signos temporales hubiesen cambiado.
Tiene sentido. Estaba claro que un viaje al pasado sin duda cambiaría allí algunos acontecimientos, por lo menos ligeramente, y por muy ligero que pudiese ser el cambio introducido en el pasado, alteraría el presente; muy probablemente de forma drástica. Dado que el pasado parece fijado, tiene sentido que viajar atrás en el tiempo es imposible.
Sin embargo, el futuro no está fijado, por consiguiente viajar en el futuro y regresar de él seria posible.
No me recompensaron particularmente por mis observaciones. Supongo que el equipo de Temporalistas presumió que yo había tenido suerte con mis especulaciones y que eran ellos los realmente inteligentes por captar lo que yo había dicho y llevarlo a conclusiones útiles. Dadas las circunstancias, no me dolió, sino meramente me alegré —como un loco, de hecho— porque gracias a ello (creo) me permitieron seguir trabajando con ellos y formar parte del proyecto, aun cuando yo era meramente un… bien, meramente.
Como es natural, hicieron falta años para desarrollar un aparato práctico para viajar en el tiempo, incluso después de haber sido establecida la teoría, pero yo no pretendo escribir un tratado serio sobre Temporalidad. Mi intención es escribir sólo sobre ciertas partes del proyecto, y hacerlo únicamente para los futuros habitantes del planeta, y no para nuestros contemporáneos.
Incluso después de haber enviado al futuro objetos inanimados —y luego animales— no estábamos satisfechos. Todos los objetos desaparecían; según parecía todos viajaban al futuro. Cuando los enviábamos a cortas distancias al futuro cinco minutos o cinco días, al final volvían a aparecer, aparentemente ilesos, sin alteraciones y, cuando empezamos con la vida, todavía con vida y en buen estado de salud.
Pero lo que se quería era enviar algo lejos en el futuro y hacerlo volver.
—Tenemos que enviarlos por lo menos a doscientos años en el futuro —dijo un Temporalista—. El punto importante es ver cómo es el futuro y que el informe de la visión llegue a nosotros. Tenemos que saber si la Humanidad sobrevivirá y bajo qué condiciones, y doscientos años debería ser el espacio suficientemente largo para estar seguros. Con franqueza, creo que las probabilidades de supervivencia son escasas. Las condiciones de vida y el medio ambiente que nos rodea se han deteriorado nocivamente en el último siglo. (No tiene sentido describir al Temporalista que dijo esto. En total había un par de docenas y la historia que estoy contando no cambiará por saber cuál de ellos hablaba en cada ocasión, incluso aunque estuviese seguro de poder recordar quién dijo qué. Por ello, diré simplemente «dijo un Temporalista» o «uno dijo» o «alguno de ellos dijo» u «otro dijo», y les aseguro que todo quedará suficientemente claro para ustedes. Por supuesto, especificaré mis propias declaraciones y las de otro, pero verán cómo estas excepciones son esenciales). Otro Temporalista dijo con bastante tristeza:
—Me parece que no quiero conocer el futuro, si ello significa descubrir que la raza humana tiene que desaparecer o que sólo existirán restos miserables.
—¿Por qué no? —preguntó otro.
—Podemos descubrir en viajes más cortos lo que pasó exactamente y entonces hacer lo posible para, con nuestro especial conocimiento, actuar en consecuencia, cambiando el futuro en una dirección más idónea. El futuro, a diferencia del pasado, no está fijado.
Surgió entonces la cuestión de quién iría. Estaba claro que cada Temporalista, él o ella, se consideraba justo un poco demasiado valioso para arriesgarse en una técnica que podía no estar todavía perfeccionada a pesar del éxito de los experimentos con objetos sin vida: o, si con vida, objetos que carecían de un cerebro de la increíble complejidad que tenía un ser humano. El cerebro podía sobrevivir pero, quizá, no así toda su complejidad.
Yo advertí que, de todos ellos, yo era el menos valioso y podría ser considerado como el candidato lógico. De hecho, estaba a punto de levantar la mano como voluntario, pero la expresión de mi cara debió de traicionarme pues una de los Temporalistas dijo, bastante impaciente:
—Tú no. Hasta tú eres demasiado valioso (no era un gran cumplido). Lo que tenemos que hacer —prosiguió— es enviar a RG-32.
Esto tenía sentido. RG-32 era un robot bastante anticuado, perfectamente reemplazable. Podía observar e informar —tal vez sin toda la ingenuidad y la penetración de un ser humano— pero suficientemente bien. No tendría miedo, preocupado sólo por seguir las órdenes, y se podía esperar que contaría la verdad. ¡Perfecto!
Estaba bastante sorprendido conmigo mismo por no haberlo visto desde el principio, y por haberme considerado estúpidamente como voluntario. Quizá, pensé, tenía alguna especie de sentimiento instintivo que me hacia ponerme en una posición desde la cual podía servir a los demás. En cualquier caso, era RG-32 la elección lógica; de hecho, la única.
No fue difícil explicarle de algún modo lo que necesitábamos. Archie (era costumbre llamar a un robot por alguna perversión vulgar de su número de serie) no pidió explicaciones, o garantías de su seguridad. Aceptaría cualquier orden que fuese capaz de comprender y seguir, con la misma falta de emotividad que esgrimiría al pedírsele que levantase una mano. Tenía que hacerlo, puesto que era un robot.
Sin embargo, hizo falta tiempo para los detalles.
—Cuando estés en el futuro —dijo uno de los Temporalistas veteranos—, puedes quedarte tanto tiempo como consideres sea necesario para poder hacer observaciones útiles. Cuando hayas acabado, volverás a tu máquina y regresarás con ella al mismo momento en que te marchaste, ajustando los controles de la forma que te explicaremos. Te marcharás y a nosotros nos parecerá que estarás de vuelta después de un abrir y cerrar de ojos, si bien a ti te puede haber parecido que has pasado una semana en el futuro, o cinco años. Naturalmente, tendrás que asegurarte de que guardas la máquina en un lugar seguro mientras estás fuera de ella, lo cual no debería ser difícil por ser bastante ligera. Y tendrás que recordar dónde guardaste la máquina y cómo regresar a ella.
Lo que hizo que las instrucciones se alargasen todavía más fue el hecho de que uno después del otro los Temporalistas recordaron una nueva dificultad. Así, uno de ellos dijo de repente:
—¿Cuánto pensáis que habrá cambiado el lenguaje en dos siglos?
Por supuesto, esto no tenía respuesta y se inició un largo debate sobre si podía existir la posibilidad de que no hubiese comunicación alguna, que Archie ni entendería ni se haría entender.
Por último, un Temporalista dijo, secamente:
—Escuchad, el idioma inglés se ha ido volviendo casi universal durante varios siglos y es seguro que seguirá así otros dos. Tampoco ha cambiado de forma significativa en los últimos doscientos años, ¿por qué entonces debería hacerlos en los próximos doscientos? Aun siendo así, tiene que haber estudiantes capaces de hablar lo que ellos pueden llamar «inglés antiguo». E incluso si no es así, Archie podrá a pesar de todo llevar a cabo observaciones útiles. Para determinar si existe una sociedad en funcionamiento no se requiere necesariamente hablar.
Surgieron otros problemas. ¿Y si resultaba enfrentado a hostilidad? ¿Y si la gente del futuro encontraba y destruía la máquina, bien por malevolencia o por ignorancia?
Un Temporalista dijo:
—Sería sensato diseñar un aparato temporal tan miniaturizado que se pudiese llevar en la ropa. En estas circunstancias, se podría abandonar una posición peligrosa muy rápidamente.
—Aun cuando fuese completamente factible —contestó otro bruscamente—, para diseñar una máquina tan miniaturizada haría falta tanto tiempo que nosotros, o más bien nuestros sucesores, llegaríamos a un tiempo dos siglos más allá sin necesidad de utilizar máquina alguna. No, si tiene lugar algún tipo de accidente, Archie sencillamente no volverá y nosotros tendremos que intentarlo de nuevo.
Esto fue dicho estando Archie presente, pero no importaba, por supuesto. Archie podía contemplar como era abandonado en el tiempo, o incluso su propia destrucción, con ecuanimidad, a condición de que estuviese siguiendo órdenes. La Segunda Ley de la robótica, según la cual un robot tiene que cumplir las órdenes, tiene preferencia sobre la Tercera, que requiere proteja su propia existencia.
Por último, como es de suponer, se había dicho todo y ya nadie podía pensar en otra advertencia, u objeción, o posibilidad que no hubiese sido tratada a fondo.
Archie repitió todo lo que se le había dicho con robótica calma y precisión, y el siguiente paso fue enseñarle a manejar la máquina. Y también esto lo aprendió con robótica calma y precisión.
Deben ustedes saber que el gran público no estaba enterado, en aquel momento, de que se investigaba el viaje en el tiempo. No era un proyecto caro mientras se trató de trabajar en teoría, pero el trabajo experimental había devorado el presupuesto y sin duda lo iba a agotar todavía más. Esto resultaba de lo más molesto para unos científicos involucrados en un empeño que parecía ser totalmente «aire».
Si tenía lugar un fallo grande, dado el estado de las arcas públicas, habría una sonora y clamorosa protesta por parte de la gente, y el proyecto podrá ser abandonado. Todos los Temporalistas estuvieron de acuerdo, sin siquiera necesidad de debate, en que sólo podían dar cuenta de un éxito, y que mientras no se tuviese constancia de algún resultado el público tendría que saber muy poco, o nada en absoluto. Y por ello este experimento, crucial, les colapsaba a todos el corazón.
Nos reunimos en un lugar aislado del semi-desierto, una zona astutamente protegida dedicada al Proyecto Cuatro. (Hasta con el nombre se pretendía no dar una pista real sobre la naturaleza del trabajo, pero siempre me había sorprendido que la mayoría de las personas pensasen en el tiempo como en una cuarta dimensión y, por ello, creía que alguien debía por consiguiente sospechar lo que estábamos haciendo. Hasta donde yo sé, nadie lo hizo).
Entonces, en un momento dado, instante en el cual todo el mundo contenía la respiración, Archie, dentro de la máquina, levantó una mano para indicar que estaba a punto de ponerse en movimiento. Media respiración después —si alguien estaba respirando— la máquina relampagueó.
Fue un relámpago muy rápido. No estaba seguro de haberlo observado. Me parecía que había simplemente presumido que debía relampaguear, si regresaba casi al instante de haberse marchado —y vi lo que estaba convencido que debía ver—. Pensé en preguntar a los demás si ellos también habían visto un relámpago, pero siempre vacilaba en dirigirme a ellos si no me hablaban primero. Eran unas personas muy importantes, y yo era meramente… pero esto ya lo he dicho. Por otra parte, luego, en la excitación de examinar a Archie, me olvidé del asunto del relámpago. No era en absoluto importante.
Tan breve fue el intervalo entre la partida y el regreso que bien podíamos haber pensado que no se había marchado, pero no había duda sobre ellos. La máquina estaba deteriorada por completo. Sencillamente se había marchitado.
Tampoco Archie, cuando salió de la máquina, tenía mucho mejor aspecto. No era el mismo Archie que se había metido en aquella máquina. Había un todo deteriorado a su alrededor, embotamiento en sus acabados, una ligera desigualdad en su superficie donde podía haber sufrido colisiones, una extraña actitud en la forma en que miraba en torno como si estuviese volviendo a vivir una escena casi olvidada. Dudo que hubiese allí una sola persona que pensase por un momento que Archie no había estado ausente por un largo intervalo de tiempo, desde el punto de vista de su propia sensación.
De hecho, la primera pregunta que se le hizo fue:
—¿Cuánto tiempo has estado fuera?
Archie dijo:
—Cinco años, señor. Había un intervalo de tiempo mencionado en mis instrucciones y quería hacer un trabajo concienzudo.
—Bien, esto es un hecho esperanzador —dijo un Temporalista—. Si el mundo hubiese estado destruido por completo, sin duda no le habrían hecho falta cinco años para advertir este hecho.
Y, sin embargo, ninguno de ellos se atrevía a decir: ¿bien, Archie, estaba la Tierra completamente destruida?
Esperaron a que hablase él, y por un instante, también él esperó, por cortesía robótica, a que ellos preguntasen. No obstante, al cabo de un momento, la necesidad de Archie de obedecer órdenes, informando de sus observaciones, superó lo que hubiese en sus circuitos positrónicos que le obligaba a ser cortés.
Archie dijo:
—Todo estaba bien en la Tierra del futuro. La estructura social estaba intacta y funcionaba bien.
—¿Intacta y funcionando bien? —intervino un Temporalista, comportándose como si estuviese asombrado de una idea tan herética—. ¿En todas partes?
—La mayoría de los habitantes del mundo fueron amables. Me llevaron a todos los rincones del globo. Todo era próspero y apacible.
Los Temporalistas se miraron los unos a los otros. Les parecía más fácil creer que Archie estuviese equivocado, o confundido, que el hecho de que la Tierra del futuro fuese próspera y estuviese en paz. Yo siempre había tenido la impresión de que, a pesar de las afirmaciones optimistas sobre lo contrario, se tomaba casi como un articulo de fe que la Tierra estaba en un punto de destrucción social, económica y, tal vez, incluso física.
Empezaron a interrogarlo en serio. Uno gritó:
—¿Y los bosques? Casi han desaparecido.
—Había un proyecto monstruo —dijo Archie—, para la repoblación forestal del campo, señor. El estado salvaje ha sido restablecido allí donde era posible. Se han utilizado con imaginación ingenierías genéticas para restablecer la fauna de especies afines que vivían en zoos o como animales de compañía. La contaminación es una cosa del pasado. El mundo del 2230 es un mundo de paz natural y belleza.
—¿Estás seguro de todo esto? —preguntó un Temporalista.
—No hay sitio en la Tierra que se me haya mantenido en secreto. Me enseñaron todo lo que yo pedí.
Otro Temporalista dijo, con repentina severidad:
—Archie, escúchame. Puede ser que hayas visto una Tierra arruinada, pero dudas en decírnoslo por miedo a que caigamos en la desesperación o lleguemos al suicidio. En tu afán por no herirnos, puedes estar mintiéndonos. Esto no debe suceder, Archie. Debes decirnos la verdad.
Archie dijo, tranquilamente:
—Les estoy diciendo la verdad, señor. Si estuviese mintiendo, fuese cual fuese el motivo para ello, mis potenciales positrónicos estarían en un estado anómalo. Esto puede ser comprobado.
—En esto tienes razón —murmuró un Temporalista.
Fue examinado allí mismo. Mientras esto era llevado a cabo, no se le permitió añadir una palabra más. Yo observaba con interés cómo los potenciómetros registraban sus descubrimientos, que fueron a continuación analizados por computadora. No había duda. Archie estaba completamente normal. No podía estar mintiendo.
Después, siguieron interrogándolo.
—¿Y las ciudades?
—No hay ciudades como las nuestras, señor. La vida está mucho más descentralizada en el 2230 que con nosotros, en el sentido de que no hay grandes y concentrados grupos de Humanidad. Por otra parte, hay una red de comunicación tan intrincada que la Humanidad es todo un grupo suelto, por decirlo de alguna forma.
—¿Y el espacio? ¿Se ha reanudado la exploración del espacio?
Archie dijo:
—La Luna está bastante bien desarrollada, señor. Es un mundo habitado. Hay centros espaciales en órbita alrededor de la Tierra y alrededor de Marte. Se están construyendo centros en el cinturón de asteroides.
—¿Te contaron todo esto? —preguntó un Temporalista, incrédulo.
—No se trata de una cuestión de rumores, señor. He estado en el espacio. Me quedé en la Luna dos meses. Viví en un centro espacial alrededor de Marte durante un mes, y visité tanto Fobos como el propio Marte. Existe cierta duda en cuanto a la colonización de Marte. Según ciertas opiniones habría que sembrarlo de formas inferiores de vida y dejarlo evolucionar sin la intervención de los terrestres. El cinturón de asteroides en efecto no lo visité.
Un Temporalista dijo:
—¿Por qué supones tú que han sido tan amables contigo, Archie? ¿Tan colaboradores?
—Tuve la impresión, señor —dijo Archie—, de que tenían alguna idea de mi posible llegada. Un rumor distante. Una vaga creencia. Parecía que me hubiesen estado esperando.
—¿Te dijeron ellos que habían esperado tu llegada? ¿Dijeron que estaban informados de que te habíamos enviado hacia delante en el tiempo?
—No, señor.
—¿Se lo preguntaste?
—Sí, señor. Era descortés hacerlo pero había recibido la orden de observar atentamente todo lo que pudiese, por lo tanto tuve que preguntarles; pero ellos se negaron a contármelo.
Intervino otro Temporalista:
—¿Hubo muchas otras cosas que se negaron a contarte?
—Muchas, señor.
En este punto un Temporalista se frotó la barbilla pensativamente y dijo:
—En ese caso debe de haber algo que no va en todo esto. ¿Cuál es la población de la Tierra en el 2230, Archie? ¿Te lo dijeron?
—Sí, señor, se lo pregunté. En la Tierra del 2230 hay justo algo menos de mil millones de personas. Hay 150 millones en el espacio. La cifra de la Tierra es estable. La del espacio está creciendo.
—Ah —dijo un Temporalista—, pero ahora hay casi diez mil millones de personas en la Tierra, con la mitad de ellas en estado de grave miseria. ¿Cómo se las ha arreglado esta gente del futuro para deshacerse de casi nueve mil?
—Se lo pregunté, señor… Dijeron que hubo un período lamentable.
—¿Un período lamentable?
—Sí, señor.
—¿En qué sentido?
—No me lo dijeron, señor. Simplemente dijeron que hubo un período lamentable y que no dirían nada más.
Un Temporalista que era de origen africano dijo fríamente:
—¿Qué tipo de personas viste en el 2230?
—¿Qué tipo, señor?
—¿Color de piel? ¿Forma de los ojos?
Archie dijo:
—En el 2230 era como hoy, señor. Había diferentes tipos; diferentes tonalidades de color de piel, de clase de pelo, etcétera. La media de altura parecía mayor de lo que es actualmente, si bien no estudié las estadísticas. La gente parecía más joven, más fuerte, más sana. De hecho, no vi desnutrición, ni obesidad, ni enfermedad; pero había una rica variedad de aspectos.
—¿No había genocidio, entonces?
—Ningún indicio de ello, señor —prosiguió—; tampoco había indicios de crímenes, o guerra, o represión.
—Bien —dijo un Temporalista, en un tono como si se estuviese reconciliando, dificultosamente, con las buenas noticias—, se diría un final feliz.
—Un final feliz, quizá —dijo otro—, pero es casi demasiado bonito para aceptarlo. Es como un regreso al Edén. ¿Qué se hizo, o se hará, para conseguirlo? No me gusta ese «período lamentable».
—Es evidente que no necesitamos sentarnos y especular —dijo un tercero—. Podemos mandar a Archie a cien años en el futuro, cincuenta años en el futuro. Si hay algo, podemos descubrir lo que pasó; quiero decir, lo que pasará.
—No creo, señor —dijo Archie—. Me dijeron de forma bastante específica y clara que no hay antecedentes de nadie del pasado que hubiese llegado a una época anterior a la suya hasta el día que yo llegué. En su opinión, si se llevaban a cabo otras investigaciones del período de tiempo entre ahora y el momento en que yo llegué, el futuro cambiaría.
Se hizo un silencio casi nauseabundo. Se llevaron a Archie y le advirtieron que lo guardase celosamente todo en mente para posteriores interrogatorios. Yo medio esperé que también a mí me hiciesen marchar, pues yo era la única persona allí sin un grado avanzado de Ingeniería Temporal, pero debían de haberse acostumbrado a mi y yo, por supuesto, no tomé la iniciativa de sugerirlo.
—La cuestión es que hay un final feliz —dijo un Temporalista—. Cualquier cosa que hagamos a partir de este punto puede malograrlo. Esperaban la llegada de Archie; esperaban que Archie nos informase; no le contaron nada que no quisieran que él nos transmitiese; por lo tanto todavía estamos a salvo. Los acontecimientos se desarrollarán como lo han hecho.
—Incluso es posible —dijo otro, con esperanza—, que el conocimiento de la llegada de Archie y las informaciones que le han hecho traer ayuden al desarrollo del final feliz.
—Quizá, pero si hacemos algo más, podemos malograr los eventos. Prefiero no pensar en el período lamentable del que hablan, pero si ahora intentamos algo, el período lamentable puede acaecer de todas formas, ser incluso peor de lo que fue, o será, y que el final feliz tampoco tenga lugar. Creo que no tenemos más alternativa que abandonar los experimentos Temporales y ni siquiera hablar de ellos. Anunciar que ha sido un fracaso.
—Esto sería insoportable.
—Es lo único seguro que podemos hacer.
—Esperad —dijo uno—. Ellos sabían que Archie iba a ir, por consiguiente debía de existir un informe que hablaba del éxito de los experimentos. No tenemos que declararnos fracasados.
—No opino lo mismo —dijo todavía otro—. Oyeron rumores, tenían una idea lejana. Según Archie, era algo así. Creo que pueden existir filtraciones, pero seguramente no un anuncio definitivo.
Y así es como se decidió. Pensaron durante días y de vez en cuando discutían el asunto, pero con una agitación cada vez mayor. Yo veía cómo llegaba inexorablemente el resultado. Yo no contribuí en absoluto en la discusión, por supuesto —ellos apenas parecían saber que yo estaba allí—, pero no había error posible en la aprensión acumulada de sus voces. Al igual que aquellos biólogos que en los primeros días de la ingeniería genética votaron por limitar y contestar con evasivas a sus experimentos, por miedo de que una nueva plaga pudiese desencadenarse inadvertidamente sobre la Humanidad desprevenida, los Temporalistas decidieron, aterrorizados, que el futuro no debía ser conocido o siquiera buscado.
Dijeron que el hecho de saber ahora que, dentro de doscientos años, existiría una sociedad buena y sana, era suficiente No debían investigar más, no se atrevieron a interferir ni con el grosor de la uña, por temor a arruinarlo todo. Y volvieron a replegarse únicamente en la teoría.
Un Temporalista marcó la retirada final. Dijo:
—Algún día la Humanidad será suficientemente sabia y desarrollará unos sistemas para manejar el futuro que serán lo bastante sutiles como para arriesgarse a observar y tal vez incluso a manipular en el curso del tiempo, pero el momento para ello todavía no ha llegado. Aún está lejos en el futuro.
Y hubo un murmullo de aplausos. ¿Quién era yo, el más insignificante de entre los responsables del Proyecto Cuatro, para estar en desacuerdo y tomar mi propia iniciativa? Era quizás el valor adquirido por ser muy inferior a ellos —el valor del insuficientemente preparado—. Mi iniciativa no se había apagado por demasiada especialización o por demasiado tiempo de profunda reflexión.
En cualquier caso, hablé con Archie unos días después, cuando mis tareas me dejaron algún tiempo libre. Archie no sabía nada de preparación o de distinciones académicas. Para él, yo era un hombre y un maestro, como cualquier otro hombre y maestro, y me habló como a tal.
Le dije:
—¿Qué concepto tenía esa gente del futuro sobre las personas de su pasado? ¿Eran hipercríticos? ¿Las censuraban por sus locuras y estupideces?
Archie dijo:
—No dijeron nada que me hiciese pensar que así fuese, señor. Les divertía la simplicidad de mi construcción y mi existencia, y parecían reírse de mí y de la gente que me construyó, con un humor bien entendido. Ellos no tenían robots.
—¿Robots de ningún tipo, Archie?
—Dijeron que no había nada parecido a mí, señor. Decían que no necesitaban caricaturas metálicas de la Humanidad.
—¿Y tú no viste ninguno?
—No, señor. En todo el tiempo que estuve allí, no vi ninguno.
Reflexioné sobre ello un momento, luego dije:
—¿Qué pensaban de otros aspectos de nuestra sociedad?
—Creo que admiraban el pasado en muchos sentidos, señor. Me enseñaron museos dedicados a lo que ellos llamaban el «período de crecimiento desenfrenado». Ciudades enteras han sido convertidas en museos.
—Dijiste que en el mundo de dentro de dos siglos no había ciudades, Archie. Ciudades según las entendemos nosotros.
—No eran sus ciudades las convertidas en museos, sino las reliquias de las nuestras. Toda la Isla de Manhattan era un museo, cuidadosamente preservada y restaurada en la época de su mayor esplendor. Me pasearon por allí durante horas con varios guías, porque querían hacerme preguntas sobre la autenticidad. No pude ayudarles mucho, porque nunca he estado en Manhattan. Parecían orgullosos de Manhattan. Había también otras ciudades del pasado preservadas, así como maquinaria del pasado conservada con esmero, bibliotecas de libros impresos, exposiciones de ropa de modas pasadas, muebles, y otras chucherías de la vida cotidiana, etcétera. Decían que la gente de nuestro tiempo no había sido juiciosa pero que había creado una firme base para el adelanto futuro.
—¿Y viste gente joven? Gente muy joven, quiero decir. ¿Niños?
—No, señor.
—¿No hablaban de ellos?
—No, señor.
—Muy bien, Archie. Ahora, escúchame.
Si había algo que yo conociese mejor que los Temporalistas, eran los robots. Para ellos, los robots eran simplemente cajas negras, a quien dar órdenes y mandar a los hombres de mantenimiento a desechar si funcionaban mal. Yo, sin embargo, comprendía bastante bien el circuito positrónico de los robots, y podía manejar a Archie de una forma que mis colegas jamás sospecharían. Y lo hice.
Estaba bastante seguro de que los Temporalistas no lo volverían a interrogar, a causa de su recién adquirido temor a interferir en el tiempo, pero si lo hacían, él no les diría aquellas cosas que yo consideraba que no debían saber. Y el propio Archie no sabría que había cosas que no les estaba diciendo.
Pasé un tiempo pensando en ello, y mi mente estaba cada vez más segura de lo que había pasado en el curso de los siguientes dos siglos. ¿Saben?, fue un error enviar a Archie. Era un robot primitivo, y para él las personas eran personas. No diferenciaba, no podía. No le sorprendió que los seres humanos se hubiesen vuelto tan civilizados y humanos. Su circuito le obligaba, en cualquier caso, a ver a todos los seres humanos civilizados y humanos; incluso divinos, para usar un término pasado de moda.
Los propios Temporalistas, siendo humanos, se sorprendieron e incluso se mostraron algo incrédulos ante la visión robótica presentada por Archie, según la cual los seres humanos se habían vuelto nobles y buenos. Pero, siendo humanos, los Temporalistas querían creer lo que oían y se obligaron a hacerlo en contra de su sentido común.
Yo, a mi modo, era más inteligente que los Temporalistas, o quizá meramente más clarividente.
Me pregunté que si la población descendió de diez mil millones en el curso de dos siglos, ¿por qué no bajó de diez mil millones a cero? La diferencia entre las dos alternativas no sería grande. ¿Quiénes eran los mil millones supervivientes? ¿Eran quizá más fuertes que los otros nueve mil millones? ¿Más perdurables? ¿Más resistentes a la privación? Y, como quedó claro de la descripción de Archie, eran más sensibles, más racionales y más virtuosos que los nueve mil millones que desaparecieron del mundo de dentro de doscientos años.
En definitiva, ¿eran realmente seres humanos?
Se rieron de Archie con afable mofa y se jactaron de que ellos no tenían robots; que no necesitaban caricaturas metálicas de la Humanidad. ¿Y si por el contrario tenían duplicados orgánicos de la Humanidad? ¿Y si tenían robots humaniformes? ¿Robots tan parecidos a los seres humanos como para no ser distinguibles de ellos, por lo menos a los ojos y sentidos de un robot como Archie? ¿Y si las personas del futuro eran robots humaniformes, todos, robots que habían sobrevivido a alguna catástrofe arrolladora que los seres humanos no habían superado?
No había niños. Archie no había visto ninguno. Además, la población era estable y longeva en la Tierra, así que en cualquier caso debería de haber pocos niños. Estos pocos serían atendidos, preparados cuidadosamente, bien salvaguardados y no podrían ser distribuidos a la ligera entre la sociedad. Pero Archie había estado en la Luna durante dos meses y la población allí era creciente, y tampoco había visto niños.
Tal vez esta gente del futuro era construida en lugar de nacer.
Y quizás esto era una buena cosa. Si los seres humanos habían desaparecido como consecuencia de sus furias, odios y estupideces, por lo menos habían dejado detrás un digno sucesor: una especie de ser inteligente que apreciaba el pasado, lo preservaba y avanzaba en el futuro, haciendo lo posible para realizar las aspiraciones de la Humanidad, construyendo un mundo mejor y más apacible y moviéndose en el espacio quizá con más eficacia que la que nosotros los seres humanos «reales» habríamos desarrollado.
¿Cuántos seres inteligentes del Universo habían desaparecido sin dejar un sucesor? Probablemente nosotros éramos los primeros que dejaríamos un legado de este tipo.
Teníamos razón al sentirnos orgullosos. ¿Debía contarle todo esto al mundo? ¿O siquiera a los Temporalistas? No lo consideré oportuno por el momento.
Por una parte, probablemente no me creerían. Por otra, si me creían, en su rabia por la idea de ser remplazados por robots de cualquier tipo, ¿no se volverían contra ellos, destruirían todos los robots del mundo y se negarían a construir otros? Ello significaría que la visión de Archie del futuro, y la mía, nunca acaecería. Ello, sin embargo, no detendría las condiciones que iban a destruir a la Humanidad. Sólo prevendría una sustitución; evitaría que otro grupo de seres, hechos por humanos y honrando a los humanos, fuese portador de las aspiraciones y sueños humanos a través del Universo.
Yo no quería que esto sucediese. Yo quería estar seguro de que la visión de Archie, y mi propio perfeccionamiento de ella, tuviese lugar.
Por ello estoy escribiendo esto, y velaré para que quede oculto, y mantenido a salvo, de forma que sea abierto sólo dentro de doscientos años, un poco antes de la llegada de Archie. Para que los robots humaniformes sepan que deben tratarlo bien y devolverlo a casa sano y salvo, llevando con él sólo la información que hará que los Temporalistas decidan no volver a interferir en el Tiempo, de forma que el futuro pueda seguir su camino trágico/feliz.
¿Y por qué estoy tan seguro de obrar adecuadamente? Porque estoy en una posición única para saber que tengo razón.
He dicho en varias ocasiones que soy inferior a los Temporalistas. Por lo menos soy inferior a ellos a sus ojos, si bien esta gran inferioridad me vuelve más clarividente en ciertos aspectos, como ya he dicho antes, y me proporciona un conocimiento mejor de los robots, como también he dicho anteriormente.
Porque, ¿saben?, yo también soy un robot.
Soy el primer robot humaniforme, y el futuro de la Humanidad depende de mi y de aquellos como yo que todavía han de ser construidos.